martes, 23 de junio de 2009

LA REGIÓN SEGÚN BRASIL


Solange Monteiro y Rodrigo Lara S.


Brasil comienza a aceptar su destino de liderazgo regional en América Latina. Pero todavía busca el enfoque.

Una vez electo, Obama recibió a Lula, no a Calderón. Brasil al mismo tiempo se reúne con India, China y Rusia, países con un enorme potencial de crecimiento del producto, mientras que Europa, Japón y Estados Unidos tienen un modesto potencial de crecimiento en el corto plazo. Es evidente que Brasil, ni en el norte ni en Asia, puede definir la balanza del poder si se vuelca a uno u otro lado, y por eso su importancia y su aumento en el poder de negociación en el mundo. Los países de latinoamérica son fundamentales en esa política de crecimiento a futuro de Brasil, China tiene su zona de influencia en Asia, Estados unidos en Norteamérica, dudo que vayan a desperdiciar su propia zona de influencia para seguir creciendo. Es probable que encuentren la forma de liderar al continente, tienen todo para hacerlo.

"¡¿Cómo nosotros vamos a crear empleo fuera de Brasil?! ¡¡Eso no es justo, tenemos que proteger nuestra industria!!". La declaración realizada por un grupo de industriales brasileños hace 11 años sacó chispas. Iba dirigida a José Botafogo Gonçalves, el entonces ministro de Industria y Comercio de Brasil, durante un encuentro que terminó en controversia. Hoy seguramente Botafogo se ríe de la anécdota y del cambio de escenario: en 2008, las empresas brasileñas destinaron US$ 20.000 millones de inversión directa en el exterior. "Brasil tuvo que cambiar su estrategia de crecimiento y hoy cuenta con un grupo importante de transnacionales", dice.

Lo más interesante de eso es que dichas compañías también pasaron a mirar a Latinoamérica de manera distinta. Hoy buscan destinos más allá del tradicional mercado argentino, que todavía concentra la mayor parte de las inversiones y del comercio, por un tema objetivo de tamaño.

Ahora hay mucho más de todo: los brasileños no sólo compran frigoríficos en Argentina y campos sojeros en Uruguay, Paraguay y Bolivia; también, minas en Perú, campos petroleros en Venezuela y Argentina; plantas carboníferas y siderúrgicas en Colombia (de la mano de Gerdau con US$ 500 millones este 2009, Votorantim y MPX); y cadenas de estaciones de servicio en Chile. Eso sin olvidar que un fondo de inversiones brasileño es la viga central detrás de McDonald's Latinoamérica y que sus empresas de tecnología ponen bandera en los mayores mercados de la región.

Si bien la tendencia se ralentizará este año, "cuando la crisis sea superada, no hay duda de que Brasil continuará siendo un jugador muy importante en la región", dice Roberto Teixeira da Costa, ex-presidente del Consejo de Empresarios de América Latina (Ceal). "No por bondad, sino porque la economía brasileña lo requiere". Hecho que, según el economista, también es resultado de una diplomacia empresarial. "Antes, los empresarios actuaban sólo a través de la cancillería. Ahora, a pesar de no abandonar los mecanismos de presión del gobierno, ya parten a negociar directamente".

Esa nueva mirada del empresariado brasileño calza con los planes gubernamentales de Brasil de reforzar su influencia en la región, ya que muestra la fortaleza del país no con palabras, sino desde un punto de vista muy pragmático. "Los artífices reales de ese liderazgo son la producción, la industria. Brasil será cada vez más respetado como líder cuanto más logra ampliar mercados y vender productos, tecnología", dice Christian Lohbauer, ex-gerente de negocios internacionales de la federación de industrias paulista (Fiesp).

Ése sería un apoyo indudable a la estrategia de la diplomacia de la administración de Lula da Silva, que se focaliza en la defensa de la integración regional, si no fuese por un detalle: que ésta es el blanco de la artillería de parte del sector privado, el cual, desde el surgimiento de los primeros problemas entre el gobierno boliviano y Petrobras, viene cuestionando duramente la acción de la cancillería.

Y entre la visión integracionista y solidaria del gobierno y los argumentos de los empresarios, la sociedad es víctima de un particular estrabismo que le impide trascender una visión fragmentada entre tímidas experiencias personales de un viaje o partido de fútbol, y la batalla política reflejada en los medios. "El brasileño promedio no se percibe como latinoamericano y no sabe mucho del resto de la región", dice Ricardo Schiffini Dellaméa, consultor de la asociación de fomento empresarial Sebrae de Paraná. "Hay afinidad con Argentina; envidiamos a Chile, pero nos parece un modelo de desarrollo incopiable. Pero no hay una referencia clara del todo."

Soft power

Uno de los ingredientes incuestionables de un candidato a líder es el carisma, compuesto en su mayoría por el poder de inspirar. Y, en ese test, el presidente Lula tiene nota 10. Desde 2005, el mandatario es el líder latinoamericano mejor evaluado en la encuesta de Latinobarómetro. Condiciones necesarias, pero no suficientes, son tener un líder popular y el desperezarse de la economía de Brasil. Pero al mismo tiempo, todo esto coincide con la emergencia de los nacionalismos de izquierda de Ecuador y Venezuela, la refundación del sistema político de Bolivia, el primer movimiento de reforma en Paraguay en casi un siglo y el intento de rediseño económico de Argentina. Eso, sumado a los históricos desencuentros comerciales con México, la otra potencia regional, complica la vida de cualquiera que quiera asumir posiciones de liderazgo. Así, el resultado de la sumatoria de ambas circunstancias es percibido como estancamiento por quienes ven en Brasil una delicadeza que sería el disfraz de la irresolución.

"Brasil quiere ser líder, aunque el éxito que está teniendo en ello es cuestionable", dice -quien apoya el último enfoque- Jorge Castañeda, ex canciller de México, dedicado hoy al análisis político hemisférico desde la Universidad de Nueva York. La razón que esgrime Castañeda, y en la que coinciden muchos analistas, es simple: Brasil no quiere ver a ningún país como enemigo o adversario, no quiere pagar los costos del liderazgo. "Y, si aspiras a ser líder, tienes que tomar partido; no puedes ser miembro del Consejo de Seguridad de la ONU si te vas a abstener en cada votación."

En Itamaraty, como se conoce al palacio en Brasília que hace de sede de la cancillería brasileña, se entiende que estas críticas son resultado de la incomprensión de una política exterior que, en vez de confrontar abiertamente, prefiere la paciencia estratégica, "Brasil siempre va a privilegiar el soft power", dice Fernando Gabeira, actual diputado del Partido Verde. Se trata de usar como fuerza de seducción políticas de cooperación económica y presencia cultural antes que las amenazas. "Pienso que a través de este tipo de política, tenemos condiciones para evitar muchas de las dificultades que surgen cuando un país crece económicamente y pasa a tener un papel más poderoso en la región", dice el legislador.

Uno de los articuladores principales de este soft power brasileño es el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES), enorme institución estatal que ha servido para financiar proyectos empresariales e industriales que sustenten los intereses del país a largo plazo. Su campo de acción se ha extendido en la última década a la política internacional, impulsando la idea de crear empresas "campeonas" en varias industrias. Un ejemplo reciente es el financiamiento, anunciado hace pocos días, de la central hidroeléctrica Chihuidos I, en Neuquén, la Patagonia argentina, donde la entidad aportará US$ 400 millones de los US$ 1.100 millones que costará la represa de 478 MW sobre el río Agrio. Los países más beneficiados por su acción en la última década han sido Argentina (US$ 1.550 millones), República Dominicana (US$ 748 millones), Ecuador (US$ 693 millones), Venezuela (US$ 503 millones) y Chile (US$ 323 millones).

En el ámbito de fortalecimiento de empresas, se destacan los aportes directos en capital para fusiones como las de las alimentarias Sadia con Perdigão, para llevarlas a escala planetaria y puedan moverse sin rivales. "Lula vio con mucha admiración cómo el gobierno español empujó la creación de grandes corporaciones y el efecto que eso tuvo en el desarrollo empresarial", dice un alto funcionario que trabajó en el Ministerio de Desarrollo y Planeamiento del primer mandato de Lula.

Las inversiones no son la única vía por la que las empresas incrementan su importancia en las economías de los países de la región. El efecto en el comercio internacional es tanto o más importante. El intercambio de exportaciones e importaciones con Colombia alcanzó a US$ 3.000 millones en 2008, con México, a unos US$ 8.000 millones y con Argentina, US$ 30.000 millones. Conclusión: Brasil y sus casi 190 millones de habitantes serán cada vez más importantes como origen o destino de la actividad económica de los países de la región.

Más enfoque

No obstante, todos ésos son considerados pasos recientes. Con la excepción de Argentina, país con el que tiene un historial de acercamiento -y peleas comerciales-, con el resto de la región no hubo mayor planificación. "Hoy nuestros intereses son más explícitos, pero con una fórmula desordenada", dice Botafogo, criticando la opción del gobierno de querer interactuar con todo el continente.

Una señal de eso, según él, es el proceso acelerado de apertura de embajadas. Por ejemplo, en casi todos los países del Caribe, cosa que casi ningún país del mundo ha realizado. "Los intereses estarían mejor estructurados si Brasil se concentrase en el Mercosur. La política de expandir horizontalmente ese activismo, a pesar de no ser equivocado, me parece ineficaz".

Pero si hay cierta carencia de estrategia clara dentro del gobierno, también es necesario relativizar dicha mirada netamente comercial. Eso porque no es para toda industria que el mercado latinoamericano luce interesante. Algunos consideran la brecha de tamaño e institucionalización de las compañías entre Brasil y el resto de la región como un desincentivo creciente y casi mortal. Un importante empresario, que pide reserva de identidad, lo describe de esta manera: "En su mayoría, desde el punto de vista de la profesionalidad y organización de las empresas, en términos de ambiente de negocios, el resto de los países están muy detrás de Brasil".

Marco Stefanini, titular de Stefanini, una empresa de TI que comenzó a aventurarse en América Latina en 1996, y que acaba de inaugurar su segunda fábrica de software en México, explica que una dificultad universal en la región es "un ambiente tributario complejo", debido al cual muchos empresarios brasileños "no creen que vale la pena el esfuerzo" de invertir en sus vecinos. "Sienten que es mejor ir a EE.UU. de una vez".

Desde la óptica de su empresa, mirando país por país, "Argentina se deterioró (respecto de una década atrás); Chile continúa más o menos con el mismo perfil: estable, bien organizado, pequeño; Perú mejora como oportunidad de negocios; Venezuela, no es preciso ni hablar, es una calamidad: con cada noticia queda peor; y Colombia es lo inverso: antiguamente estaba fuera de nuestros planes y hoy entendemos que vale la pena invertir. Finalmente, México -en líneas generales- es una buena operación. Es el mejor país de América Latina después de Brasil. Este año está sufriendo con la crisis, pero todos entendemos que tiene un tamaño de mercado razonable".

A diferencia de Europa, donde siglos de odios binacionales, alianzas bélicas y traiciones han convertido en un objetivo explícito crear una identidad europea, en la región se dificulta mucho reconocer al "otro" como un par. "En América Latina, no tenemos muchos motivos para odiarnos, sin embargo, no tenemos conciencia para juntarnos y mejorar la calidad de vida de nuestros pueblos. Estamos condenados por la ignorancia", dice Schiffini Dellaméa, de SEBRAE. "Es absurdo: tengo un pasaporte que dice 'Ciudadano del Mercosur', sin embargo, no ha cambiado nada los trámites para ingresar a los países vecinos".

Adiós sovietismo

En cambio, un "activo" en este surgimiento de Brasil reside en que los brasileños valoran la estrategia de su país de evitar tomar acciones y decisiones que puedan hacerlo aparecer con una vocación imperial. "Brasil no tiene este 'espíritu imperialista' por ideología como sí lo tiene EE.UU.", dice Schiffini Dellaméa. "Lo que hay son intereses económicos que, por cuestiones de escala, acaban por influenciar la realidad de los vecinos".

Para el analista argentino Juan Toklatián, de la Universidad San Andrés, en Buenos Aires, a lo anterior se suma que "décadas atrás y hasta principios de los 90, veía a un Brasil soviético: tenía la capacidad de decir 'no' en temas regionales, pero muy poca capacidad de iniciativa y de propuesta", dice el argentino. "Hoy Brasil es el iniciador de propuestas. Algunas fracasan. Otras, para que prosperen va a pasar mucho tiempo, pero ya el cambio de actitud es un logro del país".

De hecho un embajador de un país latinoamericano en Brasília alaba la manera que Brasil ha llevado a cabo su política regional y su negativa a romper lazos con sus vecinos, menos con Venezuela. "Lula ha cumplido un rol fundamental, aunque fuera del alcance de los medios, por moderar las posiciones extremas de algunos presidentes". Ello a pesar de que Hugo Chávez ha perturbado seriamente los intereses de Brasil en algunos ámbitos específicos.

"Hay que pensar que hoy es natural que se den más conflictos, porque nuestras relaciones eran escasas y conforme crecen dan margen a más discusiones", dice Botafogo. ¿Estamos frente a un apogeo desordenado que, precisamente, por ello no durará? No necesariamente. Si Brasil mejora y potencia su sintonía fina diplomática y logra inspirar a los latinoamericanos con su prosperidad y creatividad, tal vez el siglo XXI sea "el siglo de Brasil" en el sur del Hemisferio Occidental.

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