martes, 8 de julio de 2008

EL “SÍNDROME DE CHINA” SE EXTIENDE POR AMÉRICA LATINA


Luis Esteban González Manrique

La visita del presidente brasileño, Luiz Inácio “Lula” da Silva a China, en mayo de 2004, acompañado de nueve ministros y una comitiva de cuatro centenares de empresarios de los sectores alimentario, químico, construcción, maquinaria, servicios y aviación es ilustrativa de la creciente importancia que ha adquirido el gigante asiático para América Latina.

Pero el “síndrome de China” es especialmente agudo en Brasil, un país que representa la mitad del PIB sudamericano: el gigante asiático es ya el segundo mayor mercado para sus exportaciones y Brasil es, a su vez, el mayor socio comercial de China en América Latina, con un intercambio comercial de 6.680 millones de dólares en 2003. Sólo en el primer trimestre de este año, esa suma alcanzó los 2.195 millones de dólares. En 2003 las exportaciones brasileñas a su mercado aumentaron un 153%. Brasil espera que sus exportaciones a China lleguen a 5.000 millones de dólares en 2004.

El voraz apetito chino de materias primas ha sido una bendición para la endeudada economía brasileña y especialmente para sus productores de soja, hierro y acero, que suman las dos terceras partes de sus exportaciones. En Brasil, la Companhia Vale do Rio Doce (CVRD), el mayor productor mundial de hierro, ha visto aumentar sus ventas a China un 33% al año entre 1998-2002, convirtiéndose en su principal cliente.

Ahora CVRD acaba de constituir un joint-venture con la compañía china Shanghai Baosteel Group Corp. para construir dos plantas siderúrgicas en Brasil, con una capacidad productiva de 4 millones de toneladas de acero al año, para lo que invertirá 2.000 millones de dólares en el estado de Maranhao, en una de las mayores inversiones de una empresa china fuera de su país.

Pero casi no existe ningún sector económico que no haya sentido –para bien y para mal– el empuje del dinamismo económico chino. Pocos factores gravitan tanto en las negociaciones sobre el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) como la alargada sombra de China en la mesa de negociaciones. Según el secretario general de la Organización de Estados Americanos, César Gaviria: “El temor a China está flotando en el aire. Es un desafío, no sólo en el área de mano de obra barata, sino también en tecnología y atracción de inversión extranjera.”

Según la CEPAL, en 2003 la inversión extranjera directa (IED) al conjunto de la región descendió en un 19%, hasta los 36.700 millones de dólares, frente a los 55.000 millones que atrajo China. En 1998 la IED a América Latina fue de 88.000 millones de dólares.

El representante de Comercio de EEUU, Robert Zoellick, ha advertido a los brasileños que sin el ALCA correrían el riesgo de ser barridos por China en el mercado de EEUU. De hecho, la CEPAL atribuye la caída de la IED al fracaso de Brasil y México en mantener su atractivo como destino privilegiado de las inversiones de las multinacionales: México pasó de 14.400 millones de dólares en 2002 a 10.700 en 2003 mientras Brasil bajó a 10.100 millones, un 40% menos que en 2002.

El boom de las materias primas

Después de casi más de una década de declive, los precios de todo tipo de materias primas han experimentado en los últimos doce meses un considerable aumento gracias, en gran parte, a China: sus importaciones de petróleo crecieron un 30% en 2003, las de cobre un 15% y las de níquel se duplicaron. Según el Asian Development Bank, el gigante asiático es hoy el mayor consumidor de cobre, estaño, zinc, platino, acero y hierro y uno de los mayores importadores de aluminio, plomo, níquel y oro: en 2003 consumió el 50% del cemento mundial, el 30% del carbón, el 36% del acero y el 25% del aluminio y el cobre.

Como resultado, los precios del acero, el platino, el cobre, el hierro, el aluminio y el níquel están en sus niveles más altos en muchos años. El índice de precios industrial-commodity del Economic Intelligence Unit que rastrea las variaciones en una cesta de minerales refinados de la London Metal Exchange ha subido un 30% desde enero de 2002. El oro, hoy en torno a 400 dólares la onza, se ha convertido en la primera exportación del Perú. Según la Sociedad Nacional de Minería del Perú, las exportaciones de minerales en el primer trimestre produjeron 1.500 millones de dólares, un 52,3% más que en el mismo periodo del año pasado. La subida del estaño aumentó en un 27% en 2003 los ingresos de Bolivia por ese metal.

Por su parte, la subida del cobre –con un precio medio de 0,80 dólares la libra en 2003 y de 1,34 dólares en lo que va de año– ha hecho que Codelco, la empresa cuprífera estatal chilena, haya anunciado que aumentará su producción un 13% este año con una inversión de 1.400 millones de dólares, dado que prevé que la demanda aumentará este año un 6,6% y un 4,9% en el próximo. En 2003 sus ventas totales fueron de 3.800 millones de dólares. China ha multiplicado por seis su demanda de cobre desde 1990. Hoy Chile y China negocian un acuerdo de libre comercio. El año pasado su comercio bilateral alcanzó los 3.290 millones de dólares, un 35% más que en 2002, con las exportaciones chilenas creciendo un 52% y las de China un 17%. Todo ello se ha reflejado en los menores índices de inflación en 70 años, las más bajas tasas de interés de la región y un crecimiento previsto del 5% para este año.

Incluso la frágil economía ecuatoriana obtendrá este año un superávit comercial de 800 millones de dolores, tras un déficit de 94 millones en 2003, gracias a la entrada en funcionamiento de un nuevo oleoducto transamazónico, lo que permitirá al gobierno equilibrar la balanza de pagos. La subida del café a 0,79 dólares la libra, frente a los 0,65 de media de 2003, ha ayudado también a las economías colombiana y centroamericana.

Una complementariedad ejemplar

La agroindustria –uno de los sectores en los que Mercosur es especialmente competitivo– es una de las claves de las relaciones bilaterales por la complementariedad existente en ese campo entre ambas economías. Desde 2002, como consecuencia del desarrollo urbano, China ha perdido más de 35.000 kilómetros cuadrados de terreno agrícola. Y China debe alimentar a 1.300 millones de personas disponiendo sólo del 7% del terreno arable del mundo.

Según el departamento de Agricultura de EEUU, la producción china de arroz, maíz y trigo disminuyó hasta aproximadamente las 401 millones de toneladas en 2003, un 18% menos que en 1998, el año de mayor producción, cuando fue exportador neto de cereales. Pero en 2003 consumió 40 millones de toneladas más de grano de las que produjo. En 2004, por primera vez en cinco años, importará trigo.

En comparación, en 2003 las exportaciones agrícolas reportaron a Brasil 23.000 millones de dólares: el sector representa ya el 30% del PIB y el 40% del empleo del país si se suma la agroindustria y la fabricación de maquinaria agrícola. El país utiliza hoy sólo el 8% de sus 851 millones de hectáreas para la agricultura. Si se dejan al margen los bosques amazónicos, las reservas indígenas y áreas urbanas, Brasil tiene aún 106 millones de hectáreas de tierra fértil sin utilizar, el mayor potencial agrícola del mundo. Según el premio Nobel Norman Borlaug, que ha realizado un estudio sobre el asunto para el ministerio de Agricultura brasileño, el uso de nuevas tecnologías y una mejor distribución de la propiedad de la tierra convertirá a Brasil en el primer productor agrícola mundial en los próximos años. Brasil y Argentina ya representan el 50% de la producción mundial de soja. En Brasil los cultivos de soja han crecido por quinto año consecutivo, mientras que la demanda china se ha duplicado desde 2002, un 70% de la cual la satisface Mercosur.

En esas condiciones, los países de Mercosur son los mejor situados para “alimentar al dragón”. A cambio, esperan que para garantizar su suministro, China contribuya a financiar puertos, ferrocarriles y carreteras –incluidas redes transoceánicas hacia el Pacífico, hasta puertos del Perú y Chile– para abaratar y reducir el tiempo de transporte a los puertos chinos.

En Argentina, con el trigo a 137 dólares la tonelada, el gobierno de Buenos Aires prevé que sus exportaciones agrícolas alcanzarán este año la cifra récord de 17.000 millones de dólares, un 7% más que en 2003, cuando los aceites vegetales, los granos, la carne, la fruta y el vino representaron el 54% de las exportaciones totales, de 15.600 millones de dólares. En 2003 Argentina obtuvo 2.370 millones de dólares por exportaciones de soja.

En el sector de la energía ocurre algo parecido: China representará en 2004 la mitad del aumento de la demanda mundial de crudo y es ya el segundo consumidor mundial de petróleo después de EEUU con seis millones de barriles diarios, más del doble de la producción actual de Venezuela. Según el departamento de Energía de EEUU, el consumo energético de China crecerá un 4,3% al año hasta 2020, un ritmo cuatro veces mayor que el de EEUU o de la Unión Europea, una de las causas que explica la actual escalada de los precios del crudo.

Aunque China depende sobre todo de Oriente Próximo para su suministro de crudo, está intentando diversificar sus fuentes en Rusia, los países del Asia Central y el Caspio, Indonesia y América Latina. Venezuela y México, los principales productores petroleros de la región, son los que más se han beneficiado del alza de los precios del crudo. En Venezuela el alto del precio del petróleo ha dado al gobierno de Hugo Chávez un amplio margen para financiar el gasto social –y el clientelismo del gobierno– y estimular la economía, que se recuperará este año después de varios años de recesión.

En México, la petrolera estatal Pemex reportó exportaciones récord en 2003: 1,84 millones de barriles de crudo diarios, un 8% más que en 2002, que generaron ingresos brutos de 17.000 millones de dólares. Este año la compañía invertirá 10.000 millones de dólares en exploración y producción. Después de un crecimiento del PIB de apenas el 0,7% en 2003, las previsiones sobre el precio del crudo han hecho que el gobierno anticipe un crecimiento de la economía del 3% para 2004.

Las cifras del gigante

La preocupación para los analistas es que todo ello se trate de una burbuja pasajera como las que ha conocido repetidamente la región en toda su historia económica en torno al azúcar, el café o el caucho. Pero la creciente dirección de las exportaciones a Extremo Oriente representa una bienvenida diversificación de sus mercados comerciales, lo que permite esperar que ésta vez el auge sea sostenible.

Mucho dependerá de que el propio crecimiento chino también lo sea, algo que pocos analistas ponen en duda a pesar de eventuales desaceleraciones, las fallas estructurales de sus sistemas productivo y financiero e incluso de las turbulencias políticas. En 2015 la población urbana de China, que es hoy del 32%, representará el 50% de la población, lo que abre la posibilidad de que China crezca al 9% anual hasta 2020, cuando podría superar el PIB de EEUU y concentrar el 50% de la producción manufacturera mundial.

China está ya a punto de superar a Japón como segunda potencia comercial y en una década más podría equipararse a EEUU y la Unión Europea. Sus reservas de divisas, de 400.000 millones de dólares, son las segundas del mundo, después de las de Japón. Según un reciente informe sobre mercados emergentes del banco de inversiones Goldman Sachs –Dreaming with Brics: The Path to 2050–, en 2050 China, si se cumplen sus previsiones, será la primera economía mundial con un PIB de 44,45 billones de dólares, seguida por EEUU (35,16), India (27,80), Japón (6,67), Brasil (6,07), Rusia (5,87), Reino Unido (3,78), Alemania (3,60) y Francia (3,15). En términos del PIB medido en dólares, China podría superar a Alemania en los próximos cuatro años, a Japón en 2015 y a EEUU en 2039.

En ese contexto, la asociación comercial entre Brasil, Rusia, India y China (cuyas iniciales forman el acrónimo ‘BRICs’) tiene una lógica contundente. Si hasta 2050 Brasil crece a una media anual del 3,5%, superará a Italia en 2025, a Francia en 2031 y a Alemania y el Reino Unido en 2036. Por ello Lula habla de la “afinidad de pensamiento” entre los BRICs sobre la necesidad de crear “una nueva geografía del comercio mundial”.

Los autores del estudio de Goldman Sachs, Dominic Wilson y Roopa Purushothaman, han introducido en sus cálculos variables como el cambio demográfico, la acumulación y el movimiento de capitales, el aumento de la productividad y el impacto de los tipos de cambio en la capacidad de consumo y la inversión. Las estimaciones de Goldman Sachs se ven corroboradas por los precedentes históricos: entre 1955 y 1985 el PIB de Japón se multiplicó por 8 –desde bases iniciales de renta per cápita no muy diferentes a las de algunos de los BRICs– y la producción industrial lo hizo por 10.

La principal locomotora de ese proceso virtuoso será China. Desde 1995 sus importaciones han crecido a un ritmo dos veces más rápido que el de EEUU y ya es el tercer importador mundial después de EEUU y Alemania. Hoy un 75% de la IED a Asia se dirige a China. Sus ventajas comparativas son múltiples: una casi ilimitada oferta de fuerza laboral cualificada con costes cuatro veces inferiores a los de México; plataformas de producción de creciente poder tecnológico y la ausencia de riesgo cambiario.

Como resultado, las exportaciones totales chinas se han multiplicado por ocho –hasta los 380.000 millones de dólares– entre 1990 y 2003, un 6% del total mundial, cuando eran un 3,9% en 2000. Según el Banco Mundial, un 17,5% del crecimiento de la economía mundial en 2002 correspondió a China. Según Volkswagen Asia-Pacific, fabricar un automóvil en China cuesta hoy un 16% más que en Alemania pero esa diferencia terminará en 2006, cuando podría pasar a ser el tercer fabricante mundial después de EEUU y Japón.
Ganadores y perdedores

Como en cada ocasión en que ha irrumpido un gigante comercial en el escenario económico mundial, ésta vez también habrá ganadores y perdedores. Las mayores víctimas del ascenso de China son sus competidores en la cadena de producción de tecnología media y baja. El título de un reciente informe de Goldman Sachs (Los efectos agridulces de China en América Latina) subraya esa ambivalencia.

México –que ha sido sobrepasado por China en 2003 como segundo mayor exportador a EEUU– es el país de la región que más está sintiendo ese impacto con la caída de sus exportaciones a EEUU, además del traslado de 300 maquiladoras hacia China, donde el coste de la electricidad es dos veces menor. El mercado de la ropa en EEUU está ya dominado en un 12% por textiles chinos y podría llegar al 30% una vez que se eliminen las cuotas actuales.

Muchas de las ventajas para México del tratado de libre comercio de América del Norte (Nafta) se han desvanecido. Según una investigación del Credit Suisse First Boston (CSFB), la competencia china le ha costado a México 9.100 millones de dólares en exportaciones (un 1,5% del PIB). En 2003 las exportaciones mexicanas perdieron cuota de mercado en EEUU por primera vez desde 1986: en 2003 las exportaciones chinas captaron un 73% de la cuota de mercado del sector industrial de EEUU, mientras que las mexicanas lo hicieron en un 43%.

En los últimos cinco años, esa proporción ha crecido un 30% para las exportaciones chinas mientras que las mexicanas lo han hecho sólo en un 6%. El sector de componentes de ordenadores y accesorios informáticos mexicano es el que más ha perdido terreno a favor de China en EEUU (1.300 millones de dólares) y en televisiones y equipos de video otros 710 millones. México ha perdido 500.000 puestos de trabajo en la industria manufacturera desde 2002.

En textiles la situación es incluso más grave. La liberalización del mercado textil a partir del 1 de enero de 2005, cuando expire el acuerdo multifibras de la Organización Mundial de Comercio, que supondrá el fin del sistema de cuotas vigente desde 1974, hará que China se erija como el líder mundial indiscutido: actualmente importa el 80% de las máquinas textiles del mundo y podría acaparar pronto el 45% de un mercado mundial que mueve 500.000 millones de dólares anuales.

Un obrero textil chino gana una media de 73 dólares al mes, frente a los 102 dólares de uno dominicano. Como resultado, EEUU puede perder 500.000 puestos de trabajo en esa industria, prácticamente su totalidad, y los países latinoamericanos, africanos y del sureste asiático otros 30 millones de empleos. Pero ya es demasiado tarde para restablecer las cuotas, que sólo prolongarían lo inevitable.

La industria textil mexicana vende unos 16.000 millones de dólares anuales (un 7% del PIB manufacturero) y emplea al 18% de los trabajadores fabriles. Entre 1994 y 2000, por el efecto de las maquiladoras y el Nafta, el número de trabajadores del sector se duplicó, desde los 306.000 a los 749.000 empleados. La propia balanza comercial de México con China es deficitaria. Y donde podría competir por su cercanía al mercado estadounidense, como en servicios como los “call-centres”, no lo puede hacer por la escasa cantidad de mexicanos que hablen fluidamente inglés.

La prescripción de Sebastián Edwards, economista chileno de la Universidad de Los Ángeles, para que la región enfrente ese desafío es sencilla: si quiere exportar algo más que materias primas a China, tendrá que añadir valor a sus exportaciones. Brasil ha seguido ese consejo, combinando los productos agrícolas con los aviones de Embraer, el mayor fabricante mundial de aviones de mediano tamaño, que hoy construye en China en un joint-venture sino-brasileño. Con la visita de Lula a China, Brasil espera promover también la penetración en su mercado de muebles, cosméticos y equipos médicos.

En gran parte el desafío chino es educativo: mientras en China se gradúan en las universidades cada año 300.000 nuevos ingenieros, en México el 51% de los estudiantes siguen carreras de ciencias sociales y humanidades, mientras sólo el 28% estudia ingeniería, física o matemáticas. En las mayores universidades de Brasil, esas cifras son del 52% y del 17% respectivamente. En Argentina el 40% de los universitarios están matriculados en derecho, sociología, psicología y filosofía, mientras únicamente el 3% estudia ciencias exactas.

Mientras México mejoró su competitividad en áreas específicas, China lo hizo mucho más rápido en capacitación de sus trabajadores, infraestructuras, logística, electricidad, gestión administrativa, tecnología y control de calidad. Y México está desarrollando una estrategia para suministrar a China las materias primas que su industria necesita mientras que en el Congreso están paralizadas las reformas del sistema energético para abrir el sector a la inversión extranjera.

Por otra parte, las mayores cautelas del informe de Goldman Sachs sobre los BRICs están centradas en Brasil: en los años 90, la media de inflación brasileña fue del 548% y el déficit fiscal del 21,12% del PIB, frente al 8% de inflación y 2,3% de déficit fiscal de China. Brasil no ha estado creciendo en los últimos años en los niveles de los demás BRICs. El sector comercial chino es ocho veces mayor que el brasileño mientras su tasa de ahorro es del 18% del PIB frente al 36% de China.

Conclusiones

La emergencia de China como gran potencia económica mundial marcará en buena parte el futuro de la economía latinoamericana en las próximas décadas. El riesgo es que la dependencia respecto al mercado chino haga a la región vulnerable a sus cambios cíclicos, sobre todo ahora, cuando aumentan los indicios del recalentamiento de su economía. Las cifras oficiales chinas señalan un crecimiento del 9,9% en 2003 con una inflación del 10%.

La excesiva inversión en activos fijos –un 43% en el primer trimestre– y la burbuja inmobiliaria en ciudades como Pekín y Shanghai han hecho crecer el temor de que se aproxime un aterrizaje brusco de la economía china. En las actuales circunstancias, las turbulencias que ello provocaría se dejarían sentir desde São Paulo a Caracas. De hecho, los precios de las materias primas, aunque todavía altas, cayeron en abril debido a las previsiones de una desaceleración del crecimiento chino. En la bolsa de São Paulo, por ejemplo, las siderúrgicas bajaron un 15% en abril por las noticias que venían de China.

Sin embargo, todo ello palidece en relación al potencial de crecimiento que representa el mercado chino en los sectores más competitivos de las economías latinoamericanas. El reto para la región es aprovechar el aumento de sus ingresos por exportaciones para invertir en los campos en los que se jugará el futuro de sus economías: formación de capital humano e inversiones en tecnología e infraestructuras que permitan añadir valor a sus exportaciones.

MODELOS POLÍTICOS INTERNOS Y POLÍTICA EXTERIOR EN AMÉRICA LATINA


Carlos Pérez Llana

En nuestra región, es un lugar común recurrir a la vieja pregunta de si es posible hablar de "América Latina" como una sola entidad. ¿Es correcto postular su integración? ¿Hay un proyecto de unidad? La cuestión no está saldada. No obstante, uno de los aportes recientes más esclarecedores ha sido el de Mario Vargas Llosa, en su disertación titulada "Sueño y realidad de América Latina" (presentada en el Seminario Internacional "América Latina: ¿integración o fragmentación?", organizado por la Fundación Grupo Mayan, el Instituto Tecnológico Autónomo de México, el Woodrow Wilson International Center for Scholars y esta revista en abril de 2007, en la ciudad de México), donde trata de explicar por qué muchos pensadores han intentado alejarla de Occidente y convoca a realizar, en lo político, proezas semejantes a las de los creadores de la cultura latinoamericana; para ello, recomienda "menos delirios, más sensatez y racionalidad".

No puede negarse que existen procesos vinculados al desarrollo económico y político que guardan estrechas similitudes en toda la región: colonización ibérica en el continente; guerras de independencia; creación de los Estados-nación; formación intelectual de las élites del siglo XIX; inserción en la economía internacional como proveedores de materias primas; esquemas de industrialización sustitutiva; modelos y regímenes políticos. En suma, existe una compleja agenda que nos asemeja, y que permite a analistas y observadores referirse al conjunto caracterizándolo como una unidad.

En materia de patrones de inserción internacional, encontramos diferencias y paralelismos históricos asociados a la geografía, a la dotación de recursos, a las alianzas diplomáticas y a las lecturas políticas del mundo. Postulando una singularidad latinoamericana, sí puede afirmarse que, en términos generales, los países de la región modificaron en tiempos recientes su agenda externa más por razones económicas que ideológicas. Con la excepción del régimen castrista, en la América Latina de los noventa los procesos de apertura económica, reforma del Estado y privatizaciones demandaron cambios de política exterior asociados a las transformaciones internas, cuando en el mundo el fin de la Guerra Fría fue lo que en gran medida explica el cambio de los paradigmas externos.

Tras estas salvedades, corresponde analizar, finalizada la década de los noventa, las vinculaciones existentes entre modelos políticos y política exterior. Se trata de un retorno al análisis clásico, en el cual la política está jerarquizada y la economía ocupa un lugar menos relevante, algo desacostumbrado, ya que la disciplina económica ejerció una virtual hegemonía en el espacio de las ciencias sociales latinoamericanas. Obviamente, la inversión de los paradigmas y el retorno a "primero lo político" tienen su explicación: las políticas económicas aplicadas en los noventa impactaron en el tejido social de la región al incrementar las brechas sociales. En algunos casos ese impacto hizo caer a los regímenes políticos; en otros, los gobiernos debieron hacerse cargo de políticas públicas activas y de contención social.

Esta lectura resulta insoslayable en América del Sur, pero no necesariamente apropiada para interpretar la realidad centroamericana y mexicana. En el istmo centroamericano la agenda política está fuertemente asociada a temas específicos; por ejemplo: la relación preponderante con Estados Unidos, las diásporas que vertebran una red anglohispana, las migraciones, el narcotráfico y la creciente integración intra y extrarregional. Regresando a la vinculación entre esa geografía latinoamericana y Estados Unidos, lo mejor es aludir a una agenda "interméstica", que abarca remesas, viajes y redes crecientes. En ese mundo on line, las percepciones acerca de Washington poco se asemejan al creciente sentimiento antiestadounidense que anida en muchos países latinoamericanos.

Modelos políticos sudamericanos

La actual división política sudamericana se construye, primordialmente, con base en un corte: populismo vs. socialdemocracia. Sólo algunos países escapan a esta lógica: Colombia, Paraguay y Brasil.

El populismo constituye un modelo de representación de las formas de un objeto real, que responde a una vieja tradición latinoamericana. Existen, claro está, versiones civiles y militares, pero lo que da identidad al modelo es la existencia de un líder -- generalmente carismático -- y el rechazo a la democracia representativa. El peronismo es el arquetipo en el populismo militar como lo es el varguismo en el populismo civil. Además de la naturaleza de los liderazgos, el populismo estuvo asociado a la incorporación de los sectores bajos a los procesos de desarrollo industrial, impulsados desde el Estado, y a la creciente urbanización. En lo que hace a la política exterior, los populismos por lo general surgieron en el mundo de la Guerra Fría y se adscribieron a Occidente. Ningún populismo apostó al bloque soviético y el "tercerismo" peronista estuvo asociado a la búsqueda de una opción intermedia, entre comunismo y capitalismo, pero no buscó aproximarse al "progresismo" de inspiración marxista y afín a la Unión Soviética.

El populismo sudamericano contemporáneo se destaca por la existencia de un elemento aglutinador: el sentimiento antiestadounidense, acompañado por un discurso contra la globalización. Además, este populismo pretende encarnar la antítesis del noventismo, entendiendo por tal el neoliberalismo vulgarmente asociado al Consenso de Washington. En términos de representación, el soporte social es una alianza variopinta: nacionalismo, indigenismo, cesarismo militar, castrismo y marxismo postsoviético. El soporte externo son los petrodólares venezolanos que fluyen en apoyo de una "democracia de la calle", surgida de las cenizas de las democracias representativas que supieron colapsarse en la primera mitad de la década, por ejemplo en Argentina, Bolivia y Ecuador. Esta alianza pudo haberse impuesto también en Perú, en el caso de haber triunfado Ollanta Humala, con el apoyo de Chávez, injerencia en plena campaña electoral que motivó el llamado de embajadores. Aún hoy el tema continúa. Así, bajo el gobierno de Alan García las relaciones han vuelto a tensarse, debido al respaldo chavista a huelguistas y activistas peruanos.

Finalmente, la evocación al populismo sudamericano contemporáneo está indisolublemente ligada a la naturaleza antirrepublicana y a su adscripción a la democracia no liberal. En efecto, estos gobiernos, cuyo epítome es el chavismo, no respetan la división de poderes, paralizan virtualmente al Poder Legislativo presionándolo con la facultad de veto organizada que se moviliza al ocupar "la calle" al servicio del gobierno y avanzan sobre el Poder Judicial. La ausencia de división de poderes, la falta de transparencia, la creciente corrupción y los ataques a la prensa confluyen en una versión de democracia donde los vestigios que aún sobreviven a ella restringen la legalidad, es decir, elecciones donde el gobierno, por medio de amenazas, utilización de dineros públicos, propaganda y distribución de favores, logra consagrarse en las urnas. La prueba de la escasa adhesión a la cultura democrática es el reeleccionismo perpetuo al que se adhieren estos populismos. El patrón común es la reforma de las constituciones y, si bien el bolivarianismo hoy no impulsa la presidencia vitalicia que postulaba Bolívar, utiliza en verdad el atajo de la reelección permanente. Venezuela ya lo ha impuesto, Bolivia y Ecuador están en camino, mientras en Argentina la variante populista es el continuismo nepotista vía la "abdicación" del presidente en favor de su cónyuge, algo que el propio Perón no hizo con su esposa Evita.

El modelo socialdemócrata se basa en valores muy precisos, cuyo origen se remonta al debate socialista del siglo XIX, que tuvo lugar en el Congreso Socialista alemán en torno a la "desviación estática" expresada por Kautsky y enfrentada a las ideas reformistas de Bernstein, padre de la socialdemocracia. Este pensamiento, de cuño europeo, mantuvo siempre su fidelidad a un cuerpo central de ideas: 1) libertad; 2) democracia; 3) solidaridad; 4) supeditación a la ley; 5) búsqueda de la paz; 6) opción por la negociación, y 7) autonomía. Este último aspecto resulta clave porque allí colisionan socialdemócratas y populistas. Para los primeros la autonomía equivale a responsabilidad, la del individuo comprometido con una empresa colectiva que al aceptar la existencia del otro rechaza que le impongan conductas. Por el contrario, el populismo no cree en las instituciones, las pretende reemplazar por la relación líder-masa. El argumento es común: el presidente "habla con el pueblo"; se trata de monólogos que el populismo ha impuesto, en reemplazo de los debates y de las preguntas "molestas" de la prensa libre.

Para el modelo socialdemócrata, adaptado a las circunstancias latinoamericanas, la reducción de la pobreza pasa por incorporarse al trípode comercio/tecnología/inversiones, y el fortalecimiento de la sociedad civil supone el incremento de la autonomía cívica, al integrarse socialmente vía la ciudadanía y al excluir la opción clientelar. Según estas ideas, el respeto a la ley y la construcción de instituciones resulta vital. En este paradigma no se concibe a la libertad sin orden y no existe el progreso sin una adecuada inserción internacional. En ese esquema no se trata de practicar una diplomacia alineada, sino de buscar la mayor autonomía por medio de un Estado dotado de una masa crítica de poder construida sobre la mayor dosis de integración al mundo.

Chile, donde la concertación socialista-demócrata cristiana ha gobernado desde el retorno a la democracia, es el ejemplo más acabado de adaptación del clásico modelo socialdemócrata europeo a las condiciones latinoamericanas. Al igual que en Europa, la relación partido y sindicatos democráticos marca la diferencia. Políticas sociales activas, obra pública con fuerte énfasis en la infraestructura, igualdad de oportunidades, "ascensor social" y economía de mercado constituyen algunas referencias insoslayables. También habita en este modelo cierta influencia blairista, en el sentido de adaptar la gestión de gobierno a las condiciones que impone un contexto económico internacional cada vez más globalizado. Perú y, sobre todo, Uruguay, con sus particularidades, integran este lote.

Los modelos singulares son los que están más allá del espacio gravitacional conformado por el populismo y la socialdemocracia. El trípode lo integran Colombia, Paraguay y Brasil.

Colombia constituye un verdadero "laberinto político". No sólo el sistema está atado a una lógica política que remonta a la formación del Estado-nación en el siglo XIX, sino que el presente constituye una muestra notable de singularidades. El presidente Uribe es un heredero de la matriz decimonónica liberal/conservadora. Filosóficamente hablando, se trata de un conservador que incluso sintoniza con el neoconservadurismo estadounidense, pero que en términos de estilo político no se aleja demasiado del populismo, por ejemplo en materia de comunicación, al tratar de evitar las mediaciones y de potenciar el personalismo en el supuesto diálogo directo con el pueblo. Uribe decididamente no comulga con el respeto liberal hacia las instituciones. Así, contra reglas y preceptos, reformó la Constitución para habilitar su reelección. En términos operativos, el modelo colombiano pretende una síntesis entre capitalismo nacional y capitalismo abierto, en un contexto signado por la violencia que remite a un triángulo que contiene al Estado, los cárteles de la droga y los paramilitares protegidos desde las estructuras gubernamentales. También particulariza este modelo su patrón de inserción internacional, decididamente alineado con Estados Unidos, más allá de quien habite en la Casa Blanca. Cabe recordar que es uno de los países que recibe mayor ayuda militar de Washington, justificada en términos de lucha contra el narcotráfico y, a partir del 11-S, el terrorismo.

Paraguay también constituye una singularidad. Desde 1954 se consolidó allí un modelo político sustentado en las Fuerzas Armadas y en el histórico Partido Colorado. La dictadura de Alfredo Stroessner guarda algunas similitudes con el populismo, y de hecho supo integrar una especie de "internacional de dictaduras militares". Este régimen, dotado de ceremonias electorales condicionadas, pudo sortear la oleada democrática ochentista y ha logrado mantener una alianza de poder cuya inteligencia consiste en imponer un relato histórico donde sus protagonistas se atribuyen el haber terminado con la dictadura de Stroessner; de esta manera el régimen logró sobrevivir. En virtud de las demandas sociales y por cuestiones de imagen, hoy la cara visible del poder es el Partido Colorado, acompañado por las Fuerzas Armadas, corporación donde siempre anida la tentación populista de algún general que de tiempo en tiempo desafía al poder establecido. En materia externa, el bloque de poder está obligado a demostrar que en el gobierno no existen zonas grises -- esto es corrupción y todo tipo de tráficos -- ; de allí la necesidad de mantener la mejor relación posible con Estados Unidos. Este alineamiento, por cierto histórico y muy estrecho durante la Guerra Fría, se refiere básicamente a las cuestiones de seguridad, por ejemplo estacionamiento de tropas, maniobras militares, bases, Triple Frontera, etc. En ese orden de cosas existen muchas similitudes con el caso colombiano, sobre todo después de la llegada al gobierno, en la vecina Bolivia, de Evo Morales.

Brasil es, sin duda, una categoría en sí mismo. En el caso del gobierno del presidente Lula Da Silva se destaca la preeminencia de un partido de base obrera, en el que habita un acendrado sincretismo ideológico y la existencia de un liderazgo consolidado y construido desde una doble geografía que marcó al líder: el nordeste y el estado de São Paulo. El insoslayable carisma del ex dirigente sindical, circunstancia que podría haberlo acercado al populismo, no está acompañado por un desprecio a las instituciones ni por el rechazo al sistema de la democracia representativa. Pruebas al canto: Lula manifestó su apoyo a una reforma constitucional que impida la reelección del presidente. Tampoco es un emergente post-crisis, como Chávez, Correa, Morales y Kirchner, sino que su arribo a la primera magistratura fue el resultado de una persistente y transparente carrera política, jamás asociada a la utilización de recursos estatales.

Desde una lectura ideológica, la existencia de un partido socialdemócrata complica el análisis político, porque la competencia electoral se establece entre el oficialista Partido de los Trabajadores (PT) y el partido Social Demócrata (PSD). Por esa razón resulta difícil aludir a un modelo de representación definido, pero en términos operativos es posible el hallazgo de definiciones más claras. Brasil cuenta, apelando a la historia, con un proyecto nacional basado en cuatro ejes: desarrollismo económico, integración de clases sociales y geografía, identidad cultural y protagonismo internacional. Sobre este cuadrilátero se asienta una agenda pública que muta pero que mantiene sus esencias. Políticamente hablando, la geografía y la economía otorgan viabilidad a una manera de reflexionar donde conceptos como autonomía, independencia, modernización y visión ocupan lugares centrales. Por ello existe en Brasil una clase dirigente dotada de cultura estratégica -- su falla explica en gran medida la devaluación estratégica de Argentina -- , en cuyo seno la burguesía económica posee protagonismo nacional y vocación global. Esta singularidad explica por qué en el país con mayor capacidad autonómica de América del Sur el autarquismo no prospera, a la vez que su clase dirigente se esfuerza en establecer la mejor cohabitación posible entre lo nacional y lo global.

Modelos políticos y política exterior

Política exterior populista. La diplomacia del populismo chavista se explica en el marco del sentimiento antiestadounidense y la antiglobalización. De esta forma se entiende por qué los altermundistas europeos y los antiimperialistas islámicos se identifican con las posiciones de Chávez. La debilidad de Bush, luego de la fracasada experiencia iraquí, también explica el discurso y la práctica chavista orientada a erosionar el unilateralismo estadounidense. En términos prácticos, la política exterior venezolana adquiere sustentabilidad por tratarse de un "petroestado", como la teocracia iraní y la Rusia de Putin. En términos de marco teórico, esa política no implica la adhesión a un modelo de equilibrio de poder, inviable en las actuales condiciones internacionales, pero sí a un soft balancing [equilibrio por poder blando] que busca interponer obstáculos a la política de Washington. Esta confrontación de baja intensidad la ensaya Chávez en América Latina, ya que en el mundo en desarrollo su fracaso fue claro cuando no logró apoyos suficientes para la candidatura venezolana al Consejo de Seguridad.

En la región, Caracas pretende asumir un "liderazgo de sustitución revolucionario", al heredar el espacio del castrismo. La edad y la salud de Fidel Castro facilitarían el recambio, mientras las petrodivisas lubrican la proyección de un chavismo que no enfrenta las restricciones que siempre debió soportar La Habana, al depender durante la Guerra Fría de los intereses de Moscú. De esta forma, un Estado sin recursos, Cuba, se está acoplando a una geografía con recursos pero sin Estado: Venezuela. Así se explica, entonces, el papel de los técnicos cubanos instalados en Venezuela y Bolivia en sectores diversos, por ejemplo en salud, servicios de inteligencia, educación, comunicaciones, etcétera.

Este liderazgo supuestamente revolucionario, al servicio del "socialismo del siglo XXI", enarbola una "diplomacia activa". Se trata de comprar Bonos y Títulos argentinos; de suscribir acuerdos energéticos con gobiernos ideológicamente afines; de proponer la construcción de gasoductos de dudosa viabilidad técnica; de firmar acuerdos de cooperación militar con Bolivia -- que incluyen la construcción de bases en todas las fronteras del Altiplano -- o de impulsar un Banco del Sur, y esa diplomacia ensaya también diversas formas de intervención interna. Por ejemplo, apoyar a candidatos presidenciales bendecidos desde Caracas; desconocer triunfos electorales, como ocurrió en México; actividades proselitistas de sus embajadores; financiamiento de "cuadros" chavistas, como ocurre en Argentina, etcétera.

Un capítulo aparte es la diplomacia petrolera venezolana. Chávez, al igual que Putin, practica una "disuasión energética". Ambos no sólo obtienen y gastan recursos, sino que también aplican políticas de seducción y chantaje. En el caso de Rusia es evidente: a través de la empresa estatal Gazpron presiona a los países que formaron parte de la Unión Soviética amenazándolos con interrumpir las ventas de gas y con súbitos incrementos arancelarios. Así ocurrió con Ucrania y más recientemente con un fiel aliado, Belarús. Además, a través de la política de gestión de los ductos, Moscú asfixia a los países mediterráneos de Asia Central, también ex integrantes de la URSS. Simultáneamente, a través de la política energética Moscú divide a Europa, un cliente que depende en exceso del gas ruso. Algunos países del viejo continente, como Alemania, sostienen que no es posible obviar a ese proveedor mientras que otros buscan sustitutos en nuevas geografías, impulsando por ejemplo la construcción de gasoductos afroeuropeos.

Chávez pretende emular a Rusia con sus recursos energéticos, y por esa razón impulsa el Gasoducto del Sur, ofrece petróleo barato a determinados países y en Ecuador y Bolivia avanza aprovechando las debilidades de ambos gobiernos. En el caso de Bolivia fue notorio el apoyo, desde Caracas, a las expropiaciones de Evo Morales, que básicamente afectaron a la empresa brasileña Petrobras. Lo que tal vez ignora el indigenismo del Altiplano es que su mercado natural es el brasileño y que un día no demasiado lejano ese gas resultará prescindible para Brasil. El liderazgo petrolero es decisivo para Chávez, un antiimperialista que depende de las compras estadounidenses y que sin embargo critica a los países que buscan suscribir acuerdos de libre comercio con Washington. Por esa razón ha salido a deslegitimar la opción de los biocombustibles impulsada por Brasil, sobre todo después del Acuerdo de Cooperación firmado con Estados Unidos, en ocasión de la visita de Bush a Brasilia.

La excentricidad de Chávez, apoyada en la riqueza petrolera, lo asocia a una figura emblemática de los setenta, el líder libio Khadafi. El antiimperialismo y el nacionalismo son los soportes de un liderazgo perturbador, en términos del sistema internacional, e intervencionista en términos de política regional. Mientras Chávez amenaza con desestabilizar a sus adversarios, a través de militantes financiados, y realiza abultadas compras de armamentos, Khadafi protegió a terroristas como "Carlos" e intervino en la vida política de países vecinos, como Chad y Sudán, mientras vendía su petróleo a Estados Unidos. Convertido en icono del Tercer Mundo, Khadafi terminó revisando su política, asediado internamente por el islamismo en el momento en que debía poner a prueba el régimen que él fundara para consagrar sucesor a su propio hijo.

Más allá de una diplomacia global dudosamente eficaz, que lo acerca a Irán, que trata de armar alianzas con Rusia y con la dictadura bielorrusa, en el nivel regional la política exterior de Venezuela, con un discurso bolivointegracionista, termina exacerbando el nacionalismo y la fragmentación. Sataniza a los gobiernos que negocian tratados de libre comercio con Washington, pero su petróleo y su gasolina se procesan y venden sin aranceles en Estados Unidos; busca afanosamente instalar bases en Bolivia, pero aconseja al presidente de Ecuador cerrar las bases extranjeras; alude a la integración, pero se retira de la Comunidad Andina e incita reclamos de soberanía que mal encarados pueden terminar como fuente de conflictos; pide ingresar al Mercosur y luego afirma que el esquema cambia o muere, y finalmente impulsa la Alternativa Bolivariana para América Latina, un "club anti-ALCA" integrado por Bolivia, Cuba, Nicaragua y Venezuela, alianza ideológica escasamente atractiva que, lejos de unir, divide.

Política exterior socialdemócrata. La política exterior del modelo socialdemócrata es, ante todo, institucionalista. Trata de ensamblar ambas dimensiones de la diplomacia, lo multilateral y lo bilateral. En el caso chileno, el interés por lo global ha significado incluso cierta despreocupación por lo regional. Sin embargo, luego del golpe de Estado en Bolivia contra Sánchez de Losada, con quien el gobierno de Santiago negociaba un acuerdo gasífero que incluía un puerto boliviano en el Pacífico con "soberanía funcional", y de las declaraciones de Chávez en apoyo de Bolivia, sumadas a los acuerdos de cooperación militar suscritos entre La Paz y Caracas, Bachelet se ha visto obligada a sumar al "vecindario" a la perspectiva comercialista global.

Nadie abandona el éxito, de allí que el empeño manifestado por Chile en el ingreso al lote de países previsibles se mantiene, y seguramente la invitación a ingresar a la OCDE se anota en esa línea. Sin duda, la desaparición física de Pinochet simplifica el desempeño internacional trasandino. Ahora es mucho más fácil potenciar externamente la idea de una "marca Chile", imagen que sintetiza calidad institucional, primacía del derecho, vigencia plena de libertades, transparencia, baja corrupción, alta tasa de informatización y respeto de los compromisos, que rinde al país múltiples beneficios a la hora de captar inversiones, de suscribir acuerdos de libre comercio que le abren mercados y de promover actividades como el turismo.

Claro está que la idea de un país insular, capaz de penetrar mercados e involucrarse fuertemente en la geografía Asia-Pacífico, puede llevar -- al no ser Chile miembro pleno de los mecanismos formales de integración -- a un creciente alejamiento de la agenda regional si su diplomacia no extrema cuidados. Esta "tentación insular" de un país que concentra su mirada hacia el Pacífico podría consolidarse en dos circunstancias: a) si Argentina, Brasil y Chile no advierten la necesidad de revitalizar una vieja opción diplomática, "el ABC", y b) si en las próximas elecciones presidenciales un candidato del bloque de la derecha llegara al Palacio de la Moneda.

Al observar desde Santiago a la subregión, la turbulencia y la ola expansiva que provoca el populismo -- sobre todo en su dimensión indigenista, su sesgo militar y la siempre presente expresión nacionalista cargada de reclamos geográficos que sensibilizan a los chilenos -- ora puede consolidar la opción Pacífico/insular, ora puede contribuir a revitalizar la idea de preservar en el Cono Sur el orden y la estabilidad. En esta última opción un ABC afianzado funcionaría como un "ancla diplomática", capaz de neutralizar todo tipo de injerencias externas asociadas a liderazgos carismáticos o intereses hegemónicos. Una carrera armamentista y un escenario de Estados fallidos no son hipótesis descartables, y de allí la importancia de construir un polo de racionalidad diplomática. Obviamente, este escenario exige un Brasil comprometido -- y en tal sentido Lula parece estar advirtiendo en su segunda presidencia los peligros y problemas -- y una Argentina capaz de definir una política exterior basada en intereses, no dependiente de la ideología ni de los "favores" venezolanos.

Uruguay y Perú también parecen definir sus políticas exteriores bajo la inspiración del modelo socialdemócrata "versión sudamericana". En el caso del país rioplatense, el conflicto desatado con Argentina en torno a las pasteras del Río Uruguay, y sus reclamos no escuchados en el seno del Mercosur, llevaron a la gobernante coalición del Frente Amplio a adoptar una política exterior no anunciada durante la campaña electoral. Súbitamente, el "ala moderada" del gobierno, encabezada por el ministro de Economía Astori, impuso su propia agenda externa, en este caso negociar un Acuerdo de Libre Comercio con Estados Unidos y priorizar la búsqueda de inversiones y mercados. En el caso de Perú, el enfrentamiento con Chávez y la necesidad de mostrar la imagen de un "nuevo García", alejada de la versión ochentista, explican una política exterior también fuertemente inspirada en lo comercial y en la captación de capitales. La ratificación del Acuerdo de Libre Comercio en Washington es una prioridad para el gobierno de Lima, y en materia de alianzas ha sido clara la preferencia por Brasil. Lo que cuesta imaginar es cómo García compatibilizará la idea de inspirarse en la práctica social del modelo chileno y de profundizar la corriente de inversiones y comercio con Santiago mientras lleva al Tribunal de La Haya un viejo reclamo por los límites marítimos que para Chile no tiene asidero.

El patrón socialdemócrata de inserción internacional ha definido como prioritaria la ecuación comercio/inversiones, al servicio de un proyecto interno de crecimiento y bienestar. En los noventa esta política exterior resultó exitosa, ya que era funcional para la liberalización del comercio internacional, impulsada en el seno de la OMC, y para el movimiento de capitales hacia los países emergentes.

Ahora el panorama del comercio está cambiando, tal como se refleja en la incertidumbre que acompaña a la Ronda Doha. También se advierten modificaciones en las perspectivas económicas, y así el Banco Mundial alude a un punto de inflexión de la economía mundial registrado en 2007. En materia financiera, las recientes sacudidas que afectaron a las bolsas y bancos euroestadounidenses, que llevaron a los principales gobiernos del G-7 a inyectar enormes masas de dinero para evitar el pánico, son la consecuencia del fin de un ciclo caracterizado por la abundancia de capital barato proveniente del ahorro y de los excedentes asiáticos. Esa nueva realidad obliga a todos, pero en particular a los países emergentes exitosos, a proteger sus logros y seguramente a modificar algunos capítulos de sus planes de ruta diplomáticos.

ALBA: ¿UN PROYECTO ALTERNATIVO PARA AMÉRICA LATINA?


Josette Altmann

La VI Cumbre del ALBA (Alternativa Bolivariana para las Américas) realizada, el 26 de enero de 2008 en Caracas, generó gran desconcierto con el anuncio de crear una alianza militar de los cinco Estados miembros del ALBA, además de la acusación del mandatario venezolano de que el gobierno de Colombia está fraguando una “provocación bélica” contra Venezuela, cuando las relaciones y la credibilidad entre ambos gobiernos están en uno de los niveles más bajos de su historia. También fue anunciada la creación del Banco del ALBA y se incorporó Dominica al esquema de integración.

La asistencia de 11 presidentes de los 16 Estados miembros de Petrocaribe a su IV Cumbre, realizada el 21 de diciembre de 2007 en Cuba, apunta al fuerte liderazgo venezolano ligado al ALBA. La evaluación del desarrollo de los programas y proyectos aprobados en el primer Plan Estratégico del ALBA realizada durante la V Cumbre del ALBA en Venezuela, el 29 de abril de 2007, y la valoración de las acciones de cooperación e integración a lo largo de 2006, llevaron a declarar al ALBA como “un esfuerzo de construcción del proyecto global latinoamericano, con una correlación de fuerzas políticas favorables en el continente que le permiten consolidarse como alternativa política y económica”. ¿Es este enunciado real y en verdad es el ALBA un proyecto de integración alternativo con viabilidad política, económica y estratégica para Latinoamérica, o simplemente es una contrapropuesta política al Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA) impulsada desde Washington?

El presidente Chávez plantea la idea de un Estado “productor”, sustentado en lo que se podría denominar la fórmula de “más Estado y menos mercado”. ¿Es esto viable dentro de la globalización contemporánea donde los actores principales ya no son sólo los Estados, sino también los agentes privados, como por ejemplo los gigantes de la comunicación, los organismos financieros y las empresas transnacionales, protagonistas de los movimientos de grandes flujos de capital? Aún ahora la discusión planteada en América Latina entre neoliberales y keynesianos –o mercadistas frente a intervencionistas– revive las viejas confrontaciones entre desarrollistas y estructuralistas de los años sesenta, y entre liberales y planificadores de los treinta. Y para sumar, no ayuda mucho al tema el conocido dilema “mercado o Estado”.

El debate político, económico, social y cultural en relación con la globalización y sus efectos sociales, se sustenta en el dilema “concentración o equidad”. Alrededor de estos temas giró el enfrentamiento teórico sobre el desarrollo durante la segunda mitad del siglo XX, y que aparece en la actualidad desbordado por el surgimiento de los nuevos problemas como el mejoramiento de la calidad de vida en condiciones de libertad, democracia, el desarrollo sostenible, el cambio climático, o la importancia de la participación ciudadana.

Las reformas económicas implantadas en la región han promovido desequilibrios en términos de desigualdad, inequidad y falta de oportunidades, tanto en sectores pobres y vulnerables como en las etnias originarias, las mujeres, los jóvenes y la tercera edad, por un lado. Por otro, la concentración de la riqueza en ciertos grupos de poder político y empresariales, principalmente ligados a sectores transnacionales, han acentuado la corrupción como elemento generador de mayores inequidades al facilitar la apropiación desigual de la riqueza y los privilegios que al mismo tiempo inhiben cambios institucionales en detrimento de regalías para ciertas clases sociales, políticas y empresariales. Lo anterior ha generado un importante descontento y desafección con la política. Ello, en parte, es la base de los problemas de gobernanza que aqueja a la región, y ha hecho más factible el acenso al poder de nuevos actores políticos, muchos de ellos con un discurso claramente antiglobalizador, antiestadounidense y contrario al “libre comercio”. Sin embargo no se puede obviar que EEUU sigue siendo el principal inversor y el destinatario más dinámico de las exportaciones de la mayoría de los países de la región, y que, inclusive, algunos, como Venezuela son importantes socios comerciales.

Los acuerdos o tratados comerciales con EEUU son una parte importante de las agendas externas de los países de la región. Washington ha ideado una especie de diplomacia comercial no exenta de una fuerte carga ideológica con gran énfasis unilateral tras el fracaso del ALCA. Profundos debates recorren la región en torno a los Tratados de Libre Comercio (TLC) que han provocado graves conflictos en algunos de los esquemas de integración subregionales, como la salida de Venezuela de la Comunidad Andina de Naciones (CAN) en abril de 2006 y la decisión de Uruguay y Paraguay de iniciar un dialogo con EEUU sobre posibles tratados comerciales debido a las asimetrías existentes en el MERCOSUR y a los reducidos beneficios que obtienen de su pertenencia al bloque. Igualmente, Venezuela ha amenazado con retirarse del MERCOSUR debido a su enfoque comercial que –según Chávez– deja de lado los aspectos sociales, y en Costa Rica se ha llegado a una parálisis parlamentaria y gubernamental por los debates pre y post- referéndum sobre el TLC entre Centroamérica, República Dominicana y EEUU (CAFTA-DR). Mientras el ALCA se basaba en la política de trade not aid, el ALBA se sustenta más en la idea del trueque que en la del libre comercio.

En este contexto, los procesos de integración en América Latina sufren un déficit de certidumbres expresado en la creciente fragmentación que caracteriza actualmente a la región. Más que un ascenso de la izquierda, como algunos han querido indicar, se observa un resurgimiento del populismo en algunos líderes y la fragilidad de los sistemas democráticos. Todo señala problemas en cuanto a la debilidad en los mecanismos de concertación política, liderazgos en pugna y distintas visiones sobre la integración regional. América Latina alcanzó la democracia funcional, sin lograr simultáneamente mejorar la gobernabilidad democrática. La integración económica se convierte en un punto de desencuentro entre los bloques regionales por disputas comerciales y distintas percepciones de cómo vincularse al sistema internacional, más aún en la actualidad frente a la posibilidad de una visión económica global.

El inicio del ALBA

Con la firma en La Habana, el 30 de abril de 2006, del Tratado Comercial de los Pueblos (TCP) entre Venezuela y Bolivia –los dos países con mayores reservas energéticas de la región– y Cuba, surge un elemento que está ideologizando más de la cuenta las relaciones políticas y económicas en Latinoamérica. Ésta es la base del ALBA, una propuesta de integración planteada en diciembre de 2001, en Isla Margarita, por el gobierno venezolano como respuesta al ALCA propuesto en Miami durante la Cumbre de las Américas en 1994. El ALBA expone una visión alternativa a los acuerdos de libre comercio fundamentada en tres principios básicos: (1) oposición a las reformas de libre mercado; (2) no limitar la acción reguladora del Estado en beneficio de la liberalización económica; y (3) armonizar la relación Estado-mercado.

La visión del presidente venezolano Hugo Chávez sostiene que, si bien los países de América Latina coinciden en los fundamentos de la integración regional, carecen de una estrategia adecuada para implementarla, además de la necesidad de que los proyectos de integración “dejen de servir al imperialismo y a las oligarquías nacionales” y pasen a ser un instrumento para el desarrollo económico de los sectores sociales de los pueblos latinoamericanos.

El ALBA, a pesar de su carga ideológica, merece ser analizado. Desde su anuncio en diciembre de 2001 ha adquirido forma en los programas de gobierno de Venezuela, especialmente por su vinculación con las estrategias para el desarrollo definidas en el Plan Nacional de Desarrollo 2001-2007, que especifica cinco equilibrios: social, económico, político, territorial e internacional. Es así como el gobierno de Chávez persigue un tipo de desarrollo endógeno, tanto nacional como regional.

Otro aspecto que caracteriza el ALBA es el enfoque y gestión de los asuntos sociales, culturales, históricos, económicos y ambientales. Siendo éstos los temas de mayor disenso con el ALCA, el ALBA plantea una propuesta a los nueve puntos en discusión basados en criterios más sensibles y socializantes en relación a Estado-sociedad-medio ambiente, enmarcada en el respeto a los derechos humanos, a los trabajadores, de género y biodiversidad, poniendo especial énfasis en el trato diferencial a los países más pobres y creando un Fondo de Convergencia Estructural como mecanismo para reducir las asimetrías regionales.

Estos esfuerzos en torno al ALBA se ven materializados a través de dos estrategias: una primera dirigida a la conformación de una estación continental TVSUR, cuyo objetivo es constituirse en empresa multiestatal, inicialmente entre los gobiernos de Venezuela, Argentina, Uruguay y Cuba, con la posibilidad de ir incorporando nuevos países a la misma. Una segunda se orienta a utilizar el recurso petrolero como instrumento de política exterior asociándolo al proceso de consolidación del ALBA, de Petrocaribe, de Petroandina, de Petrosur y de los conceptos de proyectos gran-nacionales (PG) y empresas gran-nacionales (EG). En efecto, con la firma del Acuerdo Energético de Caracas en 2001, y más recientemente con la creación de Petrocaribe en 2005, aunado a la iniciativa de crear un Cono Energético Sudamericano, presentada en la cumbre del MERCOSUR en junio de 2005, y el papel protagónico de Venezuela en la I Cumbre Energética Sudamericana en abril de 2007, en Isla Margarita, se sientan las bases para crear nuevos escenarios para la cooperación e integración regional.

Petrocaribe se ha convertido en la expresión de la aplicación de la gestión de la política del ALBA para la administración de los recursos energéticos. La escala de financiamiento de la factura petrolera tomando como referencia el precio del crudo es clara muestra de ello. Si la factura supera los 50 dólares por barril, por ejemplo, el porcentaje de ésta que se financia es el 40%, el período de pago se extiende a 25 años y se reduce el interés al 1%; y si el pago es a corto plazo, se extiende el período de 30 a 90 días.

En el Banco del Sur, constituido el 9 de diciembre de 2007, se unieron seis países sudamericanos (Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Paraguay y Venezuela) para crear una alternativa al Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) que propicie una “soberanía financiera” al controlar los recursos y, sobre todo, las condiciones de los préstamos para Sudamérica. Si bien se prevé que el aporte de los países miembros sea de unos 800 millones de dólares, aún no se ha definido cuánto aportará cada nación y de dónde provendrá el dinero. Finalmente, se ha constituido el Banco del ALBA el 26 de enero de 2008, con una cartera inicial de mil millones de dólares y el autorizado de dos mil millones de dólares, para fomentar el desarrollo de la integración económica y social reduciendo las asimetrías y promoviendo una distribución más equitativa de las inversiones, a la vez que insta a las naciones latinoamericanas a no depender ni mantener sus reservas en la economía estadounidense.

Falencias del ALBA

Se pueden mencionar una serie de debilidades que afectan esta propuesta. Una de las más importantes es que la misma crítica que se le hizo al ALCA sobre la falta de consulta y consenso entre los distintos actores sociales involucrados en la región se debe aplicar también al ALBA, puesto que no ha convocado a los actores involucrados en este tipo de iniciativa para discutir esta propuesta. Además, la naturaleza de la iniciativa, con un fuerte peso unilateral, puede ser otra debilidad por ser convocada por Venezuela sin consultar de forma amplia a ninguno de sus socios comerciales en la región. Más bien parecería tener una impronta más ideológica que comercial.

Otra crítica es que el ALBA refleja un fuerte enfrentamiento entre Venezuela y EEUU, creando un clima de tensión y confrontación donde los países de la región necesariamente “deberían” decidir si están a favor suyo o en su contra. Esto llevó al presidente Lula de Brasil a sostener que no se debe hacer ideología con las relaciones comerciales, y que Hugo Chávez debería recordar que su país le vende el 85% de su petróleo a EEUU.

También se puede señalar que el ALBA es una propuesta que puede ser percibida como contradictoria más que, como algunos sugieren, complementaria a otras propuestas de integración, en especial, la Unión Sudamericana de Naciones (UNASUR), principal iniciativa de la diplomacia brasileña, gestada desde la época de Fernando H. Cardoso e institucionalizada por el presidente Lula en el marco de la III Reunión de Presidentes de América del Sur en Cuzco en diciembre de 2004 con el nombre Comunidad Sudamericana de Naciones (CSN). Todo parece indicar que el ALBA y la UNASUR expresan las disputas por el liderazgo efectivo en la región, situación revelada en la III Cumbre Presidencial de UNASUR en Cartagena, el 27 de enero de 2008, cuando el borrador del Acta Constitutiva de UNASUR no fue aprobado por todos los miembros.

En breve, la propuesta del ALBA se orienta a replantear el modelo de integración mediante mecanismos que promuevan un desarrollo económico y social dirigido al combate de la pobreza y la exclusión social que eleven la calidad de vida de los pueblos latinoamericanos. Sus principios rectores encajan dentro del concepto de desarrollo endógeno –desarrollo hacia adentro promovido durante la década de los años sesenta en América Latina– y cuyos pilares están en lo cultural, lo social, los capitales cognitivos y lo humano, con un fuerte sello nacionalista y antiestadounidense.

Mirando al futuro

La última Cumbre del ALBA sirvió de marco para que el presidente Chávez realizara duras críticas contra los gobiernos de EEUU y de Colombia, señalando que EEUU está creando condiciones para generar conflicto en América Latina. Ello llevó al mandatario venezolano a plantear una alianza militar defensiva contra los planes de EEUU. Esta propuesta ha generado reacciones dentro de los países miembros del ALBA, así como en los países observadores. Ecuador, país observador, en una primera reacción ha señalado no apoyar la iniciativa, mientras que en Nicaragua se destacó que cualquier planteamiento o resolución que involucre a las fuerzas armadas debe ser primero analizada por su Asamblea Nacional, por lo que el apoyo de Ortega al proyecto militar de Chávez no tendría fundamento ni valor real.

En otro orden de cosas, la última Cumbre de Petrocaribe realizada en Cuba a finales de 2007 pone de manifiesto que la política de trueque y créditos blandos de Venezuela está teniendo réditos importantes en la región. El ingreso de Honduras y la solicitud del nuevo gobierno de Guatemala de formar parte del mecanismo, además de la creación de una cesta de productos y servicios locales de los países miembros que sirva como instrumento de compensación del pago de la factura petrolera a Venezuela, reafirman la estrategia de Chávez de buscar que la deuda se convierta en mecanismo de integración, basándose en la experiencia exitosa de los últimos años con Cuba, Argentina y Uruguay.

Lo mismo se puede decir del acuerdo de crear una empresa mixta –Petroandina– el 18 de junio de 2005, en el XVI Consejo Presidencial Andino conformado en ese entonces por Ecuador, Bolivia, Colombia, Venezuela y Perú. Petroandina inició sus actividades con capital venezolano de 1.500 millones de dólares y capital accionario boliviano del 51%, en el marco del ALBA, para desarrollar cuatro grandes proyectos: (1) la instalación de plantas petroquímicas; (2) otra de separación de líquidos del gas; (3) la creación de 35 estaciones de servicio en ocho regiones del país; y (4) una filial encargada de certificar las reservas de gas y petróleo. Se han producido conflictos de carácter político y jurídico en aquellos casos de incumplimientos contractuales e indemnizaciones con empresas transnacionales de varios países, entre ellos España y Brasil –con su empresa estatal Petrobras, principal operadora petrolera en Bolivia–.

En cuanto al “socialismo” del siglo XXI como propuesta ideológica de Chávez, no tiene sentido tomar este concepto ideado por Heinz Dieterich demasiado en serio en el plano teórico, aunque sí cabe medir su función política, donde tiene semejanzas importantes con postulados socialistas del siglo XX, en particular con el papel del Estado, el del partido en la sociedad y el Estado, y el culto a la personalidad, entre otros. Chávez construye su propio proyecto político inspirado no sólo en este socialismo, también –según Susanne Gratius– lo hace basándose en el peronismo argentino de los años cuarenta y en el presidente Fidel Castro; de modo tal que Cuba y Venezuela han ido creado una alianza complementaria donde Castro aporta las ideas políticas y parte de la logística.

Estas características, sumadas a la bonanza del petróleo y la consolidación de Chávez en el poder –a pesar del revés sufrido en el referéndum consultivo sobre reforma constitucional el 2 de diciembre de 2007– le han permitido ejercer un liderazgo regional independiente que ha ido ganando aliados para su proyecto ALBA en gobiernos y candidatos presidenciales.

En el contexto de la globalización, la autarquía no es posible. La ingobernabilidad en la región muestra claramente la necesidad de Estados con más capacidades. Esto abre un nuevo debate, volver a un Estado “productor” desde la energía, la agricultura, la banca y otros, o fortalecer al Estado “regulador” con capacidades de fiscalización de los principales actores del mercado, estabilidad económica aunada a un crecimiento sostenido y políticas públicas en lo económico y lo social enfocadas al fortalecimiento y desarrollo de la clase media, como son los casos de Chile, Brasil y México.

Conclusiones

El discurso predominante del ALBA, que es estrictamente discurso de Venezuela y Cuba, parecería favorecer más la autarquía y un desarrollo estrictamente endógeno que otras formas de desarrollo. La viabilidad del desarrollo en el contexto de la globalización parece estar más ligada a los grandes mercados internacionales, que impulsan el desarrollo económico con políticas sociales efectivas que ayuden a disminuir la pobreza, la inequidad y las desigualdades en un contexto democrático. El discurso del ALBA aparece fortalecido en la región; pero su propuesta de integración –incluido su proyecto militar– es inviable. No obstante, sus acciones efectivas a través de mecanismos como Petrocaribe muestran una viabilidad e incidencia mucho mayor que la que los principales actores internacionales le endosan.

En suma, nuevos factores en América Latina abren un nuevo ciclo político en la región, caracterizado por grandes polarizaciones y distintos tipos de liderazgos, como son los casos de México, Brasil y Venezuela. La coyuntura por la que atraviesan los procesos de integración conduce a pensar en una región cada vez más fraccionada y sin un rumbo claro en temas de integración y concertación política.

A pesar de que en los últimos años han surgido –o resurgido– diversas propuestas de integración, como son ALBA, UNASUR, Plan Puebla Panamá o el Grupo de Río, por citar sólo algunas, ninguna ha logrado consolidarse y servir de cauce regional para el conjunto latinoamericano. De allí que un debate obligado y necesario es el referido a si las propuestas deben ser para todos los países o, por el contrario, aceptar que existen varias Américas Latinas cada vez más separadas. En este debate el ALBA parece ser un proyecto alternativo.