viernes, 12 de diciembre de 2008

¿SOBREVIVIRÁ URIBE A LAS “PIRÁMIDES”?


Jairo Corredor y César Moreno

La denominada estafa de las pirámides ha vuelto a sacudir un país. En esta ocasión le ha tocado el turno a Colombia, donde cientos de miles de personas se han visto afectadas por empresas fraudulentas. La cuestión ahora es en qué desembocarán las masivas protestas, el estado de emergencia decretado por el Gobierno y el posible coste político para Uribe, quien todavía no ha anunciado si se presentará a las elecciones de 2010.

Llevados por falsas promesas de rápidas y jugosas ganancias, en un tiempo extraordinariamente corto y sin mayores esfuerzos, centenares de miles de colombianos de bajos, medios o altos ingresos fueron inducidos por empresas de papel, o con apariencia legal, a comprometer millones de dólares de sus ahorros y patrimonios en las llamadas pirámides.

Los intereses de entre el 100% y el 300%, en la mayoría de los casos disfrazados o camuflados en varias alternativas de inversión, fueron el gancho para que más de un centenar de empresas involucradas en el negocio de la captación ilegal de dinero afectara a, por lo menos, dos millones de personas. Convencidos de una inversión segura y altamente rentable vendieron casas, fincas y hasta bienes semovientes o acudieron a créditos bancarios para entrar en el juego que, como era previsible y se había advertido tiempo atrás, no era sostenible.

Las pirámides se colapsaron y quienes invirtieron en ellas han perdido, según cifras preliminares de la Fiscalía General colombiana, cerca de mil millones de dólares (unos 771.000 millones de euros), suma que podría ser muchísimo mayor a medida que se vayan destapando, como está ocurriendo, nuevos y sorprendentes casos.

DRFE, una de las grandes pirámides con más de cien mil afiliados y que cínicamente se llamó Dinero Rápido, Fácil y Efectivo, fue intervenida y clausurada por el Gobierno. Ese fue el comienzo del gravísimo problema social y económico al que se enfrenta hoy el país y la Administración del presidente Álvaro Uribe. Las autoridades también intervinieron al Grupo DMG (intricada red de sociedades que se está investigando por el lavado de dinero producto del narcotráfico) cuyo nombre corresponde a las iniciales de su propietario, David Murcia Guzmán, detenido en una cárcel colombiana.

El estrepitoso desplome en cadena de las pirámides ha desembocado en protestas y ha provocado la movilización de la población afectada, que en muchos casos se ha traducido en graves problemas de orden público. Varios gobiernos locales adoptaron medidas extremas, como decretar el toque de queda para sortear una situación que ya ha dejado varios muertos y muchos heridos.

El Ejecutivo, al que se acusa de no haber actuado a tiempo para prevenir y evitar la expansión del fenómeno de las pirámides, acudió a una figura extraordinaria prevista en la Constitución para hacer frente a los delicados hechos: declaró el Estado de emergencia social. Al amparo de este régimen de excepción dictó una serie de decretos con fuerza de Ley incrementando las penas de cárcel para los captadores ilegales de ahorro público y estableciendo un sistema jurídico especial para la recuperación del dinero obtenido ilegalmente y su posterior devolución a los afectados. El complejo proceso apenas está en marcha.

Se estima que el 46% de la población colombiana no tiene acceso al sistema financiero

Este caso de las pirámides ha puesto contra las cuerdas al presidente Álvaro Uribe. Al principio, el mismo fundador de DMG había querido involucrar a los hijos del mandatario y al propio jefe de prensa del Palacio de Nariño. Tras varias declaraciones, el tema quedó aclarado ante la opinión pública y al final ninguna de las personas cercanas a Uribe ha resultado afectada. Pero ante los últimos documentos, bases de datos y archivos encontrados en DMG, más de un político y personaje público ha resultado tener nexos piramidescos. La oposición insistió en que el Presidente colombiano y sus hijos deberían mostrar su declaración de la renta para aclararle a la opinión pública el dinero que ganan anualmente.

El coste político para Uribe de este rifirrafe no se ha medido todavía, la popularidad del mandatario se mantiene y su supuesta aspiración a un tercer mandato en 2010 está en el limbo. Él no ha dicho, ni ha insinuado si quiere presentarse a un nuevo periodo presidencial. Incertidumbre criticada por sus seguidores y adversarios. El único hecho es que la votación prevista en la Cámara para aprobar un referendo que busca la reelección está parada.

Mientras tanto, los estafados se dividen en dos grupos: los resignados, que ya han empezado a tramitar la documentación para que el Gobierno (a través de los decretos de emergencia social) empiece a devolverles el dinero invertido (o al menos parte de él) en el espejismo de la riqueza rápida y sin esfuerzos; y los ingenuos tercos, que aún no creen que las pirámides les robaron no sólo los ahorros de sus vidas, sino sus sueños y su futuro. Estos últimos continúan protestando contra las autoridades creyendo que David Murcia Guzmán (del Grupo DMG) sigue siendo su mesías y que las otras personas que los estafaron y que están huyendo de la justicia con los bolsillos llenos de dinero se lo van a devolver.

En medio de esta turbulencia, a los bancos que operan en Colombia se les atribuye la responsabilidad indirecta de la proliferación del mercado extrabancario por los altísimos costes de sus servicios financieros: “Los bancos cobran hasta por el saludo”, tituló un medio local. El Gobierno ha procurado, por diversas vías, abrir los espacios para que muchos colombianos puedan tener, con tarifas razonables, acceso a la banca. Se estima que el 46% de la población no tiene acceso al sistema financiero.

Lo cierto es que Colombia, a causa de las pirámides, se enfrenta a una dura realidad social y económica con un desenlace impredecible. Las autoridades hacen enormes esfuerzos para evitar que el problema tome otras dimensiones más graves de las que ya tiene. A pesar de estos últimos sucesos, la economía colombiana es fuerte según los indicadores económicos y distintas organizaciones internacionales. El año pasado registró su mayor tasa de crecimiento económico de los últimos 30 años al alcanzar el 7,8% del PIB, aunque dos de sus grandes problemas sociales son el altísimo desempleo, que bordea el 12%, y la pobreza de su población, que ronda el 45%.

AMÉRICA LATINA: LA NEGLIGENCIA BENIGNA NO ES SUFICIENTE


Gustav H. Petersen

I

Generalmente se admite que Estados Unidos no tiene una política latinoamericana, excepto una de “negligencia benigna”. Quizá sea mejor que tener una política equivocada, pero definitivamente es imposible seguir a la deriva de manera indefinida. No queda mucho tiempo para desarrollar nuevas ideas y tomar un nuevo rumbo antes de que los acontecimientos superen y “sorprendan” al Departamento de Estado.

El vacío actual recibió una sanción más o menos oficial con el discurso de “bajo perfil” que el presidente Nixon pronunció el 31 de octubre de 1969, basado, en parte, en la mal concebida y desafortunada misión Rockefeller. El discurso marcó un parteaguas en nuestra posición hacia América Latina. Hasta ese momento, nos habíamos preguntado qué es lo que podíamos hacer para ayudar a los países menos desarrollados, en particular a Latinoamérica, con quien se suponía que manteníamos relaciones especiales. El presidente Nixon expresó la idea de que América Latina no debía seguir buscando ayuda sustancial y ofreció, en cambio, incrementar el comercio. Hizo hincapié en que los países latinoamericanos debían seguir una línea más independiente y que el norte y el sur del hemisferio debían cooperar. Pero ambas regiones tendrían que guiarse básicamente por sus propios intereses.

La política de Nixon, en efecto, tiene reminiscencias del gobierno de Eisenhower, que señaló a América Latina como la reserva de la empresa privada. En realidad, las empresas han hecho un buen trabajo dentro de sus propios marcos de referencia. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, las compañías estadounidenses han contribuido en gran medida al desarrollo industrial de Latinoamérica. A grandes rasgos, las compañías grandes y pequeñas han asumido riesgos considerables en situaciones económica y políticamente inestables y han tratado de crear empresas sólidas a la manera estadounidense. En general, las empresas estadounidenses han pagado mejores salarios que las empresas locales, han reinvertido las ganancias y, en promedio, el rendimiento de sus inversiones ha sido modesto. La política más reciente de los empresarios estadounidenses ha sido muy diferente a la de las grandes compañías con actividades en esos países durante el siglo XIX y principios del siglo XX. En esos períodos, sin duda, se extrajo más riqueza de la que se invirtió, pero ése era el espíritu del momento y se aplicaba tanto a los mercados internos como a los externos. Desafortunadamente, la imagen de explotación que dejaron las compañías petroleras, mineras y comerciales, entre otras, aún pende sobre la situación actual, y las empresas no han logrado establecer una imagen progresista de sí mismas en la mente de los gobiernos y los pueblos de esos países. Además, realmente no se puede esperar que los estadounidenses, en general, y los empresarios, en particular, abandonen su carácter un tanto condescendiente y paternalista; en el análisis final, suelen considerarse seres superiores que tratan con criaturas exóticas y algo raras que, por su propio bien, deben esforzarse por seguir nuestros pasos y finalmente alcanzar los altos estándares de la sociedad estadounidense.

Esta actitud también se ha visto reflejada en la política de nuestro gobierno. Es una de las razones por las que realmente no nos conectamos con América Latina. Ha contribuido parcialmente al fracaso de la Alianza para el Progreso y de la política de la Agencia Internacional de Desarrollo (AID), en general. En resumen, no se puede esperar que el papel que desempeña la empresa sea un sustituto de la política exterior. La empresa no tiene función alguna dentro del marco determinado por las políticas que el gobierno ha establecido y llevado a cabo. En la época de la segunda posguerra, las relaciones con Latinoamérica fueron relegadas a una posición subordinada en la escala de importancia dentro de la política exterior estadounidense. Nuestros intereses de seguridad —centrados en el eje horizontal de Moscú a Pekín— dejaron a Washington con un ánimo extrañamente complaciente hacia los acontecimientos de la parte sur del hemisferio. Era comprensible que, después de la Segunda Guerra Mundial, nos preocupara principalmente la reconstrucción de Europa y quizá de Japón; pero, una vez que se concluyó con éxito el Plan Marshall, debimos haber dirigido toda nuestra atención a América Latina, que estaba muy dispuesta a cooperar con nosotros de una forma en verdad extraordinaria. En ese entonces, el prestigio de Estados Unidos estaba en su apogeo y nuestra influencia pudo haber sido formidable.

El Programa del Punto Cuatro del presidente Truman para la asistencia al mundo subdesarrollado era lo suficientemente avanzado y novedoso; sin embargo, agrupar a los países latinoamericanos (con su orgullosa y bien educada clase alta) con el resto de los denominados países subdesarrollados era una medida esencialmente equivocada. Para ilustrar aún más mi argumento de que Latinoamérica es nuestro punto ciego en lo político, basta con consultar la edición del 50º aniversario de Foreign Affairs: no había un solo artículo dedicado a América Latina. Una revisión de nuestra situación política internacional, escrita por George Kennan, menciona las palabras “América del Sur” sólo una vez, y en los siguientes términos: “Queda el problema del llamado ‘tercer mundo’: el grupo de países que va del subcontinente indio, pasando por el África subsahariana hasta la costa occidental de América del Sur”.

Conforme concluimos la guerra más larga que hemos enfrentado en nuestra historia, con el propósito de evitar que la mitad de un pequeño y distante país asiático se “vuelva comunista”, sería sabio examinar más detenidamente los cambios que están ocurriendo en América Latina. Éstos probablemente nos afectarán de una manera mucho más directa que la revolución y la guerra civil en Vietnam. No debe interpretarse como la defensa de una política anticomunista activa hacia Latinoamérica, sino, más bien, como un énfasis en la extraña subversión de prioridades que se ha impuesto sobre nuestra política exterior en la segunda posguerra.

El primer asunto debe ser, por lo tanto, colocar a América Latina en un plano más elevado en nuestra política exterior. Además, con el fin de hacer esto de forma adecuada, debemos centrarnos en la siguiente pregunta: ¿cuál debería ser el concepto básico de nuestra política para Latinoamérica?

II

Quizá sea un truismo psicológico decir que nuestra política exterior y nuestras relaciones con otros países están profundamente arraigadas en nuestra actitud mental y en nuestro desarrollo social interno. Sin embargo, vale la pena aclarar este punto, ya que esta interrelación parece ser mucho más fuerte en Estados Unidos que en otros países. Estados Unidos se hizo presente en el escenario internacional durante la Segunda Guerra Mundial. Nuestra actitud esencialmente anticolonialista coincidió con la extinción de la era colonial, que durante siglos dominó las políticas europeas hacia todos los países considerados inferiores o más débiles.

Siempre hemos tenido un rasgo misionero y hemos creído fervientemente que nuestro orden político y social es el más alto jamás logrado, y que si otros estaban rezagados, con el tiempo madurarían y nos alcanzarían. Además, estaba nuestro extraordinario logro económico, el cual condujo al Programa del Punto Cuatro del presidente Truman.

¿Cómo es que esto se integra, o más bien choca, con las condiciones económicas, políticas y sociales existentes y cambiantes de América Latina que se han desarrollado a lo largo de líneas totalmente diferentes a las de Estados Unidos? Para la mente estadounidense es muy difícil no comparar a Latinoamérica con Estados Unidos y no señalar las condiciones sociales retrógradas, representadas por una clase social alta, feudal y reaccionaria, y por masas muertas de hambre, por una agricultura primitiva y por su aventurismo político, en resumen, nuestra definición de subdesarrollo.

Veinte años después de la presentación del Punto Cuatro, debería quedar muy claro que desarrollo y progreso son términos muy cuestionables. Nuestra muy “desarrollada” agricultura, que utiliza cada vez más fertilizantes y pesticidas sintéticos y tecnología sofisticada, también podría estar arrastrándonos al borde del desastre. Con muy poca gente extraemos lo mejor de un campo cada vez más contaminado, mientras que el resto se apiña en nuestras cada vez más congestionadas e inhabitables ciudades.

Sin embargo, éste no es el lugar para hablar sobre el muy complejo problema de la contaminación. La pregunta pertinente es, en cambio, ¿qué nos da el derecho de hablar sobre países más o menos desarrollados? Quizá sea mejor dejar en paz a la agricultura “primitiva” con su ecología equilibrada e inalterada. ¿Por qué es mejor producir plásticos y fibras sintéticas, en lugar de usar algodón, lana, cuero, etcétera? Por razones ecológicas, podría ser necesario revertir este proceso.

Esto no significa que no se deba ayudar a los amplios distritos rurales pobres, sino poner énfasis en una “tecnología intermedia”, orientada a incrementar la producción, y hacer uso de más mano de obra en lugar de maquinaria costosa. Un buen, aunque hasta ahora pequeño, ejemplo es el trabajo de la Pan American Development Foundation de Washington. ¿Qué tan bueno puede ser establecer grandes industrias que requieren importantes inversiones, por ejemplo, plantas petroquímicas o industriales muy automatizadas, que producen materiales sintéticos, automóviles y electrodomésticos en serie y con relativamente pocos empleados? Como ya no estamos seguros de la respuesta, tenemos buenas razones para replantear nuestra aproximación a todo el concepto de “desarrollo”.

¿Qué pasa con las condiciones políticas y sociales? Exigimos, como si se tratara de un reflejo condicionado, que los pueblos se gobiernen democráticamente y proclamamos que una amplia clase media urbanizada con estándares de vida cada vez más altos es muy deseable. Tal vez, pero ¿quién nos dice que otros países desean vivir según nuestro patrón, o que están dispuestos en lo histórico, geográfico, cultural y material a reorganizarse según esas líneas o que son capaces de hacerlo?

Las colonias españolas contaban con florecientes universidades antes de que los Peregrinos siquiera llegaran a este país. Las clases altas, con los privilegios que tenían, llevaban una vida muy civilizada y, con toda justicia, orgullosas de su herencia española. Ellas consideraban que muchos de los ingenieros u hombres de negocios estadounidenses eran poco civilizados.

Quizá parezca una exageración, pero, para probar mi punto, se podría decir que los estadounidenses de mediados del siglo XX están destruyendo a las viejas civilizaciones de los países iberoamericanos, de forma similar a lo que hicieron los conquistadores españoles con las civilizaciones que encontraron en los países que invadieron.

En vista de lo anterior, los adjetivos “subdesarrollado”, “menos desarrollado” o “en vías de desarrollo” aplicados a los países deben desaparecer de nuestro vocabulario en relación con nuestra política exterior, en general, y con nuestra política hacia América Latina, en particular. Deberíamos hablar de países menos industrializados o, por decirlo sarcásticamente, de países menos contaminados.

A pesar del esfuerzo del presidente Kennedy para reiniciar nuestras relaciones con América Latina mediante la creación de la Alianza para el Progreso, el programa no estuvo a la altura de las grandes expectativas que suscitó. Seguimos sin poder comprender los valores de otras sociedades, representados por sus instituciones culturales y económicas. El presidente Johnson, por supuesto, se involucró demasiado en Vietnam como para realmente prestar atención a Latinoamérica. Pero los problemas son mucho más profundos que el nivel de atención presidencial. Esto nos conduce, de inmediato, al centro de la cuestión. Aunque utilizamos la palabra “alianza”, éste fue un programa iniciado por Estados Unidos y, para el latinoamericano promedio, sólo fue otro plan de los yanquis, dirigido desde Washington, que podía hacer algo de bien, pero que probablemente estaba inspirado en propósitos políticos egoístas o, en la jerga de la izquierda, imperialistas.

Aunque pudiese haber sido bienintencionado, incluso con las mejores intenciones nos enfrentamos con disyuntivas imposibles. La palabra “progreso” no sólo estaba destinada al desarrollo económico; también se aplicaba a los cambios sociales. El gobierno de Kennedy se sentía muy atraído hacia los diversos partidos democristianos de América del Sur, en particular de Chile, durante el régimen del presidente Frei. Favorecimos enérgicamente las reformas de la tenencia de la tierra y, en general, nos inclinamos hacia las economías dirigidas y financiadas por el gobierno. Esto nos granjeó la hostilidad de las clases altas terratenientes y de muchos empresarios, especialmente en Chile, Perú y Bolivia, y contribuyó a que casi desaparecieran dichas clases. Por otro lado, para las clases bajas, los funcionarios y empresarios estadounidenses, que manejaban grandes automóviles, que vivían en las mejores casas y hoteles, que se reunían con el establishment y que, con frecuencia, dirigían las empresas más importantes, eran sólo aliados de las clases ricas y extranjeros que había que expulsar.

Los fuertes sentimientos nacionalistas, alimentados por un arraigado complejo de inferioridad, agravaron la hostilidad, particularmente en las clases medias que, con frecuencia, se habían empobrecido. En otras palabras, no podíamos salir bien librados, sin importar los méritos de nuestros esfuerzos. Eso no significa que no se haya logrado nada durante los 20 años de asistencia al exterior. Con el transcurso del tiempo, se reconocerá que en el ámbito de la salud, la educación, el suministro de energía y las comunicaciones se hicieron considerables avances con nuestra ayuda.

Políticamente, también hemos llegado a un callejón sin salida. Lo que se necesita, sobre todo, es dejar que Latinoamérica encuentre su propia imagen, mientras va en pos de su destino. Esto implica, quizá, el doloroso reconocimiento de que la América anglosajona es fundamentalmente distinta a la América latina. Cualquier discurso sobre la unidad del hemisferio occidental, sobre el panamericanismo, sobre la colaboración como socios es una ilusión. Las raíces del norte del hemisferio, al igual que las del sur, están en Europa, aunque, sin duda, la influencia de Estados Unidos ha aumentado, del mismo modo como ha menguado la influencia de la Europa contemporánea.

Sin embargo, a pesar de la existencia de organizaciones como la Unión Panamericana, la Organización de los Estados Americanos (OEA), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y, más recientemente, el Comité Interamericano de la Alianza para el Progreso (CIAP), la relación entre las Américas siempre ha sido sólo un esqueleto, sin sustancia alguna.

Estas entidades son congregaciones de diplomáticos, banqueros y funcionarios públicos que tienen sus oficinas centrales en Washington. Para los latinoamericanos, son muy sospechosas pues tienen la marca de los yanquis y, para las grandes masas de América Latina, son poco interesantes. Por otro lado, la América anglosajona sencillamente no tiene interés en América Latina; a excepción de unos cuantos, no saben nada de su historia, de su geografía o de sus condiciones económicas y sociales actuales. Para describirla, utilizan frases como las siguientes: son económicamente atrasados, existe un abrumador contraste entre ricos y pobres, son políticamente inestables, entre otras. Esta ignorancia y falta de interés por parte del público en general, sin lugar a dudas se ven reflejadas en la baja prioridad que tiene América Latina en nuestra política exterior.

III


Los latinoamericanos están conscientes de esto y están comenzando a hablar mucho más de integración y de una política latinoamericana independiente. La reunión de la Comisión Especial para la Coordinación Latinoamericana (CECLA), que se llevó a cabo en Viña del Mar en 1970, fue significativa. Por primera vez en la historia moderna, los países de América Latina se reunieron sin Estados Unidos y trataron de desarrollar una política propia, en concreto para sus relaciones con Estados Unidos. Tuvieron un éxito extraordinario y presentaron una declaración moderada y sensible, aunque se podrían criticar algunos de sus reclamos financieros. Eligieron a Gabriel Valdés, que entonces era el Ministro de Asuntos Exteriores de Chile, para que enviara el programa al presidente Nixon. Quizá América Latina nunca se había expresado con una sola voz desde la época de Bolívar. Esta reunión fue una gran noticia en América Latina, pero apenas se supo de ella en Estados Unidos. El recibimiento del señor Valdés en la Casa Blanca fue, a lo sumo, tibio, y desde entonces no hemos hecho nada por promover la integración latinoamericana.

Por el contrario, seguimos nuestra política tradicional de tratar con diferentes países de manera bilateral, en la creencia de que podemos tener una mayor influencia sobre el continente cuando los países están divididos. Esto remite más a una actitud tradicional del Departamento de Estado que al presidente Nixon, quien, en un comentario diplomáticamente desafortunado, le sugirió al presidente Médici que Brasil tomara el liderazgo de América del Sur. El Presidente de Brasil rechazó de inmediato tal propuesta, pues sabía perfectamente cuál sería la reacción de los latinoamericanos hispanoparlantes. Creo que esta clase de divide et impera es una estrategia obsoleta. Debemos apoyar firmemente la integración de Latinoamérica de la misma forma como contribuimos para promover la formación del mercado común en Europa. Con este propósito, me parece que es necesario instar a América Latina a actuar por su cuenta. Debemos apoyar plenamente el espíritu de Viña del Mar. Para fomentar aún más la integración de la región, debemos animarla a establecer sus propias organizaciones políticas y económicas, que tendrían su sede en uno de los países más pequeños de América Latina. Esto significaría reducir la OEA, si no es que abolirla en su forma actual.

América Latina realmente nunca se ha encontrado a sí misma. La subyugación de la población nativa por parte de los conquistadores, aunque no fue una aniquilación casi total como en el caso de los indios de Estados Unidos, ha dejado profundas cicatrices sociales y psicológicas. Quizá las masas indígenas sólo han aflorado en México, debido a la temprana y larga revolución, y en cierta medida se han fundido con la clase media y la clase gobernante. Las guerras de independencia no produjeron cambios sociales básicos, salvo por la liberación de los criollos del dominio de españoles y portugueses. A pesar de su belleza y alegría, América Latina es una región trágica. Sus masas, en realidad desde la época de los incas y de los aztecas, nunca han tenido oportunidades. La época de la Colonia, sin duda, fue una de esplendor (más que de grandeza), pero los conquistadores veían a la gente y a la tierra como objetos para explotar y enviaban la riqueza a la madre patria. El siglo XIX y el principio del siglo XX pasaron sin cambios importantes, excepto por las interminables y destructivas luchas de diversos grupos por el poder. La economía de estos países conservaba su estructura colonial y dependía en gran medida de la exportación de materias primas. Aunque el pueblo estaba bastante consciente de sus valores espirituales internos, América Latina siguió siendo política y socialmente inferior con respecto a Europa y a Estados Unidos.

Todo esto está cambiando; sin embargo, los estadounidenses apenas nos damos cuenta de ello: se están escribiendo excelentes libros; las artes han comenzado a florecer; para bien o para mal, están ocurriendo cambios sociales. Brasil y México están avanzando a pasos agigantados en el aspecto económico. Pero la integración económica sólo progresa lentamente. Esto se debe, en parte, a que el comercio de América Latina depende de Europa y de Estados Unidos.

Probablemente, menos del 20% de sus exportaciones e importaciones son intrarregionales. En Europa, la proporción es inversa: el 80% se realiza dentro de Europa y el 20%, con otros países. Los países europeos estaban mucho más divididos —política, histórica y lingüísticamente— que los Estados de América Latina. Era lógico, por lo tanto, que Europa iniciara con la integración económica y trabajara lentamente para lograr la unión política. Desafortunadamente, América Latina está tratando de seguir el mismo patrón. El proceso debe ser al revés. Lo que se necesita es una asociación política latinoamericana que, a su vez, comience a trabajar posteriormente por la integración económica.

Esta asociación debe ser una creación totalmente latinoamericana. Depende de los latinoamericanos que dicha organización se construya siguiendo líneas democráticas, socialistas o autoritarias. Probablemente pondría en marcha, entre otras políticas, el programa de Viña del Mar. Con la creación de esta asociación, quizá se disolvería el Comité Interamericano de la Alianza para el Progreso, con el fin de remplazarlo por una organización puramente latinoamericana.

Todo esto podría recibir un fuerte impulso si le damos nuestro apoyo incondicional, ya que no significa necesariamente queWashington esté abandonando a América Latina a su suerte. Por el contrario, cualquier ayuda que deseemos dar debe canalizarse, en la medida de lo posible, a través de una de estas nuevas organizaciones latinoamericanas (además, aconsejo que concentremos nuestros recursos en América Latina). Lo anterior podría darle a la organización un buen impulso, de manera similar a como el Plan Marshall ayudó a la Comunidad Europea. Sin embargo, lo más importante es que América Latina asuma la responsabilidad total por el desarrollo de su propia región, con la ayuda de Estados Unidos, pero de forma independiente.

Esta organización política latinoamericana central también podría ser el foro para discutir políticas económicas, incluidas la nacionalización de propiedades estadounidenses y la firma de acuerdos para nuevas inversiones. En todo caso, debemos evitar involucrarnos en cualquiera de los conflictos sociales y económicos que probablemente ocurrirán en los diferentes países. Ha llegado la hora de que América Latina tome una determinación. Aunque tiene que decidir sobre su propio destino, debemos alentarla y ayudarla, en la medida de lo posible, durante el proceso de integración, y así realizar una tarea histórica para beneficio de América Latina y de Estados Unidos. No repitamos el mismo error que cometimos, primero con Rusia y luego con China, de oponernos a los países de América Latina porque pasan por revoluciones y cambios que nos disgustan.

La tentación es grande, especialmente debido a la presión de personas y compañías frustradas y descontentas que han sufrido graves pérdidas, pero, a la larga, tendremos que ceder; mientras tanto, se podría hacer muchísimo daño. Este argumento incluye, implícitamente, que quedaría en manos de los países de América Latina decidir si se admite o no a Cuba en cualquiera de las organizaciones latinoamericanas. En cuanto a nuestras relaciones con ese país, sólo nosotros podemos decidir los cambios que se deben hacer. Yo soy uno de los que creen que el cambio debió haber ocurrido hace mucho tiempo.

Finalmente, presentaré algunas ideas sobre el desarrollo económico. El gobierno de Nixon ha hecho ciertas insinuaciones sobre la posibilidad de establecer un trato preferencial para las exportaciones provenientes de América Latina, en particular de productos manufacturados, si el mercado común europeo no extiende a esa región los mismos privilegios que se han otorgado a países asociados de África y Asia. Si se negociara un acuerdo como ése con una posible organización política latinoamericana, podría servir como presión para ayudar a producir el avance de una organización de ese tipo.

De hecho, yo iría más allá. Creo que ha llegado el momento de continuar con un tratado comercial preferencial para el hemisferio occidental. A grandes rasgos, dicho tratado debería establecer la eliminación o a la marcada reducción de aranceles y otras restricciones para la importación de productos manufacturados y de ciertas materias primas. Dichas concesiones deberían ser recíprocas, y América Latina debería otorgar un trato preferencial a las exportaciones estadounidenses. Sin embargo, reconozco que muchas personas en América Latina, especialmente los jóvenes, se oponen a acuerdos comerciales recíprocos de este tipo, los cuales también se desvían de manera fundamental de la cláusula de nación más favorecida. En este momento, quizá no sea aceptable ningún tipo de relación especial con nosotros, incluso aunque fuera claramente beneficiosa para América Latina.

Un proyecto menos controvertido sería la terminación de la Carretera Panamericana, obra que ha estado inactiva durante décadas, y que probablemente languidece en los escritorios del Cuerpo de Ingenieros de Estados Unidos. Ciertamente, el país que ha producido el sistema de carreteras más elaborado del mundo puede superar los, sin duda, formidables obstáculos geográficos y técnicos que presenta la región, como, por ejemplo, las selvas y las gigantescas corrientes de la Cuenca del Amazonas y las cadenas montañosas de los Andes. Hemos llegado a la luna, pero aún no podemos llegar a América del Sur por tierra. Aunque las razones son más políticas que técnicas, éste es un proyecto que crearía puestos de trabajo para los desempleados de las áreas rurales, como lo ha demostrado en años recientes el principal programa de Brasil. Además, una carretera que rodee todo el subcontinente y se conecte a través de América Central y México con Estados Unidos abriría una nueva era para el turismo y, lo que es más importante aún, contribuiría a la integración del continente.

IV

En el análisis final, las ideas son los principales motores de la historia, aunque hay un largo camino desde la concepción hasta el nacimiento. Con frecuencia, los expertos tienden a descartar las nuevas ideas por utópicas, pero eso implicaría pasar por alto el problema principal. Se debe admitir que la idea de la integración política de América Latina está muy alejada del mundo de los políticos pragmáticos. Cada quien trabaja para su propio beneficio, e incluso el señor Valdés ha dicho que no ha encontrado a nadie en el poder que esté dispuesto a trabajar activamente para poner en práctica las resoluciones de Viña del Mar. La formación del Grupo Andino, cuyos gobiernos incluyen sistemas sociales bastante diferentes, es al menos un principio para demostrar que la cooperación política podría ser posible, en particular en el ámbito de los asuntos exteriores. Podría haber una mayor cooperación política si Estados Unidos le da su apoyo total a una América Latina unida e independiente.


Probablemente se necesite un acontecimiento histórico traumático para catalizar estas ideas, así como la Segunda Guerra Mundial fue necesaria para iniciar el mercado común europeo. Lo que necesitamos, sin embargo, es un nuevo rumbo, una nueva estrella polar, que nos pueda guiar para salir de la indeterminación de nuestra política actual hacia América Latina.

ALIANZAS Y DESENCUENTROS EN AMÉRICA DEL SUR: ENERGÍA E INTEGRACIÓN


Laura Tedesco

En los años noventa, la mayoría de los países de América del Sur parecían haber alcanzado estabilidad política y económica. Después de la crisis de la deuda externa, y habiendo enfrentado los sacrificios de los ajustes económicos de tendencias neoliberales durante la misma década, la región enfrenta actualmente una nueva crisis de incertidumbre política y económica.

Ciertos cambios en los países de América del Sur responden a la nueva situación internacional generada como consecuencia de los atentados del 11 de septiembre de 2001 y del alza en los precios del petróleo. El gobierno de los Estados Unidos inició una guerra contra el terrorismo que se materializó en las invasiones a Afganistán e Irak. Asimismo, la creciente demanda de recursos energéticos por parte de China y la India con el fin de mantener su dinamismo económico, y la inestabilidad de la región del Asia Central sumada a la creciente inestabilidad del Oriente Medio contribuyen a la volatilidad de los precios del petróleo.

En niveles nacionales, esta situación internacional ha impulsado la implementación de estrategias nacionalistas con tendencias proteccionistas. A nivel regional, el alza de los precios de los recursos energéticos ha generado conflictos bilaterales entre países productores y países consumidores. Los países tienden a confrontar y defender sus intereses más que a buscar estrategias de cooperación. A pesar de una retórica integracionista que incluye proyectos energéticos y comerciales, la realidad muestra un incremento en tensiones y conflictos bilaterales y regionales.

Por otro lado, el giro hacia la izquierda de los países de América del Sur es evidente y previo a los hechos del año 2001. La causa principal de este cambio político se encuentra en el fracaso de los modelos neoliberales de desarrollo económico. Sin embargo, los países de la región no son ajenos a la situación internacional, específicamente a los nuevos desafíos que se presentan en el tema energético. En este contexto, la región se enfrenta nuevamente a un período de incertidumbre. Dos cuestiones se han visto particularmente afectadas por el regreso de la incertidumbre política y económica: la integración regional y las relaciones bilaterales y regionales en relación con la explotación y comercialización de recursos energéticos.

Conflictos energéticos

El año 2006 ha estado marcado por procesos electorales. Michelle Bachelet, socialista chilena, ganó las elecciones como candidata de la Concertación. Evo Morales, de origen Aymara con antecedentes sindicalistas y ex líder cocacolero, llegó a la presidencia de Bolivia con el Movimiento al Socialismo (MAS). Alan García es nuevamente presidente en Perú después de haber prometido no repetir errores y de haber enfrentado al nacionalista Ollanta Humala y su aliado venezolano Hugo Chávez. Alvaro Uribe fue reelegido en Colombia convirtiéndose en el único candidato exitoso de tendencia conservadora. En Brasil, Venezuela y Ecuador se celebrarán elecciones presidenciales. Las tendencias son bastante claras en Venezuela y Brasil donde se espera la reelección de Chávez y Lula respectivamente, mientras Ecuador presenta más incertidumbre aunque el socialista León Roldos Aguilera parecería ser el candidato con más posibilidades de triunfo.

Esta izquierda latinoamericana alberga socialdemócratas como Bachelet, Lula, García y el presidente uruguayo Tabaré Vásquez, y populistas como Chávez, Morales y Kirchner, presidente de Argentina. Esta misma izquierda se divide entre radicales como Chávez y Morales, radical-moderado según sus intereses como Kirchner, y moderados como Lula, Tabaré, García y Bachelet.

Mientras los presidentes más moderados luchan por mantener la estabilidad económica y las reglas del juego democrático, al tiempo que implementan programas sociales que intentan reducir la pobreza; los presidentes más radicales, especialmente Chávez y Morales, aspiran a revolucionar las reglas de juego. Muchas de las medidas que Chávez y Morales han anunciado afectan las relaciones regionales e influencian la estabilidad económica y política de la región como un todo. El abandono de la Comunidad Andina de Naciones (CAN) por parte de Venezuela y su entrada en el MERCOSUR ha influenciado a casi todos los países de la región poniendo en juego la continuidad de la CAN y amenazando con revolucionar al MERCOSUR. La política energética de Venezuela y Bolivia ha sido también clave, provocando conflictos a nivel nacional y regional.

Respecto de la política energética, Venezuela y Bolivia han dado pasos importantes para modificar el papel del Estado en la economía y el marco legal de las privatizaciones de los años noventa, especialmente aquellas referidas a los recursos energéticos. Si en esa década la mayoría de los presidentes se inclinaban por reducir el rol del Estado en la economía, los presidentes actuales son más proclives a establecer las condiciones para una economía mixta en la cual el Estado recupera un papel económico significativo. Estos cambios de estrategia económica no son cambios menores y generan incertidumbre tanto a nivel nacional como regional e internacional. Esta incertidumbre no sólo se manifiesta en los círculos de inversores sino también en los gobiernos extranjeros, en organismos internacionales, y en organismos supranacionales como la Unión Europea.

Venezuela fue el primer país que impulsó la renegociación de los contratos sobre hidrocarburos y el éxito de esta gestión impulsó a Ecuador y Bolivia a implementar modelos similares. Por ahora, Argentina, Brasil y Colombia mantienen políticas abiertas al capital y la tecnología extranjera. Sin embargo, los cambios no siempre han sido considerados como negativos por las empresas petroleras. Repsol YPF ha calificado esta nueva situación como un reto.1 En Venezuela, por ejemplo, la alianza con la empresa estatal Petróleos de Venezuela Sociedad Anónima (PDVSA) le ha dado acceso a la explotación de una de las mayores reservas mundiales de crudos extra pesados. En Brasil, la cooperación con Petrobrás le permite participar en la mayor plataforma petrolífera del país cuya producción diaria alcanza los 180.000 barriles.

Las medidas de Evo Morales

El gobierno de Morales intentó subir el precio del gas que suministra a Brasil y a Argentina. El presidente argentino, Néstor Kirchner, ha intentado mantener los precios que pagan los consumidores a pesar de un aumento del precio del gas de un 56 por ciento en junio de este año.2 A pesar de este aumento, el gobierno de Morales aspira a un nuevo incremento del 20 por ciento a partir del año 2007. En reuniones recientes, los dos gobiernos discutieron este nuevo incremento y el gobierno boliviano informó que los nuevos contratos de intercambio deberían incluir una cláusula que garantice que Argentina no venda gas boliviano a Chile.

El precio del gas no sólo genera conflictos entre Argentina y Bolivia, perjudicando asimismo a Chile, sino también entre Bolivia y Brasil. El enfrentamiento entre estos dos países comenzó con la medida, anunciada el 1 de mayo de 2006 por Evo Morales, de nacionalizar los recursos energéticos.3

La nacionalización del gas y del petróleo provocó tensiones entre Bolivia y Brasil y España ya que las compañías más afectadas fueron Petrobrás y Repsol YPF. El decreto de nacionalización determina que el Estado boliviano toma el control total de la cadena de hidrocarburos. Repsol YPF ha invertido más de mil millones de euros desde 1997 y Petrobrás unos tres mil millones.4 Petrobrás tiene una presencia crucial en Bolivia. Su producción corresponde al 15 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) boliviano, paga el 20 por ciento del total de los impuestos recaudados por el Estado boliviano, y extrae y exporta el 70 por ciento del total del gas que Bolivia envía a Argentina y Brasil, operación que asegura el 51 por ciento del gas consumido por los brasileños.5

Las relaciones entre Bolivia y Brasil son muy tensas. Además del futuro de las inversiones de Petrobrás en Bolivia, el gobierno de Morales quiere aumentar el precio del gas que vende a Brasil de cuatro dólares por BTU (Unidad Térmica Británica) a siete dólares. Mientras Morales quiere llevar a cabo una negociación similar a la que condujo con Argentina, Brasil argumenta que las negociaciones no deben ser realizadas entre gobiernos sino entre las comisiones técnicas como se estipula en el contrato en vigencia hasta el 2019. Las negociaciones están paralizadas.

Desde la asunción de Morales, se ha generado una alianza entre Bolivia y Venezuela. En el sector energético, esta alianza prevé la construcción por parte de Venezuela de una planta de separación de líquidos de gas que Bolivia pagará con soja. La empresa estatal venezolana, Petróleos de Venezuela Sociedad Anónima tiene, desde el pasado mes de enero, una oficina en La Paz. Técnicos e ingenieros de esta compañía se encuentran en Bolivia con el objetivo de cooperar en la prospección, ubicación de los yacimientos, identificación de sus potencialidades y en el diseño y ejecución de proyectos para el desarrollo petroquímico. Esta cooperación con la empresa venezolana ha producido malestar en Petrobrás ya que esta última ha sido tratada como una multinacional más cuando se anunciaron las nacionalizaciones.

Recientemente, el gobierno de Bolivia anunció su incapacidad técnica y financiera para llevar a cabo la nacionalización de los hidrocarburos. Esto significa que el Estado boliviano ha sido incapaz de lograr el control de la exploración de los hidrocarburos.6 En agosto el gobierno boliviano aceptó la colaboración noruega para la revisión técnica de la ley de hidrocarburos y el diseño de negociación con las empresas extranjeras. El gran proyecto de Morales se encuentra estancado, ha generado tensiones con Argentina, Brasil y España -países claves en el desarrollo económico de Bolivia- y ha provocado incertidumbre entre los inversores privados y los gobiernos de la región.

Un nuevo MERCOSUR

Otro conflicto bilateral se ha generado entre Argentina y Uruguay haciendo tambalear a un ya debilitado MERCOSUR. La construcción de dos plantas productoras de pasta de celulosa a orillas del río Uruguay y a seis kilómetros de la ciudad argentina de Gualeguaychú ha enfrentado a los dos países. Los ciudadanos argentinos de la región argumentan que los vertidos de las plantas al río podrían afectarlos. En el año 2003, el entonces presidente uruguayo Jorge Batlle autorizó la instalación de las plantas. Los habitantes de Gualeguaychú organizaron manifestaciones, cortes del paso fronterizo y campañas por Internet. El gobierno uruguayo sostuvo que los cortes de rutas y del paso fronterizo ocasionaron una pérdida de 400 millones de dólares a Uruguay. Estos cortes también afectaron el comercio entre Chile y Uruguay. A pesar de que los gobiernos de Argentina y Uruguay pueden ser considerados como aliados ideológicos, el enfrentamiento por la instalación de las plantas ha generado un conflicto hasta ahora insalvable entre Kirchner y Tabaré Vázquez. Esto ha perjudicado al MERCOSUR.

El presidente uruguayo ha expresado que su país se siente marginado y desplazado en el MERCOSUR.7 Uruguay ha comenzado a estudiar la posibilidad de aumentar el comercio bilateral con Estados Unidos lo que podría ser la antesala de la negociación de un tratado de libre comercio. El presidente paraguayo también ha expresado que los socios menores del MERCOSUR se sienten desplazados por Argentina y Brasil. Estas tensiones y la reciente inclusión de Venezuela en el MERCOSUR han modificado el equilibrio (o desequilibrio) de este mercado común.

Recientemente han aparecido ciertos desencuentros entre Bolivia y Venezuela. El gobierno de Chávez tuvo que desmentir que estuviese ofreciendo gas a Brasil a un precio menor al del gas boliviano. Mientras durante los años noventa los países del Cono Sur abandonaron sus conflictos históricos, los últimos años han sido testigos del comienzo de un nuevo ciclo de tensiones. A pesar de ellas, los países también intentan profundizar los lazos regionales, por ejemplo, en marzo de 2006 los presidentes de Brasil, Argentina y Venezuela se reunieron para debatir los detalles de la construcción de un gasoducto entre el Caribe y el Río de la Plata.

La llegada de Hugo Chávez a la presidencia venezolana, el alza de los precios del petróleo y los triunfos de los candidatos de izquierda en la mayoría de los países de América del Sur son hechos claves para entender los cambios ocurridos, tanto el incremento de las tensiones como los proyectos de integración. 8
Chávez y su política exterior del petróleo

En el año 2001 Chávez logró modificar, con la aprobación del Parlamento, la intervención estatal en la explotación petrolera. A través de esa norma se elevaron las regalías y los impuestos y se determinó que todas las concesiones estarían controladas mayoritariamente por PDVSA. Los contratos privados debían ser renegociados para crear compañías mixtas en las que la participación de la estatal venezolana tendría que representar entre el 60 y el 80 por ciento. Con la excepción de la estadounidense Exxon Mobil, todas las demás compañías aceptaron las nuevas reglas del juego. 9

El control estatal de PDVSA ha sido crucial en la presidencia de Chávez ya que le ha otorgado al gobierno gran cantidad de divisas gracias al alza en los precios del petróleo. Sin embargo, los críticos de Chávez afirman que la producción ha descendido en un 22 por ciento, y que las inversiones para mantener el nivel actual de la producción no se llevan a cabo ya que PDVSA dedica parte de sus ganancias a proyectos sociales. De acuerdo con estos cálculos, los petrodólares se agotarán si las inversiones necesarias no se llevan a cabo.

El futuro de la revolución bolivariana depende en este escenario de la habilidad de Chávez en mantener los altos ingresos generados por la riqueza petrolera. De ahí, quizás, su pretendido liderazgo en la Organización de Países Productores de Petróleo (OPEC) y su estrategia por reducir la producción con el fin de mantener precios altos.

De todas maneras, cálculos más positivos aseguran que Venezuela tiene reservas que se sitúan alrededor de los 78 billones de barriles, por lo tanto, si se mantiene la producción actual de 3.3 millones de barriles al día, el país puede garantizar una oferta de barriles durante 78 años.10 Así, aquellos opositores que piensan que Chávez caerá cuando los petrodólares se agoten deberían tener en cuenta tanto los cálculos que sostienen que la falta de inversiones acabará por enfrentar a la sociedad venezolana con el estallido de la burbuja de riqueza petrolera como aquellos cálculos que auguran un futuro de bonanza. Lo que está claro es que, en parte, el proyecto de Chávez representa, hasta ahora, una continuación del modelo económico tradicional venezolano que descansa en un alto grado de dependencia en los ingresos por las exportaciones de hidrocarburos.

Chávez es un líder polémico, admirado por muchos, despreciado por otros pero respetado por todos aquellos que se benefician con su petro generosidad. Este militar golpista, hoy presidente con dudosas credenciales democráticas, ha polarizado a la sociedad venezolana y a los países de América Latina. Tiene un enfrentamiento con Alvaro Uribe que mantiene un movimiento pendular entre alianzas y desencuentros, y un enfrentamiento abierto con Alan García. Por otro lado, una alianza consolidada con Fidel Castro y Evo Morales –aunque con este último se han vislumbrado ciertos distanciamientos. Asimismo, una relación distante y cordial con Michelle Bachelet y una alianza que puede fortalecerse o quebrarse con Lula, Kirchner y Tabaré. Esta estrategia de dividir y reinar ha hecho tambalear los bloques regionales de la Comunidad Andina de Naciones y MERCOSUR. Chávez, la crisis del MERCOSUR, y la posibilidad de firmar tratados de libre comercio con Estados Unidos han debilitado la integración regional.

La integración regional en peligro

En abril de este año, en una reunión con los presidentes de Bolivia, Paraguay y Uruguay, Chávez anunció su abandono de la Comunidad Andina de Naciones, el bloque regional que integraba junto con Colombia, Bolivia, Ecuador y Perú. El argumento esgrimido fue que los tratados de libre comercio firmados con Estados Unidos por parte de Colombia y Perú perjudicaban a Venezuela. En julio Venezuela se asoció al MERCOSUR como miembro pleno. A simple vista, este cambio puede estar generado sólo por motivos económicos: MERCOSUR tiene un comercio que alcanza 150.000 millones de dólares mientras que la CAN sólo alcanza los 9.000 millones. Sin embargo, es bien conocido que MERCOSUR no está atravesando su mejor momento: la crisis argentina del 2001 resquebrajó el bloque, las protestas por parte de Paraguay y Uruguay sobre el trato a los socios menores son continuas, Argentina y Uruguay se encuentran enfrentadas actualmente por el tema de la instalación de las plantas a orillas del río Uruguay y, además, éste último está iniciando negociaciones con Estados Unidos que podrían desembarcar en la firma de un tratado de libre comercio bilateral.

Las razones de Chávez para abandonar la CAN pueden encontrarse en las tensiones que existen entre Colombia y Venezuela que, además, es probable persistan ya que Uribe ha sido reelegido. Además, el triunfo de García en Perú le sumó a Venezuela otro enemigo en la Comunidad. Tanto Uribe como García prefieren reforzar los tratados de libre comercio con Estados Unidos en lugar de abrazar el proyecto bolivariano de Chávez. La CAN estaba próxima a iniciar negociaciones con la Unión Europea para formar un Tratado de Asociación que eran cuestionadas por el gobierno de Chávez. Evo Morales no ha seguido a Chávez en esta decisión y permanece en la CAN. Sus vínculos comerciales con Venezuela se han reforzado gracias a la iniciativa chavista del Tratado de Comercio de los Pueblos que integra junto con Venezuela y Cuba.

Los proyectos chavistas de integración energética como el Gasoducto del Sur se contradicen, en parte, con la lógica de amigo-enemigo que el presidente Venezolano impone en la región. Su retórica antiamericana, simplista y estancada en los años setenta, puede llevar a la región a una confrontación innecesaria y ajena a los valores que prevalecen entre los países latinoamericanos. El apoyo de Chávez a Siria y su retórica de resistir juntos la agresión imperialista norteamericana transporta a Venezuela a un enfrentamiento complejo y foráneo. Su apoyo a Irán es también parte de esta lógica. En julio y agosto Chávez realizó una gira que incluyó Argentina para su integración al MERCOSUR, Bielorrusia, Rusia, Qatar, Irán, Vietnam, Malí, Benin, Cuba, China, Malasia, Siria y Angola.11

La gira tuvo como objetivo conseguir el apoyo para lograr un puesto no permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas así como para buscar aliados en su lucha anti-imperialista y antiamericana, y diversificar el comercio de Venezuela para reducir la dependencia comercial con Estados Unidos, que es uno de los mercados más importantes para su petróleo. Además, el presidente venezolano intenta convertirse en un líder con proyección internacional. Sus petrodólares le permiten promover proyectos de cooperación en temas energéticos que atraen a muchos países. Con su retórica anti-imperialista establece alianzas con países aliados en términos ideológicos. Chávez está reproduciendo la visión del mundo simplificadora, predominante en los años de la Guerra Fría, del presidente George Bush que polariza al mundo entre amigos y enemigos. La coyuntura internacional beneficia a Chávez que junto con su riqueza petrolera le permite soñar con ser un líder internacional capaz de enfrentar a Estados Unidos. Pero una alianza de Venezuela con Irán o Siria podría tener costes muy altos para América Latina.

En este contexto, la compra de armamentos por parte de Venezuela es un factor adicional de tensión. Caracas ha adquirido helicópteros, aviones de transporte de tropas, aviones de combate y rifles. Entre los países vendedores se encuentran España, bajo el gobierno socialista de Rodríguez Zapatero, Rusia y Brasil.

Venezuela no ha sido el único país comprador de armamento. En el año 2005 Chile y Brasil también han incrementado su arsenal. Mientras Chile compra material de tecnología más avanzada y Brasil adquiere medios de combate y transporte, Venezuela ha adquirido equipo que permite armar a un porcentaje importante de la población civil. Además, el gobierno venezolano ha distribuido rifles entre la población, formando milicias populares dispuestas a entrar en combate frente a una invasión extranjera. Perú y Colombia también se han sumado a la lista de compradores. Colombia ha comprado carros de combate y aviones de transporte a España, mientras Perú incrementó su número de aviones rusos y franceses. Si bien es cierto que los niveles de gasto de defensa aún son bajos en comparación a décadas anteriores, también debe destacarse que hay un incremento de tensiones y conflictos en la región y aparecen caudillos mesiánicos que alientan sentimientos nacionalistas y frentes de confrontación.12

Conclusiones

Las economías de la región están creciendo. A pesar de las crisis, los países logran crecer económicamente. Sin embargo, la pobreza y las desigualdades socio-económicas persisten y aumentan. El extremo desequilibrio, las injusticias diarias, la falta de acceso a las necesidades básicas, la fragilidad de las democracias, la crisis de representatividad política y la ausencia de accountability (rendición de cuentas) son sólo algunos de los factores que otorgan razón de ser a Hugo Chávez. “Yo no soy la causa. Soy la consecuencia” le ha dicho, según fuentes periodísticas, el presidente venezolano al Secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA), José Miguel Insulza.13 Y sin lugar a dudas Chávez tiene razón. La aparición de Chávez es el resultado de dos fracasos recientes. Por un lado, el fracaso de las reformas económicas que, a pesar de ajustes y sacrificios, no han generado economías que creen puestos de trabajo, que sean dinámicas y capaces de crear las condiciones para un desarrollo sostenible. Si bien es cierto que hay crecimiento económico, el desplome de la economía argentina y la persistencia de la pobreza demostraron que el neoliberalismo de los años noventa no ha creado un modelo de desarrollo económico y social para la región.

Por otro lado, el fracaso de los partidos políticos tradicionales, incapaces de representar y entender las demandas sociales, el descontento social y, en algunos casos como el de Venezuela, la oposición a las reformas neoliberales. Venezuela, Bolivia, Argentina, Ecuador y Perú son muestras claras de un fracaso de la clase política. Los políticos tradicionales fracasaron y han sido castigados. Chávez es la consecuencia.14


Chávez ha transformado el sistema político. Para sus partidarios, la democracia ha sido transformada, profundizada y convertida en democracia participativa, en una sola palabra, mejorada. Pero los opositores a Chávez creen que la democracia está amenazada y que las aspiraciones caudillescas y mesiánicas de Chávez minarán la construcción de una democracia liberal en Venezuela. El proceso político interno de Venezuela tendrá consecuencias regionales.


España y Europa han estado, hasta hora, bastante alejadas de estos debates. La cumbre de Viena no pudo superar los desentendimientos entre las dos regiones.15 Mientras la Unión proclama el multilateralismo, muchos países latinoamericanos promueven tratados de libre comercio bilaterales con Estados Unidos. La cumbre produjo nuevamente documentos donde se proclama que las dos regiones tienen valores comunes y voluntad de cooperación. La no injerencia que la Unión profesa es, a veces, entendida desde Latinoamérica como una falta de interés. A pesar de la retórica de las cumbres, América Latina no parecería estar entre las prioridades europeas; de hecho, la región no recibe demasiada atención en la nueva estrategia sobre energía recientemente elaborada por la UE.16

España que siempre intenta crear puentes entre las dos regiones se ha visto afectada por los cambios en la región. Las empresas y los bancos españoles han seguido más que atentamente las nuevas estrategias económicas en la región, especialmente las referidas a la nacionalización de los hidrocarburos y los cambios de regla respecto a las empresas privatizadas en los noventa. España es el primer inversionista extranjero en Argentina, el segundo en Bolivia y el cuarto en Perú. Elsector bancario en América Latina está dominado por bancos españoles, especialmente, por el Santander Central Hispano y el Bilbao Vizcaya Argentaria. A pesar de las crisis económicas y de las nuevas reglas de juego y a pesar de la incertidumbre que crean algunos gobernantes de la región, parecería que la apuesta de los inversores españoles es lo suficientemente fuerte como para soportar los vaivenes políticos típicos de la región. El gobierno español reaccionó frente a las nacionalizaciones de Morales y si bien es cierto que trató de limar asperezas, también debe destacarse que presionó al gobierno boliviano tratando de defender los intereses españoles en ese país. Sin embargo, todavía se escuchan las críticas por la venta de armas a Venezuela.

Tanto la Unión Europea como España deberían enfatizar en la región la promoción de la democracia, la construcción de instituciones democráticas, el respeto por los derechos humanos, la resolución pacífica de conflictos y la creación de mecanismos de prevención de crisis (campos en los que Europa tiene amplia y larga experiencia desde la Guerra Fría), la erradicación de la pobreza, la ausencia de corrupción y la constante promoción y respeto de derechos civiles, políticos, económicos y sociales. El nuevo contexto internacional en el que el acceso a los recursos energéticos ha modificado las estrategias de relaciones internacionales no parecería ser muy proclive a la promoción de la democracia sino, más bien, al establecimiento de alianzas con países productores sean estos democráticos, autoritarios o autocráticos. En este campo, si Europa pretende mantener una política exterior de principios y valores debería ser coherente con ellos y buscar las formas de relación que no supongan la mera aceptación de dictaduras petroleras dentro y más allá de América Latina.
Los conflictos que hoy se están generando entre los países de América del Sur, aunque puede ser que sean sólo pasajeros, crean de todas maneras nuevas piedras en el camino que lleva a estas sociedades a alcanzar democracia política, estabilidad y crecimiento económico e igualdad social.

Notas

1 El País, 14 de mayo de 2006, p. 6.

2 La devaluación monetaria del 2002 fue seguida por la pesificación y congelación de las tarifas de los servicios públicos privatizados. El precio del gas disminuyó en más de un 60 por ciento. En el año 2004 frente a una caída de las reservas y con el fin de garantizar el consumo interno, el gobierno decidió disminuir las exportaciones de gas a Chile algo que estuvo a punto de provocar una crisis energética en ese país. Las tarifas aumentaron sólo para los consumidores industriales pero siguen congeladas para los consumidores residenciales; esta situación ha provocado una disminución en las inversiones. Para un análisis sobre los recientes cambios sufridos por la industria del gas ver Humberto Campodónico (1999) ‘La industria del gas natural y su regulación en América Latina’, Revista de la CEPAL, 68, agosto de 1999, pp. 135-152. Ver también El País, 20 de agosto de 2006, p. 11.

3 Para un análisis detallado de la situación de Bolivia bajo la presidencia de Evo Morales ver Isabel Moreno y Mariano Aguirre (2006) ‘Bolivia, los desafíos para reformar el Estado’, FRIDE, Programa de Paz y Seguridad, disponible en www.fride.org,

4 El País, 3 de mayo de 2006, p. 1.

5 El País, 3 de mayo de 2006, p. 3.

6 BBC News, 18 agosto de 2006, www.news.bbc.co.uk

7 El País, 21 de mayo de 2006, p. 18.

8 Para un análisis de las distintas iniciativas de integración ver Roberto Bouzas (2005) ‘El nuevo regionalismo y el área de libre comercio de las Américas: un enfoque menos indulgente’, Revista de la CEPAL, 85, pp. 7-18.

9 Ver S. Ellner y D. Hellinger (2003) Venezuelan Politics in the Chávez Era. Class, Polarization and Conflict (Boulder y Londres: Lynne Rienner Publishers) para un detallado análisis del gobierno de Chávez.

10 BBC News, 1 de septiembre de 2006, www.news.bbc.co.uk

11 BBC News, 1 de septiembre de 2006.

12 Ver Fabián Calle (2006) ‘Armamentismo en Sudamérica ¿Salto tecnológico o desequilibrio?’, www.defdigital.com.ar, DEF número 8, abril de 2006.

13 El País, 20 de febrero de 2006, p. 72.

14 Frances Hagopian y Scott Mainwaring ofrecen un análisis excelente de los logros y fracasos de la democratización en la región. Ver Frances Hagopian y Scott Mainwaring (2005) The Third Wave of Democratization in Latin America (Cambridge University Press).

15 Ver FRIDE (2006) ‘La Cumbre Europeo-Latinoamericana en Viena’, FRIDE, Democracia en Contexto, número 2, www.fride.org.

16 Commission of the European Communities (2006) Green Paper: A European Strategy for Sustainable, Competitive and Secure Energy, COM (2006) 105, marzo.
Alianzas y desencuentros en América del Sur: Energía e Integración