lunes, 13 de abril de 2009

COLOMBIA HACIA LA SENDA DEL DRAGÓN


Gustavo A. Cardozo

Introducción

Colombia ha estado sujeta a lazos políticos y militares con Estados Unidos (EE.UU.) por años. Diversos enfoques se plasmaron sobre la situación actual del país y su interacción con los principales actores visibles. Para algunos analistas latinoamericanos, la realidad colombiana ha “escapado” momentáneamente al fenómeno de la Nueva Integración Sudamericana impulsada por el eje Caracas-Bs.As.–Brasilia. No obstante, las variables políticas y económicas de una subregión en proceso de transición ideológica, sumada a la irrupción continental de China (R.P.Ch), han creado un ambiente susceptible de modificaciones.

Mas allá de los respectivos intereses nacionales y de las lógicas contradicciones en torno a la política internacional, Colombia no parece haber determinado estratégicamente como situarse en el actual escenario. Esta realidad debe comprenderse desde la perspectiva que la Administración Uribe convive con Estados “ideológicamente” heterogéneos, algunos de ellos contrarios a su modus operandi en la lucha contra el narcotráfico. Gobiernos como el de Brasil han expresado discrepancia con las estrategias de seguridad que puedan provocar una escalada de violencia en la zona amazónica, fundamentalmente si EE.UU. esta involucrado. Sentir la presencia norteamericana genera tendencias anti-intervencionistas y ha liberado, en casos como el venezolano, políticas antagónicas.

El actual entorno nos permite encontrar las razones interpretativas sobre las orientaciones y los condicionamientos externos que han creado un espacio propicio para que un país, la R.P.Ch, emerja como sostén de la estabilidad latinoamericana. Sin embargo, esto no ha supuesto que Colombia ubique a China como una prioridad en la esfera política. Sectores gubernamentales afirman que los contactos bilaterales son históricos y afectivos, aunque sin profundidad, motivo de la dependencia con los Estados Unidos.

Bogotá es consciente que la “carta china” puede transformarse en el principio de una relación que conlleve a menor dependencia de Washington. La firme presencia de Beijing en Sudamérica ha puesto en alerta a la diplomacia colombiana, la cual se debate si esta situación será un desafío para su futuro progreso, observando que los conflictos por zonas de influencia son factibles como la formación de acuerdos, y tomando como ejemplo los intentos del mandatario George W. Bush por dificultar la expansión china en el Tercer Mundo. Si bien es evidente las oportunidades de fundar intereses recíprocos con China, será significativo observar si Colombia desea aprovecharlas.

Este trabajo tiene por finalidad realizar una mirada a la política regional de Colombia, abordando los efectos de la misma frente al creciente vinculo sino-latinoamericano. Se trata de analizar la situación y apreciar con datos los efectos reales y las previsiones del impacto chino en esta economía sudamericana, resaltando la importancia real que hay en esta relación.

Colombia y China: una amplia mirada

Colombia ha desempeñado un rol particularmente complejo y poco usual en el “equilibrio” latinoamericano. Es así en razón de la dinámica presencia norteamericana en dicho territorio, situación que ha limitado el accionar político-regional impulsado por el gobierno de turno. El especialista internacional Dr. Adramca, se refiere al respecto: “Estados Unidos siempre ha sido, de alguna forma, un elemento influyente en el desarrollo político, social y económico de Colombia. Nuestro país se ve afectado, de una u otra forma, por las políticas, acciones y decisiones de los Estados Unidos” (1). En una época en la que han vuelto a soplar corrientes ideológicas análogas a la de la Guerra Fría, Colombia explora nuevas perspectivas multilaterales.

Varios hechos de orden general se exhiben en el horizonte colombiano. Sudamérica es testigo de una ascendiente presencia económica y financiera de la R.P.Ch. El gigante asiático irrumpe como uno de los vitales componentes comerciales de la diversidad económica del subcontinente. En términos monetarios, las inversiones chinas infunden “proyección” financiera al área, apostando a la apertura de mercados y a la asociación como instrumento de crecimiento político. Un dato preciso de ello, son las palabras del experto en China, Sergio Cesarin: “Desde la tradicional concepción china de las relaciones interestatales, los países latinoamericanos forman parte del mundo en desarrollo, comparten una historia común en el marco del no alineamiento durante la guerra fría y mantienen aspiraciones autonómicas respecto a los poderes rectores del orden mundial” (2).

Esta clase de examen nos permite diagramar dos premisas subyacentes usuales a muchas visiones occidentales de las relaciones sino-colombianas. La primera funda el vínculo en conveniencias mutuas de carácter coyuntural: en la medida que Beijing proporcione a Bogota ventajas económicas-financieras, constituyéndose este último país en un socio favorable de la política china en la región. La segunda premisa transforma el progreso de las relaciones bilaterales en una función directa del “desafío” chino en áreas de influencia norteamericana.

De estos hechos se induce una “proximidad” en aumento de los vínculos, citándose acuerdos, sobre todo en el periodo reciente. El Embajador de Colombia en China, Dr. Guillermo Ricardo Vélez, afirma: ”Ante todo, me parece muy importante abordar las relaciones diplomáticas chino-colombianas ahora,..en todos los organismos de Naciones Unidas, por coincidencias alfabéticas, estamos uno al lado del otro, así como en reuniones bilaterales y multilaterales. Y nosotros generalmente votamos a favor de las posiciones de China en temas de la ONU y el Consejo de Seguridad” (3). En consecuencia, Bogota ha propuesto la alianza estratégica para que empresas chinas se establezcan en el país, disfrutando de la posición geográfica colombiana y del Acuerdo de Libre Comercio -en progreso- con Washington.

Si bien es evidente la dependencia sistémica de numerosas naciones del continente, como Colombia, con relación a Estados Unidos, esto parece no haber limitado el progreso de una conexión sostenida de alta intensidad con China. La Dra. Isabel Cristina Correa Abello, agrega: “Durante diferentes épocas en los sistemas mundiales los cambios han permitido que ciertos países con altas facultades de adaptabilidad logren posicionarse en algunos ámbitos a escala internacional, estas situaciones han hecho que exista un abismo entre aquellos desarrollados, y los que se encuentran en vía de desarrollo” (4). La política de desarrollo se halla en el centro de la actuación exterior de China. Constituye la mejor carta de presentación, dado que refleja su identidad como protagonista y socio mundial que interviene para fomentar sus valores, basados en consolidar la cooperación, apoyar el desarrollo sostenible y promover una mayor autonomía a Latinoamérica.

Por otro lado, la perseverante intimidación de la Administración Bush sobre algunos países de la región, ha puesto bajo presión los dispositivos de coordinación multilateral, sumado a las actuales diferencias intra-bloque. Asimismo, el MERCOSUR, contrario a las propuestas de liberalización comercial norteamericanas, ha sido una herramienta de “lobby” que no ha pasado desapercibida, asumiendo los nuevos acercamientos de Argentina y Brasil a China. A su vez, las “nuevas variables” crearon situaciones propicias en las cuales Colombia y China optimizaron el diálogo institucional.

Siguiendo la línea de análisis, el gobierno de Álvaro Uribe mantuvo al máximo las relaciones diplomáticas con China desde un sentido protocolario y de reuniones de alto nivel. Colombia desarrolló documentos para alzar la colaboración en áreas prioritarias; cooperación científica-tecnológica, telecomunicaciones, economía, energía, petroquímicos, industria ligera, y de electrónica; respondiendo a los reclamos de aquellos sectores intransigentes con respecto al dinámico vinculo con Washington. La visita de Estado a Beijing, coincidiendo con los 25 años de establecimiento de las relaciones diplomáticas, así lo demuestran. En su gira el mandatario colombiano expondría: “Colombia quiere avanzar en la integración económica con los países vecinos y los de otros continentes. Asia es prioritaria, y el liderazgo chino es fundamental” (5).

Al observar detalladamente la política exterior colombiana se puede corroborar discrepancias entre los sectores empresarios y el gobierno; específicamente sobre los mecanismos implementados en la firma de TLC. Asimismo, la nueva estructura del poder internacional post 11-S (política unilateral norteamericana) y las continuas divergencias en los bloques regionales (MERCOSUR-ALADI), agudizaron los mecanismos de toma de decisiones, desencadenado altibajos en los vínculos bilaterales. Este nuevo escenario comprendió un cambio de estrategia en todos los ámbitos y niveles de la diplomacia nacional, no solo en ALC, sino en Asia-Pacifico y en especial sobre China.



El desafío correspondió ser en tal caso la búsqueda de nuevas respuestas a los diversos retos que incluían (e incluyen), tópicos como integración y autonomía. Es decir, aun cuando Bogota no obtuviese objetivos amplios a corto plazo, este paso sería un logro considerable para fortalecer su capacidad de negociación, especialmente frente a los nuevos actores extra-regionales: China e India. Sin embargo, como lo anuncia Lina Paola Milián Miranda, analista de la Universidad Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario de Colombia los progresos han sido escasazos: “Colombia puede ver a China como un mayor socio comercial y un apoyo político, para lo cual hace falta una política de acercamiento por parte del gobierno colombiano, que identifique las oportunidades que puede brindar China al país derivadas de la conjunción de intereses de los dos países” (6).

La Nueva Tendencia: Chiku Nailao

La economía colombiana experimentó una expansión en promedio superior a la de los últimos años, aunque no en los niveles advertidos en Venezuela y Argentina. En efecto, debido a la tasa de crecimiento y al proceso de reconversión productiva se acrecentaron los requerimientos de infraestructura y energía, los que, junto al notable incremento de la demanda de alimentos representaron un activo fundamento para afianzar las relaciones con los países importadores de commodities, especialmente las economías asiáticas. Según la analista Lourdes Casanova: “La aparición de nuevos actores asiáticos en el comercio mundial es en parte responsable del excelente crecimiento del Producto Interior Bruto de América Latina en los dos últimos años (6% en el 2004 y 4,3% en el 2005), los más altos de los últimos 25 años” (7).

Esta realidad ha logrado reflejar los niveles de definición y orientación política-comercial entre China y los países Sudamericanos. Es aquí donde el planeamiento global del desarrollo económico latinoamericano evidencia una transformación substancial, presuponiendo una reestructuración en lugar de un cambio extremo del mismo. El economista Jefe y Director adjunto de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), Javier Santiso subraya: “Hasta los 80, el principal sostén (comercial) fue Estados Unidos; en los 90 surgió un segundo pilar (financiero): las inversiones directas masivas de los europeos y españoles en particular; ahora se estructura un tercer punto de apoyo (asiático)” (8).

Datos oficiales del gobierno chino hacen referencia que siete países de la región representan cerca del 95% de las importaciones latinoamericanas; Brasil, Argentina, Chile, México, Perú, República Bolivariana de Venezuela y Costa Rica (9). Por su parte, Bogota ha interpretando por la realidad de los hechos que China será un socio protagónico en las próximas décadas. Actualmente, Colombia no ha logrado insertar variedad de productos, siendo que Beijing se ha transformado en el tercer abastecedor de manufacturas a dicho mercado, solo superado por EE.UU. y México.

Según informes de la Escuela de Negocios de la Universidad Sergio Arboleda de Bogota, sobre la realidad económica de Colombia; se observa que el país mantiene enlaces de tipo “primario” en la cadena productiva que no han habilitado amplios márgenes de competitividad a la industria nacional (10). Diversos sectores están a favor del libre comercio, la globalización, pero no son menos los que se expresan contrarios a esta realidad. Para el año 2006, empresas colombianas lograron márgenes de ganancias por un 180% más con respecto al año anterior, accediendo particularmente a buena parte de los mercados internacionales: Estados Unidos, China, Japón, Corea, CAN (Bolivia, Ecuador, Perú) Grupo de los Tres, G-3 (México, Venezuela), MERCOSUR, Colombia – Chile, Colombia – CARICOM, SGP-ANDINO (Unión Europea) (11).

Durante el primer semestre de 2007, la dinámica de Colombia en el campo de la diplomacia económica asumió una nueva perspectiva, con importantes modificaciones tanto políticas como comerciales con Beijing. Los resultados previstos en la actualidad insinúan una apertura levemente flexible a las importaciones de manufacturas chinas, incluyendo a la inversión en sectores específicos. La balanza comercial no ha logrado revertir la situación deficitaria con China; la tasa promedio anual de importación ronda el 31%, mientras que las exportaciones se distribuyen en 46 partidas arancelarias, ubicando productos derivados de minerales ferrosos y commodities específicos: cueros, pieles.

En términos de volumen comercial, se subraya que el desarrollo de las exportaciones no significó diversificación de productos, los mismos continúan siendo de bajo valor agregado. Por otra parte, sectores textiles colombianos acusan gran sensibilidad frente al ingreso de las importaciones provenientes de China y Hong Kong (12). A diferencia de los países de la ASEAN, las economías latinoamericanas no maduraron hacia una marcada especialización del mercado chino, tanto en el ámbito de productos primarios como de manufacturas. Economías como Malasia, Indonesia y Tailandia han logrado innovar su canasta exportadora de manera muy marcada en la década de los 90. Miguel Pinedo Vidal, vicepresidente de la Comisión de Asuntos Constitucionales del Senado de Colombia, reveló a la Agencia de noticias Xinhua: “Hemos tenido desde luego la enorme competencia en algunos sectores de nuestra economía, como por ejemplo los textiles y el calzado, por parte de la eficientísima producción de China" (13).

Asimismo, esferas del gobierno colombiano manifiestan que el ámbito productivo nacional ha obtenido un efecto real y efectivo de la competencia china, motivo de una mejora en los canales de negociación y en las actividades operativas con dicho mercado. Se podría afirmar que aquellas economías con menor exportación de materias primas y con sectores productivos más desarrollados han sido más vulnerables al acceso del mercado chino, mientras que aquellos países con un sector industrializado más pequeño y una estructura de exportación orientada hacia la venta de materias primas, se han beneficiado en este nuevo vínculo económico. Colombia, por su parte, vendió durante el periodo 2004-06, 236 millones de USD aumentando cerca del 72.13% el comercio con el gigante asiático.

Previsiblemente de Jure y de Facto, Colombia busque mayores compromisos con China en el contexto del regionalismo abierto, propiciando una convergencia de las políticas de ambas partes en torno a temas como: comercio, inversión e intercambios funcionales. Ricardo Mosquera Mesa, economista y Ex Rector Universidades Surcolombia y Nacional de Colombia, puntualiza: ”El tema de la política hacia fuera en Colombia ha estado sujeta a improvisación..la política hacia fuera de Colombia sigue pendiente de un diseño” (14). En esa dirección puede interpretarse como se han posicionado las relaciones sino-colombianas en los últimos años.

Beijing o Washington: Las inversiones chinas en Colombia

En los últimos años ALC percibió más de 40.000 millones de dólares en inversión, estimando un aumento del 50% respecto de otros años. La estrategia de adaptación a la apertura global ha sido compensada por políticas estructurales orientadas hacia los flujos de inversión y de ingresos (15). En el caso de Colombia, el país se halla en una posición primaria como receptor de IED a nivel regional; siendo sus manufacturas y el sector financiero los más beneficiados, absorbiendo un total del 21% de las mismas.

Como han destacado diversas investigaciones, parte del flujo de IED que llega a Latinoamérica se debe –en medida- al acelerado crecimiento industrial chino, motivando una “nueva apertura” hacia los países del continente. La totalidad de los indicadores confirma un marco estratégico de operación en el cual la apertura inversionista tiene por finalidad asistir a nuevos mercados a través de la manufacturas locales, sobre todo en aquellas firmas chinas en que la demanda interna se encuentra saturada, provocando exceso de productividad.



Este cambio de modelo fue asumido por el PCCh luego del X Plan Quinquenal 2000–2005, donde se fomentó a las empresas estatales a buscar nichos de mercados en regiones estratégicas de África y América Latina, con el fin de garantizar el acceso a materias primas y fuentes de energía. Visto desde un plano más general, esta visión facilita la interpretación sobre como interactúan el comercio y la IED bajo un mismo proceso de reubicación a través de las fronteras nacionales. El aumento sostenido de las inversiones, los beneficios derivados de la expansión de las exportaciones, facilitan un desconocido piso de oportunidades para que economías como la de China y Colombia interactúen.

Como se ha mencionado, entre los aspectos que determinan la inversión en el extranjero la búsqueda de algún tipo de ventaja suele desempeñar un papel importante. En el caso de las empresas transnacionales chinas, los flujos financieros representan solo el 0,45% de la IED internacional y el 0,48% de las ganancias mundiales. Sin embargo, siguiendo la experiencia de Corea con los chaebol, los capitales chinos se posicionan estratégicamente mediante actividades de joint ventures y adquisición de compañías con gran nivel tecnológico, conocimiento de mercado y productos. Un estudio realizado por la analista Marísa Connelly, durante el año 2005, determinó que las corporaciones chinas (no financieras) obtuvieron dividendos superiores a los 33.200 millones de dólares (16).

Dadas estas condiciones, Bogota se ha manifestado a favor de ampliar los vínculos con Beijing dentro de esta dinámica socio inversionista y tecnológica, sobre todo en la explotación de hidrocarburos. Ambas partes trabajan en el desarrollo de un oleoducto sobre el puerto colombiano de Tribugal; (con participación de Venezuela) para exportar petróleo al Pacifico Asiático. Empresas colombianas buscan ampliar los márgenes de inserción en las cadenas de producción de manufacturas de Asia, promoviendo reciprocidad inversionista con China. La expansión comercial manufacturera, cerca del 60%, ha sido el principal detonante de este progreso comercial.

La inversión científica-tecnológica de compañías chinas como Huawei y ZTE Corporation, en telefonía móvil y telecomunicaciones, cosechó una considerable expansión de los negocios, manifestando claramente el inicio de una integración que va más allá de lo comercial y de lo diplomático-político. En los próximos años se aguarda una evolución significativa de la IED china en la región, especialmente en áreas relacionadas con la elaboración de alimentos, energía y minería.

El resultado de esta estrategia puede apreciarse en la participación de las filiales de empresas chinas en las exportaciones latinoamericanas. De similar forma, Colombia acusa al igual que otros mercados, escasa complementariedad empresarial intrasectorial con países de Asia, entre ellos China. El embajador chino en Colombia, Wu Changsheng manifiesta: “El patrón de desarrollo “en cuna”, esto es, la secuenciación del proceso de industrialización entre economías esta como principal motivo de las causas del bajo nivel de IED asiática, incluida la china, en Latinoamérica” (17).

Mas allá de lo expuesto, la tendencia de inversión china hacia mercados foráneos ya se ha comenzado a divisar de modo manifiesto en algunas zonas de Colombia; su proyección a futuro hace pensar este suceso como algo frecuente y de grandes magnitudes. China no solo se ha convertido en el principal receptor de IED, también su tendencia comercial se ha enfocado hacia regiones menos desarrolladas, forjando bases progresivas y abriendo desconocidas perspectivas de oportunidades de nuevos negocios para países como Colombia.

Conclusión

Colombia debe asumir una dinámica de mayor protagonismo en Asia, y en especial en el vinculo con la R.P.Ch en esta década en la cual el mundo mira hacia el Pacifico. El Gobierno del presidente Uribe parece haber interpretado esta situación al asumir un nuevo esquema de política exterior, en donde la fase externa de la economía colombiana, busca llevar a cabo tratados comerciales con India, Japón, Corea del Sur, y Beijing.

No obstante, sectores empresarios siguen aludiendo a la discrepancia entre un diálogo político exitoso y el desarrollo poco satisfactorio de las relaciones económicas. Los obstáculos concretos a nivel comercial, así como los intereses muy dispares entre los Estados de ALC, han impedido trasladar el balance positivo del ámbito político a las relaciones económicas. Bogota necesita profundizar el “Guanxi” para extender sus negocios con China. ¿Está dispuesto Colombia a enfrentar el desafío?.

Notas:

1 Adramca, A: “ Colombia y los Estados Unidos; Nuevos enfoques en nuestras relaciones con el norte”. Sitio Web: www.Eltiempo.com, Blog. Año 2006.

2 Cesarin, Sergio: “La seducción combinada: China e India en América Latina y el Caribe?. Workin Paper. CAEI, Bs.As. Año 2007.

3 China Hoy – CRI. China-Colombia: Confianza mutua multiplicada. 2007-03-07.

4 Correa Abello Isabel Cristina. “ Acuerdo Bilateral Colombia-China”. M E R C A T U R A Revista Virtual Facultad Ciencias Empresariales UNIVERSIDAD DE SAN BUENAVENTURA MEDELLÍN. Año 2005.
5 Documentos: PRESIDENCIA DE LA REPÚBLICA DE COLOMBIA. Bogotá. Martes, 3 de Julio de 2006

6 Lina Paola Milián Miranda: China “Una oportunidad estratégica en materia económica y política para Colombia”. Facultad de Relaciones Internacionales, Universidad Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Diciembre de 2004.

7 Casanova, Lourdes: “LA INVERSIÓN DE CHINA E INDIA EN EL CONTINENTE LATINOAMERICANO”. INSEAD. Año 2006.

8 Santiso, Javier; “Latinoamérica se vuelve a China”. Foreings Policy; Edición en Español. Junio 2007.

9 Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). Panorama de la inserción internacional de América Latina y el Caribe, Tendencias 2005.

10 Vacca, María Ángela: “A equilibrar la Balanza”. Comercio Colombia-China. Universidad Sergio Arboleda. Año 2005.

11 COLOMBIA QUIERE AMPLIAR RELACIONES COMERCIALES CON CHINA. Bogotá, 4 abr. (SNE).

12 Lin, Justin Yifu (2004), “The People´s Republic of China´s future development and economic relationswith Asia and Latin America”, documento presentado en 2004 LAEBA Annual Conference: The Emergence of China: Challenges and Opportunities for Latin America and Asia, Latin America/Caribbean and Asia/Pacific Economics and Business Association (LAEBA) (Beijing, 3 y 4 de diciembre).

13 Colombia busca TLC con China. BOGOTA, 22 jun (Xinhua).

14 Mosquera Mesa, Ricardo: “Colombia: Política hacia fuera”. Sociedad Geográfica de Colombia, Academia de Ciencias Geográficas. 2005.

15 Cesarin Sergio y Moneta Carlos: “ CHINA perspectivas del presente, desafíos del futuro”. EDUNTREF. Año 2002.

16 Connelly, Marisela: “China and Latin America: The Economic Dimensión”. En Multiregionalsm And Multilateralism. Asia-European relations in a Global Context. Editedby Sebastian Bersick, Win Stkhof and Paul van der Velde. AMSTERDAM UNIVERSITY PRESS. Año 2006.

17 Agencia de noticias Xinhua. Año 2006.

Bibliografía

- Adramca, A: “ Colombia y los Estados Unidos; Nuevos enfoques en nuestras relaciones con el norte”. Sitio Web: www.Eltiempo.com, Blog. Año 2006.

- Agencia de noticias Xinhua. Año 2006.

- Casanova, Lourdes: “LA INVERSIÓN DE CHINA E INDIA EN EL CONTINENTE LATINOAMERICANO”. INSEAD. Año 2006.

- Cesarin Sergio y Moneta Carlos: “ CHINA perspectivas del presente, desafíos del futuro”. EDUNTREF. Año 2002.

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- Lina Paola Milián Miranda: China “Una oportunidad estratégica en materia económica y política para Colombia”. Facultad de Relaciones Internacionales, Universidad Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Diciembre de 2004.

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- Vacca, María Ángela: “A equilibrar la Balanza”. Comercio Colombia-China. Universidad Sergio Arboleda. Año 2005.

LATINOAMÉRICA 2009: EL PRIVILEGIO DE SER COMO TODOS


Jose Juan Ruiz

En las semanas centrales del pasado noviembre, muchos pensaron que la normalidad había vuelto a Latinoamérica. Tras cinco años de crecimiento no inflacionario y razonablemente elevado, de aumentos del empleo formal y de los salarios reales, incrementos de la bancarización y reducciones del coste del endeudamiento bancario, cuentas externas y públicas saneadas que posibilitaron el desendeudamiento externo y público, tipos de cambio estables y aumentos de reservas internacionales, primas de riesgo a la baja y sucesivas revisiones al alza de las calificaciones otorgadas por las agencias de rating tanto a los soberanos como a las grandes empresas, aumento del empleo y de políticas sociales que consiguieron sacar a 17 millones de personas de la pobreza, así como envidiables e inéditos niveles de apoyo popular a los líderes políticos del continente, en noviembre de 2008 todo pareció desvanecerse y nuestro destino manifiesto pareció que volvía a ser caer y caer en una nueva y desproporcionada crisis económica y política.

Bastaron algunas intensas semanas de volatilidad en los mercados cambiarios y de capitales para que la teoría del decoupling –que afirmaba que el mundo podía crecer apoyándose en los BRIC (Brasil, Rusia, India y China) y sin el aporte de Estados Unidos– se viniera abajo y todo el continente se pusiera a buscar bien argumentos para justificar el descalabro, bien políticas compensatorias para modularlo.

Como era previsible, a los que cultivan con primor el prestigio intelectual del fracaso les llevó todavía menos tiempo que a los mercados apoderarse del discurso dominante en los consejos de administración y de redacción. Como muestra un botón: entre junio y noviembre de 2008 el consenso de crecimiento del PIB esperado para 2009 pasó del cuatro por cien al 1,5 por cien, lo que supone un recorte del 66 por cien. Por países, el consenso sólo contemplaba que Perú creciera por encima del 3,5 por cien, la tasa promedio de crecimiento del continente en los últimos 25 años. Para el resto se esperaban crecimientos en torno al dos por cien, excepto para México, país al que se le vaticinó directamente el estancamiento.

Teniendo en cuenta que en las mismas fechas el Fondo Monetario Internacional (FMI) revisó su pronóstico de crecimiento de la economía mundial desde el 3,2 al 2,2 por cien –un 44 por cien menos– y que el recorte para los países emergentes fue del 6,7 al 5,1 por cien –una reducción del 24 por cien– para criollos y latinoamericanos la cuestión natural es comprobar si está justificado el recorte diferencial de las expectativas de crecimiento infringido a la región.

¿No es oro todo lo que reluce?

En su asamblea anual celebrada en la primavera de 2008 en Miami, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) presentó un interesante análisis1 –técnicamente impecable, políticamente inédito en un organismo internacional cuyos socios son los mismos países a los que en el documento se atribuían debilidades que todavía no descontaban los mercados– que básicamente venía a decir que la prosperidad de la region en los últimos años era más el resultado de un entorno internacional extraordinariamente favorable que la consecuencia de buenas instituciones y políticas.

La inferencia del análisis era, obviamente, que si el entorno internacional cambiaba significativamente a peor, lo que relucía como “oro” iba a convertirse en latón. Frente a este posicionamiento, quienes creíamos que Latinoamérica realmente había mejorado sus fundamentales económicos y sus instituciones –una inmensa minoría, (2) pero con algunos socios muy cualificados como la Comisión para América Latina y el Caribe (Cepal) y el regionalmente denostado FMI– (3) esgrimíamos básicamente cuatro argumentos:

1. Que los más recientes y sofisticados análisis4 tendían a concluir que el entorno externo explicaba entre el 50 y el 60 por cien de la variabilidad del crecimiento histórico del continente. Es decir, que los gobiernos de Latinoamérica, las instituciones y las políticas aplicadas eran, como mínimo, corresponsables del 50 por cien del éxito.

2. Que independientemente de cómo y por qué se habían cosechado los éxitos del periodo 2003-07, la región había mejorado no sólo sus variables flujo –PIB, balanza de pagos, situación presupuestaria, etcétera– sino fundamentalmente sus variables stock: las reservas internacionales habían aumentado, la deuda externa y la deuda pública disminuido, el empleo formal crecido, la pobreza se había reducido, el stock de capital físico y humano incrementado… Es decir, los países habían “capitalizado” el éxito y se habían fortalecido para el momento en que se produjera el cambio de ciclo internacional.

3. No se podía descartar de un plumazo la mejora institucional de la región. En América Latina ya había cinco bancos centrales –Chile, Brasil, México, Peru y Colombia– que habían adoptado políticas basadas en objetivos de inflación que habían conseguido muy buenos resultados y, por tanto, credibilidad. Gracias a ello, los costes en términos de output y empleo de los ajustes a los futuros shocks externos deberían ser mucho menores que los del pasado. En el campo fiscal, también había evidencia5 de que la estructura, calidad y cuantía de los ingresos fiscales de la región habían mejorado, y, desde luego, que la disciplina fiscal había ganado terreno.

4. En la región había aparecido una nueva clase media emergente que había aprovechado para asentarse la mejora de los fundamentales económicos, el crecimiento de la economía formal y la bancarización impulsada por unos sistemas bancarios sólidos y abiertos a la competencia internacional. Esas clases medias era muy poco probable que, en sistemas democráticos, tolerasen la instrumentación de políticas populistas y escapistas ante los shocks, históricamente una de las causas más obvias del diferencial de intensidad de las crisis latinoamericanas respecto a las padecidas por otros países emergentes.

Un año después del estallido de la crisis financiera asociada a las hipotecas subprime de Estados Unidos en el verano de 2007, los optimistas parecía que íbamos a tener razón. Pese al deterioro de las expectativas de crecimiento en el G-7 y los problemas crecientes de solvencia y liquidez del sistema financiero internacional, el continente seguía creciendo a tasas por encima del cuatro por cien. De hecho, la mayor duda sobre la sostenibilidad de la fase expansiva de la región la proyectaban las tensiones inflacionistas que comenzaban a advertirse en algunos países como consecuencia del fuerte incremento experimentado por los precios de las materias primas energéticas y, muy especialmente, de los productos alimenticios.

La fuerte ponderación que el combustible y los alimentos tienen en la mayoría de las cestas de consumo del continente y los intentos de los gobiernos de “blindar” la capacidad de compra de los votantes a través de barrocos, costosos y probablemente socialmente regresivos esquemas de subsidios agravaron las preocupaciones de todos aquellos que sabían que más inflación, distorsiones de precios relativos y déficit público era un cóctel que en la región siempre acababa muy mal.

En todo caso, con ese activismo fiscal se transmitió un mensaje muy importante: la democracia era lo suficientemente competitiva como para impedir que las autoridades permaneciesen pasivas mientras las calles se incendiaban. Y los gobiernos, lo suficientemente serios como para dejar que las respuestas a este shock se llevaran por delante un lustro de respetabilidad fiscal. Por eso, cuando a los gobiernos se unieron las reacciones de los bancos centrales de Brasil, México, Chile, Colombia y Perú reajustando el tono de su política monetaria y reafirmando su compromiso con la estabilidad de precios, el mercado premió esta “ortodoxia” redoblando su apuesta por el continente.

Fue entonces cuando se produjo el otorgamiento del grado de inversión a Brasil y Perú, al tiempo que otros países veían revisada al alza su calificación. Y gracias a ello la prima de riesgo promedio de Latinoamérica (medidas por el Latin EMBI+) aumentó entre diciembre de 2007 y junio de 2008 tan sólo 34 puntos básicos frente al incremento de 56 puntos experimentado por el EMBI+ global. La estabilidad cambiaria también se mantuvo: el tipo de cambio frente al dólar promedio de la región en estos seis meses se apreció un seis por cien nominal. Finalmente, los mercados volaron y el valor de las empresas cotizadas en las bolsas locales aumentó en el equivalente a 247.000 millones de dólares y se situó en 2,4 billones, alrededor del 85 por cien del PIB regional. A un año del estallido de la crisis global, estar en esa situación era un hecho inédito para la región.

De Artemio Cruz a Lehman Brothers y después

Fue entonces cuando algunos de los optimistas sentimos vértigo: tanto éxito parecía que nos estaba cegando. Las declaraciones de los “políticos” y líderes de opinión regionales sobre la crisis mundial –algunas altivas, otras directamente insolentes, la mayoría reveladoras de un conocimiento imperfecto del alcance de la interdependencia en una economía globalizada– claramente sugerían que en el continente se estaba comenzando a desarrollar un cierto síndrome “Artemio Cruz”: nadie tenía el coraje de mirarse al espejo por temor a ver reflejado lo que todavía quedaba por hacer en “su” economía, pero todos querían disfrutar de la extraña situación en la que el mundo desarrollado colapsaba macroeconómicamente mientras que los vientos de cola llevaban a Latinoamérica en volandas hacia los 10.000 dólares de renta per cápita (en paridad de poder adquisitivo, PPP).

Dicen que para una pareja y para una economía las cuatro palabras más costosas del idioma son “esta vez será diferente”. Las 14 semanas que van desde la caída de Lehman Brothers, el 15 de septiembre, hasta el anuncio del repudio de Ecuador de su deuda externa, el viernes 12 de diciembre, han demostrado que quizá sea verdad: la historia casi siempre se repite. En esos apenas 60 días laborables en los que la crisis del sistema financiero internacional se agravó hasta extremos insospechados, en los que las bolsas mundiales y la caída del precio de la vivienda licuaron alrededor de 26 billones de dólares de riqueza financiera mundial y en los que la sombra de una gran depresión mundial comenzó a pasearse por las primeras páginas de los medios de comunicación, Latinoamérica volvió a vivir jornadas de extraordinaria volatilidad cambiaria y financiera.

El shock era un subproducto del reajuste de expectativas que motivaron tanto el desplome de los precios de las materias primas, como la caída de las exportaciones de bienes, los ingresos por turismo y las remesas de emigrantes, y sobre todo, de la fuerte reducción del apetito de riesgo de la comunidad inversora internacional.

Para captar la intensidad del golpe encajado por el continente basta con reparar en que la caída promedio de los precios de las commodities fue del 47 por cien, con el precio de la soja cayendo un 40, el del petróleo un 59 y el del cobre un 55. Y pese a ello, todavía en noviembre los precios estaban por encima del promedio de los últimos 10 años: en el cobre un cinco por cien, en la soja y el petróleo más de un 20.

No hay ninguna razón que nos permita mantener que el ajuste bajista no puede continuar. Los cisnes negros efectivamente existen, y una vez rota la idea de que los BRIC –y especialmente China e India– estaban condenados a mantener la demanda de commodities lo suficientemente alta para evitar el colapso de sus precios, la evolución de las materias primas está inexorablemente ligada a la recuperación de la confianza en la plausibilidad de una salida “concertada” de la crisis global. La desconfianza ante que esa recuperación global y coordinada pueda ser razonablemente considerada el escenario central en 2009, es la razón principal que explica el recorte del crecimiento esperado de América Latina.

Por lo que respecta al shock financiero, la evolución de las primas de riesgo-país ha sido igualmente muy abrupta. En muy pocas sesiones, el EMBI de Latinoamérica ha aumentado en 438 puntos básicos y ha vuelto a niveles absolutos que no se veían desde los años de la crisis argentina de 2001. Argentina, Venezuela y Ecuador prácticamente cotizan a niveles de default, y los países con grado de inversión están en diferenciales tan elevados respecto al activo sin riesgo –el bono de EE UU a 10 años– que la realidad es que los mercados de capitales están de facto cerrados, tanto para los soberanos como para las grandes corporaciones del continente.

Tampoco hay nada que nos permita apostar por la rápida reversión de esta situación. Más bien todo lo contrario. Los mercados de capitales probablemente van a estar cerrados para las empresas a lo largo de 2009 –lo que conllevará rebajas de ratings para muchas de ellas y para otras situaciones financieramente muy complejas– y, si bien los “soberanos” percibidos como más “responsables” podrán apelar a la financiación externa, los países que están embarcados en políticas financieramente insostenibles a medio plazo van a toparse con dificultades extraordinarias para navegar la tormenta. Sobre todo, si por razones ideológicas persisten en mantenerse alejados del FMI.

¿Cómo ser optimistas en este escenario?

Ante un escenario como el descrito cabe preguntarse ¿cómo podemos ser optimistas? La respuesta es simple: si el continente no hubiese aprendido desus errores del pasado, se hubiera fortalecido y acumulado “reservas” para los tiempos malos, jamás habríamos podido sobrevivir a una acumulación de shocks de la virulencia qué acabamos de describir. Sencillamente el continente habría colapsado y ahora, en lugar de preocuparnos por ajustar el escenario central de 2009 y buscar políticas anticíclicas estaríamos diseñando –junto al FMI u otro organismo similar– las políticas de reintegración a la economía global.

Teniendo en cuenta las elasticidades del crecimiento de Latinoamérica a los shocks de crecimiento mundial, las caídas de precios de las materias primas y los shocks financieros, la prevision condicionada es que el PIB de la región en los siguientes 12 meses tendría que caer respecto al escenario base en torno a los 4,8 puntos porcentuales. Esto equivaldría a un crecimiento promedio latinoamericano en 2009 que oscilaría entre el -1 y el -1,75 por cien (6).

El contra-factual del modelo es la realidad tal y como hoy la percibimos. Independientemente de lo que dentro de 12-18 meses comprobemos que ha ocurrido con el crecimiento de la región en 2009, hoy las expectativas de crecimiento oscilan entre el 2,5 por cien que todavía mantiene el FMI en su revisión de noviembre del World Economic Outlook y el -0,5 por cien que pronostica el analista privado más ácido. El promedio de analistas sigue apuntándole a un crecimiento promedio ente el 0,5 y el uno por cien. Son crecimientos más bajos que los del pasado reciente… pero materialmente superiores a los pronosticados por los modelos que capturan nuestra experiencia macroeconómica de los últimos 15 años.

La inferencia no puede ser otra que las políticas, las instituciones y las “reservas” acumuladas en la reciente bonanza han permitido a Latinoamérica mantenerse en pie ante una crisis de una intensidad y violencia que nada tiene que envidiar a la que en 1982-83 la envió a crecimientos negativos del orden del 2,5 por cien. Los optimistas teníamos si no toda la razón, sí al menos algo de razón: el continente ha mejorado de verdad, y el dividendo más tangible es que la resistencia hasta ahora demostrada ante el adverso entorno exterior le ha ganado a los gobiernos el margen de maniobra necesario para investigar la posibilidad de instrumentar políticas anticíclicas similares a las que otras economías desarrolladas y emergentes están ya anunciando. Nos hemos graduado de la excepcionalidad latinoamericana. Somos como los demás. Tenemos que ganarnos el futuro porque esta vez no lo hemos perdido en el momento de que la crisis estallara.

Ahora depende de nosotros y eso, teniendo en cuenta nuestra trágica historia económica a lo largo de casi todo el último siglo, es una bendición. Un privilegio que algunos nos hemos ganado a pulso: el privilegio de la normalidad. No es poco.

Políticas contracíclicas y riesgos

La nueva línea de ataque de los pesimistas es que Latinoamérica no tiene capacidad para llevar a cabo políticas anticíclicas de las que denominaríamos tradicionales. De una parte, las políticas monetarias expansivas están limitadas por el nivel relativamente elevado de las tasas de inflación domésticas y el temor a que un diferencial insuficiente de tipos de interés provoque salidas de capital y desestabilice el sistema financiero y los mercados cambiarios. Por otra, el uso de políticas fiscales expansivas está acotado por la insuficiencia secular de los ingresos públicos –menos del 25 por cien del PIB en todos los países, salvo Brasil– y la volatilidad de los mismos –en torno al 70 por cien de los ingresos fiscales del continente están ligados a regalías e impuestos sobre las materias primas, sobre las exportaciones y las transacciones financieras, o son impuestos indirectos–. Dicho de otra forma, el componente cíclico de la mejora de la situación fiscal latinoamericana del periodo 2007-03 ha sido considerable y, ante un empeoramiento del ciclo, es probable que irremediablemente se vuelva a un déficit público del orden del 2-3 por cien del PIB, aun sin adoptar políticas discrecionales de reducción de los impuestos o de incrementos selectivos del gasto público.

Dada esta situación y la intolerancia ante el riesgo de los mercados de capitales nacionales e internacionales, aunque los niveles de deuda pública/PIB hayan caído a lo largo del último lustro a niveles muy razonables, parece poco probable que los gobiernos puedan realmente embarcarse en políticas presupuestarias tan activas que conduzcan a un déficit por encima del cinco por cien del PIB. Para ponerle cifras a ese margen estaríamos hablando de que los países de la región podrían instrumentar un paquete fiscal que ascendiera para todo el continente a unos 75.000 millones de dólares. Eso equivaldría al 2,5 por cien del PIB regional y al 10 por cien tanto de la formación bruta de capital como de los ingresos fiscales de 2008.

Probablemente pues, los “pesimistas” esta vez tienen razón: con políticas fiscales y monetarias tradicionales Latinoamérica no puede hacer mucho para defenderse de la depresión global. Lo más inteligente que podría hacer es tratar de ajustarse al componente permanente de esos shocks internacionales y resignarse a que el componente transitorio –es decir, la parte de la recesion que pensamos puede revertirse mediante las políticas coordinadas que están tomando las economías de todo el globo– pueda ser absorbido por las nuevas fortalezas del continente: su mayor nivel de renta per cápita y capital humano, su menor nivel de pobreza y su preferencia revelada por una sociedad con un reparto de la renta menos desigual.

Que en Latinoamérica no se puedan plantear paquetes fiscales como los que está anunciando EE UU o algún otro país europeo, y que para sus autoridades monetarias no sea sensato pensar en alcanzar tipos de interés nominales en torno a cero –aunque sí será posible temporalmente ver tipos de interes a corto negativos ajustados por inflación– no significa que no haya márgenes de actuación que los gobiernos no estén obligados a explorar.

Los analistas están anticipando que la caída de la inflación que esperan por la desaceleración del crecimiento permitiría acomodar un recorte de los tipos nominales de política monetaria de 103 puntos básicos en el agregado regional, si bien entre las tres economías centrales por su tamaño o su credibilidad histórica –Brasil, Mexico y Chile– el porcentaje de recorte se eleva por encima de los 175 puntos básicos. Por lo que respecta a la política fiscal, el consenso de los analistas es más prudente que nuestra visión y sólo acomoda un deterioro del déficit de 2,75 puntos porcentuales del PIB regional.

En cierta medida, estas “actuaciones” son las que ya han venido anunciando las autoridades de la región. Colombia ha sido el primer país del continente en recortar, ya en diciembre de 2008, los tipos de interes en 50 puntos básicos, y las expectativas de inminentes recortes de tipos en Brasil, Chile y México están ya siendo descontadas (7). En el ámbito fiscal, los gobiernos de Argentina, Brasil, México y Perú han anunciado medidas de “activismo fiscal” –reducción selectiva de impuestos indirectos y programas de inversiones públicas– que irán desplegándose a lo largo de 2009. Dada la experiencia histórica de medidas fiscales que no llegaron a ser jamás aplicadas, los analistas apenas han reconocido impactos de estos anuncios sobre sus previsiones.

Pero no todo son políticas tradicionales. Si uno mira sin prejuicios ideológicos el arsenal de medidas que los países están instrumentando, no tardará mucho en concluir que junto a los paquetes fiscales de clara inspiración keynesiana y las políticas ZIRP (zero interest rates policies), los que más atención y recursos están atrayendo son los intentos de volver a poner en pie los sistemas financieros de EE UU y Europa, adoptando las medidas necesarias de liquidez, garantía y capital para que el crédito y el ahorro vuelvan a fluir. Y aquí Latinoamérica no tiene a priori restricciones que le empujen a adoptar respuestas tímidas.

Los gobiernos más activos han tratado de actuar adaptándose a las peculiaridades de sus economías pero con dos regularidades en mente:

– En primer lugar, asegurar la liquidez en moneda nacional y en divisas a sus bancos. Aunque en Latinoamérica –a diferencia de lo que ocurre en Europa y EE UU– el volumen de depósitos es más que suficiente para fondear la cartera de créditos y préstamos (8) los gobiernos, y muy especialmente Brasil, han instrumentado recortes en los coeficientes de caja e inversión que han liberado liquidez al mercado interno. Y todos han cuidado especialmente que los mercados de divisas no se secaran y dejaran de proveer la liquidez necesaria para que los exportadores pudieran seguir prefinanciando sus ventas y los importadores cumpliendo sus compromisos.

– En segundo lugar, los gobiernos han tenido mucho cuidado para evitar que aparecieran problemas de solvencia, incluso en las instituciones más marginales del mercado financiero.

Que en el mercado haya habido dólares para atender los compromisos reales y financieros, y la ausencia, por el momento, de crisis bancarias son aspectos en los que pocos analistas están reparando pero que tienen una importancia extraordinaria: son fenómenos inéditos en la historia del continente que dicen mucho de lo que hemos aprendido de nuestros errores del pasado.

En 2008 los bancos de la región van a ganar en torno a45.000 millones de dólares (dos terceras partes de ese beneficio se registrará en Brasil, sistema que supone el 50 por cien del negocio bancario de la región) y van a seguir exhibiendo ratios estructurales muy razonables: el crédito bancario, aunque desacelerándose, sigue creciendo a tasas por encima del 20 por cien en dólares, la morosidad está situada en el 4,3 por cien de la cartera y la ratio de capital de los bancos está entre el 14 y el 17 por cien.

Sin embargo, el dato que nos parece particularmente interesante no es tanto la rentabilidad del sistema como el mimo con el que las autoridades y el sector privado han trabajado para evitar una crisis bancaria. Primero con una regulacion y supervisión que hoy se ve con claridad no tenía nada que envidiar a la de los países supuestamente más desarrollados. Todo lo contrario. Y después, facilitando un proceso de consolidación y apertura competitiva al exterior de los sistemas bancarios del continente que hoy se puede explicar con dos datos: un tercio del negocio bancario latinoamericano lo realizan grandes franquicias internacionales que operan en toda la economía global, y más de dos tercios del negocio bancario de cada uno de los mercados lo llevan a cabo los primeros cinco bancos de cada país.

Saber que Latinoamérica cuenta con un sistema bancario competitivo internacionalmente y que en cada economía operan grandes bancos que son auténticos campeones nacionales siempre será positivo para el continente, pero en diciembre de 2008, en uno de los momentos mas inciertos de la crisis global, ese rasgo estructural era mucho más que una buena noticia. Es la garantía de que el continente puede tener más opciones que las que le conceden los agoreros.

Hace unos años advertimos que Latinoamérica era una región que gracias a la consolidación y reformas de los años noventa contaba con grandes bancos que operaban modelos de negocio tradicionales, prudentes y transparentes cuyo objetivo estratégico era bancarizar un continente en el que los pasivos bancarios suponían menos del 25 por cien del PIB, y eso gracias a que en Brasil la ratio era del 40 por cien del PIB y en Chile del 70, ya que en el resto de economías el apalancamiento era muy bajo: en México el 10 por cien, en Argentina el 14, en Uruguay el 20, en Colombia el 28…

Nuestra percepción es que esta ventaja competitiva no ha perdido nada de su valor en los últimos cinco años. El sistema bancario del continente efectivamente se ha duplicado y hay nuevas capas sociales –nuestras clases medias emergentes– que han accedido por primera vez a los productos y servicios bancarios, y que previsiblemente tendrán tasas de morosidad ligeramente más elevadas que los clientes históricos de la banca del continente, pero en esta ocasión las deudas son en moneda nacional, los descalces de plazos y de tipos de interés son muy moderados y los tipos de interés aplicados han tendido a cubrir la prima de riesgo que se anticipaba un día podía llegar a concretarse en la consecución del grado de inversión.

Por todo ello, los bancos de la región deberían estar en condiciones de navegar por esta crisis sin requerir la “respiración asistida” que reclama la mayoría de bancos de los países desarrollados. Y esta diferencia puede ser muy valiosa a lo largo del proceso de ajuste al componente permanente de los shocks al que antes nos referíamos.

Parece razonable esperar que el crédito se desacelere hasta el 10 por cien y será igualmente razonable que los tipos de interés del activo suban para reflejar las nuevas condiciones de riesgo. Sin embargo, hoy el mensaje es que, salvo hecatombe mundial, la región va a contar con un sistema bancario que seguirá cumpliendo su labor de intermediación del ahorro y del crédito, algo de lo que la región careció en las crisis de los años ochenta y noventa. Poder apostar a que va a haber un sistema bancario razonablemente sano y que previsiblemente no va a exigir un “salvataje” con dinero de los contribuyentes hoy día no es poca cosa.

La otra crisis

Cuando en Latinoamérica se habla de “crisis” se tiende a pensar en crisis cambiarias. En “frenazos súbitos” de las entradas de capital del exterior que convierten en insostenible la política cambiaria y fuerzan –tras un episodio más o menos prolongado de negación de la realidad por parte de las autoridades– a un reajuste cambiario con sus inevitables efectos sobre los balances patrimoniales de los agentes endeudados en divisas y a un programa macro de ajuste y contracción de la demanda interna, con el consiguiente sacrificio de crecimiento y empleo.

En los últimos meses, Latinoamérica ha evitado el crash cambiario, aunque ciertamente desde el otoño boreal los tipos de cambio nominales de las monedas de la región se han depreciado, en algunos casos muy sustancialmente: tomando como referencia las 50 monedas de países desarrollados y emergentes más negociadas en los mercados de divisas internacionales, el peso chileno, el peso mexicano y el real brasileño se encuentran dentro del intervalo en el que está el 25 por cien de las monedas que más se han depreciado frente al dólar entre junio y diciembre de 2008.

La inexistencia de paridad a defender, dada la generalización de los regímenes de tipo de cambio flexible y la moderación del “miedo a flotar” tan pronto como se percibió que el desarrollo de los sistemas financieros había parcialmente redimido a las economías y empresas latinoamericanas más ortodoxas del infame pecado original del endeudamiento en dólares, probablemente ayudó a que la realidad cambiaria se aceptase con mayor rapidez que en el pasado. Además, en esta ocasión las autoridades contaron con un volumen importante de reservas que les permitió convertir un posible colapso cambiario en un ajuste digerible.

El resultado de todo lo anterior probablemente será muy positivo a medio plazo para la región. Si bien a largo plazo es posible que las depreciaciones hayan incrementado el riesgo de que el continente “importe” inflación –dada la recesión mundial, un riesgo hoy de segundo orden–, en el corto plazo las depreciaciones nominales han corregido los niveles de los tipos de cambio efectivos reales de los países y han conseguido algo que parecía improbable: que la región afronte una crisis sin rezago cambiario.

De hecho, el peso argentino está depreciado en términos efectivos reales un 34 por cien respecto a la media de los últimos 15 años, el peso mexicano y el chileno están depreciados en torno al 10 por cien y el real brasileño, tras su último rally depreciatorio, está exactamente en la media de los últimos 15 años. Puede que este ajuste haya sido otra política “preventiva”. Los analistas están dándole muchas vueltas a un problema muy simple y que la región conoce bien: ¿si Latinoamérica sufre un fuerte deterioro de su relación real de intercambio y si la crisis global debilita aun más sus ingresos por exportaciones de bienes y servicios, quién le va a prestar para cubrir su desequilibrio externo? Y sobre todo, ¿cuánto hay que prestarle?

Los números y conjeturas hoy vuelan. Por una parte, se sabe que los gobiernos han sido prudentes y han preparado mejor que nunca a sus países para hacer frente a un sudden stop de las entradas de capital. Pero por otro, el mercado sospecha que las empresas privadas de la región han apelado fuertemente en los últimos años a los mercados internacionales para financiar su expansión y capitalizar su recobrado acceso a esas fuentes de financiación más baratas y de mayor plazo. Y tras la sospecha, la conclusión: si las necesidades de financiación externa absolutas son percibidas como “elevadas” –y no importa que sean mucho menores que en el pasado, bien respecto al PIB bien en relación a las exportaciones– y el calendario de renovación de los créditos se acaba volviendo excesivamente exigente, las únicas salidas serán retornar al FMI y a los restantes organismos internacionales –algo que a más de un país puede atragantársele políticamente– o debilitar la base de reservas y correr el riesgo de tener que aceptar un tipo de cambio más débil que el actual.

El veredicto para Latinoamérica es agridulce. De una parte, el volumen absoluto de necesidades a financiar no es despreciable: 154.000 millones de dólares. Es verdad que es casi 100.000 millones menos que la Europa emergente, pero el cuadro revela algo muy poco tranquilizador: las necesidades conjuntas de los emergentes de América y Europa exceden la capacidad bruta de financiación de Asia. Dicho de otra forma, o los desarrollados y los productores de petróleo no incluidos en el cuadro financian a los emergentes –y a los desarrollados con déficit: EE UU, España, etcétera– o los números de la economía mundial ex ante no van a cuadrar.

De otra, en América Latina hay dos países que están “libres” de riesgo –Venezuela, que es acreedor neto, y Perú, que cubriría sus necesidades con el 10 por cien de sus reservas– y otros cuatro –Chile, Brasil Argentina y Colombia– que estarían en la zona templada y cubrirían sus necesidades con menos de la mitad de sus reservas. México es el único país que teóricamente tendría más dificultades si los mercados se cerraran, pero es evidente que EE UU, el FMI, el BID, el Banco Mundial y la comunidad internacional estarían dispuestos a echar una mano.

En síntesis, los riesgos de la “otra crisis” es algo que sobrevolará 2009. Quizá no sólo en Latinoamérica o en los emergentes. Quizá alguno de los desarrollados también tendrá que convivir con esta circunstancia, aunque muy probablemente en lugar de crisis cambiaria le llame bening neglect. Por lo pronto, la región ya lleva ganados los ajustes del otoño de 2008. América Latina comienza el curso con los deberes –al menos, estos
deberes– hechos.

No dejar de pensar en el medio plazo

Comenzamos esta reflexión señalando la bendición que suponía que tras un año de crisis global –según testimonios cualificados, la peor crisis desde la Segunda Guerra mundial– Latinoamérica no se haya desmarcado y siga exhibiendo impactos y respuestas que no difieren sustancialmente de lo que está ocurriendo en el resto del mundo. No era nuestra tradición. Tener tiempo para pensar qué se puede hacer es una innovación muy bienvenida. Y la política óptima es que, por acuciantes que puedan parecer los problemas que vamos a afrontar, jamás deberíamos dejar de pensar en el medio plazo.

Esto es mucho más que una crisis: es la oportunidad para recolocarse en el mapa de la economía global. Quien desperdicie o pierda esta oportunidad probablemente tendrá que esperar mucho tiempo para recuperar su lugar. Las singularidades políticas, económicas y sociales del mundo de la posguerra fría que estamos dejando atrás son un buen recordatorio de lo rentable que puede ser acertar y lo costoso que es perderse en enredos que a pocos importan.

Efectivamente, hay que pensar mucho y bien cuando se afronta una crisis que para el continente comporta dificultades añadidas: estamos sufriendo un deterioro fuerte de nuestros términos de intercambio y, al mismo tiempo, los mercados a los que van nuestras materias primas están en recesión, y los mercados de capitales que financiaban a nuestras empresas y gobiernos –ayudándonos a suavizar el perfil temporal del ajuste– han colapsado o están escleróticos.

Y todo ello nos va a ocurrir en medio del segundo ciclo electoral que el continente va a vivir en su historia democrática reciente: entre 2009 y 2011, el continente celebrará más de 17 elecciones, de las que 13 serán presidenciales. Y además está la presidencia de Barack Obama y el replanteamiento de las nuevas relaciones de EE UU con la región. Los problemas y oportunidades van a ser retadores. Y no sólo serán económicos, sino fundamentalmente políticos y sociales. No podemos seguir dejándolos pasar.

Hay asuntos que muchos países ya han cerrado y que en América Latina siguen sin abordarse: la secuencia de creación y distribucion de la riqueza, el papel del Estado y del mercado, la eficacia de la democracia y del modelo autoritario benevolente o populista, la educación, el narcotráfico y el debate global sobre la legalización de las drogas… No podemos seguir dando vueltas. Hay que dar respuestas. Y sería un enorme desacierto que fuésemos al encuentro de esos y otros problemas pensando que nos derrotarán.

Tampoco el voluntarismo es una actitud recomendable. A Latinoamérica no le vale el vaso medio vacío. Ni el medio lleno. Tiene que jugársela y adoptar decisiones que realmente llenen el vaso hasta colmarlo. Nunca ha estado mejor preparada. Nunca haberse graduado en tantas crisis y en tantos episodios de volatilidad tenía tanto valor estratégico: Latinoamérica es el único continente con generaciones de profesionales y de ciudadanos que se han formado tomando decisiones para salir de sus múltiples crisis anteriores. De cómo salgamos de esta crisis dependerá decisivamente la naturaleza y proyección global de la sociedad latinoamericana del bicentenario. Es nuestra oportunidad. Es nuestro tiempo.

Notas:

2. José Juan Ruiz, “America Latina camino de una sociedad de clases medias”. Mimeo. UIMP. Santander. Francisco Luzón, “Cinco visiones sobre América. Cinco años de Encuentros Santander-América en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo” Banco Santander. Madrid, 2007.

3. http://www.imf.org/external/pubs/ft/reo/2006/eng/01/wreo0406.htm

4. Pär Österholm and Jeromin Zettelmeyer. “The Efects of External Conditions on Growth in Latin America”. IMF Working Paper, 2007.

5. http://www.imf.org/external/pubs/cat/longres.cfm?sk=21986.0

6. Las reglas que se derivaban de los modelos era que el shock de crecimiento mundial se trasladaba a la región completamente y en una escala 1:1; que el impacto de un incremento en un trimestre del EMBI+ en una desviación típica –alrededor de 115 puntos básicos– se acababa traduciendo en un recorte de crecimiento de 0,5 puntos porcentuales y que una caída en un trimestre del cinco por cien en el precio de las materias primas se concretaba en una reducción del crecimiento de 0,4 puntos porcentuales. El impacto mayor se producía en todo caso cuando aumentaba el tipo de interés de política monetaria en EE UU y los tipos de los bonos americanos a largo plazo: un incremento de 90 puntos básicos de los tipos cortos y largos americanos se traducía en una pérdida de crecimiento de 0,9 puntos. En este caso, el tipo americano a corto de la Reserva Federal ha caído desde el 5,25 por cien de junio de 2006 al 2,25 por cien en marzo de 2008, y recientemente al 0-0,25 por cien. Por su parte, los bonos del tesoro han caído en las mismas fechas desde el 5,15 por cien (junio 2006) al 3,56 (marzo 2008) y al 2,88 en diciembre. Esta extraordinaria relajación monetaria ha contribuido a amortiguar el impacto de los otros componentes del shock financiero.

7. El corte de los datos aportados en el artículo es diciembre de 2008 y, por tanto, no se incluyen medidas de política económica adoptadas a lo largo de enero y febrero de 2009.

8. En septiembre de 2008 el volumen de depósitos y fondos de inversion en el continente ascendía a 1,9 billones de dólares, mientras que la cartera de crédito era de 1,0 billones.

LA POLÍTICA EXTERIOR DE ECUADOR: ENTRE LOS INTERESES PRESIDENCIALES Y LA IDEOLOGÍA


Carlos Malamud y Carola García-Calvo

Rafael Correa encara su tercer año de mandato con índices de popularidad sin precedentes. Al cumplir dos años en el cargo tenía un 60%, una cifra destacada ya que ninguno de sus predecesores había registrado una aprobación superior al 40% en su segundo año. Tras una década de convulsiones políticas, con la salida precipitada de ocho presidentes por la presión popular, Correa ha gozado de una calma social inédita y gran adhesión a su gestión. Esto ha sido propiciado por la bonanza económica del pasado lustro, centrada en el sector petrolífero, que aportó las divisas necesarias para llevar a cabo un ambicioso programa de políticas sociales. En diciembre de 2008, el 63,9% de los ecuatorianos aprobó en referéndum la nueva Constitución, que entre otras cuestiones permite la reelección presidencial. Esta Constitución sintoniza con las de Venezuela (1999) y Bolivia (2009), impulsa el “socialismo del siglo XXI” y está marcada por un fuerte estatismo. Según Correa, en su discurso a la nación de 2009, es “la mayor realización de este segundo año de revolución ciudadana”, que “permite superar el… el neoliberalismo” y “nos distancia de los nefastos paradigmas que hoy vemos fracasar a nivel planetario”. El texto promueve un amplio catálogo de derechos ciudadanos y la recuperación de los sectores estratégicos, como hidrocarburos y agua.

En política exterior, además de la Constitución, Ecuador sigue el Plan Nacional de Política Exterior 2006-2020 (Planex 2020), una suerte de “libro blanco” coordinado por el embajador Javier Ponce Leiva entre 2005 y 2006. El Plan recoge los que deberían ser los consensos básicos de la política exterior, al margen del juego partidista, aunque hay un amplio margen para la acción de Correa. El presidente, según la nueva Constitución, es el encargado de “definir la política exterior, dirigir las relaciones internacionales, celebrar y ratificar los tratados y convenios internacionales, previa aprobación del Congreso Nacional, cuando la Constitución lo exija” (Art. 171.12), así como de “velar por el mantenimiento de la soberanía nacional y por la defensa de la integridad e independencia del Estado” (Art. 171.13). Por eso, el Planex prevé que el Ministerio de Exteriores elabore un plan de actuación por períodos cuatrienales, cuyos lineamientos estratégicos respondan a las prioridades y objetivos determinados por el presidente.

Este contexto favorable a la acción presidencial podría cambiar en 2009 ante la crisis económica, que afectará la entrada de remesas (en 2008 supusieron casi 3.000 millones de dólares, un 5,4% del PIB) y los ingresos por las exportaciones de crudo. Esto podría poner a Ecuador en una situación difícil, reforzada por las decisiones sobre el impago de la deuda externa y la amenaza a empresas extranjeras, que podrían cerrar las puertas a nuevos créditos y alejar a los inversores. También hay que considerar el resultado de las próximas elecciones. Si bien se da por descontado el triunfo de Correa, la amplitud de la mayoría que obtenga Alianza País podrá condicionar su línea de acción internacional. Quedan en la agenda exterior otros temas importantes como la integración regional, las relaciones con sus vecinos, tanto del norte como del sur, y las alianzas con terceros países. El sello personal que otorga Correa a la política exterior la dota de un fuerte contenido nacionalista y antiimperialista, a la vez que de un incuestionable toque populista. La apelación a la “Patria, altiva, digna y soberana” recuerda a la “Patria justa, libre y soberana” del primer peronismo.

Ecuador en el escenario regional

El reciente “giro a la izquierda” en América Latina reactivó la voluntad integradora regional con el discutible argumento de que la mayor sintonía política e ideológica favorecería el acercamiento entre países y eliminaría muchos de los obstáculos hacia la integración. Frente al Mercosur y la Comunidad Andina de Naciones (CAN), sumidos en sendas crisis, están surgiendo proyectos alternativos de integración regional. Con un exceso de retórica y de optimismo, la energía y las infraestructuras se presentan como dinamizadores de la integración. Estos proyectos responden básicamente a los intereses de Brasil y Venezuela, que disputan por el liderazgo suramericano. Con agendas y estilos diferentes, Hugo Chávez y Lula da Silva ven en la integración regional la forma de consolidar su posición internacional. Mientras Brasil apuesta por la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), Venezuela se inclina por la Alternativa Bolivariana de los Pueblos de nuestra América (ALBA), aunque sin dar la espalda a Unasur.

El ALBA fue impulsada como alternativa a la olvidada ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) y del neoliberal “Consenso de Washington”. La integran Bolivia, Cuba, Dominica, Honduras, Nicaragua y Venezuela. Carece de articulación institucional y su acción se centra en las cumbres presidenciales encabezadas por Chávez. Unasur, que más que un proyecto de integración regional es una instancia de diálogo político, cuenta con 12 países miembros y también tiene una débil articulación institucional. Pese al espaldarazo que supuso su mediación en la crisis boliviana de 2008, los presidentes regionales han sido incapaces de elegir por consenso al secretario general.

Rafael Correa ha optado por caminar en el filo de la navaja, inclinado hacia Venezuela pero sin romper todos los lazos con Brasil. No se termina de sentir cómodo con Hugo Chávez, aunque cree que su relación con Venezuela puede ser más manejable que la que tendría con Brasil. Esto se ha visto en el proyecto del Banco del Sur, uno de los planes integracionistas más emblemáticos impulsados por Correa, que, bendecido por Chávez y otros gobiernos sudamericanos, ha sido bloqueado por Brasil. De ahí sus opciones por acercarse a Rusia e Irán, en la creencia de que podrían convertirse en fuentes de financiación alternativa para algunos de sus programas de desarrollo.

El gobierno de Correa ha reiterado su interés por la integración regional para afrontar mejor la globalización y situar al país y a la región en el escenario internacional. Pese a compartir –con matices– el proyecto bolivariano de socialismo del siglo XXI y a las reiteradas invitaciones de Chávez a incorporarse al ALBA, Correa no termina de decidirse sobre este punto. Pese a ello, ha posado en varias ocasiones en la misma foto que Chávez, la última el 2 de febrero pasado, cuando los presidentes del ALBA se reunieron en Caracas para celebrar el X aniversario de la llegada de Chávez al poder. Correa fue el único presidente invitado. Previamente lo vimos en el último Foro Social Mundial, en Belem, donde Chávez, Evo Morales y Fernando Lugo, junto con Correa, instaron a luchar por el socialismo del siglo XXI, como única alternativa al “capitalismo que destroza la humanidad”, en un “Diálogo sobre la integración popular de nuestra América”. Llamó la atención la ausencia de Lula, que cambió la intervención pública por una reunión privada con sus homólogos para hablar de la crisis en América Latina, y que semanas más tarde acudió a la cumbre de líderes progresistas de Viña del Mar. A ésta, por el contrario, no acudieron ni Correa ni Chávez.

Ecuador y Venezuela han suscrito en los últimos años numerosos tratados bilaterales de cooperación. En enero de 2007 las petroleras estatales Pdvsa y Petroecuador alcanzaron un acuerdo para el intercambio de crudo ecuatoriano por derivados venezolanos. Con él culminaban unas negociaciones iniciadas en mayo de 2006, cuando Correa no era presidente. En agosto de ese año ambos países ampliaron sus acuerdos de cooperación energética, destacando un Tratado de Seguridad Energética, un memorando para la construcción de una refinería en la costa ecuatoriana y la rehabilitación de las instalaciones para la explotación del Campo Maduro de Sacha. En 2008 se firmaron cinco nuevos acuerdos en materia energética, siderúrgica y comercial. En un encuentro bilateral celebrado en febrero de 2009 –al que se unió finalmente el nicaragüense Daniel Ortega– los presidentes ecuatoriano y venezolano rubricaron nuevos acuerdos e hicieron una declaración conjunta reafirmando su alianza en materias como soberanía energética, alimentaria, productiva, financiera y del conocimiento. Pese a la retórica de ambos dirigentes, los resultados de los acuerdos no se terminan de ver. Como afirmó el canciller Falconí en dicho encuentro, pese a que ya se han suscrito 35 instrumentos de cooperación bilaterales, “algunos de ellos no han pasado a concretarse”.

Superadas las diferencias con Perú, Ecuador mantiene rotas sus relaciones con Colombia tras el bombardeo de un campamento de las FARC en territorio ecuatoriano en marzo de 2008 –una acción en la que murió el número dos de la organización terrorista, Raúl Reyes–. La crisis bilateral ha pasado por distintos momentos, siendo uno de los más álgidos la acusación de Uribe a Correa, en abril del año pasado, de “falta de seriedad” en la normalización de las relaciones bilaterales, cuando también lo señaló como responsable de interferencias en operaciones contra las FARC. Por su parte, Correa se sintió traicionado por Uribe, quien no reconoció inicialmente las características del ataque, lo que llevó a que el presidente ecuatoriano cometiera públicamente algunas inexactitudes.

Ecuador rebatió rápidamente la argumentación colombiana, y le exigió pruebas de sus acusaciones. Quito exige a Bogotá el cumplimiento de cinco requisitos para reestablecer relaciones: (1) Colombia debe abandonar su campaña de vincular a Ecuador y sus autoridades con las FARC; (2) debe aumentar la presencia de la fuerza pública en la frontera; (3) debe facilitar la información requerida sobre la incursión del 1 de marzo, en la que, según Quito, pudo haber participado EEUU; (4) debe indemnizar a las familias de los ecuatorianos y mexicanos muertos en el ataque; y (5) debe realizar una contribución al ACNUR para la asistencia a los cerca del millón de refugiados colombianos en territorio ecuatoriano –muchos desplazados por la acción de la guerrilla–. Pese a no haber respondido oficialmente a estos requisitos, parece que Colombia está reforzando la seguridad en la frontera. Unas polémicas declaraciones del ministro colombiano de Defensa, Juan Manuel Santos, afirmando que la operación contra Reyes fue “un acto de legítima defensa”, han reavivado el desencuentro, propiciando la repulsa de Correa, a la que se ha añadido Chávez, que las consideró “una amenaza”. Se da aquí una especie de diálogo de sordos donde se cruzan dos maneras contradictorias de entender la realidad: Colombia, que exige un mayor compromiso de su vecino en la lucha contra el terrorismo, y Ecuador, que exige un mayor compromiso colombiano en la custodia de su frontera y un mayor respeto por su sensibilidad nacional.

Esta crisis, que no afecta las relaciones económicas y comerciales entre los dos países, es una de las más graves en América Latina y pone de manifiesto las dificultades de los organismos regionales, como la Organización de Estados Americanos (OEA), para solucionar este tipo de problemas. Se ha visto la escasa receptividad colombiana a los esfuerzos de la OEA para superar la crisis, y las notables diferencias entre las posiciones de Colombia frente a Venezuela, Ecuador y Bolivia (aunque La Paz está menos involucrada) sobre el conflicto colombiano y el papel de EEUU en la región. Tras las Cumbres de Costa do Sauipe, Correa afirmó que su gobierno impulsaría la creación de una “Organización de Estados Latinoamericanos”, sin EEUU y con Cuba, en reemplazo de la OEA.

Ecuador no renovará el convenio de la Base de Manta, utilizada para luchar contra el narcotráfico, con EEUU, que expira este año. Entre los argumentos contrarios a la renovación se han esgrimido la pérdida de soberanía por la presencia de militares extranjeros y el uso de la base para operaciones del Plan Colombia. Para tensar la negociación, Correa ha exigido listas de los militares norteamericanos que aterricen en Manta para operaciones de carácter técnico. Ecuador no sólo rechaza el Plan Colombia, al que ha respondido con el Plan Ecuador, sino también ha hecho del antiamericanismo uno de los ejes de su política exterior. Esto le ha llevado a buscar alianzas estratégicas con Irán y Rusia, siguiendo el guión de Chávez. A comienzos de febrero, durante una reunión bilateral con Chávez, Correa declaró: “el socialismo del siglo XXI no tiene modelos, tiene principios y nuestros pueblos sabrán encontrar las mejores respuestas porque ya han tomado en sus propias manos su futuro. ¡Déjennos en paz!”.

Correa también ha protagonizado recientemente un enfrentamiento con Brasil a raíz de su negativa a pagar parte de la deuda externa y una serie de incidentes con algunas empresas brasileñas presentes en Ecuador. Quito pidió el arbitraje sobre un crédito de 243 millones de dólares del Banco Nacional de Desenvolvimiento Económico e Social (BNDES) para la construcción de una central hidroeléctrica inaugurada a fines de 2007. La obra fue encargada a Odebrecht, que fue expulsada de Ecuador en septiembre de 2008 por incumplimiento de contrato. En señal de protesta Brasil llamó a consultas a su embajador en Ecuador y la crisis sólo fue superada después de que Odebrecht aceptara las condiciones impuestas por Quito, a finales de septiembre, mientras que el embajador brasileño sólo regresó a fines de diciembre. Brasil suspendió diversos proyectos de cooperación con Ecuador y postergó la visita de una misión encabezada por el ministro de Transportes. Ecuador anunció la posibilidad de nacionalizar los campos petroleros operados por Petrobras si la empresa no aceptaba modificar sus contratos en función de las nuevas políticas de hidrocarburos. Correa se quejó de que una disputa con una empresa privada repercutiese en una crisis diplomática, sin tener en cuenta las formas utilizadas con un teórico aliado como Lula. Lo más inquietante para Brasil era la declaración de ilegitimidad de la deuda ecuatoriana con el BNDES, una acción respaldada por los presidentes del ALBA, pensando que podrían adoptar iniciativas semejantes.

La crisis internacional y el derrumbe de los precios del petróleo han colocado a la estatal Petroecuador al límite de sus posibilidades. Recientemente se han anunciado despidos que afectarán a 1.500 trabajadores. A esto hay que agregar las disputas con empresas extranjeras por la renegociación de los contratos, que afectan a Petrobrás, Repsol-YPF, la francesa Perenco y la argentina Compañía General de Combustibles (CGC-Ecuador). El clima de las negociaciones no fue amigable, consecuencia de la inflexible postura presidencial. Si a esto unimos el tratamiento dado a la deuda externa, es bastante probable el alejamiento de la inversión extranjera y el bloqueo de ciertas líneas de crédito ante la imagen de inseguridad jurídica que se transmite. Aunque Ecuador quiera dejar claro que no permitirá injerencias en su soberanía, las airadas reacciones de Correa y sus declaraciones, ora conciliadoras, ora amenazantes, generan un clima de incertidumbre que no ayuda a la proyección internacional de su país.

Ecuador en el panorama global

La llegada a la presidencia de Barack Obama ha despertado en América Latina nuevas expectativas sobre la relación hemisférica. De momento, lo más relevante ha sido la reunión de Obama y Lula, quienes trataron, además de la crisis económica, el tema de Cuba y la alianza EEUU-América Latina. Ecuador se ha manifestado como uno de los problemas de EEUU en la región, no sólo por la denuncia del tratado sobre la Base de Manta, un golpe para la política estadounidense de cooperación anti narcóticos y antiterrorista en la región, sino también por la expulsión en febrero de dos diplomáticos norteamericanos, Mark Sullivan y Armando Astorga, acusados de intromisión en asuntos internos ecuatorianos. Un mes más tarde, Correa afirmó que su gobierno anhela mantener una “relación fraternal” con EEUU. Es de esperar que en la Cumbre de las Américas de Trinidad y Tobago defina qué espera de la relación bilateral con Washington.

La relación con EEUU es especialmente importante para Ecuador. Además del elevado número de inmigrantes y de las correspondientes remesas (1.322 millones de dólares en 2008, un 47% del total), las relaciones comerciales son considerables. En 2007, el 41,9% de las exportaciones ecuatorianas se dirigieron a EEUU y el 23,7% de sus importaciones tuvo ese origen, lo que hace a EEUU el socio comercial más importante de Ecuador. En los últimos años, como consecuencia de la gestión de Correa, la IED norteamericana ha disminuido de forma considerable. En 2008, a falta de datos del cuarto trimestre, se produjo una caída en el saldo del 37,6% respecto al año anterior. La embajadora estadounidense en Quito, Heather Hodges, afirmó el pasado noviembre que “Estados Unidos dejó de invertir en Ecuador por falta de reglas claras para las empresas”.

Irán y Rusia

La apuesta de Correa por acercarse a Irán y Rusia, siguiendo la estela bolivariana, es quizá uno de los elementos más originales, y también más controvertidos, de su política exterior. Esta apuesta busca dos objetivos simultáneos y contradictorios: acercarse a Venezuela y reafirmar la independencia de su política exterior y la soberanía nacional frente a EEUU. Si se atiende a las declaraciones del presidente y algunos de sus ministros sobre la relación con estos países, se observa el fuerte interés por marcar distancias con Washington. En este contexto también debe considerarse el retorno de Ecuador a la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo).

En diciembre de 2008 Correa realizó una visita a Irán para impulsar las relaciones entre dos socios de la OPEP. Casi simultáneamente, el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguei Lavrov, visitó Ecuador. La gira de Correa a Irán fue vista con cierto escepticismo por algunos analistas ecuatorianos, insinuando que respondía más a pulsiones políticas que a razones económicas. El presidente replicó afirmando que formaba parte de una “política exterior inteligente, y muy coherente que abre mercados, contactos y establece relaciones con quienes miran con simpatía a Ecuador”. Ecuador e Irán, más allá de su enfrentamiento con EEUU, tienen poco en común. En febrero de 2009 Irán abrió embajada en Quito mientras Correa tiene pendiente ir a Teherán para reconvertir la oficina comercial en embajada. Las relaciones económicas y comerciales son, de momento, insustanciales, salvo en el sector energético. Las exportaciones iraníes se concentran en un 80% en el petróleo, mientras los principales productos ecuatorianos de exportación (atún, flores, petróleo y banano) son poco atractivos para el mercado iraní. La cooperación tecnológica-militar, el ámbito en el que se han alcanzado más acuerdos, y el sector petrolero son las áreas donde podrían encontrarse puntos en común. Tras una visita al Ministerio de Defensa iraní, Correa pidió ayuda a Ahmanineyad para reanimar su industria petroquímica. Para Irán, el acercamiento a Ecuador encaja con su política exterior, dedicada a buscar aliados que contrarresten el aislamiento político y económico al que le ha sometido EEUU. Irán requiere apoyos para frenar las presiones de EEUU y la UE para detener su programa nuclear. En 2006 sólo tres países apoyaron en la AIEA el programa nuclear iraní, dos de ellos latinoamericanos: Venezuela y Cuba.

Lavrov viajó a Quito en noviembre de 2008 para firmar una serie de acuerdos de cooperación, mientras el presidente Medvédev estaba en Caracas en una reunión con los presidentes del ALBA, a los que transmitió su interés de integrarse como observador. La presencia de dirigentes rusos en Ecuador respondería a objetivos económicos (fundamentalmente comerciales y relacionados con el turismo) pero también, como en el caso iraní, a la búsqueda de posiciones estratégicas en América Latina para contrarrestar el poder de EEUU. Ecuador también muestra interés por la cooperación técnico-militar con Rusia. A fines de marzo de 2009 el ministro de Defensa ecuatoriano viajó a Moscú para materializar un convenio de asistencia militar negociado durante la visita de Lavrov.

Relación bilateral con España

La agenda de las relaciones bilaterales hispano-ecuatorianas viene marcada por el tema migratorio: la colonia ecuatoriana en España es la segunda más importante –tras la marroquí– y la primera latinoamericana. Según la revisión del padrón 2008 del Instituto Nacional de Estadística (INE) el número de ecuatorianos en España asciende a 458.437 personas. A Ecuador le interesa España, entre otras cosas, porque cerca del 3,5% de su población se encuentra en nuestro país. Prueba de ello son las visitas realizadas en 2007 y 2008 por autoridades ecuatorianas. En 2007, en su primera gira oficial por Europa España fue el primer destino del presidente Correa. Fue recibido tanto por el presidente del Gobierno y por el Rey, donde tuvo un protagonismo mayor que en otras capitales europeas. Al año siguiente repitió el viaje, en esta ocasión con la entonces ministra de Exteriores, María Isabel Salvador (mayo); la secretaria del Migrante, Lorena Escudero visitó nuestro país en dos ocasiones (enero y septiembre), y el ministro de Defensa, Javier Ponce en una (junio). También están presentes en la agenda otros temas como el comercio, las inversiones y las relaciones con la UE.

La inmigración es uno de los principales recursos económicos de Ecuador, como muestran las remesas. En 2008, Ecuador recibió 2.822 millones de dólares (el 7% de su PIB), un 8,6% menos que en 2007, de los que casi 1.157 millones fueron de España (41%). Son la segunda fuente de ingresos tras la exportación de petróleo y el capítulo más importante de la relación bilateral, más que la suma de la IED, el comercio –capítulos todavía débiles de la relación– y la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD). Debido al impacto de la crisis financiera internacional en España y el aumento del desempleo (casi el 14% a fines de 2008, con 44.323 demandantes de empleo ecuatorianos, más del doble que en 2007), el Banco Central de Ecuador anunció que el flujo remitido desde España cayó un 2% respecto a 2007, un descenso leve pero el primero registrado desde que existen estadísticas. Las previsiones del Banco de España tampoco son optimistas, con caídas de dos dígitos en 2009. El gobierno ecuatoriano ha mostrado su inquietud por la situación de irregularidad a la que podrían pasar muchos de sus connacionales por la pérdida de empleo, y el descontento por la directiva europea del retorno. Correa fue uno de los primeros presidentes latinoamericanos en manifestar su malestar, expresando su “solidaridad después de la barbaridad que ha aprobado la Eurocámara para criminalizar la migración” a los miles de ecuatorianos que viven en Europa, “especialmente en España e Italia”. La vicepresidenta Maria Teresa Fernández de la Vega anunció en Santo Domingo que España no aplicaría esa directiva, al ser la ley española más garantista. Los dos gobiernos parecen interesados en coordinar los planes de retorno, como afirmaron los ministros de Exteriores el 26 de febrero en Quito.

En la reunión de Quito, los dos ministros abordaron otros asuntos bilaterales espinosos: deuda, inversiones y comercio. En el caso de la deuda, parece que su declaración de “ilegitimidad” no afectará a España. Los ministros analizaron el “programa bilateral de canje de deuda por inversión”, con 30 millones de dólares: 18 millones para financiar el Plan Ecuador, 6 millones de apoyo a los migrantes y el resto para reconstrucción. Moratinos también se interesó por las negociaciones con Repsol-YPF que, tras arduas negociaciones, permanecerá en el país. En el capítulo comercial, con una balanza favorable a Ecuador, se mantiene abierto el contencioso por el banano, habiendo recibido Ecuador varias sentencias favorables de la Organización Mundial de Comercio (OMC). En lo que respecta a la negociación del tratado de asociación con la UE, Ecuador decidió sumarse finalmente a las posturas de Colombia y Perú, dando la espalda a la rigidez boliviana.

Conclusiones

El carácter personalista que imprime Correa a la política exterior ha conducido a la diplomacia ecuatoriana a moverse entre la adhesión al proyecto bolivariano de Hugo Chávez y su cercanía al más moderado Lula da Silva. De momento, Correa no termina de definirse al respecto, especialmente por el incumplimiento de muchas de las promesas venezolanas. Por eso, no ha concretado su ingreso al ALBA y prefiere mantenerse como observador y no como miembro pleno de la organización bolivariana. En este difícil equilibrio, el acercamiento a Chávez ha significado en términos regionales la prolongación del enfrentamiento con Colombia y la apertura de una crisis que afecta la lucha contra el tráfico de drogas y antiterrorista. También se ha complicado la relación con Brasil, tras la declaración unilateral de ilegitimidad de la deuda externa.

Hay otros conflictos con algunos socios estratégicos, como EEUU y España, por el trato dado a sus empresas y por el clima de confrontación que el presidente Correa traslada de la política interna a la internacional. En el actual contexto de crisis económica global estas posiciones pueden agravar la situación económica, al cerrarse el crédito internacional y disminuir el flujo de inversiones. Por esto, Correa ha buscado en Irán y Rusia unos aliados antiimperialistas y nuevos socios económicos, lo que no parece que mejore su imagen internacional. De todos modos, se observa un cierto proceso de aprendizaje por parte de la administración ecuatoriana en lo que respecta a la política internacional, que en el futuro inmediato podría estar teñida de mayores dosis de pragmatismo. Por eso, habrá que estar atentos en los próximos meses acerca del rumbo que finalmente Correa le dé a su gestión exterior.

Las relaciones bilaterales con España, marcadas por la dimensión humana y económica del fenómeno migratorio, podrían reforzarse con la crisis. Los dos gobiernos deberán trabajar duramente para gestionar el flujo de emigrantes afectado por el paro. Esta relación aparentemente fluida se desdibuja en el capítulo conflictivo de las inversiones españolas, a las que Correa ha amenazado en más de una ocasión. Ecuador se ha convertido en un país poco fiable para los empresarios españoles. Sin embargo, la decisión del presidente de retornar a las conversaciones con la UE para avanzar en la firma de un tratado de Asociación envía una señal positiva y en la dirección contraria. La proximidad del inicio de las negociaciones con la UE y la celebración del bicentenario de la independencia parecen un buen momento para que Ecuador y España acerquen posturas y se refuercen los lazos iberoamericanos y con Europa.