viernes, 5 de junio de 2009

EL “ETNONACIONALISMO”: LAS NUEVAS TENSIONES INTERÉTNICAS EN AMÉRICA LATINA


Luis Esteban González Manrique

En su último estudio sobre tendencias mundiales durante los próximos 10 años (Mapping the Global Future: Report of the National Intelligence Council’s 2020 Project), el Consejo Nacional de Inteligencia (CNI) de EEUU, dedica muy pocas páginas a América Latina, pero su diagnóstico sobre la principal amenaza a la seguridad de la región es inequívoco: el fracaso de los gobiernos para encontrar soluciones a la pobreza extrema y a la ingobernabilidad podría alimentar el populismo, el indigenismo radical, el terrorismo, el crimen organizado y el sentimiento antiamericano. Por su parte, Dirk Kruijt y Kees Kooning, en su libro Armed Actors: Organized Violence and State Failure in Latin America subrayan que la proliferación de “actores armados” en la región obedece en parte a tensiones étnicas que están irrumpiendo violentamente en varios países, especialmente en el núcleo de los Andes centrales: Ecuador, Perú y Bolivia.

Algunos grupos rechazan la globalización, percibida como un fenómeno homogeneizador que mina sus culturas con un modelo económico basado en la explotación de las poblaciones indígenas y sus ecosistemas. Michael Radu, del Foreign Policy Research Institute, ha criticado la “parálisis” de Washington frente a la “creciente radicalización de los indígenas en la región andina”. A su vez, Michael Weinstein prevé un nuevo “ciclo de inestabilidad” en los Andes centrales cuyas señales son “marchas masivas de protesta, bloqueo de carreteras, toma de instalaciones oficiales, rebeliones regionales, desarraigo de los gobiernos e intentos de los gobiernos para extender anticonstitucionalmente sus poderes”.

Nacional-populismo-etnicista

Algunos de los protagonistas políticos son la Confederación de Nacionalidades Indígenas (Conaie) de Ecuador, el Movimiento Etnocacerista (ME) de los hermanos Ollanta y Antauro Humala en el Perú, el Movimiento al Socialismo (MAS) del líder cocalero boliviano Evo Morales y el Movimiento Indigenista Pachacutik del dirigente aymara Felipe Quispe, que busca la fundación de un Estado quechua-aymara en el sur peruano y el norte boliviano al que denomina “Collasuyo”, el nombre de la región durante el imperio incaico. El discurso de Quispe y Antauro Humala es abiertamente xenófobo contra los criollos, en una suerte de racismo invertido. En Bolivia las manifestaciones más violentas se han registrado en las comunidades de inmigrantes quechuas y aymaras asentadas en El Alto, un suburbio superpoblado de La Paz, que conserva la fuerte cohesión originaria de las comunidades rurales, que le da una capacidad organizativa muy eficaz para bloquear carreteras, paralizar los mercados e incluso emboscar patrullas policiales y militares. A este escenario se han añadido las protestas campesinas de las más importantes zonas agrícolas –las Yungas y el Chapare– contra las campañas gubernamentales para erradicar los cultivos de coca.

En Sicuani, Puno, el departamento peruano limítrofe con Bolivia, el pasado 8 de abril Morales con otros diez diputados del MAS asistieron a la fundación de la versión peruana de su partido. En una entrevista con el diario chileno El Mercurio, Morales habló de la necesidad de “internacionalizar” el MAS promoviendo movimientos sociales antiimperialistas en toda la región andina. En Ecuador, la Conaie y su brazo político –el partido indigenista Pachakuti, que respaldó en 2000 el levantamiento del coronel Lucio Gutiérrez contra Jamil Mahuad– ha jugado un papel fundamental en las últimas crisis políticas.

Según Weinstein la movilización étnica toma la forma de la acción directa porque el segmento indígena de la población andina ha conservado sus vínculos comunitarios. La escritora venezolana Elizabeth Burgos incluye a Hugo Chávez entre los líderes “etnonacionalistas”, al caracterizar al proceso “bolivariano” como un “nacional-populismo-etnicista” fundamentado en el discurso de una Venezuela rota en dos mitades: una con un imaginario occidental y criollo y otra llena de ancestros mestizos y mulatos. Al definir la confrontación en términos casi raciales –‘No nos quieren. La oligarquía nos desprecia. Siempre se ha burlado de nosotros’– Chávez pulsa los resentimientos, acude a las diferencias y a las experiencias de rechazo. La historiadora Margarita López Maya dijo ante la Asamblea Nacional en agosto de 2004 que con el chavismo está emergiendo un país “de ancestros mulatos y mestizos” que estaba escondido y silencioso.

El Jornal do Brasil, abierto partidario de Lula da Silva, editorializaba que: “Venezuela se ha convertido en el primer motivo de desacuerdo entre EEUU y Brasil. Chávez tiene dinero y está lejos de ser inofensivo (…) pretende encontrar un villano para justificar la creación de una milicia popular y armar a su ejército. La lista de ingredientes explosivos se engrosa porque al igual que Ecuador, Perú y Bolivia, Venezuela padece una lucha fratricida entre una elite blanca y una población pobre de origen mayoritariamente indígena y mestiza”. La mezcla de peronismo y guevarismo de Chávez es la confirmación de la fuerza del populismo que recorre toda América del Sur y que incluso podría terminar afectando a la Colombia de Uribe y al Chile de la Concertación.

El ex presidente boliviano Gonzalo Sánchez de Lozada acusó a Chávez de haber financiado el “movimiento indigenista y cocalero” que puso fin a su mandato. Evo Morales ha sido un asiduo visitante de Caracas, donde fue recibido en varias ocasiones por Chávez. Morales es un agitador que denuncia a las multinacionales y al imperialismo. Venezuela es el principal proveedor de crudo y gas en América Latina. Algunos analistas creen que Hugo Chávez podría estar utilizando a Morales y al MAS para que se invaliden las inversiones que puedan competir con Venezuela y vincular a Bolivia a su proyecto “bolivariano”. Evo Morales tiene cierto eco en Perú y Ecuador, países con condiciones parecidas a Bolivia.

Esas advertencias son tomadas muy en serio en Washington. La ex secretaria de Estado, Condoleeza Rice, declaró ante el Senado que la entonces administración Bush “conocía muy bien las dificultades que Chávez está causando a sus vecinos”. En el Pentágono se cree que Chávez está usando el dinero del petróleo para intervenir en la política interna de sus vecinos y que está eligiendo para ello a los que tienen un tejido social más vulnerable, en algunos casos mediante métodos abiertamente subversivos.

La internacional “bolivariana”

En el Perú varios analistas han denunciado que Chávez dio apoyo –ideológico y quizá económico– al asalto de una comisaría en Andahuaylas el pasado 1 de enero de los 165 paramilitares del ME, en el que murieron cuatro policías. Al cabo de 36 horas Humala se entregó a las autoridades. Ha sido encarcelado en un penal de máxima seguridad mientras espera juicio. Tras el asalto la policía incautó a los “etnocaceristas” 110 fusiles de asalto, 50 granadas, 60 pistolas, cuatro vehículos y munición abundante. En su visita a Cuzco en diciembre de 2004 para la ceremonia de creación de la Comunidad Suramericana de Naciones, Chávez –que hizo un apasionado elogio del general Juan Velasco Alvarado (1968-1975)– fue vitoreado por los seguidores de Humala. El ME –que tendría alrededor de 4.000 militantes– reivindica el legado del gobierno de Velasco, a pesar de que éste nunca utilizó el nacionalismo étnico o el racismo. Sin embargo, el régimen velasquista oficializó el quechua e hizo de Túpac Amaru el icono de la “revolución peruana”.

La asonada de Humala para exigir la renuncia de Alejandro Toledo fue ejecutada al estilo de la de Chávez en 1992 y la de Lucio Gutiérrez en 2000: una insubordinación que les sirvió de antesala para su exitosa carrera política al poder. El eclecticismo ideológico de Chávez le lleva a apoyar movimientos que defienden una combinación de nacionalismo étnico y un populismo izquierdista pero que en el caso del ME utiliza profusamente una simbología fascistoide: uniformes, boinas rojas, banderas, estandartes con águilas y brazaletes, en una suerte de identificación entre el uniforme y la “raza originaria”. El asalto de Humala fue anticipado por analistas que advirtieron de una organización paramilitar que reclamaba la “globalización de la guillotina contra los corruptos”. En octubre de 2000 los hermanos Humala encabezaron un levantamiento abortado contra el gobierno de Alberto Fujimori, poco antes de que éste huyera del país.

El gobierno de Valentín Paniagua amnistió a Ollanta Humala, que se reintegró en el ejército, pero su hermano Antauro se dedicó a organizar el ME, que pronto fue acusado de financiarse con el narcotráfico por su apoyo a las protestas cocaleras. El ME es algo parecido a una secta: dice defender un reconstituido “código moral de los Incas” y la memoria del mariscal Avelino Cáceres, un héroe de la guerra con Chile (1879-1883) que organizó milicias campesinas contra los invasores. El ME predica el odio de los cobrizos contra los blancos del Perú, Chile, EEUU e Israel, aproximadamente en ese orden. Nadie ha pedido la libertad de Humala, lo que revela su orfandad política, pero su discurso “etnonacionalista” revela las tensiones sociales larvadas del país. La cuestión racial no había formado parte del programa de ningún actor político. El ME ha sido el primero en hacerlo, aunque la Coordinadora Permanente de los Pueblo Indígenas del Perú ha denunciado en términos inequívocos la violencia preconizada por el ME.

Humala buscaba un baño mediático antes que un baño de sangre: protagonizar un acontecimiento que captara la atención pública en el comienzo de un año preelectoral y que permitiera una mayor visibilidad política para su eventual comparecencia electoral. El horror de la población ante los asesinatos de Andahuaylas llevó a Ollanta Humala, agregado militar de la embajada peruana en Seúl hasta diciembre de 2004, a tomar distancia del intento de su hermano de “presentar en sociedad” al etnocacerismo. Sin embargo, algunas encuestas dieron un alto nivel de apoyo (28%) al asalto de la comisaría.

Norberto Ceresole, el ideólogo

El parentesco ideológico entre Chávez, Humala y Morales tiene un antecedente común: el peronismo, expresión del ascenso de una fuerza popular nacionalista. Perón nunca ocultó su admiración por Mussolini y el fascismo italiano. Chávez se nutrió del peronismo a través del sociólogo argentino Norberto Ceresole, un personaje complejo y excéntrico que le asesoró durante varios años antes de que éste se deshiciera de él –entre otras cosas por su declarado antisemitismo– ordenando su expulsión de Venezuela en 1999. Ceresole murió en Buenos Aires en 2003 tras sostener que su expulsión de Venezuela se había debido a la “persecución judía”. En la fórmula de Ceresole, publicada formalmente en Madrid en 2000, se establece que el caudillo garantiza el poder a través de un partido cívico-militar, en un modelo que denomina “posdemocracia”. A largo plazo, según Ceresole la integración “bolivariana” del continente conduciría a una Confederación de Estados Latinoamericanos en la que las fuerzas armadas tendrían las riendas del desarrollo económico, social, político y de la seguridad del continente.

Chávez jamás ha renunciado a la simbología castrense. Según El Universal de Caracas, más de 100 militares, en su mayoría activos, ocupan cargos directivos y de confianza en las empresas estatales, en servicios e institutos autónomos y nacionales, fondos gubernamentales, fundaciones y comisiones especiales. En las elecciones regionales de octubre de 2004, 14 de los 22 candidatos oficialistas designados por Chávez provenían de las filas militares. Según Chávez: “Cuando hablo de revolución armada no estoy hablando de metáforas; armada es que tiene fusiles, tanques, aviones y miles de hombres listos para defenderla”. Venezuela tiene ya más oficiales que México y Argentina juntos y 120 civiles han sido juzgados por tribunales militares. Ese esquema no funcionaría sin el petróleo.

El eje Caracas-La Habana

Roger Noriega, subsecretario de Estado para asuntos hemisféricos, ha declarado que a EEUU le preocupa la posibilidad de que los 100.000 fusiles AK que Venezuela comprará a Rusia terminen en manos de “grupos criminales, milicias o guerrillas”. Chávez dice que se entregarán a “unidades populares de defensa” que responderán directamente al presidente, en una estrategia que los opositores atribuyen más a una intención de control político interno que a una amenaza militar exterior real. Chávez no va poder garantizar que esas armas no terminen en manos indeseables. Venezuela tiene miles de kilómetros de fronteras poco resguardadas por las que podrían filtrarse esas armas, como ocurrió en Centroamérica con el armamento que fluyó a esa región durante los años 70 y 80.

En su visita al Foro Social de Porto Alegre, Chávez advirtió que considerará cualquier ataque contra Cuba como un ataque a Venezuela. El eje Caracas-La Habana completa el complejo escenario de la nueva situación estratégica de la región y del surgimiento del “etnonacionalismo” como uno de sus factores principales. Tras la derrota del sandinismo en Nicaragua, Fidel Castro pareció conceder una tregua a un continente en gran parte pacificado. Pero Chávez –al que Castro recibió en 1995 con honores de jefe de Estado pocos días después de ser excarcelado por el gobierno de Rafael Caldera– parece haberle devuelto las esperanzas de cumplir el sueño del Che: con el petróleo venezolano –dijo Castro a Régis Debray en 1962– la revolución continental sería cuestión de meses.

A cambio del crudo venezolano, Cuba envía alfabetizadores, asesores culturales, deportivos y médicos que realizan labores de proselitismo político, a los que se unen los servicios comunitarios a cargo de las guarniciones militares venezolanas. Chávez tiene además una ventaja: su poder es fruto de un proceso democrático. Según un antiguo funcionario del Departamento de América del Comité Central del Partido Comunista: “Fidel no quería cometer el mismo error que en Chile; él ahora hace todo de manera legal”.


La estrategia tiene múltiples frentes. Las repetidas visitas de Chávez al Foro Social Mundial de Porto Alegre han tenido la obvia intención de utilizarlo como una plataforma de propaganda política. El Movimiento Sin Tierra de Brasil ha propuesto al comité internacional que organiza el Foro que en 2006 la sede sea en Caracas, lo que ha agudizado las diferencias entre quienes creen que éste debe ser un espacio plural y quienes creen que debe organizarse como una especie de partido político global.

La línea más radical, integrada entre otros por el periodista español Ignacio Ramonet y el escritor paquistaní Tarik Alí, defienden la cita en Caracas como un gesto de respaldo del “altermundismo” a Chávez. Tarik Alí dijo en Porto Alegre que “en Irak está la resistencia armada y en Venezuela la resistencia democrática al imperialismo”.

Esas tensiones se inscriben en un marco geopolítico: el presidente colombiano Álvaro Uribe y el peruano Alejandro Toledo han estrechado sus lazos políticos y militares con EEUU mientras que, según el Washington Post, el gobierno de Chávez está gestionando compras de armamento en Rusia por valor de 5.000 millones de dólares, incluyendo una flota de 40 helicópteros y caza-bombarderos Mig-29 de última generación, y ha comprado aviones Tucano a Brasil y fragatas y aviones de transporte militar a España.

Una dimensión continental

Chávez y Castro parecen haber percibido el potencial “revolucionario” de las reivindicaciones indígenas. Si bien los criterios usados en las definiciones étnicas varían de país a país, se estima que existen más de 400 grupos indígenas identificables en América Latina, con casi 40 millones de personas, que incluyen desde pequeñas tribus selváticas amazónicas hasta las macroetnias andinas quechua y aymara. México tiene la población indígena más numerosa de América Latina, alrededor de diez millones, pero representa solamente entre el 12% y el 15% de la población total. En contraste, los indígenas de Guatemala y Bolivia constituyen la mayoría de la población nacional y en Perú y Ecuador llegan casi a la mitad. Según estimaciones de la CEPAL y el BID, un 9% de la población total de la región es indígena, pero representa el 27% en el mundo rural.

Un estudio del Banco Mundial de 1994 concluyó que la relación entre un color de piel oscuro y pobreza no es casual: la pobreza entre las poblaciones indígenas y negras de América Latina es severa y persistente. A pesar de ser los más pobres entre los pobres –en Bolivia un 75% vive por debajo del umbral de la pobreza, un 79% en Perú, un 80% en México y un 90% en Guatemala– y de las dificultades para precisar los criterios censales que los definan, los últimos datos disponibles muestran que la población indígena tiende a aumentar. Las propuestas de estatutos que otorguen autonomía territorial a los grupos indígenas se extienden desde México a Chile, especialmente desde 1992, cuando con ocasión del V Centenario del Descubrimiento se realizó en Guatemala el primer encuentro regional de organizaciones amerindias. En Ecuador el partido Pachacutik obtuvo ese año el 11% de escaños en el Parlamento.

En México, el Frente Zapatista de Liberación Nacional (FZLN) ha lanzado una estrategia basada en la creación de gobiernos indígenas autónomos en 30 municipalidades, urgiendo a las demás etnias del país a imitarles para introducir los procedimientos “indígenas” para elegir y sustituir a sus autoridades. Incluso en países como Colombia y Venezuela, donde la población amerindia representa una reducida minoría, varios partidos indígenas han ganado posiciones en los parlamentos nacionales y los gobiernos locales. En Guatemala y el Perú ha habido poca o ninguna organización política étnica, probablemente por los traumas causados en sus recientes guerras internas, en las cuales sus comunidades fueron las principales víctimas. Sin embargo, algo ha empezado a cambiar: en octubre de 2002 organizaciones indígenas peruanas formaron el partido Llapansuyo (“todas las regiones” en quechua) con la presencia de delegaciones de los partidos Pachacutik de Bolivia y Ecuador. En Chile, los mapuches, que tienen una presencia significativa en la Patagonia (25% de la población en las regiones IX y XI), quieren obtener el mismo estatus legal que el pueblo Rapa Nui (polinesio) de la Isla de Pascua, al que el gobierno central ha concedido considerables facultades de autogobierno como “territorio especial”. Sólo Panamá ha concedido un territorio semiautónomo a una etnia indígena: a los kuna, desde 1925.

En 1989, la OIT aprobó la convención 169 como el estatuto de los derechos indígenas, en la cual los amerindios eran, por primera vez, referidos como pueblos, pero pocos países de la región la han suscrito. El caso boliviano muestra que el patrón de pacíficos avances electorales puede verse en peligro si no predomina una actitud más abierta al respecto. Un factor que inhibe las reformas políticas por parte de los Estados es el carácter supranacional de muchas de las etnias, como la de los quechuas, que abarca seis países desde Argentina a Colombia; los mayas o varias tribus amazónicas, cuyos territorios se superponen con las fronteras de Brasil y sus vecinos, lo que alimenta el temor a potenciales movimientos secesionistas.

Discriminación étnica

Uno de los grandes mitos difundidos por los nacionalismos latinoamericanos de todo tipo ha sido la virtual ausencia de discriminación racial entre sus ciudadanos y el mestizaje como paradigma de la composición étnica de sus sociedades. En los hechos, el racismo, disimulado o explícito, es una de los rasgos de la vida cotidiana y de la estructura socioeconómica más visibles en los países de la región. El problema es que al ser una realidad persistentemente negada, prácticamente ningún Estado se ha enfrentado el asunto.

La diferencia de clases es el argumento que más se utiliza para explicar la pobreza porque es el más simple: ofrece una coartada solvente para encubrir aspectos incómodos de las relaciones sociales. Esa estrategia de subterfugios más o menos velados, es casi indistinguible en los discursos oficiales desde México a Brasil. En ese complejo universo social, lleno de subterfugios y eufemismos, el racismo latinoamericano implica una discriminación no admitida que corresponde a unas sociedades que postulan un credo político igualitario pero que mantienen la desigualdad en los hechos. Se trata de un racismo emotivo, no ideológico o doctrinario. Sin embargo, desde la ola democratizadora de los años 80, el problema ha comenzado a ser abordado con menos prejuicios a medida que los pueblos indígenas se han convertido en actores políticos y sociales que exigen que las diferencias étnicas reales sean reconocidas social y jurídicamente.

En 1980 se creó el Consejo Indio de América del Sur (CISA) en Ollantaytambo, Cuzco. En los años 60 ese tipo de organizaciones apenas eran un puñado. En los 90 eran ya centenares: locales, intercomunitarias y regionales, con una intensa actividad internacional. En sus versiones extremistas iniciales articularon un discurso entre mesiánico y renovador que denunciaba a los partidos políticos, de izquierda y de derecha, por estar controlados por criollos. De ahí que incluso la revolución socialista fuese criticada como insuficiente y ajena; en todo caso, incapaz, por su origen étnico, de comprender y plantear adecuadamente el problema indígena. El énfasis en ese tipo de discurso se refleja en posturas como las de Demetrio Cotji, de la etnia kaqchiquel y catedrático en la Universidad San Carlos de Guatemala, que sostiene que cada quien teoriza según la etnia a la que pertenece en una “sociedad colonizada”; es decir, que si un marxista pertenece a la etnia dominante, pensará necesariamente en función de esa perspectiva.

Desde los años 80 las organizaciones indígenas comenzaron a realizar congresos, publicar manifiestos, dirigir peticiones a los gobiernos y a los organismos internacionales y, con mayor frecuencia, manifestaciones, marchas de protesta, ocupaciones de tierras y movilizaciones nacionales para protestar contra la depredación de sus tierras, exigiendo derechos territoriales, representación política y la preservación del medio ambiente. Las más importantes de esas luchas fueron las organizadas por la Conaie en Ecuador en 1990, 1993, 2000 y 2001, que prácticamente paralizaron el país y obligaron al gobierno a negociar cuestiones agrarias y reformas constitucionales. A escala internacional, su actividad logró que la ONU proclamara 1993 como el “Año Internacional de las Poblaciones Indígenas” y el “Decenio Internacional de las Poblaciones Indígenas”, que comenzó en 1995. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA comenzó a elaborar ese año un instrumento jurídico interamericano sobre derechos indígenas. El énfasis inicial en la idealización de un pasado mitificado dio paso a reivindicaciones más concretas, como el acceso a la tierra, al crédito agrícola, a la educación, la salud y la cooperación técnica. Según Stavenhagen, los derechos territoriales, es decir, el reconocimiento y la delimitación legal de territorios ancestrales, son imprescindibles para preservar “el espacio geográfico necesario para la reproducción cultural y social del grupo”. La Federación Shuar-Ashuar de Ecuador niega, por ejemplo, querer formar un Estado dentro del Estado, y defiende su participación dentro de la sociedad ecuatoriana desde sus propios valores culturales, territorio y sistema político organizado.

Probablemente nunca ha habido sociedades totalmente homogéneas en términos raciales, lingüísticos o religiosos. Y mucho menos en América Latina. Los mapas étnicos no coinciden con los lingüísticos, ni la voluntad de los ciudadanos con las formaciones históricas de los Estados nacionales: la realidad multicultural presenta una imagen de múltiples estratos que se superponen y confunden. Cualquier nuevo Estado entraría inmediatamente en conflicto con minorías irredentas que se sentirían legitimadas a ejercer su propio derecho a la autodeterminación. El principio de los derechos colectivos, in extremis, tendría que aceptar la legitimidad de la autodeterminación de todas las unidades sociales, por pequeñas que fueran y segregarlas, en uno u otro sentido, en una miríada de cantones étnicos.

Conclusiones

Como en otros terrenos, Brasil está tomando la iniciativa a través de medidas de discriminación positiva, siguiendo el modelo de la affirmative action de EEUU. Con una población de origen africano mayor que la de cualquier otro país americano, el gobierno de Lula da Silva ha decidido disminuir las desigualdades sociales estableciendo cuotas raciales para el acceso a universidades y las administraciones públicas. Lula está empeñado en reexaminar la noción idealizada de Brasil como una armoniosa “democracia racial”, obligando a la sociedad a enfrentar la realidad de la exclusión social. Entre los negros (pretos) y mestizos (pardos) –más de un 50% de la población se define de ese modo– la tasa de desempleo duplica a la de los blancos que, además, ganan un 57% más que los brasileños no blancos que trabajan en el mismo campo. Los pardos y negros tienen también mayores índices de delincuencia y un 50% menos de posibilidades de tener agua potable en sus hogares.

Cuatro de los ministros de Lula son negros, incluyendo el de la recién creada cartera de promoción de la igualdad racial, y también ha nombrado al primer juez negro del Tribunal Supremo. Si el Congreso aprueba su proyecto de ley para la igualdad racial, las cuotas se aplicarán en todos los niveles de gobierno, incluso en la programación de televisión y las listas de candidatos de los partidos políticos. Desde el gobierno de Fernando Henrique Cardoso, tres ministerios federales y la municipalidad de São Paulo ya aplican una cuota del 20% de “afrobrasileños” en los principales cargos. La Universidade Estadual de Río de Janeiro ha sido la primera institución educativa que ha introducido la discriminación positiva en sus procesos de admisión: al menos un 40% de los estudiantes deben ser negros o pardos y un 50% provenir de escuelas públicas. En pocos meses ha conseguido a través de esas políticas duplicar y en algunos casos triplicar el número de sus estudiantes negros o mestizos en facultades como las de medicina, derecho e ingenierías.

Al mismo tiempo, las demandas judiciales de quienes se sienten perjudicados se han disparado. El problema para aplicar estas políticas en un país de 180 millones de habitantes en el que casi todos reconocen tener ancestros de diferentes razas es elemental: ¿quién es realmente negro, o blanco, o indio? ¿Es suficiente decir, como ahora, que uno es negro –o blanco– para serlo? ¿Debería existir una especie de tribunal racial que clasifique a las personas de acuerdo a un genotipo racial específico? El censo brasileño incluye cien clasificaciones determinadas por el color de la piel, algunas tan surrealistas como la de “café con leche”. América Latina sabe ahora que tiene un problema racial, pero está aún lejos de saber cómo resolverlo.

ESTADOS UNIDOS Y AMÉRICA LATINA: NUEVA ETAPA DE UNA RELACIÓN COMPLICADA


Carlos Malamud

Las semanas previas a la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca y las primeras de su Administración se han caracterizado, en lo relativo a América Latina, por numerosas especulaciones sobre el rumbo de la agenda latinoamericana. Ésta ha estado marcada por el pesado lastre de la herencia George W. Bush, visible no sólo en el deterioro de la imagen de Estados Unidos en América Latina, sino también en el estado complicado de algunas agendas bilaterales. Por el contrario, durante el mes de marzo hemos visto una gran ofensiva diplomática (con viajes y reuniones varias) y algunos anuncios importantes, teóricamente en preparación de la V Cumbre de las Américas a celebrar a mediados de abril en Trinidad y Tobago. El encuentro entre todos los mandatarios hemisféricos confirmó el sesgo que la Administración Obama está dispuesta a dar a las relaciones con América Latina. La Cumbre no sólo mostró el liderazgo que está dispuesto a ejercer el nuevo inquilino de la Casa Blanca, pese a algunas contestaciones, sino también la nueva realidad que se vive en América Latina. También sirvió para permitir que la cordura y la sensatez retornaran a estas reuniones.

El relevo en Washington ha generado grandes expectativas de cambio en la política hemisférica, que podrían dar paso a la frustración si no se producen avances notables. Más allá de lo atinado de algunos análisis sobre las principales características de la gestión de Obama, lo interesante del asunto es que buena parte de lo dicho gira en torno al sesgo que le dará la nueva Administración a la relación hemisférica, pero poco se decía sobre lo qué quería América Latina de Estados Unidos.


Esta realidad viene a confirmar el carácter asimétrico de la relación, tanto por el “imperialismo” de Washington, como también por la responsabilidad latinoamericana. De ahí que en las siguientes páginas me centre en los temas que primarán en la relación hemisférica y en el previsible comportamiento de los distintos actores. Tras analizar el problema cubano como un referente central de las relaciones hemisféricas actuales, se abordarán aquellas cuestiones que permiten explicar el peso que tiene América Latina en la política exterior de Estados Unidos y en qué se sostiene la relación hemisférica, para concluir con las líneas maestras de la política de Washington hacia la región.

El caso de Cuba es paradigmático al haberse convertido, como muestran las recientes Cumbres celebradas en Brasil en diciembre de 2008, en la vara de medir con la cual muchos gobiernos regionales quieren condicionar su relación con Estados Unidos. El triunfo de Obama provocó grandes esperanzas sobre una posible normalización de las relaciones bilaterales entre Washington y La Habana, después de muchos años de mano dura, política tan estéril como la que prima el diálogo con el régimen castrista. Así se flexibilizaron los controles a los viajes de los cubano-americanos a Cuba y la cantidad de dinero que podían gastar. También se habló de cambios en el exilio de Miami y en una tendencia más favorable al diálogo, favorecida por un triunfo de Obama sin deudas electorales con la Florida.

De no mediar una respuesta positiva de Cuba a estas señales, el recorrido de los cambios será limitado. Como todas las relaciones, ésta depende de las conductas de ambas partes, aunque en este caso sólo se ve lo que hace o deja de hacer Estados Unidos. De Cuba sabemos menos, dada la opacidad de su gestión gubernamental, como el deseo manifestado por Raúl Castro de mantener un diálogo sin condiciones, pero poco más. Ésta es una postura irreal si no se acompaña con medidas que respondan a lo actuado por el otro. Los cambios en el gabinete y la salida de Felipe Pérez Roque y Carlos Lage sólo han introducido mayor incertidumbre.

La incorporación de Cuba al Grupo de Río y las manifestaciones de los presidentes latinoamericanos favorables a su reingreso a la Organización de Estados Americanos (OEA) tampoco son suficientes para impulsar el diálogo. Tampoco lo son las ambiguas propuestas de Raúl Castro ni las reconvenciones de su hermano Fidel al presidente de Estados Unidos. De todos modos, el tema se ha discutido ampliamente en la V Cumbre de las Américas y en sus momentos previos, bien formalmente, siguiendo la estela de lo tratado por Lula y Obama en Washington, o informalmente y al margen de la agenda. Quizá porque no pudo montar su Cumbre paralela, como hizo en Mar del Plata, Hugo Chávez convocó una Cumbre extraordinaria del ALBA un día antes de la reunión de Trinidad. Al pertenecer Cuba al ALBA, en Venezuela se debatió la estrategia que se seguiría en Trinidad, que por los resultados obtenidos no fue demasiado exitosa. Chávez había manifestado que llevaría el tema cubano a la Cumbre: “La artillería nuestra se está preparando, va a haber buena artillería” señaló, para preguntarse luego: “¿Con qué moral voy a ir yo a una cumbre en la que estén Estados Unidos y Canadá, pero no Cuba?” La respuesta, quizá, se pueda encontrar en su regalo a Obama: Las venas abiertas de América Latina.

¿Cuánto importa América Latina en Estados Unidos?

Mucho se ha escrito sobre el papel secundario de América Latina en la agenda internacional de Estados Unidos tras los atentados terroristas del 11-S, aunque bastante menos sobre el significado de lo que supuso Estados Unidos para América Latina. En estos años hemos escuchado de forma reiterada a altos responsables políticos latinoamericanos declarándose afortunados porque Estados Unidos parecía mirar hacia otro lado. Sin embargo, cuando llega el momento de la verdad todos son lamentos ante la adversidad. Esto ha ocurrido recientemente con Bolivia que, junto a Venezuela, está llevando una política de mayor confrontación con Estados Unidos (expulsión del embajador y otros funcionarios de la embajada en La Paz, expulsión de la DEA y USAID, etc.). Pero cuando Evo Morales vio como se cerraban los mercados de Estados Unidos puso el grito en el cielo. Tras la suspensión de la Ley de Promoción Comercial Andina y Erradicación de Drogas (ATPDEA en sus siglas en inglés), su gobierno hizo todo lo posible para mantener abiertos los mercados.

Al ser América Latina una zona poco conflictiva y con una presencia menor del terrorismo internacional, la Administración Bush miró hacia otras zonas, donde estaban sus prioridades, tanto de seguridad nacional como económicas. La interpretación del Departamento de Estado era otra. Según Thomas Shannon, Subsecretario para Asuntos Hemisféricos desde 2005 y todavía en el cargo, el presidente Bush hizo múltiples viajes a la región, prueba de su interés por ella. La gestión inicial del gobierno de Obama sobre América Latina está marcada por una cierta continuidad en la superficie, comenzando por la presencia de Shannon, muy valorado en América Latina, especialmente en Brasil. Su permanencia en los primeros meses de la Administración demócrata se debe tanto al deseo de contar con un equipo engrasado de cara a Trinidad, como a querer evitar cualquier improvisación en temas delicados. Pese a estas señales de continuidad comienzan a insinuarse algunos movimientos de mayor calado, que se analizan más abajo. Todo indica a que se introducirán algunos cambios, aunque sólo sean de estilo, en la relación con América Latina. A esto se agregarán algunos temas de impacto, como el cierre de la prisión de Guantánamo o algunas medidas vinculadas al narcotráfico.

A fines de mayo de 2008, durante la campaña electoral, Barack Obama pronunció un discurso en Miami donde estableció algunas de sus prioridades latinoamericanas. Algo implícito en el texto es la promesa de Obama de enfrentarse a América Latina y sus problemas con un enfoque no tradicional, diferente del clásico que llevaba a articular las relaciones hemisféricas de arriba abajo. Sin embargo, insistió en la vieja idea del liderazgo americano, un concepto que, por paternalista, no cae del todo bien en el resto del hemisferio.

Para ver cuánto importa América Latina en la agenda norteamericana habría que considerar cuáles son las principales prioridades globales del gobierno, incluyendo algunas cuestiones de orden interno. Entre las más importantes, destacan la crisis económica y financiera y el creciente déficit público, la situación en Irak y Afghanistán, vinculada al conflicto del Medio Oriente y al proyecto iraní de construcción del arma atómica, las relaciones con Rusia y China y las cuestiones de seguridad energética. Aún considerando que los temas no se agotan aquí, está claro que los aquí mencionados se imponen en la agenda de un modo categórico y están por encima de otros que más pueden interesar a los latinoamericanos.

Por eso es importante preguntarse por el lugar de América Latina en la agenda exterior de Estados Unidos y, a la vez, indagar en torno a una cuestión previa: ¿existe América Latina?, ¿existe una política hemisférica global de Estados Unidos o, por el contrario, estamos frente a distintas políticas bilaterales que enfrentan las transformaciones producidas en la región en los últimos años? Hay una serie de elementos centrales en la relación y en la agenda hemisférica, que recuerdan la necesidad de estrechar unos vínculos de gran calado histórico. Entre ellos están el narcotráfico, la seguridad energética, el comercio y las inversiones, el futuro de la OEA, los movimientos migratorios y las remesas. A estos se agregan ciertas relaciones bilaterales que, por distintos motivos, tienen un significado más especial que el resto para las distintas instancias de la Administración: México, Cuba, Colombia, Venezuela, Bolivia y Ecuador. Brasil ha adquirido un valor destacado para el gobierno de Obama, como se ha visto en el reciente encuentro presidencial.

El 30% del petróleo que importa Estados Unidos viene de América Latina. Debido a cuestiones geográficas, logísticas y de costes, es la región de donde más crudo se importa, incluyendo el Medio Oriente, al extremo que cinco de los 15 principales países proveedores[1] son México (3º), Venezuela (4º), Brasil (9º), Colombia (11º) y Ecuador (12º). Venezuela ocupa un lugar central, pese a la agresividad, al menos verbal, del presidente Chávez. Resulta paradójico que buena parte de los dólares con los que se sostiene el régimen, y le permite implementar sus políticas internas e internacionales, proviene de Estados Unidos. Esta situación no termina de agradar a Washington y ya se está negociando con Brasil para que aumente sus exportaciones cuando sus importantes yacimientos submarinos (presal), ubicados frente a las costas de los estados de Rio de Janeiro y Sao Paulo, especialmente los campos Tupi y Carioca, comiencen a producir, lo que se calcula podrá ocurrir en siete u ocho años.

Brasil tiene enormes ventajas frente a Venezuela. Tanto su gobierno como su sistema político son más fiables que la constelación bolivariana, y lo mismo ocurre con la seguridad jurídica y el cumplimiento de los contratos. Por otra parte, de momento Brasil está al margen de la disciplina de la OPEP. Dadas las características de la política exterior brasileña, y de la independencia que gusta mostrar frente a lo que considera los poderes fácticos internacionales, no sería de extrañar que no se integrara a ese club. Recordemos que todavía permanece al margen de la OCDE.

Las relaciones comerciales, económicas y financieras son de gran importancia en ambas direcciones. En muchos países de la región la Inversión Extranjera Directa (IED) de Estados Unidos sigue siendo relevante, pese al avance de la IED europea, especialmente española. El conjunto de la IED recibida por América Latina superó por primera vez en 2007 los 100.000 millones de dólares, de ellos un 30% de origen estadounidense. Si bien la IED de Estados Unidos en América Latina fue menor en 2003-2007 que en 1998-2002, ésta sigue siendo relevante. Tres de los mayores socios comerciales de Estados Unidos son latinoamericanos: México, Venezuela y Brasil. En 2006 el comercio con esos tres países rondó los 500.000 millones de dólares. En 2007 el comercio de Estados Unidos con América Latina fue de 560.000 millones de dólares. En 2006, según cifras de la CEPAL, de las 20 mayores empresas transnacionales no financieras presentes en América Latina, nueve eran de capital estadounidense.

A esto se agrega la no errónea percepción latinoamericana de que esta crisis es importada de Estados Unidos. El “efecto jazz”, del que habló Cristina Kirchner en la Asamblea General de Naciones Unidas. Pese a la creencia inicial, la crisis no afectaría a la región (el famoso “desacople”), hoy sabemos que su impacto va a ser brutal, no sólo en las exportaciones de bienes primarios, sino también en ingresos fiscales e incremento del paro y la pobreza. Más allá de la vocación de diversificar mercados, y del peso creciente de las exportaciones a los países asiáticos, comenzando por China e India, todavía hay una gran dependencia del mercado norteamericano. Y todos los gobiernos saben, comenzando por los más antinorteamericanos, que para salir de la crisis es necesario que Estados Unidos lo haga primero.

Las migraciones son un tema cada vez más importante en la agenda hemisférica, aunque con el paso del tiempo el fenómeno va adquiriendo relevancia en ambas direcciones. Las migraciones tienen repercusiones económicas, políticas, culturales y lingüísticas. En Estados Unidos hay unos 40 millones de “hispanos”, algo más del 14% de la población norteamericana. Por eso, el español se emplea cada vez más en las campañas electorales y se da mayor atención a la presencia hispana en los distintos niveles del gobierno y el Parlamento. En la elección presidencial de 2008 dos de cada tres votos hispanos fueron para Obama, aunque esto no contempla la diversidad de las distintas colonias de hispanos, ni las diferencias regionales ni la forma en que se vota en elecciones locales o estatales.

En sentido inverso se observa una presencia creciente de jubilados de Estados Unidos en México, Costa Rica y Panamá. La búsqueda de buen clima, un coste de vida más reducido y el acceso a una sanidad más barata son las principales motivaciones. En la última década del siglo XX el número de ciudadanos norteamericanos residentes en México aumentó un 17%, mientras que en Panamá fue del 136%. De resolverse algunas cuestiones pendientes sobre la validez del seguro médico de esas personas en estos, u otros, países de destino el movimiento sería más importante.

Las remesas de los emigrantes latinoamericanos presentes en Estados Unidos son otra cuestión de gran trascendencia, aunque a lo largo de 2008, como consecuencia de la crisis económica y financiera, éstas hayan descendido un poco. En 2006 América Latina recibió 68.000 millones de dólares por este concepto, 42.000 millones (más del 60%) se originaron en Estados Unidos, que se redujeron a 66.500 millones en 2007. Para algunos países latinoamericanos las remesas representan más del 10% del PIB, como Guatemala (10,1%), Nicaragua (14,9%) o El Salvador (18,2%). En Honduras son casi el 25%. En los últimos meses, la contracción de las remesas ha sido superior al 5% y se esperan resultados aún peores.

La política latinoamericana de Obama

El futuro de las relaciones con América Latina está marcado por importantes desafíos internacionales vinculados a la inseguridad ciudadana y el narcotráfico, a las relaciones comerciales, a la desigualdad social y a la debilidad institucional. Si bien ya se han adoptado algunas medidas en relación con la política hemisférica todavía es pronto para trazar las líneas maestras de la gestión de Administración Obama aunque es cada vez más visible la importancia que se le está dando al tema. Ya se van conociendo algunos nombres del equipo hemisférico, comenzando por Shannon, aunque aún no se sabe si permanecerá en el cargo. En caso de ser reemplazado, Arturo Valenzuela es uno de los mejor colocados para sucederle. Dan Restrepo, que durante la campaña se ocupó de América Latina, ha sido nombrado en el Consejo de Seguridad, Nancy Lee es la nueva subsecretaria adjunta para el Hemisferio Occidental en el Tesoro y Frank Mora, de origen cubano y muy moderado, fue designado para ocuparse de la región en el Pentágono. Durante la campaña presidencial, Obama insinuó en algunas ocasiones que restablecería la figura del “Enviado especial de la Casa Blanca para América Latina”. Si bien el presidente ya ha nombrado a varios enviados especiales para otras partes del mundo, mostrando su interés por dotar a la diplomacia de un protagonismo mayor que en el pasado, todavía no se ha concretado nada en este campo.

Si bien la secretaria de Estado, Hillary Clinton, ha ido poniendo sobre la mesa ciertos puntos esenciales de lo que será su política sobre la región, especialmente en relación a los países más conflictivos (Venezuela, Bolivia, Nicaragua), sobre la mayoría de los puntos de la agenda aún no hay propuestas claras. Sin embargo, sus viajes a México, Haití y República Dominicana han ido desbrozando algo más el terreno. Como se preveía, también Obama puso de relieve en Trinidad algunas claves relacionadas con temas polémicos (Cuba, Venezuela, narcotráfico, migraciones, política comercial y migratoria, seguridad energética, promoción de la democracia), aunque sin dar demasiadas precisiones. Pese a ello, en la reunión entre Obama y Lula, en Washington, se abordaron algunas de las cuestiones más espinosas.

En los primeros meses de gestión el énfasis ha sido puesto en la preparación de la Cumbre. Y no sólo por la Administración, sino también por algunos think tanks de Estados Unidos[2]. En el mes previo a la Cumbre, y con el objeto de preparar su contenido y garantizar el desarrollo de algunos puntos, ha habido una verdadera ofensiva diplomática de los más altos representantes del gobierno. El presidente Obama recibió a Lula en la Casa Blanca, el vicepresidente Joe Biden viajó a Chile y Costa Rica. En Chile asistió a Cumbre de Líderes Progresistas, 27 y el 28 de marzo, donde se vio con Michelle Bachelet, Lula, Tabaré Vázquez y Cristina Kirchner. Por su parte, Hillary Clinton y Janet Napolitano, secretaria de Seguridad Nacional, visitaron a Felipe Calderón a finales de marzo para hablar de la "nueva política" hacia México en el tema de la lucha contra el narcotráfico, que se complementaría con el despliegue de algunos efectivos de Estados Unidos en la frontera.

También el Congreso se ha implicado en el tema, a tal punto que la presidenta del Congreso lamentó la reducción de fondos para la Iniciativa Mérida y anunció el envío de una comisión parlamentaria encabezada por los presidentes de los comités de Inteligencia, de Servicios Armados y de Asuntos Exteriores. Obama, que había recibido a Calderón en Washington antes de su toma de posesión viajó a México en el marco de su presencia en la Cumbre de las Américas. Se trata de otra señal de la importancia que su Administración le está dando al tráfico de estupefacientes.

El narcotráfico y otras formas del crimen organizado se han convertido en una seria amenaza para la gobernabilidad de determinados países de la región. Hasta ahora, Estados Unidos había estado más pendiente del terrorismo internacional, en lo que a su seguridad nacional se refiere, que de fenómenos de este tipo. Sin embargo, la guerra abierta contra el narcotráfico que ha declarado el presidente Felipe Calderón, y que se extiende más allá de la frontera sur de Estados Unidos, está irrumpiendo con fuerza en su propio territorio. Ya no es sólo cuestión de que los precursores para la droga y las potentes y modernas armas con que se abastecen los grupos de sicarios vengan de Estados Unidos, o que su sistema bancario sirva para lavar el dinero de los carteles, sino de que empieza a haber víctimas propias y cada vez más los estados del Sur (Arizona, California, Nuevo México, Tejas) se están convirtiendo en campos de batalla de la guerra entre los distintos grupos. De ahí que el escaso recorrido del intento de satanizar a México convirtiéndolo en “estado fallido”, cosa que no es.

A la vista de estas visitas habrá que ver cuánto se implicará el gobierno de Obama en un combate que ya no puede seguir viendo desde la barrera. Por eso es importante ver hacía dónde evolucionará la Iniciativa Mérida, cómo también qué política se seguirá en América Central y la región andina. América Central es cada vez más un terreno a conquistar para los carteles de la droga y esta situación se une a un panorama geopolítico cada vez más complicado. Nicaragua y Honduras se han vinculado al ALBA (Alternativa Bolivariana para las Américas) y están en la órbita del chavismo. En El Salvador el triunfo de Mauricio Funes ha abierto una gran cantidad de incógnitas acerca de hacia dónde evolucionará el equilibrio regional.

La región andina sigue siendo la mayor zona de producción de coca, aunque el interés de la DEA ha disminuido en tanto la mayor parte de lo producido en la región se destina a Europa. Al igual que en el caso centroamericano aquí también encontramos importantes variaciones nacionales. Bolivia, que aspira a la legalización de la hoja de coca y no persigue el sobrecultivo (recuérdese el origen de Evo Morales como líder cocalero), ha expulsado a la DEA de su territorio. Ecuador va a cerrar la base de Manta, utilizada por Estados Unidos para monitorizar el tráfico de estupefacientes y perseguir el narcotráfico. Venezuela hace rato que no coopera. Por el contrario, la relación con Perú, con quien recientemente se ha firmado un Tratado de Libre Comercio (TLC) es intensa y no hablemos de Colombia. También habrá que ver que futuro tienen las polémicas declaraciones del vicepresidente Francisco Santos, quien señaló que el Plan Colombia es parte del pasado. Si bien la plana mayor del gobierno Uribe las criticó, es posible que en Washington haya otras lecturas y a medio plazo veamos como se podrán producirse cambios importantes en este terreno.

En medio de la crisis, los llamados contra el proteccionismo se hicieron más evidentes. Brasil fue uno de los primeros en protestar cuando se insinuó una política de “compre americano” (buy american) por el Congreso americano. Esto se vinculó con un lugar común muy extendido en América Latina: los gobiernos demócratas son más proteccionistas que los republicanos. El tema comercial es importante en la agenda y no sólo porque están pendientes de ratificación por el Congreso los TLC con Colombia y Panamá, sino también algunas otras cuestiones de peso, como el futuro de la Ronda de Doha. Despejados algunos temores iniciales que hablaban de un intento de modificar el TLCAN (TLC de América del Norte), quedan por resolverse las cuestiones más polémicas de los tratados pendientes y de momento no hay señales terminantes.

Más allá de las cuestiones generales ya mencionadas, el énfasis de la política hemisférica se pondrá en las agendas bilaterales. Habrá algunas que cuenten más que otras, como México, Brasil, Colombia, Venezuela, Bolivia y Cuba. Entre las ausencias más destacadas se podría mencionar a Argentina. La presidenta Kirchner sólo recibió una llamada protocolaria de Obama antes de verlo en la reunión del G-20 en Londres. Esta situación revela la intrascendencia creciente de algunos países de la región, encerrados en su caparazón como consecuencia de políticas crecientemente aislacionistas.

En este sentido habrá que ver cómo se manejan las relaciones con los gobiernos de “izquierda”, aunque lo más probable sea un tratamiento matizado, caso a caso, según las distintas realidades nacionales. La cálida recepción otorgada a Lula y la llamada personal de Obama al presidente electo de El Salvador, Mauricio Funes, felicitándolo y ofreciéndole un encuentro durante la Cumbre de Trinidad, son la señal de que habrá tratos diferenciados en función de los mensajes emitidos. Por el contrario, Venezuela y Bolivia son los mejores ejemplos de una relación diferente.

Por distintas cuestiones, el gobierno de Obama ha decidido hacer pasar, en gran medida, sus relaciones con América Latina a través de México y Brasil, y no sólo porque ambos están en el G-20. La relación bilateral entre Estados Unidos y México es muy especial, como ya se ha visto. Básicamente gira en torno a cuestiones de gran envergadura: narcotráfico, inmigración (se habla de casi 10 millones de inmigrantes ilegales mexicanos en Estados Unidos) y ciertos problemas laborales y medioambientales vinculados con el TLCAN.

El encuentro con Lula sirvió para anunciar el inicio de una nueva etapa en las relaciones bilaterales con Brasil, que podría plantearse sobre nuevas bases de colaboración, aunque según algunos análisis es posible que más allá de la “química” presidencial no se pasara de lo simbólico[3]. Lula debía elegir entre presentar la agenda bilateral o la regional y optó por esta última. Al presentarse como líder regional y mantener la reunión en el ámbito de lo general ni preparó la Cumbre de Trinidad ni la reunión del G-20 en Londres, y dejó de lado algunas cuestiones importantes de la relación bilateral. Sin embargo, Lula se fue de Washington con la vitola de ser el primer presidente latinoamericano que se reunió con Obama y con su compromiso de una pronta visita a Brasil para trabajar en proyectos conjuntos de I + D en energías renovables.

La relación bilateral pasa por un momento importante, que viene desde la época de Bush. Los intercambios comerciales alcanzan los 54.000 millones de dólares: 26.000 millones de exportaciones a Brasil y 28.000 millones de importaciones. Sin embargo, hay temas pendientes, como el arancel de 54 centavos de dólar por galón de etanol brasileño importado en Estados Unidos, algo difícil de resolver en la actual coyuntura, y la Ronda de Doha. De haber optado por promocionar los intereses brasileños, Lula podía haber ofrecido un tratamiento preferencial en la venta del petróleo a cambio de disminuir el arancel del etanol y mejores condiciones de acceso al mercado norteamericano para el acero, el zumo de naranja y el algodón brasileños.

Conclusiones

¿Cuán nueva va a ser la política de la Administración Obama hacia América Latina? Mucho se habla de esto y se insiste en un tratamiento no paternalista del problema, lo que en si mismo es bueno. Sin embargo, ya en las dos presidencias de Bush, e inclusive antes, se había optado por una política de no ingerencia, o de menor ingerencia, en la región, lo que no significaba el abandono de la misma. De este modo se puede ver el gran contraste de lo actuado en la última década del siglo XX y la primera del XXI con las de 1960 y 1970. Mientras las últimas se caracterizaron por el respaldo dado a las dictaduras militares, en las primeras se mostró la prescindencia frente al llamado “giro a la izquierda”.

Esta es la línea de acción frente a los importantes cambios políticos que se están produciendo en la región. Ahora bien, estos mismos cambios están mostrando la existencia de fuertes contradicciones entre los países, cuando no un aumento de la conflictividad bilateral, lo que hace cada vez más difícil seguir contando con una política global hemisférica. Estados Unidos era, con España, de los pocos países en tener una política para el conjunto de la región. En este sentido asistiremos a una potenciación de las relaciones bilaterales, cada una de ellas con su propia agenda. También, y por motivos diferentes, se priorizará la relación con las dos grandes potencias regionales, México y Brasil.

Probablemente, como se ha visto en la Cumbre de Trinidad y Tobago, el perfil del nuevo presidente de Estados Unidos permita un mayor lugar para el diálogo en la resolución de algunos conflictos antiguos y no tan antiguos, como los de Cuba y Venezuela. Pero, para que el diálogo avance es necesario un mayor compromiso de las contrapartes y, sobre todo, una mayor clarificación de los gobiernos latinoamericanos de lo que esperan del gobierno de Washington. En líneas generales esto sigue siendo una tarea pendiente y dificulta avanzar en la búsqueda de soluciones compartidas para problemas comunes.

Notas:

[1].- Algunos de los datos que siguen están tomados de Stephanie Miller, “Desafíos y oportunidades: Barack Obama y América Latina”, en Carlos Malamud, Paul Isbell, Federico Steinberg y Concha Tejedor (eds.), Anuario Iberoamericano 2009 Elcano Efe, Madrid, 2009.

[2].- Ver, p.e., los documentos “A Second Chance. U.S. Policy in the Americas” del Inter American Dialogue, Washington, marzo, 2009 o “Rethinking US – Latin American Relations. A Hemispheric Partnership for a Turbulent World”, del Brookings Institution, noviembre, 2008.

[3].- Paul Isbell, “Obama recibe a Lula en la Casa Blanca”, en http://www.infolatam.com/entrada/obama_recibe_a_lula_en_la_casa_blanca-13004.html.

LA V CUMBRE DE LAS AMÉRICAS: LAS RELACIONES ENTRE CUBA Y ESTADOS UNIDOS SE JUEGAN EN LA ISLA


Carola García-Calvo

Antecedentes

Los prolegómenos de la Cumbre estuvieron marcados por la gran expectación levantada por la presencia de Barack Obama entre los líderes latinoamericanos, a tal punto que ninguno de los invitados faltó a la cita, pese a algunas amenazas previas. Para la mayor parte de ellos era la ocasión de conocerlo personalmente. Los presidentes Lula, Calderón y Cristina Kirchner lo habían hecho en la Cumbre del G-20, y los dos primeros también tuvieron encuentros bilaterales, al igual que el primer ministro canadiense. A esto se suma el hecho, igualmente importante, de que para Obama era el momento de definir las principales líneas de su política hemisférica, especialmente después de los cambios manifestados en otras áreas de su política exterior. En sus primeros meses de gobierno, tanto el presidente como la secretaria de Estado, Hillary Clinton, hicieron importantes anuncios en lo relativo a Irak-Afganistán, al conflicto de Oriente Medio, a Irán y a las relaciones transatlánticas. La Cumbre de las Américas era el momento ideal para hablar de América Latina, tras los desencuentros de la Administración Bush. José Miguel Insulza, secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), expresó su convencimiento de que esta V Cumbre de las Américas constituiría un “nuevo comienzo” en las relaciones hemisféricas “y en particular de EEUU con América Latina y el Caribe”.

América Latina era una asignatura pendiente de la anterior Administración republicana. A esto se suma la responsabilidad de EEUU en la crisis financiera internacional, que ha golpeado duramente a las economías latinoamericanas. Por ello, Obama quiso preparar concienzudamente la Cumbre contando con los servicios de dos diplomáticos experimentados, de gran credibilidad en América Latina: Thomas Shannon y Jeff Davidof. Shannon, subsecretario de Estado para el Hemisferio Occidental con Bush, fue mantenido en su puesto para preparar la Cumbre con el doble objetivo de contar con un equipo ya rodado y para evitar improvisaciones en temas delicados. Davidof, ex embajador de EEUU en Guatemala, Chile, Venezuela y México, y subsecretario de Estado para Asuntos Interamericanos con Bill Clinton, fue nombrado asesor presidencial de la Casa Blanca para la Cumbre. Al mismo tiempo es una de las piezas clave del equipo de Obama en su política de aproximación a Latinoamérica.

Lo cierto es que en los meses previos al encuentro de Trinidad y Tobago hubo en Washington una actividad febril, tanto por parte del Departamento de Estado como de los distintos think tanks locales que se ocupan de América Latina. Se elaboraron una gran cantidad de informes y se realizaron numerosos seminarios, en los cuales los diplomáticos norteamericanos, los académicos y los embajadores latinoamericanos pudieron intercambiar puntos de vista y avanzar en la preparación de la Cumbre. Todo esto contrasta con lo ocurrido en la mayoría de las capitales de América Latina, donde la preparación de la Cumbre más bien estuvo librada a la improvisación.

EEUU también impulsó una ofensiva diplomática previa a la Cumbre, que llevó al vicepresidente Joe Biden a Viña del Mar (Chile), a la Cumbre de Líderes progresistas el 27 y 28 de marzo, y a Hillary Clinton a reunirse en Washington con sus homólogos de Brasil, Argentina, Uruguay, Perú y Panamá, ofreciéndoles “profundizar y ampliar sus relaciones”, y discutiendo temas puntuales de la agenda. Todo esto sin olvidar el encuentro entre Lula y Obama en Washington y la visita presidencial a México, inmediatamente antes de la Cumbre. Estos dos últimos encuentros señalan la importancia que Obama dará a Brasil y México.

Los líderes latinoamericanos llegaban expectantes a la Cumbre y al desembarco de Obama en América Latina. La región está inmersa en una realidad muy diferente a la que Bush conoció a comienzos de su primer mandato. A esto se agregan los seis años de bonanza económica, cuyos efectos subsisten a la crisis, que han permitido que desde 2003, según la CEPAL, 37 millones de latinoamericanos hayan salido de la pobreza y 29 millones de la indigencia, así como también la emergencia de clases medias en países tan desiguales como Brasil. Pese a ello, el continente está dividido en dos grandes bloques en torno a diferentes proyectos políticos y de integración, sintetizables en los presidentes Lula y Chávez. Mientras Lula apuesta por Unasur (Unión de Naciones del Sur), Chávez oscila entre ésta y el ALBA, junto a Cuba.

Esta situación esconde un cierto conflicto por el liderazgo regional, donde encontramos a Brasil y Venezuela, pero también a México, aunque con otros problemas y consideraciones. Parece que finalmente Brasil se ha decidido a ejercer su liderazgo en América del Sur, tras comprender que para ser un actor global debe ser también un líder regional. Así, resulta auspiciosa la convergencia de las diplomacias brasileña y mexicana, como se constató en Costa do Sauípe. Esto permitió el encuentro entre Lula y Obama en la Casa Blanca, que el primero aprovechó más para repasar puntos de la agenda hemisférica que de la bilateral. Pero la nueva realidad regional también se caracteriza por la presencia de otros actores extrahemisféricos, distintos de la UE, como China, Rusia e Irán, que han estableciendo alianzas estratégicas con algunos países, cuestionando claramente la tradicional hegemonía regional de EEUU, algo que ya parece cosa del pasado, por más que Obama no quiera renunciar a seguir hablando del liderazgo americano.

Ante este escenario, se podría haber pensado que los líderes latinoamericanos acudirían a Trinidad y Tobago con ideas claras acerca de lo que quieren de Washington. Sin embargo, y salvo excepciones, acudieron con los deberes por hacer: esperando que las respuestas y las soluciones llegaran de Washington, bien para refrendarlas, bien para enfrentarlas, pero sin propuestas alternativas creíbles y negociables, dejando casi todo a la improvisación. Buena prueba de ello es que el principal argumento que han tenido para negociar con EEUU ha sido el de Cuba, un tema recurrente en sus mensajes a Obama.

Dos días antes del encuentro hemisférico, Hugo Chávez convocó una reunión del ALBA en Cumaná, a la que asistieron Evo Morales, de Bolivia, Raúl Castro, de Cuba, Manuel Zelaya, de Honduras, Daniel Ortega, de Nicaragua, y el primer ministro de Dominica, Roosevelt Skerrit. También estuvieron como invitados el paraguayo Fernando Lugo, Ralph Gonsalves, primer ministro de San Vicente y las Granadinas –que anunció su incorporación al ALBA–, y el canciller ecuatoriano, Fander Falconí. Se quería consensuar posturas para la V Cumbre y solicitar la incorporación de una cláusula sobre Cuba a la Declaración Final. Recordemos que todos estos países comparten un discurso antiimperialista, que mira reticentemente la acción de EEUU en América Latina. Sin embargo, ante la mano tendida de Obama a los dirigentes cubanos, la retórica bolivariana perdió uno de sus principales argumentos, dejando algo oscurecido el habitual protagonismo de Chávez.

Países más cercanos a Washington como Brasil y Chile, y otros que tienen una indefinición mayor, como Argentina, por diferentes motivos también se hicieron eco de la causa cubana. Mientras Lula quiere consolidar su papel de mediador regional y su posición de actor global, Bachelet y Kirchner se mueven más por cuestiones internas, por una idea algo naïf de solidaridad regional o por la ausencia de un discurso ad hoc. Sin embargo, todos los países latinoamericanos enmascaran en la cuestión cubana la descoordinación del bloque regional y la emergencia de un número creciente de conflictos bilaterales (como el de Argentina y Uruguay por las papeleras, y el de Ecuador y Colombia tras el bombardeo en 2008 de un campamento de las FARC en territorio ecuatoriano) que impiden que América Latina se presente ante EEUU con una política clara. Los más firmes aliados de EEUU, y más neutrales en el tema cubano, fueron Canadá, Colombia, la República Dominicana y México.

La Cumbre: temas de la agenda y Declaración Final

La V Cumbre fue inaugurada con un discurso de la presidenta Cristina Kirchner, cuyo país acogió la polémica IV Cumbre en 2005. Kirchner criticó la política regional de George W. Bush y abogó por levantar el embargo a Cuba, que calificó de “anacronismo”. Daniel Ortega retomó el asunto con términos más duros: “me da vergüenza estar en esta cumbre y llamarla cumbre de las Américas debido a que no sólo porque estaba ausente Cuba sino también Puerto Rico que seguía siendo una colonia de Estados Unidos en el Caribe”. Continuó el primer ministro de Belice, Dean Barrow, que dio paso al discurso más esperado, el de Obama, quien se estrenó en la Cumbre con una oferta de reconciliación a Cuba: “Creo que podemos dirigir las relaciones entre EEUU y Cuba en una nueva dirección”, ya que “en los últimos dos años, he indicado y lo repito hoy que estoy preparado para que mi administración se comprometa con el gobierno cubano en una amplia lista de temas, desde los derechos humanos, la libertad de expresión y la reforma democrática hasta drogas, migración y asuntos económicos”, dejando la pelota en el tejado cubano. Sin embargo, ningún líder latinoamericano se dirigió a Cuba para solicitar algún gesto de apertura democrática o diálogo político. Tras la sesión inaugural, con constantes alusiones a Cuba, convertida en la protagonista (ausente) del encuentro, los presidentes tuvieron la oportunidad de reunirse a puerta cerrada para tratar los temas que figuraban en la agenda de la Cumbre, que recogía una serie de puntos más relevantes para el futuro de la región, como la crisis y la cooperación energética.

Tras seis años de crecimiento, con tasas entre el 4% y el 6% anual, la CEPAL anunció el 1 de abril que las economías de América Latina y el Caribe decrecerán un 0,3% en 2009. Los países más afectados serán México, en torno al -2%, el más elevado de la región debido a su dependencia de los mercados de EEUU, Brasil (-1%), Costa Rica y Paraguay (-0,5%). Otros países como Panamá, Perú y Bolivia mantendrían un crecimiento positivo igual o superior al 3%, mientras que Ecuador y Chile se quedarían en tasas de crecimiento cero. La misma semana en que se inauguraba la Cumbre, se reunió en Río de Janeiro el Foro Económico Mundial sobre América Latina, con unas previsiones más pesimistas que las de la CEPAL: el PIB regional decrecería en 2009 un 0,6%, mientras el flujo de inversión privada caería en 47.000 millones de dólares, un 89% menos que en 2008. El buen desempeño de las economías latinoamericanas y las reformas de los últimos años hacen que la región reciba la crisis en una situación de fortaleza macroeconómica que, aunque no la inmunice, amortiguará el efecto arrastre de la recesión mundial. El Fondo Monetario Internacional (FMI), a través de su director gerente, Dominique Strauss-Kahn, dijo que América Latina se recuperará a buen ritmo una vez que haya un repunte en los países ricos, sobre todo EEUU, porque su sistema bancario se ha visto menos perjudicado que en otras regiones.

En la Cumbre del G-20, con presencia de tres países latinoamericanos, se acordó dotar con medio billón de dólares al FMI, pasando sus reservas de 250.000 millones a 750.000 millones de dólares, para reforzar su capacidad de préstamo, medida que fue tachada de “gravísima” por el ecuatoriano Rafael Correa. Sin embargo, Colombia y México han dicho que intentarán beneficiarse de esos recursos. Además, Obama anunció en Trinidad y Tobago que impulsará la recapitalización del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), una medida demandada por todos los líderes hemisféricos y un punto central de la Cumbre, ya que, algunos países, como Argentina, no pueden recurrir a los créditos flexibles del FMI. A fines de 2008, el presidente del BID, Luís Alberto Moreno, anunció préstamos para proyectos en América Latina por 12.200 millones de dólares, una cifra récord, para hacer frente a la crisis. En el mismo comunicado, Moreno informó que China se integraría al Banco como país donante, con un aporte de 350 millones de dólares, reforzando así sus lazos con América Latina. Obama aprovechó su anuncio sobre el BID para ganar popularidad frente a otros competidores, como China. Otro anuncio relevante fue la creación de un Nuevo Fondo de Microfinanzas para préstamos en el hemisferio.
Poco más se concretó en materia económica en Puerto España –lo que también fue aducido por los países del ALBA para no suscribir la Declaración Final, calificada de “inaceptable por no responder a la crisis económica global”–, aunque la falta de iniciativas claras fue suplida, de alguna manera, por la propuesta estadounidense de mayor cooperación energética, lo que centró la segunda jornada de la Cumbre. Consciente de la emergencia de América Latina como potencia energética, sobre todo de energías renovables, Obama quiere contar con socios latinoamericanos para potenciar proyectos conjuntos, así como para afrontar el desafío del cambio climático. El canciller brasileño, Celso Amorim, recibió bien la propuesta de Obama para estrechar la cooperación energética, teniendo en cuenta los intereses de cada país. Amorim señaló que no puede pensarse a nivel regional cuando “cada país tiene sus diferencias y enfoques distintos”. Pero el consenso existente en la búsqueda de nuevos modelos energéticos, la estrategia sobre los biocombustibles y la cooperación energética quedaron patentes en la Declaración Final.

Otro tema de vital importancia en las relaciones hemisféricas son las migraciones. Según un estudio de Foreign Affairs en español (VIII/2008), casi 26 millones de latinoamericanos viven fuera de sus países de origen. De éstos, 22,3 millones (el 86%) están fuera de la región, mientras cerca de 3,5 millones (el 14%) están en otros países latinoamericanos. El principal destino de los migrantes latinoamericanos ha sido y continúa siendo EEUU. Otro estudio, del Pew Research Center, afirma que el 75% de los inmigrantes ilegales residentes en EEUU son hispanos. De estos, un 59% (casi 7 millones) provienen de México, un 11% de América Central, el 7% de América del Sur y un 4% del Caribe.

Una vez finalizada la cumbre, los presidentes del Sistema de la Integración Centroamericana (SICA) se reunieron con Obama para abordar la reforma migratoria, anunciada, en un claro guiño a los hispanos, por el entonces candidato durante la campaña electoral. Los presidentes centroamericanos manifestaron su preocupación por sus ciudadanos en EEUU, incluidos los afectados por catástrofes naturales, acogidos bajo el Estatus de Protección Temporal (TPS, en sus siglas inglesas). Éste fue concedido a 250.000 salvadoreños, 75.000 hondureños y 4.000 nicaragüenses, cuyos visados expirarán en mayo de 2010 para Honduras y Nicaragua y en septiembre para El Salvador. El presidente salvadoreño saliente, Tony Saca, sugirió a Obama su legalización permanente. También trataron el espinoso tema de los inmigrantes con antecedentes penales deportados de EEUU, que quedan en libertad al llegar a sus países de origen. Álvaro Colom, presidente de Guatemala, afirmó que se discutió la posibilidad de que EEUU informe anticipadamente de las deportaciones, para que se puedan cumplir las penas en sus países. Pese a que muchos de los temas no fueron concretados, los presidentes centroamericanos se mostraron optimistas al término de la reunión, encontrando a Obama “totalmente diferente en el trato que estamos recibiendo, en el sentido de que hay más apertura, más diálogo, más respeto”. En este sentido vale la pena recalcar que Obama permaneció escuchando en las tres reuniones plenarias, evidenciando de ese modo un talante desconocido en sus predecesores.

Era previsible que en la Cumbre se retomaran las negociaciones sobre Tratados de Libre Comercio (TLC) entre EEUU y algunos países de la región, paralizados en el Congreso norteamericano. Así, gracias a intensos contactos bilaterales se sentaron las bases para relanzar las negociaciones en torno a la aprobación del TLC con Colombia y Panamá. La fórmula propuesta por Obama para amortiguar los efectos de la crisis en su país, “compra americano”, matizada posteriormente, no sentó nada bien entre sus vecinos, ya que EEUU es el primer socio comercial de América Latina. Pero no es menos cierto que en América Latina se ha sentido un rebrote proteccionista en los países del Mercosur (Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay). Diversas voces reclamaban un párrafo en la Declaración Final que aludiera explícitamente “a mantener un sistema de comercio abierto, multilateral y basado en reglas”, algo que finalmente se consiguió tal y como se recoge en el punto 14. En cualquier caso, el libre comercio no fue un tema de gran relevancia en la Cumbre, a pesar de haber sido el articulador sobre el cual se empezaron a celebrar estos encuentros hace ahora 15 años.

El narcotráfico y la violencia son de de los problemas más acuciantes en América Latina. En el caso mexicano, Hillary Clinton asumió, durante un viaje a México junto a la secretaria de Seguridad Interior, Janet Napolitano, la corresponsabilidad en la guerra contra los cárteles del narcotráfico. EEUU es el principal mercado para las drogas procedentes de México y, según el presidente Calderón, el origen del 90% de las armas en su poder. La visita de Obama a México, previa a la Cumbre, concretó la vía abierta por Clinton y Napolitano para la cooperación en la lucha contra las organizaciones criminales que operan en la zona. Un avance significativo que tiene repercusiones inmediatas en los países centroamericanos y suramericanos: según los últimos informes de la Agencia Antidroga estadounidense (DEA), la presión ejercida por el presidente Calderón ha empujado a algunos cárteles hacia Centroamérica, donde preocupa especialmente su implicación con las “maras” o pandillas callejeras. Según un informe de febrero de 2009 de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFA), un organismo autónomo de Naciones Unidas, “no hay país de la región que se salve del problema de las drogas”. Colombia, Bolivia y Perú se consolidan como los principales productores mundiales de coca y producción de cocaína, que se vende en EEUU y Europa a través de rutas terrestres, aéreas y marítimas que pasan por Centroamérica. En ellos, la superficie total de cultivos ilícitos en 2007 se incrementó un 16% respecto a 2006, El mismo informe advierte que “la corrupción, un sistema judicial dotado de escasos recursos, la falta de confianza pública y la débil acción de la ley” siguen siendo factores que obstaculizan la lucha contra las drogas en la región.

En la Declaración Final se recoge de forma genérica el compromiso de “combatir el problema mundial de las drogas y los delitos conexos” (punto 5), dentro del catálogo de retos a los que se enfrentan las Américas. Más adelante se recoge la voluntad de luchar de forma conjunta y coordinada (puntos 70 a 76) contra el lavado de dinero, la fabricación y el tráfico ilícito de armas, o cualquier otro tipo de delincuencia organizada transnacional. En cuanto al problema de las “maras”, los líderes acordaron alentar “los trabajos de la OEA en la elaboración de una estrategia integral y hemisférica para promover la cooperación interamericana en el tratamiento de las pandillas delictivas”. Habrá que ver cómo se desenvuelve efectivamente esta cooperación en el futuro, teniendo en cuenta las reticencias de Ecuador y Bolivia a la acción de la DEA en los Andes. Ecuador no renovó el convenio de la Base de Manta y en Bolivia, Evo Morales, suspendió en noviembre de 2008 las actividades de la DEA en su territorio tras acusar a algunos de sus agentes de conspirar contra su gobierno.

Únicamente el anfitrión, Peter Manning, suscribió la Declaración Final en nombre de todos los asistentes, reflejando el descontento de los países del ALBA. El documento había sido consensuado tras largos meses de negociaciones por las delegaciones, produciendo un documento extenso y retórico, convertido en “un cajón de sastre que no facilita estructurar las prioridades de la región”.

Tras la Cumbre

Aunque la Cumbre puede ser calificada de un éxito, no deben magnificarse los gestos realizados en Puerto España. En el discurso de Barack Obama con motivo de sus primeros 100 días en la Casa Blanca, no volvió a referirse al tema cubano, aunque marcó otros importantes temas de la política exterior estadounidense como Irak o la nueva estrategia para Afganistán y Pakistán. Los presidentes de EEUU mantienen reuniones anuales con los mandatarios de los países del Pacífico, en las que se da seguimiento a las iniciativas adoptadas en dicha región, y, en cambio, las Cumbres de las Américas tienen lugar cada cuatro años, sin que exista un seguimiento o evaluación de las medidas suscritas en las Declaraciones Finales.

El encuentro de Puerto España sí ha servido para dibujar un mapa de la realidad latinoamericana, tanto en lo relativo a la relación con EEUU, como en la ubicación de los diferentes países. En cuanto a la primera dimensión, EEUU era, con España, el único país que tenía una política global para la región. Sin embargo, las diferencias políticas y los enfrentamientos abiertos dificultan cada vez más este propósito, privilegiando el enfoque bilateral con agenda propia en cada caso. Brasil, México y, en menor medida, Chile se perfilan como aliados estratégicos.

Brasil ha salido reforzado como líder suramericano. Prueba de ello fue su intermediación para que EEUU dialogara con el bloque más crítico de la región: Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Ecuador. Tras la petición brasileña a Hillary Clinton, ésta mostró públicamente su voluntad de hacerlo. Una vez más Lula le robó el protagonismo a Chávez. El discurso antiimperialista de estos países quedó ensombrecido no sólo por la mano tendida de Obama sino también por un Brasil cada vez más relevante en el panorama regional e internacional. También es significativo el papel de Argentina. La presidenta Kirchner no tuvo una reunión bilateral, reduciéndose su interacción con Obama a la reunión que mantuvo con los presidentes de la Unasur. Pese a que numerosas ocasiones Kirchner ha denunciado la estrategia de EEUU de desunir a los países latinoamericanos en base al célebre “divide y vencerás”, en esta ocasión dio la vuelta al argumento, quejándose por no haber sido recibida a solas por Obama, dando la sensación de que la presidenta era consciente que Argentina, de nuevo, vuelve a quedar fuera de las preferencias estratégicas de Obama, perdiendo otro tren interesante para su posicionamiento internacional.

Conclusiones

A pesar de la escasa concreción de la V Cumbre de la Américas, ésta ha abierto la puerta a una nueva relación de entre América Latina y el Caribe con EEUU. Ahora bien, una nueva política de EEUU “con” América Latina y no “para” América Latina exige un mayor compromiso y más definiciones por parte de los países de la región. Si no, y muy a su pesar, el liderazgo norteamericano seguirá marcando la agenda. Por todo esto, es conveniente no caer en triunfalismos hasta no comprobar si los prometedores pasos dados en Trinidad y Tobago, plasmados en el acercamiento a Cuba, la promesa de retomar la reforma migratoria, la lucha coordinada contra el narcotráfico y crimen organizado o el entierro del ALCA –que tanto y tan profundamente dividió al continente–, por citar ejemplos de gran contenido práctico y simbólico, se desarrollan efectivamente en acciones concretas.

Las diplomacias brasileña y mexicana jugarán un papel relevante en el futuro al haber sido señalados como interlocutores privilegiados por el vecino del norte, siendo además, en el caso brasileño, ampliamente reconocido su poder de mediación también por los países suramericanos. EEUU no es ajeno a esto ni al hecho de que Brasil es hoy por hoy un alumno aventajado en cuanto a energías renovables, socio imprescindible por tanto de Obama en su ambicioso programa energético en el continente americano. Por otra parte, y aunque no esgrimieron frente a Obama la hostilidad mostrada a su antecesor, George Bush, los países de ALBA dejaron patente su descontento al no suscribir la Declaración Final, gesto que aunque ampliamente comentado no logró, sin embargo, desdibujar las buenas sensaciones que caracterizaron el encuentro.

Otras de las cuestiones sobre la cual giraron múltiples de las reuniones mantenidas por las distintas delegaciones nacionales fuera de la sala de los plenos, fue la del futuro de Cuba en la OEA. En el aire están las críticas frontales contra la declaración de 1962 que la expulsó de la organización que permiten augurar un intenso debate en la próxima Asamblea General para lograr su anulación. Pero habrá que ver cómo se compatibiliza esta medida con la vigencia de la Carta Democrática de la Organización. En realidad, lo que está en cuestión es el propio futuro de la OEA y habrá que ver si el ánimo constructivo con que se cerró la Cumbre puede ser trasladado a este marco, y si la OEA es capaz de dar un paso unilateral en relación a Cuba, similar al dado por Obama sobre el mismo tema.