martes, 21 de octubre de 2008

LA CUMBRE DE UNASUR EN SANTIAGO DE CHILE Y EL CONFLICTO EN BOLIVIA


Carlos Malamud

Tras la Cumbre de Santiago, las valoraciones de los líderes latinoamericanos fueron coincidentes y excesivamente autocomplacientes, con algunos pronunciamientos altisonantes. Durante la Asamblea General de la ONU, los países latinoamericanos mostraron su clara apuesta por el multilateralismo e hicieron “gala de un liderazgo propio frente a las grandes potencias”. Michele Bachelet dijo que “Unasur ha demostrado una vez más ser un instrumento poderoso de integración”.

Entre las declaraciones presidenciales destacan las de Argentina y Brasil, que señalaron que América del Sur ha dado ejemplo de cómo construir el multilateralismo, pese a las diferencias internas. Tanto Lula como Fernández de Kirchner hablaron de la Cumbre de Unasur. Fernández señaló que hubo unanimidad “para ayudar a Bolivia en la defensa de la democracia y el diálogo para solucionar la crisis interna”, que “el ejercicio de multilateralidad es una convicción de las regiones emergentes”, y que se aclaró “el respaldo irrestricto a todos los países cuyas democracias son frágiles y sus instituciones necesitan del apoyo internacional”. Lula manifestó que se está construyendo una nueva geografía política universal y que Unasur “es un nuevo instrumento de coordinación política entre los países de la región, en términos de infraestructura, energía, política social, finanzas y defensa”. En Santiago, los presidentes de Unasur comprobaron “la capacidad de respuesta frente a situaciones complejas como la que vive Bolivia”.

Después de la Cumbre, la UE apoyó la declaración de la Unasur en defensa de la democracia en Bolivia. Según Bachelet, esto muestra su crecimiento relevante como actor político regional. El Grupo de Río, con la presidencia pro témpore de México, la Comunidad Andina de Naciones (CAN) y el Parlamento del Mercosur respaldaron al gobierno y la democracia bolivianos. También apoyaron a Morales organizaciones indígenas ecuatorianas y agrupaciones sociales, sindicales, políticas, humanitarias y piqueteras argentinas. Fidel Castro expresó su satisfacción por el apoyo brindado a Morales en la Unasur. En una carta a Hugo Chávez dijo que el acuerdo de Unasur “vale oro. Sin esto, no se habría producido tal éxito o cuando más un suave remedio post mórtem”.

El entusiasmo por el éxito de Unasur ha ido más allá. En un artículo de opinión, en el diario mexicano La Jornada, Ángel Guerra Cabrera tildó de “memorable” la Cumbre, que fue “un nuevo y rotundo grito de independencia y unidad de América Latina”. “Por primera vez un grupo significativo de sus presidentes condena y adopta decisiones prácticas contra una conjura golpista orquestada por el imperio del norte. Este hecho y cada idea en la Declaración de la Moneda, aunque no se mencione por su nombre, señalan con el dedo acusador a EEUU: la simbólica alusión a Salvador Allende y el categórico compromiso con el respeto a la soberanía, la no injerencia en los asuntos internos, la integridad e inviolabilidad territorial, la democracia y los derechos humanos”. Unasur “refleja la emergencia? de un nuevo tipo de gobiernos celosos de la soberanía nacional y con sensibilidad social, obviamente impulsados por las decisivas luchas populares”. También se recalca el “apoyo irrestricto” y unánime a Morales y la condena al vandalismo de “los grupos desestabilizadores”. Concluye diciendo que la Cumbre fue un gran triunfo político de Morales y “un reconocimiento a su talla de estadista, así como al talento político con que él y los movimientos sociales bolivianos han conducido la difícil brega por una democracia de las mayorías; y una derrota política dentro y fuera de Bolivia de los prefectos separatistas y su titiritero”.

Si bien estos análisis son corrientes, la pregunta central es hasta dónde sus juicios responden a la realidad o si, por el contrario, estamos ante un nuevo ejercicio de voluntarismo y autocomplacencia. En las declaraciones posteriores a las Cumbres latinoamericanas o encuentros bilaterales, el triunfalismo es prácticamente unánime. Así, todas y cada una de estas reuniones parecen abrir las puertas a una nueva y decisiva etapa en la historia latinoamericana.

Un precedente directo de la convocatoria de la Cumbre fue la expulsión de los embajadores de EEUU de La Paz y Caracas. Rafael Correa respaldó la decisión de expulsarlos: “Morales y Chávez deben tener evidencias para haber expulsado a los embajadores de EEUU” y añadió que en su caso “no tenemos esa evidencia”. “Si yo tuviera evidencia que EEUU, o el país que fuese, está financiando a grupos para desestabilizar al Gobierno u oponerse a la Constitución, tenga la seguridad que inmediatamente expulsaría al embajador del respectivo país”.

Los orígenes de Unasur

El 23 de mayo de 2008 se firmó en Brasilia el Tratado Constitutivo de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur). Los representantes de 12 países de la región firmaron el documento que oficializaba el nacimiento del último experimento de la integración regional. Meses antes, y sin demasiadas explicaciones, en la Cumbre energética de Isla Margarita, en abril de 2007, a iniciativa del comandante Chávez se decidió reemplazar la Comunidad Sudamericana de Naciones (CSN o CASA) por la Unasur (véase Carlos Malamud, “La cumbre energética de América del Sur y la integración regional: un camino de buenas (y no tan buenas) intenciones”, Documento de Trabajo 18/2007, Real Instituto Elcano). Una de las medidas más trascendentes aprobadas en Brasilia fue conceder a Chile la presidencia pro témpore de la Unión, ante las dificultades para encontrar o designar nuevas autoridades.

La Declaración de Santiago comenzaba invocando el tratado constitutivo de Unasur, que específicamente menciona lo que estima son los pilares de las relaciones entre los países miembros: el irrestricto respeto a la soberanía, la no injerencia en asuntos internos y la integridad e inviolabilidad territorial, estrechamente vinculados al fuerte nacionalismo existente en la región. Posteriormente se mencionan la democracia y sus instituciones y el respeto a los derechos humanos.

Desde el principio se discutió sobre la composición del bloque regional, su liderazgo y el mayor beneficiario de su existencia. Las principales teorías enfrentaban a Brasil y Venezuela, o a los presidentes Lula y Chávez. En realidad, se jugaba el deseo venezolano de liderar la región, gracias a su gran disponibilidad de efectivo, frente al mayor pragmatismo brasileño. Cuestiones como la relación con EEUU, el papel de la OEA o la presencia de Rusia o Irán estaban sobre la mesa, aunque sin figurar en la agenda oficial, mientras los temas de seguridad y defensa sí eran incorporados, prefigurando el choque entre Venezuela y Brasil. No debe olvidarse que entre los objetivos específicos de Unasur está “el intercambio de información y de experiencias en materia de defensa” y “la cooperación para el fortalecimiento de la seguridad ciudadana”.

La Cumbre de Santiago y sus antecedentes

La Cumbre de Santiago, celebrada el 15 de septiembre, fue convocada de urgencia por Michelle Bachelet en su condición de presidenta pro témpore de Unasur. La decisión se aceleró por la presión de Bolivia y Venezuela denunciando la existencia de ciertas tramas golpistas, unas impulsadas por los prefectos opositores y otras por EEUU. La expulsión de los embajadores de La Paz y Caracas, y las denuncias sobre la violencia opositora, especialmente tras la matanza de Pando, reforzaron la tensión sobre Unasur. La espiral de violencia en Bolivia, donde tanto el gobierno como la oposición autonómica habían decidido movilizar a sus bases en defensa de sus posiciones, influyó sobre el éxito de la convocatoria.

En este contexto, surgieron algunas discrepancias sobre quién tomó la iniciativa de convocar la reunión, ya que antes del 12 de septiembre hubo algunas declaraciones de Chávez en esta línea. Tras la convocatoria, algunos de los participantes comenzaron a tomar posiciones, claramente unánimes en defensa del orden establecido y de las autoridades legítimas, es decir, del gobierno de Morales, relegando a la oposición a un segundo plano. La escalada del conflicto boliviano hubiera acarreado problemas para el resto de los países sudamericanos y a los participantes de la reunión, comenzando por los convocantes chilenos, les interesaba dar un claro mensaje de apoyo al statu quo.

Para calentar el ambiente, antes de llegar a Santiago, Rafael Correa manifestó que Unasur rechazaría los intentos separatistas impulsados por la oposición boliviana, para dar un mensaje claro de que “no aceptaremos nuevos Pinochet ni separatismo”. “Todo esto es una estrategia de los grupos que no pueden captar el poder nacional para desestabilizar el gobierno de Evo Morales o separarse de Bolivia, porque nunca se sintieron parte de Bolivia”.

Durante el fin de semana previo a la cita se confirmaron las presencias y las ausencias de los asistentes. Si bien inicialmente se temió por una Cumbre plena de incomparecencias, esto finalmente no pasó y la Cumbre fue todo un éxito en términos de convocatoria. El único ausente importante fue Alan García, cada vez más enfrentado con Chávez, aunque adujo problemas de agenda para no acudir. Por el contrario, Lula, cuya ausencia se temía, terminó confirmando su presencia y se convirtió en el principal impulsor del acuerdo final. García fue sustituido por el ministro de Exteriores, José Antonio García Belaúnde, mientras los mandatarios de Surinam y Guyana, también ausentes, estuvieron representados por otros funcionarios de alto rango.

Lula no estaba muy convencido de asistir a una reunión que podría interpretarse como una injerencia en los asuntos bolivianos. Por eso estimaba fundamental la existencia de una petición expresa del gobierno boliviano a los presidentes sudamericanos para mediar u opinar sobre el conflicto. Para rematar su punto de vista concluyó que la Cumbre sólo tendría sentido en el caso de concluir con una propuesta concreta de Unasur sobre el conflicto boliviano, que debería ser acatada por el gobierno y la oposición. De otro modo se reforzaría el ascendiente de Hugo Chávez sobre Evo Morales.

La Cumbre se celebró en el Palacio de la Moneda, con un trasfondo muy simbólico (sólo cuatro días antes se había conmemorado el aniversario del golpe de Estado que derrocó a Salvador Allende). En la Declaración final se recordaban “los trágicos episodios que hace 35 años en este mismo lugar conmocionaron a toda la humanidad”. La reunión se celebró a puertas cerradas, y a diferencia de la Cumbre del Grupo de Río, en Santo Domingo el pasado marzo, que encarriló la crisis entre Ecuador y Colombia, esta vez las cámaras de televisión no difundieron las sesiones.

Las posturas iniciales eran muy claras. De un lado, Evo Morales, con Chávez, Correa y Fernández de Kirchner, insistían en la existencia de un complot contra el gobierno boliviano y un golpe de Estado en marcha. Este grupo impulsó medidas intervencionistas. Chávez amenazó con enviar tropas a Bolivia si se atentaba contra “su amigo Morales” o se desestabilizaba su gobierno. Por el otro, Lula, secundado por Bachelet y Uribe, proclives a una negociación entre las partes. Lula creía que la mediación de Unasur era más efectiva que la intervención.

La reunión comenzó con casi una hora de atraso. Tras un largo debate a puerta cerrada, los presidentes presentaron de forma unánime la “Declaración de La Moneda”, un documento de nueve puntos que aboga por reforzar el diálogo político y la cooperación en Bolivia, y mejorar la seguridad ciudadana. La declaración se basó en la propuesta chilena, adelantada por el ministro de Exteriores, Alejandro Foxley, que propuso “reconocer la autoridad legítima del gobierno boliviano” y terminar con la violencia. Pese a ello, durante la reunión se cruzaron fuertes opiniones. Hugo Chávez, en un acalorado discurso, criticó duramente a EEUU, en línea con lo dicho pocos días antes en el mitin electoral en que anunció la expulsión del embajador Patrick Duddy. También solicitó, aunque sin éxito, que la declaración final condenara la injerencia de EEUU en la crisis boliviana.

Todos los presidentes abandonaron Santiago el lunes por la noche, salvo Uribe, que traía una agenda propia vinculada a las acusaciones colombianas por los contactos regionales de las FARC. De una manera singular la Cumbre se prolongó a Nueva York, una semana después, durante la Asamblea General de la ONU, en una reunión de presidentes de Unasur, para buscar consenso en la elección del secretario general y analizar las gestiones del grupo regional en la solución de la crisis boliviana, especialmente en la negociación entre las partes. En esta reunión no participó Chávez, de gira por China. Bachelet, presidenta pro témpore de Unasur, trató con sus pares la organización de la comisión de diálogo, acordada en Santiago, liderada por Juan Gabriel Valdés. El ex canciller chileno participó en la reunión con un informe preliminar del diálogo entre Morales y la oposición para acabar con el conflicto. Valdés lamentó la falta de acuerdos, aunque destacó la buena voluntad de las partes y que nadie cuestionara la unidad y la integridad territorial boliviana.

Simultáneamente, Bachelet aplazó la Cumbre presidencial prevista para el 21 de octubre en Viña del Mar, porque sería la tercera en un mes, y realizar un nuevo encuentro a fines de año aprovechando otras citas internacionales. Los líderes latinoamericanos se volverán a ver en la Cumbre Iberoamericana de fines de octubre en San Salvador y en diciembre en una cumbre de Mercosur en Salvador de Bahía, que coincidirá prácticamente con la Cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de América Latina, una interesante iniciativa brasileña que promete ser un nuevo foro de concertación regional.

La declaración de Santiago

Con claras señales de respaldo a los gobiernos democráticos, respeto de los derechos humanos y repudio de los actos intervencionistas, finalizó la reunión de Unasur. La Declaración de La Moneda, o de Santiago, firmada por todos los presentes, constató la gravedad de los hechos ocurridos en Bolivia y “el fortalecimiento del diálogo político y la cooperación por el fortalecimiento de la seguridad ciudadana”. Posteriormente señaló el respaldo unánime al gobierno de Morales, elegido democráticamente, y rechazó cualquier intento de golpe civil o ruptura del orden institucional en Bolivia.

La Declaración de los presidentes fue un llamado al diálogo y una clara apuesta por el mantenimiento del régimen constitucional y la legitimidad de Morales. También se llamó a superar el conflicto mediante el consenso, el respeto al Estado de Derecho y las instituciones. Esto supone reconocer, al menos, la existencia de dos partes enfrentadas, aunque se puso como condición para iniciar el diálogo la pronta devolución de las instalaciones tomadas y el cese inmediato de las acciones violentas.

La Declaración no incluyó ninguna alusión a la injerencia extranjera, lo que suponía dejar de lado a EEUU y Venezuela, cuyos gobiernos fueron acusados de intromisión por los bandos enfrentados. También se excluyó cualquier mención a la OEA, otro modo de mantener fuera a EEUU, aunque esto plantea una seria discusión a largo plazo sobre el papel de esta instancia multilateral en las relaciones interamericanas. Hay un elemento a no perder de vista que genera recelo en gobiernos como el venezolano en relación con la OEA: la existencia de la Carta Democrática, firmada en 2001.

Los presidentes expresaron un “pleno y decidido respaldo al gobierno constitucional” de Morales, tras recordar su amplia mayoría en el referéndum revocatorio. Luego, rechazaron cualquier intentona golpista o ataque contra el orden institucional o contra la integridad territorial boliviana. Condenaron el ataque a instalaciones gubernamentales y a la fuerza pública por grupos desestabilizadores y convocaron a todos los actores políticos y sociales a acabar rápidamente con “las acciones de violencia, intimidación y de desacato a la institucionalidad democrática y al orden jurídico establecido”, así como a preservar la unidad nacional y la integridad territorial. La mejor forma de lograr los objetivos propuestos, superar la situación actual y encontrar una solución es el diálogo y la negociación, en el marco del Estado de Derecho y el orden legal. Los presidentes condenaron la masacre de Pando y apoyaron el llamado del gobierno boliviano para que una comisión imparcial de Unasur investigue los hechos, para esclarecerlos y evitar la impunidad de los responsables. Con estos objetivos se acordó crear una comisión coordinada por Chile para acompañar la mesa de diálogo conducida por el gobierno boliviano; también se decidió crear una comisión de apoyo y asistencia al gobierno de Morales, con técnicos especializados, en función de las necesidades gubernamentales. Rápidamente se desplazó a Bolivia una comisión de expertos en derechos humanos de algunos países de Unasur, especialmente al departamento de Pando, para conocer detalles de la masacre. La comisión está coordinada por Juan Gabriel Valdés, que también está presente en la negociación entre el gobierno de Morales y los prefectos.

Las valoraciones de los presidentes

Tras la Cumbre, la mayoría de los presidentes presentes hicieron diversas valoraciones personales, menos coincidentes que la Declaración. A través de ellas es posible ver los diferentes puntos de vista y su forma de expresarlos, como algunas de las obsesiones de ciertos mandatarios: la intromisión política del gobierno de EEUU, el golpismo de origen norteamericano o departamental, la integridad territorial de sus países o la defensa de la soberanía nacional.

Para la organizadora del evento, la presidenta Bachelet, la Declaración consagra los principios de soberanía, la democracia y sus instituciones, el respeto a los derechos humanos, a la vez que crea un escenario más idóneo para reactivar el diálogo entre las partes. De este modo, el encuentro fortaleció a Unasur, creada en mayo pasado, que tuvo en la crisis boliviana su primer desafío: “después de esta reunión y de estos acuerdos, Unasur ha quedado más consolidada”, señaló Bachelet.

Hugo Chávez volvió a acusar a EEUU de intervenir en la política latinoamericana y ser el principal conspirador en Bolivia para provocar la caída de Morales y denunció una “conspiración internacional” contra Morales liderada por EEUU: “Estamos tomando medidas para evitar fases más complicadas de intervención en Bolivia. No queremos intervención y le pedimos al gobierno de EEUU que retire sus manos de Bolivia y América Latina, porque ellos son los culpables. El gobierno de EEUU es el gran conspirador”. Pero ahora América del Sur “canta a coro” contra “las políticas del imperio”. Por eso, según su punto de vista, Unasur iba a parar la crisis, evitando un golpe de Estado contra Morales, como ocurrió en Chile en 1973. Chávez dijo que: “Hemos abortado un golpe de Estado en Bolivia y si no, por lo menos hemos comenzado a abortarlo”. También aludió a las condiciones propuestas por algunos sectores de la oposición boliviana, que solicitaron la liberación del prefecto de Pando, Leopoldo Fernández, y así comenzar las negociaciones con el gobierno boliviano.

Para Correa, el éxito de la Cumbre es una comprobación más de que “la integración puede ser eficaz” y que en la nueva de América Latina, fue posible analizar una crisis regional sin la presencia y la participación de EEUU. “Antes íbamos al norte (Washington) a resolver nuestros problemas, pero ahora vamos al sur y en esta ocasión fuimos Santiago de Chile”. También aplaudió que se defendiera la democracia, se respaldara “sin medias tintas” a Morales y se condenara cualquier intento separatista.

Morales, que vio como su aliado y mentor Hugo Chávez no había logrado todos sus objetivos y el complot internacional norteamericano no era mencionado en la Declaración, valoró el respaldo unánime de Unasur, y resaltó que por primera vez los países sudamericanos decidieron resolver entre ellos sus propios problemas y dijo que esperaba que los “grupos opositores puedan entender este manifiesto”.

Las condenas al separatismo

Uno de los motivos que aumentó la sensibilidad de algunos gobiernos de la región es el temor frente al potencial separatista de la media luna boliviana. En sus casi 200 años de vida independiente, los países latinoamericanos no habían conocido fenómenos de esta naturaleza. Pese a la frecuencia con la que se habla de “balcanización” en América Latina, generalmente en relación al surgimiento de Uruguay como país independiente, el único país de América del Sur que emergió con posterioridad a la batalla de Ayacucho, cuando concluyó el proceso de emancipación, fue Panamá, en 1903.

Pese a la existencia de numerosos movimientos autonomistas, algunos de más envergadura que otros, hasta el momento ningún país se enfrenta a graves retos de secesión. Sin embargo, desde fechas recientes los principales líderes populistas de la región, Chávez, Morales y Correa, insisten en el potencial disruptivo de algunos movimientos, como el de los departamentos del oriente boliviano, Guayaquil en Ecuador, Zulia en Venezuela e incluso en Paraguay. Las denuncias contra ellos arrecieron a partir de la convocatoria de los referéndums autonómicos en Bolivia.

Esta postura, sin embargo, es bastante contradictoria con algunas respuestas de ciertos mandatarios latinoamericanos. En septiembre pasado, durante los festejos del 39 aniversario del ejército nicaragüense, Daniel Ortega anunció el reconocimiento de la independencia de Osetia del Sur y Abjasia. Pese a ser una declaración retórica, de escasa trascendencia en el conflicto, sí puede comprometer el futuro de las negociaciones entre los países centroamericanos y la UE. Por otro lado, se trata de un precedente negativo frente a las denuncias de Morales, Correa o el mismo Chávez sobre los planes secesionistas en sus respectivos países. Ni Chávez ha ido tan lejos. De momento sólo ha apoyado la actuación de Rusia, señalando que: “Estamos con Rusia, apoyamos la posición digna de Rusia, nosotros haríamos lo mismo si alguien se atreviera a agredirnos. Ha reconocido Rusia la independencia de Abjasia y Osetia del Sur, y la apoyamos pues tiene razón y está defendiendo sus intereses”.

Las denuncias sobre los riesgos potenciales del separatismo se vinculan con las difíciles coyunturas internas que esos líderes enfrentan y forman parte de su estrategia de movilización popular y fidelización de sus bases. En fechas previas al referéndum constitucional, Correa advirtió que lo que pasa en Bolivia podría ocurrir en Ecuador, específicamente en Guayaquil, “debido a la prepotencia de las oligarquía, que busca mantener sus privilegios, a pesar de la gran pobreza de la población”. Correa denunció, además, que los grupos opositores de las cinco regiones bolivianas que promueven procesos autonómicos están aliados con sectores opositores de Guayaquil y Zulia.

La discusión Chile Venezuela

Pese a las aparentes muestras de unidad, la Cumbre terminó con dos disputas diplomáticas de cierto peso entre Venezuela y Chile. La primera relacionada con la Cumbre, especialmente con la interpretación de sus conclusiones y algunos juicios sobre el protagonismo de ciertos dirigentes regionales, y la segunda centrada en la expulsión de Venezuela de José Miguel Vivanco, director para las Américas de Human Rights Watch.

Tras la Cumbre, el ministro chileno de Exteriores, Alejandro Foxley, comentó algunos detalles de la reunión y mostró su preocupación por algunas declaraciones de Chávez, especialmente sus críticas a EEUU. Foxley manifestó haber temido el fracaso de la cumbre por la exigencia de Chávez de condenar a EEUU y señaló que “el tono de Chávez no me pareció el más propicio”, como prueba el hecho que el acuerdo alcanzado hubiera ido en otra dirección. Para el ministro, los problemas internos de América Latina los deben resolver sus propios presidentes, sin culpar a actores foráneos. Foxley también consideró “raro” que Chávez anunciara la convocatoria de la cumbre 48 horas antes de que lo hiciera oficialmente Michelle Bachelet: “Hay gente a la que le gusta el protagonismo”. La cuestión giraba en torno a quién había convocado la Cumbre. Las noticias de prensa que circularon el fin de semana previo a la cita incidían en el liderazgo de Chávez, aunque fue Bachelet quien llamó a la reunión de Santiago.

La respuesta venezolana por las declaraciones de Foxley fue muy dura y fue un ataque en toda regla contra Foxley. El ministro venezolano de Exteriores, Nicolás Maduro exigió disculpas públicas a Chile por las críticas a Hugo Chávez en una carta que criticaba la “mala intención” y la “amargura” de Foxley. El malestar chileno aumentó por el hecho de que la carta fue filtrada a la prensa en Caracas en el mismo momento de ser recibida. La respuesta chilena fue firme aunque sin voluntad de encrespar la discusión.

Casi simultáneamente se produjo el otro hecho, tras la reclamación a Venezuela en protesta por la expulsión de Vivanco. Alberto Van Klaveren, subsecretario chileno de Exteriores señaló ayer que su gobierno consideraba “desproporcionada” la medida de expulsión de Vivanco, anunciando que pediría explicaciones por el hecho al gobierno de Chávez. La cancillería venezolana calificó como “desatinados comentarios” las declaraciones de Van Klaveren y en un comunicado señaló que “no tolerará intromisión ni injerencia alguna en sus asuntos internos de parte de extranjeros”, defendiendo la medida de expulsar a Vivanco por ser un “infractor a la regulación migratoria y violador de las leyes nacionales que se inmiscuyó en asuntos internos de manera abusiva”. El mismo documento señala que para Venezuela “resulta particularmente escandaloso” que se “mancille la memoria” de miles de caídos en la batalla por la libertad, al calificar a Vivanco de “luchador por los derechos humanos”. La diplomacia chilena intentó zanjar ambos contenciosos con mano izquierda, para no elevar el tono de la polémica, aunque el portavoz presidencial señaló que “el Gobierno de Chile respalda al subsecretario y lo que ha planteado él es la opinión del Gobierno”.

Conclusiones

La Cumbre extraordinaria de Santiago supuso el primer desafío concreto para Unasur, que fue superado de forma exitosa. Los mandatarios allí presentes abordaron de un modo realista la crisis boliviana, intentando resolver o encauzar el contencioso de la mejor manera posible, teniendo en cuenta que en Bolivia se juegan importantes cuestiones, no sólo para el futuro y la integridad de Bolivia, sino también para la propia estabilidad de América del Sur. Desde esta perspectiva fue clara la apuesta por el mantenimiento del statu quo y la defensa de las autoridades legítimamente elegidas.

Al mismo tiempo, la Cumbre evidenció dos hechos importantes. La consolidación del liderazgo regional brasileño y las limitaciones de Unasur como esquema de integración regional. En lo que a Brasil respecta, la participación de Lula en la Cumbre fue decisiva para moderar el tono de la Declaración final y para evitar posturas sumamente agresivas respecto a EEUU. Por el otro, quedó claro que Unasur es un excelente foro para la concertación regional, para la discusión de los problemas de la región e incluso para plantear algunas iniciativas interesantes, aunque, de momento, no lo es en tanto estructura organizativa que impulse de forma clara y decidida la integración regional.

Si Brasil quiere hacer de Unasur la palanca para integrar más y mejor a América del Sur debe cambiar de métodos. Ya no basta con reuniones presidenciales donde se manifieste la voluntad política de los líderes de avanzar en la integración. Más allá de las diferencias bilaterales, que son muchas, esta parte del discurso está clara. Es necesario que los estudios serios y las propuestas se abran paso. Y para eso es necesario cambiar la retórica bolivariana por los estudios de factibilidad, por proyectos que especifiquen claramente los objetivos y, sobre todo, los costes y beneficios. De otro modo, con Unasur se habrá dado un paso más en el camino de la integración, pero sólo un paso modesto que podría ser seguido de nuevos pasos hacia atrás.

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