Ridauto Lúcio Fernandes
La incursión de las fuerzas armadas de Colombia en territorio ecuatoriano el 1 de marzo de 2008 fue el resultado de una brillante operación de inteligencia, que algunos sospechan contó con participación norteamericana, y que logró descubrir la ubicación de un grupo de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en Ecuador. Brillante no solamente por descubrir a los guerrilleros, sino especialmente por descubrir la presencia entre ellos de Raúl Reyes, el número dos de las FARC, lo que convirtió en rentable, a los ojos de Bogotá, un ataque por fuerzas aéreas y terrestres en el territorio de otro Estado soberano.
Las reacciones no tardaron en producirse. El presidente de Ecuador, Rafael Correa, anunció por televisión que movilizaría tropas hacia la frontera y expulsó al embajador de Colombia en su país, Carlos Holguín, como respuesta a la violación de su soberanía. Ecuador también solicitó reuniones urgentes de los consejos permanentes de la Organización de Estados Americanos (OEA), de la Comunidad Andina (CAN) y del Mercosur para tratar del tema. Por su parte, el presidente venezolano Hugo Chávez calificó la acción militar de “asesinato” y ordenó en directo, mientras se emitía su programa semanal de radio y televisión “Aló, Presidente”, el movimiento de tropas hacia la frontera, cerró su embajada en Bogotá y agravó lo que hasta entonces había sido un choque verbal con su homólogo colombiano, Álvaro Uribe.
Según los indicios disponibles en fuentes abiertas, la incursión colombiana se adentró sólo unos pocos kilómetros en territorio ecuatoriano, por medio de una operación aerotransportada que incluyó un bombardeo previo de la posición con bombas convencionales Mk–82 de 250 kg –convertidas en armamento guiado (JDAM) por medio de kits israelíes y lanzadas por silenciosos aviones EMB 314 Super Tucano de fabricación brasileña–. Fuentes ecuatorianas informaron que se encontraron inicialmente 18 cadáveres, algunos con tiros en la espalda y casi todos con ropa de dormir, lo que dejó en entredicho la declaración del presidente Uribe a efectos de que se trataba de una persecución en caliente y una acción de legítima defensa en respuesta a una agresión por unidades de las FARC procedentes de territorio ecuatoriano.
Las disputas entre colombianos y venezolanos no son una novedad ni se deben exclusivamente al régimen socialista de Chávez y tampoco a la actuación multinacional de las FARC. Los dos vecinos mantienen diferendos fronterizos desde que en el Congreso de Venezuela (Valencia, 1830) y la Constitución de Nueva Granada (Bogotá, 1831) se dejaron sin definir con precisión los límites nacionales tras la disolución de la Gran Colombia, momento histórico que dio originen a los dos países. El estatus definitivo de la región del valle del Río Zulia y, especialmente, la definición de los límites en la Península Guajira –que podría dar a Colombia la mitad del Golfo de Venezuela, donde brota el oro negro– han estado pendientes de resolución en la agenda de los dos países y han actuado como obstáculos permanentes a la cooperación. A esto se suma el contencioso del contrabando de combustible. El petróleo es explotado comercialmente en Venezuela desde principios del siglo pasado. Para el consumo interno, la gasolina se vende en Venezuela a unos 4 céntimos de euro el litro y luego pasa a Colombia de contrabando para venderse a unos 60 ó 70 céntimos. Las autoridades venezolanas reclaman acciones efectivas que ayuden a controlar el contrabando e impidan la pérdida de ingresos para la petrolera estatal PDVSA por la venta legal de una cantidad que llega a los 3.500 millones de litros anuales, según fuentes del propio gobierno venezolano. El gobierno de Colombia, por su parte, lo que hace es tratar de evitar un perjuicio para sus arcas públicas, aprobando decretos (n? 2337 a 2340) que permiten la venta de gasolina libremente en la zona fronteriza sin importar su procedencia, y que a cambio se pague un tributo con el cual se generan ingresos para sus departamentos y municipios. Más reciente es el problema del contrabando de productos de primera necesidad (leche, huevos y verduras) desde Venezuela a Colombia debido al congelamiento de precios impuesto por el gobierno venezolano en su territorio. Los productos se transportan a Colombia donde son vendidos por precios mucho más elevados, lo que llega a desabastecer los mercados venezolanos, causando tensiones sociales y disminuyendo la popularidad del presidente Chávez. El problema es de tal entidad que el 19 de enero de 2008 Chávez anunció que había autorizado el despliegue de tropas en la frontera para combatir el contrabando.
El desplazamiento transfronterizo de las FARC tampoco es un fenómeno nuevo, pues hace ya mucho que los guerrilleros utilizan el territorio de todos sus vecinos como santuario y no son raros los enfrentamientos de fuerzas militares de los países vecinos contra la conocida guerrilla fuera de Colombia. Por ejemplo, en febrero de 1991 se registró el ataque de un grupo guerrillero de las FARC a un pelotón de frontera del Ejército de Tierra de Brasil que terminó con la muerte de tres militares y dos civiles brasileños, más siete guerrilleros en las acciones posteriores de represalia. En el caso de Venezuela, y antes del gobierno Chávez, fueron constantes los ataques a oleoductos venezolanos y a comunidades de la frontera por grupos de las FARC. El 22 de febrero de 2008 fueron apresados seis integrantes de las FARC en Panamá, tras un tiroteo contra fuerzas de seguridad de aquel país. En respuesta, el mando del Frente 57 de la guerrilla amenazó con efectuar acciones de guerra y apresar policías panameños si no se liberaban los guerrilleros capturados.
La guerrilla de las FARC utiliza la selva amazónica para ocultar sus acciones y sus zonas de refugio aprovechando la existencia del espeso manto vegetal, con árboles de hasta 40 metros de altura, que hace que la región sea impenetrable salvo para los que están habituados a operar en ella. En la selva amazónica sólo se puede avanzar mediante movimientos diurnos ya que de noche no se puede transitar por la selva excepto por itinerarios cortos y previamente identificados. Aún así, la velocidad de progresión no pasa de los 100 metros por hora en las regiones de selva terciaria, que es la región de bosques que bordean ríos y carreteras o ciudades, donde la vegetación, como medida de defensa de la propia naturaleza contra el hombre, es más cerrada y espinosa. Incluso en las mejores condiciones de la selva primaria (lejos de las zonas urbanas), no se suele caminar más de 10 kilómetros por día. Operar en la selva implica estar sudando constantemente, en condiciones de humedad máxima y altas temperaturas, atravesando ríos que pueden tener cientos de metros de anchura y kilómetros de terreno pantanoso a lo largo de sus orillas. Los aparatos de ubicación por satélite (GPS) funcionan pocas veces, debido al espesor de la vegetación, el alcance de las radios disminuye y la logística es un desafío constante, no solamente para el abastecimiento de las tropas, sino también para el mantenimiento de todo el material, necesario a causa de las condiciones climáticas. En fin, la selva no es el dominio del más fuerte, sino del más habilidoso e inteligente, donde el guerrillero posee una ventaja natural sobre tropas no adaptadas.
La selva en la que opera la guerrilla es la vegetación predominante en gran parte de los 2.219 kilómetros de frontera entre Colombia y Venezuela, especialmente al sur, entre los departamentos colombianos de Vichada y de Guania y el departamento venezolano de Amazonas (unos 800 kilómetros de bosque cerrado). Aunque la mayor parte de la frontera está definida por ríos, hay 75 kilómetros en los que la divisoria es simplemente una línea recta trazada en el mapa. Los ríos, mucho más que separar, son en esta parte del mundo las vías de enlace del interior de los bosques y la civilización, siendo utilizados como auténticas carreteras por los indígenas y los habitantes de los pocos pueblos existentes. Ahí, la fuerza que mejor se puede contraponer al experimentado Ejército Colombiano y sus “lanceros” sería la propia guerrilla de las FARC. Por supuesto, nadie intentaría penetrar en un país como Colombia por los bosques, ante todo porque no hay objetivos militares o políticos de importancia en dicha región. Pero la simple presencia de una fuerza guerrillera ya instalada, sí que conlleva la presencia de importantes fuerzas regulares colombianas que no pueden desplazarse para hacer frente a una amenaza en otra parte del país, aún cuando no hubiera coordinación de ningún tipo entre la guerrilla y eventuales fuerzas militares extranjeras.
En la región de los bosques sería de poca o ninguna utilidad una fuerza mecanizada o acorazada. Por eso, los “tanques” que ordenó enviar el presidente venezolano en su comunicado se destinarían, en el caso de su empleo en algo más que la simple disuasión, a acciones en la parte central y norte de la frontera. En esa región, la red de carreteras se extiende desde la ciudad venezolana de Maracaibo, pasando por los centros colombianos de Maicao y Riohacha hasta alcanzar Barranquilla (y sus 1.100.000 habitantes); a partir de ahí, se extiende desde San Juan de Colón, pasando por Cúcuta, con destino a Medellín o Bogotá, las dos mayores ciudades del país. Son vías de acceso francamente favorables al empleo de carros de combate en su franja inicial, hasta que se llega a los altos y los valles escarpados de la Cordillera Oriental. En esas regiones podrían ser empleados algunos de los 10 batallones del presidente Chávez. Sería poco probable que los 10 fueran batallones acorazados, ya que Venezuela carece de ellos. Sus poco más de 100 antiguos carros de combate franceses sobre orugas AMX y los poco más de 70 Scorpion –británicos, también sobre orugas– son suficientes para sus batallones acorazados de Maracay y Valencia (AMX–30, la versión pesada) y del Fuerte Mara, en Zulia (AMX–13, la versión ligera), más los dos batallones acorazados ligeros de San Juan de los Morros (Scorpion 90). Además, dispone de tres batallones de infantería mecanizada en San Cristóbal, Carora y en el Fuerte Mara. Las demás tropas terrestres venezolanas son tropas ligeras: batallones de infantería motorizada, de montaña, cazadores, paracaidistas, de selva y caballería motorizada. Entre tropas pesadas y ligeras suman 46 batallones que conforman 12 brigadas. A tal tropa terrestre se podrían oponer, en un eventual enfrentamiento, los más de 60 batallones ligeros y otros 30 de empleo específico contra la guerrilla del Ejército Colombiano. El ejército de tierra de Colombia es tres veces mayor que el de Venezuela, aunque en estos casos el tamaño no lo es todo.
Colombia es un país que ha tenido problemas históricos para mantener bajo control del Estado el territorio, la coerción, la justicia y la tributación. La violencia con motivaciones políticas y la ineficacia del Estado en combatirla ha llegado hasta el punto de permitir que hubiera áreas liberadas en el interior del país en las que no imperaba la ley del Estado. Los medios estatales se emplean hoy en día casi íntegramente en combatir las fuerzas irregulares, y las fuerzas armadas colombianas son las que más implicadas están de todo el continente en la seguridad interior, por lo que abrir un nuevo frente de batalla contra fuerzas regulares, sean de Venezuela, Ecuador o cualquier otro país, sería totalmente contrario a los deseos del gobierno colombiano.
Los colombianos no tienen carros de combate sobre orugas, y lo más similar que poseen son lo que resta de un lote de 120 vehículos mecanizados sobre ruedas brasileños Cascavel, recibidos en los años 80. Los medios mecanizados sobre ruedas no tienen la misma movilidad campo a través que los que disponen de orugas, especialmente en las condiciones de humedad del país. Además, su blindaje ligero y sus cañones de 90mm, con un alcance de 2.000 metros, no serían eficaces contra los AMX–30 venezolanos, que disponen de cañones de 105mm, con un alcance útil de 2.500 metros. Por eso, el presidente Chávez hizo especial hincapié en la palabra “tanque” en su discurso. Igual resultado obtendría la palabra “fragata”, ya que en el mar Venezuela cuenta con seis fragatas clase Lupo, italianas, mientras que Colombia solamente tiene cuatro. Y el líder venezolano pudiera haber mencionado las palabras “aviones de caza”, pues los 26 viejos Mirage 5 y Kfir C–7 colombianos no serían adversarios para la experimentada Fuerza Aérea Venezolana, reconocida por tener buenos pilotos en óptimos aviones, como los más de 20 F–16 (del tiempo en que las relaciones con EEUU eran buenas) y los 16 nuevos Sukhoy SU–30 MKV rusos, más una decena de Mirage 5. Con esos medios, y de haberse producido un enfrentamiento, sólo se podría haber producido una penetración venezolana en la parte norte de la frontera. Sus fuerzas terrestres, actuando aisladas, difícilmente obtendrían en territorio colombiano una cantidad de terreno que les permitiese, por ejemplo, llegar hasta la capital, pero podrían haber controlado el bajo Magdalena y el litoral atlántico, obteniendo condiciones muy ventajosas para negociar la paz.
Junto a las fuerzas regulares, hay otros tres actores importantes a tener en cuenta. El primero es la propia guerrilla. Como se supone, en el caso de estallar un conflicto en la región, las FARC lucharían contra el gobierno legítimo de Colombia, en un intento de aprovechar la situación para llegar al poder. Con su escaso poder de combate actual –unos 15.000 a 17.000 efectivos, con morteros, cañones, ametralladoras y cohetes– sería incapaz de hacer frente a las fuerzas de seguridad estatales en combate abierto. Sin embargo, se estima que sus actuaciones irregulares están inmovilizando cerca de 160.000 soldados colombianos que estarían hoy dedicados exclusivamente a la seguridad de instalaciones y autoridades civiles y militares. En caso de haberse producido un enfrentamiento, sus acciones a la retaguardia de las posiciones colombianas podrían significar la reducción de hasta un 50% del poder de combate del Ejército colombiano, y una reducción mucho mayor en el terreno logístico. El segundo actor a tener en cuenta es Ecuador. Predispuesto contra Colombia por los incidentes recientes y por las posiciones divergentes de sus gobernantes en otros temas, Ecuador sería visto por Colombia por lo menos como un peligro, más que un riesgo por el desplazamiento de tropas hacia la frontera pero menos que una amenaza. Aunque sus tropas nunca llegaran a pisar suelo colombiano, la percepción de peligro hubiera obligado a Colombia a inmovilizar otra parte importante de sus fuerzas para asegurar la frontera. De haber entrado en combate, Ecuador hubiera contado con parte de sus 38 batallones y con sus dos docenas de aviones de combate Mirage F1 y Kfir, mientras que hubieran sido de poca utilidad los carros de combate AMX–13 y los carros sobre ruedas “Cascavel” de su Brigada Acorazada Galápagos dadas las condiciones adversas del terreno.
Escenarios posibles para un conflicto por suceder
Haciendo un análisis de la situación, se podrían imaginar varios escenarios hipotéticos para un eventual conflicto en la región andina. Intentaremos comentar tres de ellos. En el primero, Venezuela reforzaría la defensa de su frontera con Colombia, aumentando progresivamente su concentración de tropas. Proseguiría en la carrera armamentista con sus petrodólares, buscando en el mercado internacional lo más moderno en armamento e incitando a su población a participar de forma cada vez más activa en un ejército en el que cada ciudadano es un soldado. Simultáneamente, apoyaría de manera cada vez más firme a las FARC, suministrando material no militar, apoyo sanitario, apoyo diplomático y, de forma encubierta, apoyo financiero y militar. Estaría lista para reconocer la autodeterminación del pueblo y la independencia de cualquier parte del territorio colombiano así declarado por la guerrilla. Manteniéndose a la defensiva, buscaría tener a su favor la opinión pública internacional en el caso de un ataque a su territorio por Colombia o sus aliados. En ese caso, para su pueblo, el presidente Chávez pasaría inmediatamente a la categoría de “héroe nacional”, pues todas sus previsiones se confirmarían, y la posibilidad de que eso ocurra serviría de disuasión para una eventual intervención norteamericana. El resultado, en este escenario, sería una escalada del actual conflicto interno colombiano con las FARC.
En un segundo escenario, que podría –o no– ser una evolución del primero, el gobierno de Venezuela podría utilizar cualquier nuevo incidente como justificación para una invasión relámpago del territorio colombiano. Buscaría una defensa en posición al sur, con tropas ligeras de selva, de cazadores y de montaña, y realizaría una ofensiva limitada al norte con fuerzas pesadas por dos ejes, cuyo objetivo operacional sería la destrucción de la mayor cantidad posible de medios militares colombianos dentro de un plazo corto y la entrega clandestina a la guerrilla de todo lo posible en material militar. Las acciones se coordinarían con la guerrilla y podrían contar con la participación más o menos activa de fuerzas ecuatorianas. El objetivo estratégico sería alcanzado a posteriori con una posible victoria de la guerrilla sobre las fuerzas legales en el país. Las tropas venezolanas se replegarían antes de la posible reacción de las fuerzas americanas, volviendo a casa con el estatus de “héroes invencibles”.
Pero se puede imaginar, todavía, un tercer escenario: el más peligroso, aunque con pocas posibilidades de ocurrir. Se trata de una invasión de Colombia con las mismas características que la anterior, pero en un movimiento más amplio hacia al suroeste, cuyo objetivo sería el derrumbe del gobierno actual en el país, con apoyo de la guerrilla, que así lograría su objetivo de conquista del poder.
Por otro lado, algunos de los escenarios mostrados pueden combinarse con una carrera armamentista en la región andina. Por parte de Venezuela, la búsqueda de más medios militares tiene como justificación la creación de una fuerza de resistencia en la que participarían todos sus ciudadanos, la única alternativa viable, desde el punto de vista venezolano, para el combate asimétrico contra la superpotencia. Esta sería la única justificación para la adquisición de 100.000 fusiles de asalto Kalashnikov AK–103 en un ejército de 63.000 efectivos. Por lo menos 30.000 fusiles se entregaron ya en junio de 2006, y las autoridades norteamericanas sospechan que una parte pueda terminar en manos de las FARC. También se emplearon más de 400 millones de dólares en la compra a Rusia de un total de 33 nuevos helicópteros militares de transporte y de ataque, parte de ellos ya entregados. En 2005 se firmó con la empresa española Navantia un contrato de 1.140 millones de euros para la construcción de ocho buques para la Armada venezolana.
En abril de 2008 se firmará un contrato de 1.400 millones de dólares para la entrega, hasta 2013, por parte de Rusia de tres modernos submarinos de la clase Kilo, una compra que preocupa a todos los vecinos y a EEUU, donde se plantea reactivar su Cuarta Flota, que sería dependiente del Southern Command. Planes más ambiciosos prevén la adquisición de 600 vehículos mecanizados, más aviones militares y las primeras baterías de artillería antiaérea de media altura del continente. La industria nacional no ha sido olvidada y Venezuela ha desarrollado su propio vehículo militar todo terreno –el Tiuna–, de los que ya hay 400 en las fuerzas armadas. En enero de 2008 fue creada la Empresa Mixta Socialista de Vehículos Venezolanos SA, que deberá encargarse de la producción nacional de vehículos mecanizados y acorazados. Parte de los fusiles comprados a Rusia se fabricarán en Venezuela, en la primera planta que producirá los famosos Kalashnikov en el continente americano.
Los vecinos de Venezuela han empezado a reaccionar. Ecuador empleará 120 millones de dólares en la modernización –en Chile– de sus dos submarinos, asegurándoles así otros 20 años más de vida útil. Colombia, a su vez, cuenta con la ayuda de EEUU y tiene acceso a medios militares de última generación cuya venta ha sido denegada por el gobierno norteamericano a otros países, como es el caso con los visores nocturnos, prohibidos, por ejemplo, a Brasil. Cuenta también con asesoría militar norteamericana para el adiestramiento de sus tropas y sigue con la adquisición de 24 aviones Kfir C–10 israelíes por 200 millones de dólares, la modernización de sus Kfir C–7, la compra de kits Griffin para la conversión de bombas convencionales en armamento guiado por láser y misiles aire–aire Python IV y Derby. Fuentes locales confirman que se trata de la repuesta a la compra por parte de Venezuela de aviones rusos SU–30 MKV, aunque oficialmente el gobierno colombiano ha negado que esta sea su intención.
Conclusión
No ha sido la primera vez –y tampoco será la última– que las fuerzas de seguridad colombianas cruzan sus fronteras para ejecutar una acción contra las FARC. Cuando ha ocurrido anteriormente, el problema se ha resuelto con medidas diplomáticas y de cooperación. Pero cuando otros actores empiezan a participar, con sus propios intereses, la crisis iniciará una escalada directamente proporcional a los intereses en juego. Pasar de actor secundario a protagonista sólo depende de la voluntad de cada uno de los participantes, y en eso reside el peligro real de cualquier crisis en la región, ya que desgraciadamente no siempre la voluntad de los gobernantes coincide con lo que es mejor para una nación y su pueblo.
La crisis en la región andina es buena muestra del estado de debilidad en el que se encuentra la integración en Iberoamérica. La presencia de Venezuela y su agresiva política exterior puede ser vista como un factor de inestabilidad, a la vista de la escalada de la crisis de marzo de 2008. Afortunadamente, su resolución en un foro regional, como la OEA, ha fortalecido la imagen de Iberoamérica como una región en la que las crisis internas pueden resolverse con mínima participación de agentes externos.
Un posible mecanismo de contención para futuras crisis sería la participación de observadores internacionales en el conflicto interno de Colombia con las FARC, lo que ya ha sido declarado viable por el presidente de Colombia. Bajo el mandato de la propia OEA, de las Naciones Unidas o mediante la creación de un cuerpo regional específico para esta función, como ocurrió en el conflicto entre Perú y Ecuador de 1995, los observadores extranjeros podrían minimizar la participación de actores externos en una cuestión interna colombiana de Colombia y también verificar la corrección de los procedimientos humanitarios durante acciones militares colombianas, logrando así una mayor visibilidad internacional. Con más información, la opinión pública internacional podría más fácilmente posicionarse sobre el tema, lo que restaría libertad de acción a los que desean beneficiarse de una escalada del conflicto.
A España le corresponde intentar retomar su relación con Venezuela, importante actor en Iberoamérica, para que pueda jugar un papel más activo no solo en el caso de una crisis regional sino también para aprovechar las ventajas que supone el estatus de posible mediador. Brasil está actualmente cumpliendo este papel y seguirá haciendo lo necesario para mantener la paz en el continente, condición indispensable para su desarrollo. En este aspecto merece la pena recordar la importancia que tiene el gigante sudamericano para cualquiera que quiera participar más activamente en las relaciones con aquella parte del mundo. Brasil y el presidente Lula pueden ser, para España, una importante vía de reaproximación con Venezuela.
Cuando se cruza la frontera entre Venezuela y Colombia en Cúcuta, unos pocos metros más allá del puesto fronterizo se puede leer en una placa: “Bienvenidos a Colombia. Colombia y Venezuela unidos por siempre”. El mundo espera que verdaderamente siga siendo así.
La incursión de las fuerzas armadas de Colombia en territorio ecuatoriano el 1 de marzo de 2008 fue el resultado de una brillante operación de inteligencia, que algunos sospechan contó con participación norteamericana, y que logró descubrir la ubicación de un grupo de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en Ecuador. Brillante no solamente por descubrir a los guerrilleros, sino especialmente por descubrir la presencia entre ellos de Raúl Reyes, el número dos de las FARC, lo que convirtió en rentable, a los ojos de Bogotá, un ataque por fuerzas aéreas y terrestres en el territorio de otro Estado soberano.
Las reacciones no tardaron en producirse. El presidente de Ecuador, Rafael Correa, anunció por televisión que movilizaría tropas hacia la frontera y expulsó al embajador de Colombia en su país, Carlos Holguín, como respuesta a la violación de su soberanía. Ecuador también solicitó reuniones urgentes de los consejos permanentes de la Organización de Estados Americanos (OEA), de la Comunidad Andina (CAN) y del Mercosur para tratar del tema. Por su parte, el presidente venezolano Hugo Chávez calificó la acción militar de “asesinato” y ordenó en directo, mientras se emitía su programa semanal de radio y televisión “Aló, Presidente”, el movimiento de tropas hacia la frontera, cerró su embajada en Bogotá y agravó lo que hasta entonces había sido un choque verbal con su homólogo colombiano, Álvaro Uribe.
Según los indicios disponibles en fuentes abiertas, la incursión colombiana se adentró sólo unos pocos kilómetros en territorio ecuatoriano, por medio de una operación aerotransportada que incluyó un bombardeo previo de la posición con bombas convencionales Mk–82 de 250 kg –convertidas en armamento guiado (JDAM) por medio de kits israelíes y lanzadas por silenciosos aviones EMB 314 Super Tucano de fabricación brasileña–. Fuentes ecuatorianas informaron que se encontraron inicialmente 18 cadáveres, algunos con tiros en la espalda y casi todos con ropa de dormir, lo que dejó en entredicho la declaración del presidente Uribe a efectos de que se trataba de una persecución en caliente y una acción de legítima defensa en respuesta a una agresión por unidades de las FARC procedentes de territorio ecuatoriano.
Las disputas entre colombianos y venezolanos no son una novedad ni se deben exclusivamente al régimen socialista de Chávez y tampoco a la actuación multinacional de las FARC. Los dos vecinos mantienen diferendos fronterizos desde que en el Congreso de Venezuela (Valencia, 1830) y la Constitución de Nueva Granada (Bogotá, 1831) se dejaron sin definir con precisión los límites nacionales tras la disolución de la Gran Colombia, momento histórico que dio originen a los dos países. El estatus definitivo de la región del valle del Río Zulia y, especialmente, la definición de los límites en la Península Guajira –que podría dar a Colombia la mitad del Golfo de Venezuela, donde brota el oro negro– han estado pendientes de resolución en la agenda de los dos países y han actuado como obstáculos permanentes a la cooperación. A esto se suma el contencioso del contrabando de combustible. El petróleo es explotado comercialmente en Venezuela desde principios del siglo pasado. Para el consumo interno, la gasolina se vende en Venezuela a unos 4 céntimos de euro el litro y luego pasa a Colombia de contrabando para venderse a unos 60 ó 70 céntimos. Las autoridades venezolanas reclaman acciones efectivas que ayuden a controlar el contrabando e impidan la pérdida de ingresos para la petrolera estatal PDVSA por la venta legal de una cantidad que llega a los 3.500 millones de litros anuales, según fuentes del propio gobierno venezolano. El gobierno de Colombia, por su parte, lo que hace es tratar de evitar un perjuicio para sus arcas públicas, aprobando decretos (n? 2337 a 2340) que permiten la venta de gasolina libremente en la zona fronteriza sin importar su procedencia, y que a cambio se pague un tributo con el cual se generan ingresos para sus departamentos y municipios. Más reciente es el problema del contrabando de productos de primera necesidad (leche, huevos y verduras) desde Venezuela a Colombia debido al congelamiento de precios impuesto por el gobierno venezolano en su territorio. Los productos se transportan a Colombia donde son vendidos por precios mucho más elevados, lo que llega a desabastecer los mercados venezolanos, causando tensiones sociales y disminuyendo la popularidad del presidente Chávez. El problema es de tal entidad que el 19 de enero de 2008 Chávez anunció que había autorizado el despliegue de tropas en la frontera para combatir el contrabando.
El desplazamiento transfronterizo de las FARC tampoco es un fenómeno nuevo, pues hace ya mucho que los guerrilleros utilizan el territorio de todos sus vecinos como santuario y no son raros los enfrentamientos de fuerzas militares de los países vecinos contra la conocida guerrilla fuera de Colombia. Por ejemplo, en febrero de 1991 se registró el ataque de un grupo guerrillero de las FARC a un pelotón de frontera del Ejército de Tierra de Brasil que terminó con la muerte de tres militares y dos civiles brasileños, más siete guerrilleros en las acciones posteriores de represalia. En el caso de Venezuela, y antes del gobierno Chávez, fueron constantes los ataques a oleoductos venezolanos y a comunidades de la frontera por grupos de las FARC. El 22 de febrero de 2008 fueron apresados seis integrantes de las FARC en Panamá, tras un tiroteo contra fuerzas de seguridad de aquel país. En respuesta, el mando del Frente 57 de la guerrilla amenazó con efectuar acciones de guerra y apresar policías panameños si no se liberaban los guerrilleros capturados.
La guerrilla de las FARC utiliza la selva amazónica para ocultar sus acciones y sus zonas de refugio aprovechando la existencia del espeso manto vegetal, con árboles de hasta 40 metros de altura, que hace que la región sea impenetrable salvo para los que están habituados a operar en ella. En la selva amazónica sólo se puede avanzar mediante movimientos diurnos ya que de noche no se puede transitar por la selva excepto por itinerarios cortos y previamente identificados. Aún así, la velocidad de progresión no pasa de los 100 metros por hora en las regiones de selva terciaria, que es la región de bosques que bordean ríos y carreteras o ciudades, donde la vegetación, como medida de defensa de la propia naturaleza contra el hombre, es más cerrada y espinosa. Incluso en las mejores condiciones de la selva primaria (lejos de las zonas urbanas), no se suele caminar más de 10 kilómetros por día. Operar en la selva implica estar sudando constantemente, en condiciones de humedad máxima y altas temperaturas, atravesando ríos que pueden tener cientos de metros de anchura y kilómetros de terreno pantanoso a lo largo de sus orillas. Los aparatos de ubicación por satélite (GPS) funcionan pocas veces, debido al espesor de la vegetación, el alcance de las radios disminuye y la logística es un desafío constante, no solamente para el abastecimiento de las tropas, sino también para el mantenimiento de todo el material, necesario a causa de las condiciones climáticas. En fin, la selva no es el dominio del más fuerte, sino del más habilidoso e inteligente, donde el guerrillero posee una ventaja natural sobre tropas no adaptadas.
La selva en la que opera la guerrilla es la vegetación predominante en gran parte de los 2.219 kilómetros de frontera entre Colombia y Venezuela, especialmente al sur, entre los departamentos colombianos de Vichada y de Guania y el departamento venezolano de Amazonas (unos 800 kilómetros de bosque cerrado). Aunque la mayor parte de la frontera está definida por ríos, hay 75 kilómetros en los que la divisoria es simplemente una línea recta trazada en el mapa. Los ríos, mucho más que separar, son en esta parte del mundo las vías de enlace del interior de los bosques y la civilización, siendo utilizados como auténticas carreteras por los indígenas y los habitantes de los pocos pueblos existentes. Ahí, la fuerza que mejor se puede contraponer al experimentado Ejército Colombiano y sus “lanceros” sería la propia guerrilla de las FARC. Por supuesto, nadie intentaría penetrar en un país como Colombia por los bosques, ante todo porque no hay objetivos militares o políticos de importancia en dicha región. Pero la simple presencia de una fuerza guerrillera ya instalada, sí que conlleva la presencia de importantes fuerzas regulares colombianas que no pueden desplazarse para hacer frente a una amenaza en otra parte del país, aún cuando no hubiera coordinación de ningún tipo entre la guerrilla y eventuales fuerzas militares extranjeras.
En la región de los bosques sería de poca o ninguna utilidad una fuerza mecanizada o acorazada. Por eso, los “tanques” que ordenó enviar el presidente venezolano en su comunicado se destinarían, en el caso de su empleo en algo más que la simple disuasión, a acciones en la parte central y norte de la frontera. En esa región, la red de carreteras se extiende desde la ciudad venezolana de Maracaibo, pasando por los centros colombianos de Maicao y Riohacha hasta alcanzar Barranquilla (y sus 1.100.000 habitantes); a partir de ahí, se extiende desde San Juan de Colón, pasando por Cúcuta, con destino a Medellín o Bogotá, las dos mayores ciudades del país. Son vías de acceso francamente favorables al empleo de carros de combate en su franja inicial, hasta que se llega a los altos y los valles escarpados de la Cordillera Oriental. En esas regiones podrían ser empleados algunos de los 10 batallones del presidente Chávez. Sería poco probable que los 10 fueran batallones acorazados, ya que Venezuela carece de ellos. Sus poco más de 100 antiguos carros de combate franceses sobre orugas AMX y los poco más de 70 Scorpion –británicos, también sobre orugas– son suficientes para sus batallones acorazados de Maracay y Valencia (AMX–30, la versión pesada) y del Fuerte Mara, en Zulia (AMX–13, la versión ligera), más los dos batallones acorazados ligeros de San Juan de los Morros (Scorpion 90). Además, dispone de tres batallones de infantería mecanizada en San Cristóbal, Carora y en el Fuerte Mara. Las demás tropas terrestres venezolanas son tropas ligeras: batallones de infantería motorizada, de montaña, cazadores, paracaidistas, de selva y caballería motorizada. Entre tropas pesadas y ligeras suman 46 batallones que conforman 12 brigadas. A tal tropa terrestre se podrían oponer, en un eventual enfrentamiento, los más de 60 batallones ligeros y otros 30 de empleo específico contra la guerrilla del Ejército Colombiano. El ejército de tierra de Colombia es tres veces mayor que el de Venezuela, aunque en estos casos el tamaño no lo es todo.
Colombia es un país que ha tenido problemas históricos para mantener bajo control del Estado el territorio, la coerción, la justicia y la tributación. La violencia con motivaciones políticas y la ineficacia del Estado en combatirla ha llegado hasta el punto de permitir que hubiera áreas liberadas en el interior del país en las que no imperaba la ley del Estado. Los medios estatales se emplean hoy en día casi íntegramente en combatir las fuerzas irregulares, y las fuerzas armadas colombianas son las que más implicadas están de todo el continente en la seguridad interior, por lo que abrir un nuevo frente de batalla contra fuerzas regulares, sean de Venezuela, Ecuador o cualquier otro país, sería totalmente contrario a los deseos del gobierno colombiano.
Los colombianos no tienen carros de combate sobre orugas, y lo más similar que poseen son lo que resta de un lote de 120 vehículos mecanizados sobre ruedas brasileños Cascavel, recibidos en los años 80. Los medios mecanizados sobre ruedas no tienen la misma movilidad campo a través que los que disponen de orugas, especialmente en las condiciones de humedad del país. Además, su blindaje ligero y sus cañones de 90mm, con un alcance de 2.000 metros, no serían eficaces contra los AMX–30 venezolanos, que disponen de cañones de 105mm, con un alcance útil de 2.500 metros. Por eso, el presidente Chávez hizo especial hincapié en la palabra “tanque” en su discurso. Igual resultado obtendría la palabra “fragata”, ya que en el mar Venezuela cuenta con seis fragatas clase Lupo, italianas, mientras que Colombia solamente tiene cuatro. Y el líder venezolano pudiera haber mencionado las palabras “aviones de caza”, pues los 26 viejos Mirage 5 y Kfir C–7 colombianos no serían adversarios para la experimentada Fuerza Aérea Venezolana, reconocida por tener buenos pilotos en óptimos aviones, como los más de 20 F–16 (del tiempo en que las relaciones con EEUU eran buenas) y los 16 nuevos Sukhoy SU–30 MKV rusos, más una decena de Mirage 5. Con esos medios, y de haberse producido un enfrentamiento, sólo se podría haber producido una penetración venezolana en la parte norte de la frontera. Sus fuerzas terrestres, actuando aisladas, difícilmente obtendrían en territorio colombiano una cantidad de terreno que les permitiese, por ejemplo, llegar hasta la capital, pero podrían haber controlado el bajo Magdalena y el litoral atlántico, obteniendo condiciones muy ventajosas para negociar la paz.
Junto a las fuerzas regulares, hay otros tres actores importantes a tener en cuenta. El primero es la propia guerrilla. Como se supone, en el caso de estallar un conflicto en la región, las FARC lucharían contra el gobierno legítimo de Colombia, en un intento de aprovechar la situación para llegar al poder. Con su escaso poder de combate actual –unos 15.000 a 17.000 efectivos, con morteros, cañones, ametralladoras y cohetes– sería incapaz de hacer frente a las fuerzas de seguridad estatales en combate abierto. Sin embargo, se estima que sus actuaciones irregulares están inmovilizando cerca de 160.000 soldados colombianos que estarían hoy dedicados exclusivamente a la seguridad de instalaciones y autoridades civiles y militares. En caso de haberse producido un enfrentamiento, sus acciones a la retaguardia de las posiciones colombianas podrían significar la reducción de hasta un 50% del poder de combate del Ejército colombiano, y una reducción mucho mayor en el terreno logístico. El segundo actor a tener en cuenta es Ecuador. Predispuesto contra Colombia por los incidentes recientes y por las posiciones divergentes de sus gobernantes en otros temas, Ecuador sería visto por Colombia por lo menos como un peligro, más que un riesgo por el desplazamiento de tropas hacia la frontera pero menos que una amenaza. Aunque sus tropas nunca llegaran a pisar suelo colombiano, la percepción de peligro hubiera obligado a Colombia a inmovilizar otra parte importante de sus fuerzas para asegurar la frontera. De haber entrado en combate, Ecuador hubiera contado con parte de sus 38 batallones y con sus dos docenas de aviones de combate Mirage F1 y Kfir, mientras que hubieran sido de poca utilidad los carros de combate AMX–13 y los carros sobre ruedas “Cascavel” de su Brigada Acorazada Galápagos dadas las condiciones adversas del terreno.
Escenarios posibles para un conflicto por suceder
Haciendo un análisis de la situación, se podrían imaginar varios escenarios hipotéticos para un eventual conflicto en la región andina. Intentaremos comentar tres de ellos. En el primero, Venezuela reforzaría la defensa de su frontera con Colombia, aumentando progresivamente su concentración de tropas. Proseguiría en la carrera armamentista con sus petrodólares, buscando en el mercado internacional lo más moderno en armamento e incitando a su población a participar de forma cada vez más activa en un ejército en el que cada ciudadano es un soldado. Simultáneamente, apoyaría de manera cada vez más firme a las FARC, suministrando material no militar, apoyo sanitario, apoyo diplomático y, de forma encubierta, apoyo financiero y militar. Estaría lista para reconocer la autodeterminación del pueblo y la independencia de cualquier parte del territorio colombiano así declarado por la guerrilla. Manteniéndose a la defensiva, buscaría tener a su favor la opinión pública internacional en el caso de un ataque a su territorio por Colombia o sus aliados. En ese caso, para su pueblo, el presidente Chávez pasaría inmediatamente a la categoría de “héroe nacional”, pues todas sus previsiones se confirmarían, y la posibilidad de que eso ocurra serviría de disuasión para una eventual intervención norteamericana. El resultado, en este escenario, sería una escalada del actual conflicto interno colombiano con las FARC.
En un segundo escenario, que podría –o no– ser una evolución del primero, el gobierno de Venezuela podría utilizar cualquier nuevo incidente como justificación para una invasión relámpago del territorio colombiano. Buscaría una defensa en posición al sur, con tropas ligeras de selva, de cazadores y de montaña, y realizaría una ofensiva limitada al norte con fuerzas pesadas por dos ejes, cuyo objetivo operacional sería la destrucción de la mayor cantidad posible de medios militares colombianos dentro de un plazo corto y la entrega clandestina a la guerrilla de todo lo posible en material militar. Las acciones se coordinarían con la guerrilla y podrían contar con la participación más o menos activa de fuerzas ecuatorianas. El objetivo estratégico sería alcanzado a posteriori con una posible victoria de la guerrilla sobre las fuerzas legales en el país. Las tropas venezolanas se replegarían antes de la posible reacción de las fuerzas americanas, volviendo a casa con el estatus de “héroes invencibles”.
Pero se puede imaginar, todavía, un tercer escenario: el más peligroso, aunque con pocas posibilidades de ocurrir. Se trata de una invasión de Colombia con las mismas características que la anterior, pero en un movimiento más amplio hacia al suroeste, cuyo objetivo sería el derrumbe del gobierno actual en el país, con apoyo de la guerrilla, que así lograría su objetivo de conquista del poder.
Por otro lado, algunos de los escenarios mostrados pueden combinarse con una carrera armamentista en la región andina. Por parte de Venezuela, la búsqueda de más medios militares tiene como justificación la creación de una fuerza de resistencia en la que participarían todos sus ciudadanos, la única alternativa viable, desde el punto de vista venezolano, para el combate asimétrico contra la superpotencia. Esta sería la única justificación para la adquisición de 100.000 fusiles de asalto Kalashnikov AK–103 en un ejército de 63.000 efectivos. Por lo menos 30.000 fusiles se entregaron ya en junio de 2006, y las autoridades norteamericanas sospechan que una parte pueda terminar en manos de las FARC. También se emplearon más de 400 millones de dólares en la compra a Rusia de un total de 33 nuevos helicópteros militares de transporte y de ataque, parte de ellos ya entregados. En 2005 se firmó con la empresa española Navantia un contrato de 1.140 millones de euros para la construcción de ocho buques para la Armada venezolana.
En abril de 2008 se firmará un contrato de 1.400 millones de dólares para la entrega, hasta 2013, por parte de Rusia de tres modernos submarinos de la clase Kilo, una compra que preocupa a todos los vecinos y a EEUU, donde se plantea reactivar su Cuarta Flota, que sería dependiente del Southern Command. Planes más ambiciosos prevén la adquisición de 600 vehículos mecanizados, más aviones militares y las primeras baterías de artillería antiaérea de media altura del continente. La industria nacional no ha sido olvidada y Venezuela ha desarrollado su propio vehículo militar todo terreno –el Tiuna–, de los que ya hay 400 en las fuerzas armadas. En enero de 2008 fue creada la Empresa Mixta Socialista de Vehículos Venezolanos SA, que deberá encargarse de la producción nacional de vehículos mecanizados y acorazados. Parte de los fusiles comprados a Rusia se fabricarán en Venezuela, en la primera planta que producirá los famosos Kalashnikov en el continente americano.
Los vecinos de Venezuela han empezado a reaccionar. Ecuador empleará 120 millones de dólares en la modernización –en Chile– de sus dos submarinos, asegurándoles así otros 20 años más de vida útil. Colombia, a su vez, cuenta con la ayuda de EEUU y tiene acceso a medios militares de última generación cuya venta ha sido denegada por el gobierno norteamericano a otros países, como es el caso con los visores nocturnos, prohibidos, por ejemplo, a Brasil. Cuenta también con asesoría militar norteamericana para el adiestramiento de sus tropas y sigue con la adquisición de 24 aviones Kfir C–10 israelíes por 200 millones de dólares, la modernización de sus Kfir C–7, la compra de kits Griffin para la conversión de bombas convencionales en armamento guiado por láser y misiles aire–aire Python IV y Derby. Fuentes locales confirman que se trata de la repuesta a la compra por parte de Venezuela de aviones rusos SU–30 MKV, aunque oficialmente el gobierno colombiano ha negado que esta sea su intención.
Conclusión
No ha sido la primera vez –y tampoco será la última– que las fuerzas de seguridad colombianas cruzan sus fronteras para ejecutar una acción contra las FARC. Cuando ha ocurrido anteriormente, el problema se ha resuelto con medidas diplomáticas y de cooperación. Pero cuando otros actores empiezan a participar, con sus propios intereses, la crisis iniciará una escalada directamente proporcional a los intereses en juego. Pasar de actor secundario a protagonista sólo depende de la voluntad de cada uno de los participantes, y en eso reside el peligro real de cualquier crisis en la región, ya que desgraciadamente no siempre la voluntad de los gobernantes coincide con lo que es mejor para una nación y su pueblo.
La crisis en la región andina es buena muestra del estado de debilidad en el que se encuentra la integración en Iberoamérica. La presencia de Venezuela y su agresiva política exterior puede ser vista como un factor de inestabilidad, a la vista de la escalada de la crisis de marzo de 2008. Afortunadamente, su resolución en un foro regional, como la OEA, ha fortalecido la imagen de Iberoamérica como una región en la que las crisis internas pueden resolverse con mínima participación de agentes externos.
Un posible mecanismo de contención para futuras crisis sería la participación de observadores internacionales en el conflicto interno de Colombia con las FARC, lo que ya ha sido declarado viable por el presidente de Colombia. Bajo el mandato de la propia OEA, de las Naciones Unidas o mediante la creación de un cuerpo regional específico para esta función, como ocurrió en el conflicto entre Perú y Ecuador de 1995, los observadores extranjeros podrían minimizar la participación de actores externos en una cuestión interna colombiana de Colombia y también verificar la corrección de los procedimientos humanitarios durante acciones militares colombianas, logrando así una mayor visibilidad internacional. Con más información, la opinión pública internacional podría más fácilmente posicionarse sobre el tema, lo que restaría libertad de acción a los que desean beneficiarse de una escalada del conflicto.
A España le corresponde intentar retomar su relación con Venezuela, importante actor en Iberoamérica, para que pueda jugar un papel más activo no solo en el caso de una crisis regional sino también para aprovechar las ventajas que supone el estatus de posible mediador. Brasil está actualmente cumpliendo este papel y seguirá haciendo lo necesario para mantener la paz en el continente, condición indispensable para su desarrollo. En este aspecto merece la pena recordar la importancia que tiene el gigante sudamericano para cualquiera que quiera participar más activamente en las relaciones con aquella parte del mundo. Brasil y el presidente Lula pueden ser, para España, una importante vía de reaproximación con Venezuela.
Cuando se cruza la frontera entre Venezuela y Colombia en Cúcuta, unos pocos metros más allá del puesto fronterizo se puede leer en una placa: “Bienvenidos a Colombia. Colombia y Venezuela unidos por siempre”. El mundo espera que verdaderamente siga siendo así.
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