Peter Hakim
América Latina no será una prioridad de política exterior para el próximo presidente de Estados Unidos. No será un frente central en la guerra contra el terrorismo. Más allá del añejo conflicto en Colombia, Latinoamérica es una región en paz, en su mayor parte libre de combates armados dentro o entre sus países. Tampoco se espera que América Latina ofrezca las grandes oportunidades económicas de países con rápido crecimiento, como China e India. El tráfico de drogas y la migración indocumentada son temas importantes, pero son problemas viejos y contenciosos que, en gran medida, han alejado a Estados Unidos de la región. El reto para el nuevo gobierno será encontrar la manera de conducir una política constructiva y de cooperación hacia Latinoamérica, aunque la región siga siendo una prioridad relativamente menor, y la influencia de Estados Unidos en la región sea débil.
La política hacia el hemisferio occidental ha sido, en gran parte, derivativa o residual. Es resultado de una combinación de la amplia agenda internacional de Washington, de los poderosos intereses nacionales y de las demandas de la política nacional y local. Las decisiones de política pública rara vez responden a los intereses concretos de Estados Unidos en Latinoamérica o a las necesidades de la región. Los elementos centrales de los acuerdos de libre comercio con América Latina, por ejemplo, surgen como resultado de la presión de diversos grupos de interés (productores agrícolas, compañías farmacéuticas, activistas ambientales, sindicatos y otros). Debido a que implica sentimientos políticos profundos, la política migratoria ha sido conducida, casi de manera exclusiva, como un asunto interno. Los tomadores de decisiones estadounidenses ignoran, en gran parte, las consecuencias de sus leyes migratorias sobre otros países o en la relación de éstos con Washington. Las agencias nacionales y locales encargadas del cumplimiento de la ley en Estados Unidos controlan las estrategias para combatir el tráfico de narcóticos. La posición con respecto a Cuba responde, fundamentalmente, a las demandas de la política cubano-estadounidense.
No obstante, el próximo presidente puede hacer la diferencia, si está preparado para demostrar su liderazgo y hacer frente a los intereses políticos y económicos internos que ahora marcan la pauta de la política estadounidense hacia el hemisferio occidental. Ya ha ocurrido en el pasado. La Alianza para el Progreso (el programa de desarrollo económico que impulsó el presidente John F. Kennedy en 1961, tras la llegada al poder de Fidel Castro en Cuba) y el Tratado del Canal de Panamá de 1977 no surgieron a partir de consideraciones políticas internas ni fueron residuales -- tampoco lo fueron el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), las iniciativas del primer presidente Bush (1989-1993) sobre la reducción de la deuda y el comercio regional o el paquete de rescate financiero para México impulsado por el presidente Bill Clinton en 1995 -- . Todos hacían frente a problemas reales en América Latina y servían a los intereses genuinos de Estados Unidos en la región.
Primero lo primero
¿Qué políticas servirían mejor a los intereses de Estados Unidos en América Latina? ¿Qué tendrá que hacer el próximo presidente de Estados Unidos para restaurar la influencia y la posición de su país en América Latina, y reestablecer la cooperación con los gobiernos de la región?
La primera tarea de Washington será demostrar un renovado respeto por las reglas e instituciones internacionales. Ése debe ser el punto de partida para reparar las relaciones de Estados Unidos con América Latina. Estados Unidos no puede aparecer como arrogante u opresivo en asuntos regionales o globales. No puede adjudicarse el derecho de invadir otros países anticipadamente o de tomar decisiones unilaterales en contra del consenso de otros países. Estados Unidos debe seguir las reglas que quiere que los demás sigan. No puede ser una voz autorizada en temas de derechos humanos cuando condona la tortura y les niega a los prisioneros un juicio justo. No puede ser un defensor fidedigno de la democracia cuando interfiere en las elecciones de otros Estados. Las políticas de Washington, viendo por los intereses estadounidenses, deben estar más relacionadas con las propias necesidades latinoamericanas -- conseguir un crecimiento más rápido y estable, reducir de forma sostenida la pobreza y la desigualdad, moderar las tensiones sociales y políticas, y avanzar en contra de una ola de crimen y violencia que aparenta no tener fin -- .
Cooperación económica fortalecida
Lo que más quieren y necesitan los países latinoamericanos de Washington es mayor acceso a los mercados, a capitales de inversión y a nuevas tecnologías. Por eso, la mayoría ha buscado obtener preferencias comerciales o acuerdos de libre comercio con Estados Unidos -- y la razón por la cual el principal tema en la agenda latinoamericana del próximo presidente deberá ser el desarrollo de una nueva estrategia de integración económica regional -- . El Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) -- que incluye a 34 países y estaba proyectada para 2005 -- ha quedado ampliamente desacreditada. Hasta este momento, no hay una alternativa, un marco de trabajo o un objetivo claro para impulsar la cooperación económica en el hemisferio.
El reto más difícil para la Casa Blanca consistirá en diseñar una estrategia bipartidista de política comercial regional (e internacional). Para que Estados Unidos desempeñe un papel de liderazgo en la formación de una estrategia económica coherente en el hemisferio, los demócratas y los republicanos en el Congreso tendrán que resolver sus marcadas diferencias sobre asuntos comerciales. Los congresistas demócratas más importantes y la Casa Blanca pudieron llegar a un consenso en el complejo tema de los derechos laborales en los acuerdos comerciales, por lo que deberían ser capaces de avanzar en otros temas igualmente controvertidos. Particularmente, tendrán que ponerse de acuerdo sobre las medidas compensatorias para los trabajadores estadounidenses, producto de las dislocaciones de la expansión comercial y de los cambios tecnológicos. Asimismo, tendrán que renovar la autoridad de la Casa Blanca para negociar acuerdos comerciales, la cual ha expirado.
Relaciones con Brasil
Washington tendrá que colaborar sistemáticamente con Brasil en la búsqueda de mayor cooperación económica en el hemisferio, principalmente, porque lo que paralizó las negociaciones del ALCA fue la incapacidad de Brasil y de Estados Unidos para llegar a un acuerdo. Ninguna propuesta económica o de comercio hemisférico puede prosperar sin el apoyo de ambos países.
Brasil es también un socio crucial para Estados Unidos en otros temas. Sin duda, las relaciones interamericanas actuales giran en torno a Brasil y a Estados Unidos. Cuando estos dos países encuentran bases comunes para la cooperación, prácticamente todos los demás se unen. Cuando no lo consiguen, el hemisferio generalmente permanece dividido. Las buenas relaciones con Brasil son vitales para mantener la credibilidad de Washington en la región y para permitir que los dos países vean por sus intereses. Además, tienen un efecto secundario muy bienvenido, pues ayudan a reducir la influencia de Hugo Chávez.
Washington y Brasilia no son siempre socios naturales. Tienen posiciones contrarias sobre varios temas importantes, aunque con frecuencia encuentren formas de cooperar. En respuesta al llamado de Washington, Brasil aceptó comandar las operaciones de mantenimiento de la paz de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en Haití, y su reciente acuerdo para cooperar en el desarrollo de biocombustibles ha añadido una dimensión con gran potencial en la relación bilateral (en particular, si Estados Unidos reduce su altísima tarifa sobre el etanol brasileño). Sin embargo, los dos países terminaron en bandos opuestos en las recientes y cruciales negociaciones de la Ronda de Doha de la Organización Mundial del Comercio (OMC) -- las cuales han alcanzado un punto muerto tras la imposibilidad de llegar a un acuerdo sobre la reducción de los subsidios agrícolas y la reducción de las tarifas de importación sobre artículos manufacturados -- y no están de acuerdo en la manera de responder al reto que representa Hugo Chávez.
El próximo gobierno deberá sostener una relación constructiva con Brasil para lograr el avance de su agenda en la región (y más allá). Eso requerirá que Estados Unidos acepte que Brasil tiene una política exterior independiente y que ponga en perspectiva las diferencias entre los dos países.
México y la migración
Ningún país en el mundo tiene relaciones tan variadas y vastas con Estados Unidos como México. Los elementos rutinarios y del día con día de la relación requieren la atención permanente tanto de Washington como de la Ciudad de México. Sin embargo, a México, al igual que a Brasil, debe consultársele regularmente sobre asuntos regionales y mundiales, ya que también es un país importante en el escenario internacional, con amplios intereses globales. En el largo plazo, el principal reto será encontrar la forma de manejar la irrevocable y continua integración económica y demográfica entre Estados Unidos y México, a la cual se resisten muchos en ambos países.
A pesar de que muchos temas -- energía, comercio, seguridad, narcotráfico y violencia -- están presentes en la relación México-Estados Unidos, la migración es el tema central. Este asunto, más que cualquier otro, determinará la calidad de las relaciones bilaterales por muchos años. La forma en que Washington trate el tema migratorio también es crítica para muchos otros países latinoamericanos -- y tiene un gran impacto en las relaciones de Estados Unidos con el resto de la región -- .
Los intensos, y en ocasiones virulentos, debates del año pasado sobre la reforma migratoria y su contundente rechazo en el Senado hacen difícil pensar en un cambio constructivo en el futuro cercano. No obstante, la migración estará seguramente en la agenda del próximo presidente. La pregunta es si es posible diseñar una propuesta que, por un lado, pueda obtener el apoyo del público estadounidense y la aprobación del Congreso y, por otro, sea vista con buenos ojos en América Latina. México y otros países no estarán satisfechos con una legislación que no incluya un programa de trabajadores temporales de alcance razonable y un camino para que los 12 millones de migrantes que han entrado a Estados Unidos de manera indocumentada puedan tener un estatus legal (y, con el tiempo, la ciudadanía). La aprobación de nuevas leyes en Estados Unidos que se consideren excesivamente severas contra los migrantes indocumentados será ofensiva para América Latina y tendrá como consecuencia que cualquier tipo de cooperación en el corto plazo entre Estados Unidos y la región en temas migratorios sea prácticamente imposible. Al mismo tiempo, dificultará las relaciones en otros frentes.
El reto más importante
La agenda social -- reducir la pobreza, disminuir la desigualdad en la distribución del ingreso, terminar con la discriminación racial y étnica y mejorar los servicios públicos -- es el principal reto para Latinoamérica. Dicha agenda proporciona al nuevo gobierno estadounidense su mejor oportunidad para demostrar que Estados Unidos da una renovada importancia a la región y para generar un grado de aprobación considerable. Se necesitarán compromisos financieros adicionales, pero lo más importante que debe hacer Washington es reconfigurar sus programas y sus políticas actuales para que éstos se relacionen de manera más directa con las necesidades sociales latinoamericanas.
Los acuerdos de libre comercio impulsados por Estados Unidos, por ejemplo, están fomentando las exportaciones y la inversión, generando un crecimiento más acelerado y creando empleos -- esenciales para eliminar la pobreza y la desigualdad -- . Pero se necesitan políticas complementarias para asegurarse de que los beneficios del comercio alcancen a los grupos excluidos y compensen a los que pierden con él. Estados Unidos debe estar preocupado por la distribución de los beneficios, producto de los acuerdos de libre comercio que negocia. De manera similar, al transferir los fondos antidroga de la erradicación de los cultivos al desarrollo y a la creación de empleos en las regiones donde se cultiva la coca, Washington podría, al mismo tiempo, convertir a la guerra contra las drogas en una guerra contra la pobreza. Washington puede demostrar su preocupación por mejorar los estándares de vida de los pobres en América Latina, al asegurarse de que todos sus programas y políticas hacia la región tengan fuertes dimensiones sociales.
Otras iniciativas deseables
Hay otros cambios que pueden ayudar a alinear las políticas de Estados Unidos con los intereses y objetivos de América Latina y que, al mismo tiempo, permitan avanzar en la agenda estadounidense:
El próximo presidente de Estados Unidos asumirá el cargo medio siglo después de la llegada al poder de Fidel Castro en Cuba. Prácticamente todos los países latinoamericanos recibirían de buena manera una decisión de Washington de desmantelar la red de restricciones que ahora impone a la isla y de unirse con otros gobiernos del continente para trabajar por la reintegración exitosa de Cuba a los asuntos hemisféricos.
También es tiempo de que Estados Unidos trabaje con sus socios latinoamericanos para definir una nueva estrategia multilateral para el combate a las drogas y a las actividades criminales asociadas con el tráfico de estupefacientes. El enfoque actual es inflexible y no responde a las circunstancias nacionales específicas; está demasiado centrado en la erradicación de cultivos y en la interdicción de drogas. Washington también podría hacer más por responder al llamado latinoamericano para que Estados Unidos reduzca su demanda de drogas, elimine el flujo de armas que generan violencia en la región e invierta más en programas alternativos de desarrollo. La iniciativa anticrimen que el gobierno de Bush propuso recientemente a México contiene muchos de los elementos de una perspectiva nueva y potencialmente productiva.
Cualquier problema que Hugo Chávez represente para Estados Unidos será menor si Washington participa directamente con la región y si sus políticas están alineadas con los intereses latinoamericanos. Pero Estados Unidos también debe instrumentar una política consistente hacia Chávez, dirigida a minimizar su capacidad de perturbar los asuntos hemisféricos y a apoyar la democracia en Venezuela (solamente por medios constitucionales). No debe esperar que los otros gobiernos latinoamericanos se unan a las iniciativas anti-Chávez.
Washington debe hacer todo lo posible por mantenerse involucrado con países como Bolivia y Ecuador, que se han aliado con Venezuela. Los esfuerzos por aislar o castigar a estos países serán contraproducentes: los llevarán más cerca de Chávez y los alejarán de los otros países latinoamericanos.
No se puede esperar que el próximo presidente avance en todos estos frentes políticos de manera simultánea, pero debe sentar el tono y la dirección correctos, y avanzar en temas centrales de estilo y sustancia. Unas cuantas líneas sobre América Latina en su discurso de toma de posesión serían un buen inicio. El presidente puede sugerir que Estados Unidos está listo para unirse a los países latinoamericanos en un esfuerzo común para afontar sus problemas -- y que Washington necesita su opinión y su ayuda para encarar los retos hemisféricos e internacionales -- . Puede, incluso, resaltar la importancia de restaurar la confianza y el respeto mutuos en las relaciones interamericanas y recalcar la importancia que tiene el éxito económico y político de América Latina para los intereses estadounidenses.
El presidente tendrá la oportunidad de reforzar ese mensaje más adelante, en 2009, cuando los Jefes de Estado del hemisferio occidental se reúnan en Trinidad y Tobago para la quinta Cumbre de las Américas (la primera fue en 1994). Los otros 33 líderes estarán calibrando al nuevo presidente y escucharán cuidadosamente las propuestas que exponga para tratar los temas interamericanos. Con la participación de todos los países del hemisferio (excepto Cuba), los preparativos de la cumbre serán el momento adecuado para comenzar a revigorizar la cooperación regional y restaurar la confianza en las instituciones multilaterales del hemisferio.
Al nuevo gobierno le será difícil avanzar en dos áreas críticas: la reforma de las leyes migratorias estadounidenses y el desarrollo de nuevas estrategias para el comercio y la cooperación económica en el hemisferio. El cambio en las políticas en cualquiera de estos temas encontrará la resistencia de poderosos grupos de interés nacionales y los temores del público estadounidense sobre la migración y el comercio. Aun así, incluso un avance modesto en estos temas ayudará a mejorar la disposición de América Latina y sentará las bases para realizar cambios adicionales.
Washington debería ser capaz de ir más allá en otros temas -- como asistir a América Latina para el manejo de su agenda social y para hacer frente a la ola de violencia, o cambiar el énfasis de sus estrategias antidroga -- . La política hacia Cuba debe revisarse.
Si no se pueden llevar a cabo cambios en las políticas, Washington tendrá que reducir sus expectativas en Latinoamérica y conformarse con una agenda más limitada y menos ambiciosa para el hemisferio. La influencia estadounidense sobre los acontecimientos políticos y económicos en la región seguirá erosionándose -- junto con la voluntad de los gobiernos latinoamericanos para aceptar el liderazgo de Washington o apoyar sus políticas -- . La propia agenda latinoamericana diferirá más y más de la de Washington y se desvanecerán las oportunidades para construir un hemisferio integrado económicamente o para fomentar la cooperación política.
La mayoría de los latinoamericanos está esperando con optimismo la llegada de un nuevo gobierno a Washington. Quieren que las relaciones con Estados Unidos mejoren, pero hoy miran con cautela y desconfianza a ese país. Necesitarán percibir que el nuevo presidente modera su política hacia el Medio Oriente y el resto del mundo. En la región, querrán ver cambios de actitud y de estrategia que demuestren que Washington está listo para reestablecer una asociación sostenida y respetuosa con América Latina -- dispuesta a romper con los viejos hábitos y patrones, a escuchar la opinión de la región y a recurrir a métodos multilaterales y cooperativos -- . El nuevo presidente encontrará que los latinoamericanos están listos para trabajar con un gobierno estadounidense que, a su vez, esté dispuesto a trabajar con ellos.
América Latina no será una prioridad de política exterior para el próximo presidente de Estados Unidos. No será un frente central en la guerra contra el terrorismo. Más allá del añejo conflicto en Colombia, Latinoamérica es una región en paz, en su mayor parte libre de combates armados dentro o entre sus países. Tampoco se espera que América Latina ofrezca las grandes oportunidades económicas de países con rápido crecimiento, como China e India. El tráfico de drogas y la migración indocumentada son temas importantes, pero son problemas viejos y contenciosos que, en gran medida, han alejado a Estados Unidos de la región. El reto para el nuevo gobierno será encontrar la manera de conducir una política constructiva y de cooperación hacia Latinoamérica, aunque la región siga siendo una prioridad relativamente menor, y la influencia de Estados Unidos en la región sea débil.
La política hacia el hemisferio occidental ha sido, en gran parte, derivativa o residual. Es resultado de una combinación de la amplia agenda internacional de Washington, de los poderosos intereses nacionales y de las demandas de la política nacional y local. Las decisiones de política pública rara vez responden a los intereses concretos de Estados Unidos en Latinoamérica o a las necesidades de la región. Los elementos centrales de los acuerdos de libre comercio con América Latina, por ejemplo, surgen como resultado de la presión de diversos grupos de interés (productores agrícolas, compañías farmacéuticas, activistas ambientales, sindicatos y otros). Debido a que implica sentimientos políticos profundos, la política migratoria ha sido conducida, casi de manera exclusiva, como un asunto interno. Los tomadores de decisiones estadounidenses ignoran, en gran parte, las consecuencias de sus leyes migratorias sobre otros países o en la relación de éstos con Washington. Las agencias nacionales y locales encargadas del cumplimiento de la ley en Estados Unidos controlan las estrategias para combatir el tráfico de narcóticos. La posición con respecto a Cuba responde, fundamentalmente, a las demandas de la política cubano-estadounidense.
No obstante, el próximo presidente puede hacer la diferencia, si está preparado para demostrar su liderazgo y hacer frente a los intereses políticos y económicos internos que ahora marcan la pauta de la política estadounidense hacia el hemisferio occidental. Ya ha ocurrido en el pasado. La Alianza para el Progreso (el programa de desarrollo económico que impulsó el presidente John F. Kennedy en 1961, tras la llegada al poder de Fidel Castro en Cuba) y el Tratado del Canal de Panamá de 1977 no surgieron a partir de consideraciones políticas internas ni fueron residuales -- tampoco lo fueron el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), las iniciativas del primer presidente Bush (1989-1993) sobre la reducción de la deuda y el comercio regional o el paquete de rescate financiero para México impulsado por el presidente Bill Clinton en 1995 -- . Todos hacían frente a problemas reales en América Latina y servían a los intereses genuinos de Estados Unidos en la región.
Primero lo primero
¿Qué políticas servirían mejor a los intereses de Estados Unidos en América Latina? ¿Qué tendrá que hacer el próximo presidente de Estados Unidos para restaurar la influencia y la posición de su país en América Latina, y reestablecer la cooperación con los gobiernos de la región?
La primera tarea de Washington será demostrar un renovado respeto por las reglas e instituciones internacionales. Ése debe ser el punto de partida para reparar las relaciones de Estados Unidos con América Latina. Estados Unidos no puede aparecer como arrogante u opresivo en asuntos regionales o globales. No puede adjudicarse el derecho de invadir otros países anticipadamente o de tomar decisiones unilaterales en contra del consenso de otros países. Estados Unidos debe seguir las reglas que quiere que los demás sigan. No puede ser una voz autorizada en temas de derechos humanos cuando condona la tortura y les niega a los prisioneros un juicio justo. No puede ser un defensor fidedigno de la democracia cuando interfiere en las elecciones de otros Estados. Las políticas de Washington, viendo por los intereses estadounidenses, deben estar más relacionadas con las propias necesidades latinoamericanas -- conseguir un crecimiento más rápido y estable, reducir de forma sostenida la pobreza y la desigualdad, moderar las tensiones sociales y políticas, y avanzar en contra de una ola de crimen y violencia que aparenta no tener fin -- .
Cooperación económica fortalecida
Lo que más quieren y necesitan los países latinoamericanos de Washington es mayor acceso a los mercados, a capitales de inversión y a nuevas tecnologías. Por eso, la mayoría ha buscado obtener preferencias comerciales o acuerdos de libre comercio con Estados Unidos -- y la razón por la cual el principal tema en la agenda latinoamericana del próximo presidente deberá ser el desarrollo de una nueva estrategia de integración económica regional -- . El Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) -- que incluye a 34 países y estaba proyectada para 2005 -- ha quedado ampliamente desacreditada. Hasta este momento, no hay una alternativa, un marco de trabajo o un objetivo claro para impulsar la cooperación económica en el hemisferio.
El reto más difícil para la Casa Blanca consistirá en diseñar una estrategia bipartidista de política comercial regional (e internacional). Para que Estados Unidos desempeñe un papel de liderazgo en la formación de una estrategia económica coherente en el hemisferio, los demócratas y los republicanos en el Congreso tendrán que resolver sus marcadas diferencias sobre asuntos comerciales. Los congresistas demócratas más importantes y la Casa Blanca pudieron llegar a un consenso en el complejo tema de los derechos laborales en los acuerdos comerciales, por lo que deberían ser capaces de avanzar en otros temas igualmente controvertidos. Particularmente, tendrán que ponerse de acuerdo sobre las medidas compensatorias para los trabajadores estadounidenses, producto de las dislocaciones de la expansión comercial y de los cambios tecnológicos. Asimismo, tendrán que renovar la autoridad de la Casa Blanca para negociar acuerdos comerciales, la cual ha expirado.
Relaciones con Brasil
Washington tendrá que colaborar sistemáticamente con Brasil en la búsqueda de mayor cooperación económica en el hemisferio, principalmente, porque lo que paralizó las negociaciones del ALCA fue la incapacidad de Brasil y de Estados Unidos para llegar a un acuerdo. Ninguna propuesta económica o de comercio hemisférico puede prosperar sin el apoyo de ambos países.
Brasil es también un socio crucial para Estados Unidos en otros temas. Sin duda, las relaciones interamericanas actuales giran en torno a Brasil y a Estados Unidos. Cuando estos dos países encuentran bases comunes para la cooperación, prácticamente todos los demás se unen. Cuando no lo consiguen, el hemisferio generalmente permanece dividido. Las buenas relaciones con Brasil son vitales para mantener la credibilidad de Washington en la región y para permitir que los dos países vean por sus intereses. Además, tienen un efecto secundario muy bienvenido, pues ayudan a reducir la influencia de Hugo Chávez.
Washington y Brasilia no son siempre socios naturales. Tienen posiciones contrarias sobre varios temas importantes, aunque con frecuencia encuentren formas de cooperar. En respuesta al llamado de Washington, Brasil aceptó comandar las operaciones de mantenimiento de la paz de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en Haití, y su reciente acuerdo para cooperar en el desarrollo de biocombustibles ha añadido una dimensión con gran potencial en la relación bilateral (en particular, si Estados Unidos reduce su altísima tarifa sobre el etanol brasileño). Sin embargo, los dos países terminaron en bandos opuestos en las recientes y cruciales negociaciones de la Ronda de Doha de la Organización Mundial del Comercio (OMC) -- las cuales han alcanzado un punto muerto tras la imposibilidad de llegar a un acuerdo sobre la reducción de los subsidios agrícolas y la reducción de las tarifas de importación sobre artículos manufacturados -- y no están de acuerdo en la manera de responder al reto que representa Hugo Chávez.
El próximo gobierno deberá sostener una relación constructiva con Brasil para lograr el avance de su agenda en la región (y más allá). Eso requerirá que Estados Unidos acepte que Brasil tiene una política exterior independiente y que ponga en perspectiva las diferencias entre los dos países.
México y la migración
Ningún país en el mundo tiene relaciones tan variadas y vastas con Estados Unidos como México. Los elementos rutinarios y del día con día de la relación requieren la atención permanente tanto de Washington como de la Ciudad de México. Sin embargo, a México, al igual que a Brasil, debe consultársele regularmente sobre asuntos regionales y mundiales, ya que también es un país importante en el escenario internacional, con amplios intereses globales. En el largo plazo, el principal reto será encontrar la forma de manejar la irrevocable y continua integración económica y demográfica entre Estados Unidos y México, a la cual se resisten muchos en ambos países.
A pesar de que muchos temas -- energía, comercio, seguridad, narcotráfico y violencia -- están presentes en la relación México-Estados Unidos, la migración es el tema central. Este asunto, más que cualquier otro, determinará la calidad de las relaciones bilaterales por muchos años. La forma en que Washington trate el tema migratorio también es crítica para muchos otros países latinoamericanos -- y tiene un gran impacto en las relaciones de Estados Unidos con el resto de la región -- .
Los intensos, y en ocasiones virulentos, debates del año pasado sobre la reforma migratoria y su contundente rechazo en el Senado hacen difícil pensar en un cambio constructivo en el futuro cercano. No obstante, la migración estará seguramente en la agenda del próximo presidente. La pregunta es si es posible diseñar una propuesta que, por un lado, pueda obtener el apoyo del público estadounidense y la aprobación del Congreso y, por otro, sea vista con buenos ojos en América Latina. México y otros países no estarán satisfechos con una legislación que no incluya un programa de trabajadores temporales de alcance razonable y un camino para que los 12 millones de migrantes que han entrado a Estados Unidos de manera indocumentada puedan tener un estatus legal (y, con el tiempo, la ciudadanía). La aprobación de nuevas leyes en Estados Unidos que se consideren excesivamente severas contra los migrantes indocumentados será ofensiva para América Latina y tendrá como consecuencia que cualquier tipo de cooperación en el corto plazo entre Estados Unidos y la región en temas migratorios sea prácticamente imposible. Al mismo tiempo, dificultará las relaciones en otros frentes.
El reto más importante
La agenda social -- reducir la pobreza, disminuir la desigualdad en la distribución del ingreso, terminar con la discriminación racial y étnica y mejorar los servicios públicos -- es el principal reto para Latinoamérica. Dicha agenda proporciona al nuevo gobierno estadounidense su mejor oportunidad para demostrar que Estados Unidos da una renovada importancia a la región y para generar un grado de aprobación considerable. Se necesitarán compromisos financieros adicionales, pero lo más importante que debe hacer Washington es reconfigurar sus programas y sus políticas actuales para que éstos se relacionen de manera más directa con las necesidades sociales latinoamericanas.
Los acuerdos de libre comercio impulsados por Estados Unidos, por ejemplo, están fomentando las exportaciones y la inversión, generando un crecimiento más acelerado y creando empleos -- esenciales para eliminar la pobreza y la desigualdad -- . Pero se necesitan políticas complementarias para asegurarse de que los beneficios del comercio alcancen a los grupos excluidos y compensen a los que pierden con él. Estados Unidos debe estar preocupado por la distribución de los beneficios, producto de los acuerdos de libre comercio que negocia. De manera similar, al transferir los fondos antidroga de la erradicación de los cultivos al desarrollo y a la creación de empleos en las regiones donde se cultiva la coca, Washington podría, al mismo tiempo, convertir a la guerra contra las drogas en una guerra contra la pobreza. Washington puede demostrar su preocupación por mejorar los estándares de vida de los pobres en América Latina, al asegurarse de que todos sus programas y políticas hacia la región tengan fuertes dimensiones sociales.
Otras iniciativas deseables
Hay otros cambios que pueden ayudar a alinear las políticas de Estados Unidos con los intereses y objetivos de América Latina y que, al mismo tiempo, permitan avanzar en la agenda estadounidense:
El próximo presidente de Estados Unidos asumirá el cargo medio siglo después de la llegada al poder de Fidel Castro en Cuba. Prácticamente todos los países latinoamericanos recibirían de buena manera una decisión de Washington de desmantelar la red de restricciones que ahora impone a la isla y de unirse con otros gobiernos del continente para trabajar por la reintegración exitosa de Cuba a los asuntos hemisféricos.
También es tiempo de que Estados Unidos trabaje con sus socios latinoamericanos para definir una nueva estrategia multilateral para el combate a las drogas y a las actividades criminales asociadas con el tráfico de estupefacientes. El enfoque actual es inflexible y no responde a las circunstancias nacionales específicas; está demasiado centrado en la erradicación de cultivos y en la interdicción de drogas. Washington también podría hacer más por responder al llamado latinoamericano para que Estados Unidos reduzca su demanda de drogas, elimine el flujo de armas que generan violencia en la región e invierta más en programas alternativos de desarrollo. La iniciativa anticrimen que el gobierno de Bush propuso recientemente a México contiene muchos de los elementos de una perspectiva nueva y potencialmente productiva.
Cualquier problema que Hugo Chávez represente para Estados Unidos será menor si Washington participa directamente con la región y si sus políticas están alineadas con los intereses latinoamericanos. Pero Estados Unidos también debe instrumentar una política consistente hacia Chávez, dirigida a minimizar su capacidad de perturbar los asuntos hemisféricos y a apoyar la democracia en Venezuela (solamente por medios constitucionales). No debe esperar que los otros gobiernos latinoamericanos se unan a las iniciativas anti-Chávez.
Washington debe hacer todo lo posible por mantenerse involucrado con países como Bolivia y Ecuador, que se han aliado con Venezuela. Los esfuerzos por aislar o castigar a estos países serán contraproducentes: los llevarán más cerca de Chávez y los alejarán de los otros países latinoamericanos.
No se puede esperar que el próximo presidente avance en todos estos frentes políticos de manera simultánea, pero debe sentar el tono y la dirección correctos, y avanzar en temas centrales de estilo y sustancia. Unas cuantas líneas sobre América Latina en su discurso de toma de posesión serían un buen inicio. El presidente puede sugerir que Estados Unidos está listo para unirse a los países latinoamericanos en un esfuerzo común para afontar sus problemas -- y que Washington necesita su opinión y su ayuda para encarar los retos hemisféricos e internacionales -- . Puede, incluso, resaltar la importancia de restaurar la confianza y el respeto mutuos en las relaciones interamericanas y recalcar la importancia que tiene el éxito económico y político de América Latina para los intereses estadounidenses.
El presidente tendrá la oportunidad de reforzar ese mensaje más adelante, en 2009, cuando los Jefes de Estado del hemisferio occidental se reúnan en Trinidad y Tobago para la quinta Cumbre de las Américas (la primera fue en 1994). Los otros 33 líderes estarán calibrando al nuevo presidente y escucharán cuidadosamente las propuestas que exponga para tratar los temas interamericanos. Con la participación de todos los países del hemisferio (excepto Cuba), los preparativos de la cumbre serán el momento adecuado para comenzar a revigorizar la cooperación regional y restaurar la confianza en las instituciones multilaterales del hemisferio.
Al nuevo gobierno le será difícil avanzar en dos áreas críticas: la reforma de las leyes migratorias estadounidenses y el desarrollo de nuevas estrategias para el comercio y la cooperación económica en el hemisferio. El cambio en las políticas en cualquiera de estos temas encontrará la resistencia de poderosos grupos de interés nacionales y los temores del público estadounidense sobre la migración y el comercio. Aun así, incluso un avance modesto en estos temas ayudará a mejorar la disposición de América Latina y sentará las bases para realizar cambios adicionales.
Washington debería ser capaz de ir más allá en otros temas -- como asistir a América Latina para el manejo de su agenda social y para hacer frente a la ola de violencia, o cambiar el énfasis de sus estrategias antidroga -- . La política hacia Cuba debe revisarse.
Si no se pueden llevar a cabo cambios en las políticas, Washington tendrá que reducir sus expectativas en Latinoamérica y conformarse con una agenda más limitada y menos ambiciosa para el hemisferio. La influencia estadounidense sobre los acontecimientos políticos y económicos en la región seguirá erosionándose -- junto con la voluntad de los gobiernos latinoamericanos para aceptar el liderazgo de Washington o apoyar sus políticas -- . La propia agenda latinoamericana diferirá más y más de la de Washington y se desvanecerán las oportunidades para construir un hemisferio integrado económicamente o para fomentar la cooperación política.
La mayoría de los latinoamericanos está esperando con optimismo la llegada de un nuevo gobierno a Washington. Quieren que las relaciones con Estados Unidos mejoren, pero hoy miran con cautela y desconfianza a ese país. Necesitarán percibir que el nuevo presidente modera su política hacia el Medio Oriente y el resto del mundo. En la región, querrán ver cambios de actitud y de estrategia que demuestren que Washington está listo para reestablecer una asociación sostenida y respetuosa con América Latina -- dispuesta a romper con los viejos hábitos y patrones, a escuchar la opinión de la región y a recurrir a métodos multilaterales y cooperativos -- . El nuevo presidente encontrará que los latinoamericanos están listos para trabajar con un gobierno estadounidense que, a su vez, esté dispuesto a trabajar con ellos.
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