viernes, 1 de mayo de 2009

OBAMA Y LAS AMÉRICAS


Alberto Carnero

El presidente Obama dedicó la semana de la Cumbre Interamericana a Iberoamérica. Su Administración anunció el levantamiento de algunas medidas que suavizan, sin eliminarlo, el embargo a Cuba. Tanto el presidente como la secretaria de Estado reconocieron el fracaso de una política de cincuenta años: no hay libertad en Cuba ni prosperidad para el pueblo cubano. Obama visitó México, donde apoyó los esfuerzos del Gobierno del presidente Calderón en su lucha contra la violencia del narcotráfico. Y concluyó la semana participando en la Cumbre Interamericana de Puerto España (Trinidad y Tobago), donde fue él, y no Hugo Chávez, el verdadero protagonista de la reunión. El estilo amable, la frescura y la delicadeza de Obama han vuelto a cautivar a propios y extraños. Pero sigue sin conocerse un diseño global y coherente de su política exterior. Y, al igual que tras su gira europea, puede haber dudas sobre la efectividad de tanta actividad diplomática. Como él mismo dijo, “la prueba para todos nosotros no son sólo las palabras, sino también los hechos”. Una dura exigencia en momentos de crisis económica internacional y de serios desafíos para la libertad en América Latina.

El proceso de Cumbres Interamericanas nació en la reunión de Miami de 1994, gracias al impulso del presidente Clinton, con un claro modelo político y económico. Tras el derribo del Muro de Berlín y la ola democratizadora en todo el subcontinente de los años 80 y 90 del siglo pasado, en América habían dejado de existir sistemas autoritarios, fueran de corte socialista (Nicaragua) o dictaduras militares (Chile, Argentina). La democracia liberal era la norma general, con la sola excepción de Cuba. Los dirigentes reunidos en Florida propusieron la creación de una gran zona de libertad política e integración comercial para afrontar los desafíos de la pobreza y del atraso. No había un verdadero proyecto alternativo a este gran diseño, salvo el triste, exótico y arrinconado caso de la dictadura castrista. Esa reunión selló un pacto para el desarrollo y la prosperidad, basado en la conservación y el fortalecimiento de “la comunidad de democracias de las Américas”.

El proceso, iniciado con buen pie, continuó. La II Cumbre Interamericana, celebrada en Santiago de Chile en 1998, debatió la creación de un Área de Libre Comercio en las Américas (ALCA). El respeto a los Derechos Humanos y la erradicación de la pobreza fueron parte importante de la agenda de esa reunión. En Québec, en abril de 2001, los presidentes americanos, con el decidido impulso de la entonces reciente Administración Bush, discutieron la elaboración de una Carta para reforzar los instrumentos de la Organización de Estados Americanos en defensa de la democracia. Pese a las reticencias crecientes de Hugo Chávez, la Carta Democrática Interamericana fue aprobada en Lima por los ministros de Asuntos Exteriores precisamente el 11 de septiembre de 2001.

Al tiempo que la furia terrorista derrumbaba las Torres Gemelas y asesinaba a miles de personas, el sistema interamericano reaccionaba afirmando los principios democráticos de las naciones americanas. La IV Cumbre Interamericana, celebrada en la ciudad argentina de Mar del Plata (2005) se celebró en un ambiente de cierta tirantez y con un escenario de creciente división en el continente. La retórica de las declaraciones y discursos, centrados en la creación de empleo y el fortalecimiento de la gobernabilidad democrática, no pudo ocultar las profundas divisiones sobre la realidad estratégica internacional y sobre dos modelos políticos alternativos para América. El populismo había avanzado en la región y no era sólo una peculiaridad venezolana. La Cumbre Interamericana de Puerto España es la primera a la que asiste el presidente Obama. Antes de llegar a la isla de Trinidad, Obama visitó México. Allí hizo público el apoyo de los Estados Unidos a la lucha contra la delincuencia del narcotráfico que con enorme valentía y decisión ha empeñado el presidente Calderón. Pero no se comprometió a impulsar el restablecimiento de la prohibición de venta libre de armas de asalto, en especial en los Estados fronterizos, que reclaman los mexicanos. La buena noticia es que Obama parece haber olvidado su anuncio electoral de revisar las provisiones medioambientales y laborales del NAFTA, una decisión que alentaría medidas proteccionistas en los Estados Unidos.

Casi al mismo tiempo Obama hizo gestos hacia Cuba. El Gobierno de los Estados Unidos anunció el levantamiento de las restricciones sobre viajes de familiares y sobre el envío de remesas por los cubano-americanos a Cuba. También se incluyeron la autorización por parte de los Estados Unidos para que las empresas de telecomunicación operen en la isla y el relajamiento de las restricciones para el envío de regalos y determinados productos que ahora podrán ser exportados. Obama no ha exigido contrapartida alguna por esta suavización del embargo. Ha habido un significativo intercambio de declaraciones entre la Administración Obama y las autoridades castristas. La secretaria de Estado, Hillary Clinton, y el propio presidente reconocieron el fracaso de una política que dura cincuenta años: el pueblo cubano no es libre y la prosperidad económica es un sueño lejano.

Raúl Castro se vio obligado a reaccionar. “Estamos dispuestos a discutir sobre todo, Derechos Humanos, libertad de expresión, presos políticos, todo, todo de lo que ellos quieran hablar, pero como iguales”, dijo. Los gestos de Obama le descolocaban. De su hermano mayor ha aprendido que necesita el embargo para aferrarse al poder. La consigna parece ser ahora “ni una mala palabra, ni una buena acción”. Por si acaso, el mayor de los Castro se ha apresurado a escribir que Obama malinterpretó las palabras de su hermano menor. Como viene siendo habitual, una expectación digna de una estrella de Hollywood rodeó la llegada de Obama a la reunión con sus colegas americanos. No defraudó. Se esperaba un nuevo tono y un nuevo mensaje de Washington en su política hemisférica.

Lo cierto es que la realidad de América es muy distinta a la de 1994 o incluso a la de 2001. Cuba sigue siendo un baldón democrático. Pero no es la única realidad preocupante. El populismo ha avanzado con fuerza desde el comienzo del siglo, con su epicentro en la revolución bolivariana de Venezuela. Chávez ha mostrado con eficacia en estos años su afán de expansión e injerencia, alimentado por los ingentes recursos petrolíferos manejados sin control alguno. Otras naciones han seguido el camino de Venezuela: Bolivia, Ecuador, Nicaragua, quizás Paraguay. El problema no es el ascenso de la izquierda al poder, como ha ocurrido con toda normalidad en Chile o Brasil de acuerdo con la libre decisión del electorado, expresada gracias a normas democráticas. El problema es que el populista inicia nada más llegar al poder un proceso de involución democrática.

El patrón es siempre el mismo: desgaste previo de las instituciones democráticas; una vez ganadas la elecciones, comienza un proceso de revisión constitucional que desvirtúa las instituciones democráticas; el caudillo concentra el poder y se erige en portavoz exclusivo del pueblo; la oposición y los sectores de la sociedad “no afectos” empiezan a ser hostigados por todos los medios posibles; una retórica agresiva polariza la sociedad; los recursos públicos se ponen al servicio de un proyecto político excluyente… Las razones del avance de este preocupante fenómeno son varias. A la debilidad de las instituciones democráticas en varios países, incluyendo los partidos políticos, se unieron fenómenos graves de corrupción que minaron los fundamentos del sistema democrático. Pero ninguna de esas razones justifica los retrocesos en las libertades que sufren los países que han sido presa de los populistas. En el contexto global, los ataques terroristas del 11-S y sus consecuencias estratégicas desviaron la atención de los Estados Unidos hacia la región. Chávez vio la ocasión de avanzar un proyecto alternativo al de la democracia liberal: el socialismo del siglo XXI, para el que venía trabajando desde sus tiempos de militar golpista. Lo cierto es que desde hace unos años la libertad política y la integración económica han retrocedido en el hemisferio.

En Venezuela, la “revolución bolivariana” se ha saldado con un claro deterioro de las libertades: la libertad de prensa es violada sistemáticamente; la oposición política es acosada; las elecciones se celebran sin garantías plenas; el poder hostiga a los centros de la sociedad que no se pliegan a sus designios. El modelo parece replicarse en otros países de la región. Diez años después de la Cumbre de Miami nació políticamente la alternativa a la “comunidad de democracias de las Américas” que entonces se vislumbró.

En 2004 Fidel Castro y Hugo Chávez firmaron en La Habana la Alternativa Bolivariana para América Latina y el Caribe (ALBA). El 29 de abril de 2006 se sumó al acuerdo Bolivia. Posteriormente se incorporaron Dominica, San Vicente y las Granadinas, Honduras y Nicaragua. Ecuador y Paraguay, que no son parte formalmente del ALBA, sí han acudido a la cumbre del ALBA previa a reunión interamericana de Puerto España que Hugo Chávez convocó en Cumaná. “La artillería nuestra se está preparando”, resumió gráficamente el caudillo venezolano.

Ésa es la alternativa al proyecto de democracia liberal, apertura económica e integración comercial que nació en Miami en 1994. Obama es consciente de que el mayor riesgo para la región no es la Cuba de Castro, sino la revolución bolivariana que promueve Hugo Chávez. Ha tenido la habilidad política de evitar el enfrentamiento directo y de dar una imagen de apertura al diálogo y la cooperación. Pero estos gestos no conjuran el peligro que para la democracia y la libertad de muchos países de América supone el proyecto chavista. Obama tampoco ha desvelado las líneas maestras de su política exterior hacia el resto de América para afrontar los grandes retos del continente. En mi opinión, esos retos son tres: seguridad, economía y lucha contra la pobreza, y libertades democráticas y Estado de Derecho.

La seguridad

Iberoamérica es una de las regiones más violentas de la Tierra. La violencia de todo tipo causa un daño humano inaceptable y pérdidas económicas cuantiosas en muchos países de la región. La inseguridad llega, en algunos casos, a poner en riesgo la estabilidad de las propias instituciones democráticas. En México las mafias del narcotráfico han generado una violencia de una virulencia extrema. La Administración del presidente Calderón les está haciendo frente con determinación y coraje político admirables. En Centroamérica las bandas organizadas o maras son una de las mayores amenazas a la estabilidad de esos países.

En Colombia, el terrorismo de las FARC, del ELN o de los grupos paramilitares puso en graves aprietos a la institucionalidad democrática. La política de seguridad democrática del presidente Uribe ha dado frutos muy notables en pocos años. El apoyo, refugio y financiación que las FARC, un grupo terrorista según la Unión Europea y los Estados Unidos, recibe de algunos países es absolutamente inaceptable. Tras diez años de revolución bolivariana en Venezuela la violencia ha aumentado de forma espectacular. Entre 1998 y 2005 los homicidios han aumentado un 128%; las muertes en enfrentamiento, un 253% y los secuestros, un 426%. En 2004, según el CICPC, hubo 9.719 homicidios. En Perú el avivamiento de los rescoldos de Sendero Luminoso y sus posibles conexiones con narcotraficantes es un fenómeno reciente y grave. La inseguridad y la violencia son preocupaciones máximas de los ciudadanos en Argentina y en los grandes núcleos urbanos de Brasil.

Pero no es sólo eso. A escala internacional, Chávez ha establecido una estrategia de contactos y colaboración con potencias extrarregionales y con regímenes poco recomendables. Venezuela ha celebrado con Rusia maniobras conjuntas en el Caribe. La alianza con Irán es manifiesta. Sus manifestaciones de apoyo a grupos terroristas como Hizbollah y Hamás son más que preocupantes. Y la reciente declaración del caudillo venezolano sobre las FARC (“no soy su aliado ni su protector y tampoco su enemigo”) denota su ambigua actitud, por decirlo de la forma más suave posible, con grupos terroristas que pretenden acabar con la democracia colombiana.

La economía y la lucha contra la pobreza

Iberoamérica tiene pendiente insertarse plenamente como región en la economía globalizada y en el grupo de países desarrollados económicamente. La ola de populismo en Iberoamérica ha podido crecer gracias a los altos precios del petróleo y a los ingentes ingresos que generaba, manejados con criterios “revolucionarios” y sin ningún control por el caudillo venezolano. Pero la política económica del populismo lleva al mismo fracaso del socialismo real que vimos en Europa en el siglo XX o que pone de manifiesto la realidad cotidiana de Cuba.

Por fortuna hay países que han elegido otra vía: la vía de la seguridad jurídica, la apertura al exterior, la responsabilidad presupuestaria, el fomento de las inversiones. Los resultados han sido palpables, en especial en la disminución de la pobreza. Hay un vértice Pacífico que, desde México, pasa por El Salvador, Panamá, Colombia y Perú y llega hasta Chile, que ha elegido la economía libre con resultados notables. Brasil está también en esta opción. Pero la crisis internacional pasará factura a toda la región y hay que evitar que la primera víctima sea la estabilidad institucional y que se penalice a los países que han realizado un esfuerzo de apertura y modernización. Es estos momentos es más necesario que nunca evitar el error del proteccionismo.

Las libertades democráticas y el Estado de Derecho

La democracia sigue siendo predominante en Iberoamérica. No obstante, las instituciones democráticas necesitan reforzarse en casi todos los países de la región. Cuba sigue siendo una vergonzosa y trasnochada excepción. Pero, a diferencia de 1994, cuando se celebró en Miami la primera Cumbre Interamericana, hay un proyecto político regional que aspira a sustituir los regímenes basados en la democracia, la libertad y el respeto a los derechos y libertades de las personas. No ver esta realidad tendría consecuencias nefastas para Iberoamérica y para todo el continente.

La experiencia histórica muestra que cada vez que a Iberoamérica se le ha negado, por parte de las grandes naciones democráticas, la atención política y diplomática que merece la libertad y la prosperidad han retrocedido en la región. Hoy más que nunca es necesario recuperar la cooperación entre todas las naciones que se basan en los principios de la libertad para consolidar la democracia a escala hemisférica. Obama se encuentra con esta realidad, compleja, difícil y cambiante.

Sus primeras decisiones han despertado grandes esperanzas. Pero es necesario concretar objetivos y darles forma de política exterior. No podrá contentar a todo el mundo. Habrá que elegir entre caer en la trampa del proteccionismo o impulsar el libre comercio. La seguridad y la estabilidad de los países de América, amenazadas por grupos terroristas o por la delincuencia organizada, exigen una cooperación cada vez más estrecha y la adopción de medidas eficaces. La transición a la democracia en Cuba es una meta irrenunciable, aunque se pueda discrepar sobre los medios para acelerarla. No es admisible que la democracia, la libertad y el Estado de Derecho desaparezcan de otras naciones americanas.

El encanto de Obama hace difícil que los enemigos de la libertad en América lo critiquen. Pero no nos engañemos. Hay quien quiere destruir lo que ha hecho posible que Barack Obama sea una referencia mundial y el presidente de los Estados Unidos: la democracia, el Estado de Derecho, la libertad de prensa, la justicia independiente, la superación de los traumas históricos con la reconciliación, la mirada al futuro. No vivimos tiempos fáciles. Los problemas siguen ahí. Obama tiene una gran responsabilidad. Todos los que aspiramos a que Iberoamérica sea una referencia de democracia, libertad y progreso económico esperamos que Obama acierte con su política y que sea perseverante y firme en su aplicación.

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