José Luis Machinea
América Latina sufrirá la escasez del crédito al sector privado y el empeoramiento de su cuenta corriente, entre otros efectos, a causa de la crisis financiera. ¿Qué países de la región están mejor preparados para afrontar este temporal? Aquellos que hayan sabido ahorrar en época de bonanza.
¿Será recordada esta crisis por la magnitud de la caída del producto y el aumento del desempleo a escala global? Todo hace pensar que no será el caso, porque después de innumerables decisiones desacertadas y de ausencia de coordinación se ha recuperado el buen juicio, al menos entre varios de los actores principales. Era necesario tomar decisiones inéditas, con una fuerte intervención y recursos públicos, del estilo de las que se han adoptado. Más allá del conjunto extraordinario de medidas para resolver los problemas de liquidez, la posibilidad de que el sector público capitalice los bancos mediante la compra de sus acciones es clave. Si este paquete de ayuda, en la medida en que se ponga en marcha rápidamente y de forma global, no soluciona el problema, será difícil pensar en cómo se resolverá la crisis.
Suponiendo que el paquete de ayuda se implemente adecuadamente es muy probable que se evite el colapso de la economía mundial. Lo que no se podrá evitar es una recesión moderada en el mundo desarrollado -que puede ser más moderada con un cierto activismo fiscal. En ese contexto cabe preguntarse cual será el impacto en América Latina. En primer lugar, menor del que estamos acostumbrados a ver, como consecuencia de una mejor situación fiscal y de cuenta corriente. En segundo lugar, habrá impactos vía el canal real y el financiero. El canal real operará a vía un descenso de las exportaciones a los países más ricos (que afectará en especial a los productos industriales) y menos remesas de inmigrantes. Ambos factores tendrán un impacto mayor en México y América Central. Además, los menores precios de las materias primas, al menos respecto de los niveles del primer semestre de 2008, tendrán repercusiones negativas, sobre todo para los países de Suramérica.
Otro es el canal financiero. En un mundo en el que, en el mejor de los casos, se reducirá la incertidumbre, pero donde la volatilidad seguirá siendo considerable, los países de América Latina tendrán dificultades para financiarse. Aunque la región evite crisis financieras como las del pasado reciente, los Estados que no han sabido ahorrar en las épocas buenas son los que se encontrarán con más dificultades.
Sin embargo, quizá la situación financiera más complicada sea la del sector privado. Por un lado, la volatilidad afectará a las empresas latinoamericanas endeudadas en el exterior. A diferencia de lo que ocurra en el Norte, de la mano de las medidas adoptadas para intentar restablecer el crédito, el mercado de capitales de los países de la región no tendrá capacidad para financiar esas compañías. Por su parte, los bancos locales tendrán restringido su financiamiento y los extranjeros no van a dar prioridad a esta región en un contexto de relativa falta de liquidez. Por otro lado, las pequeñas y medianas empresas son las que más sufrirán el impacto, salvo que los gobiernos puedan establecer líneas especiales o que los bancos públicos (esos mismos que, desde el Norte, en su momento se insistió en que había que privatizar) puedan poner en funcionamiento paquetes específicos.
A esos impactos se le debe agregar que la devaluación operada en las monedas de la región puede agravar la aceleración inflacionaria asociada con el aumento del precio de los alimentos y de la energía de los últimos meses, aunque este problema posiblemente sea secundario en relación con la desaceleración del ritmo de crecimiento. En fin, un sector público con demasiadas demandas: aumento del precio de los alimentos, empeoramiento de la situación de la cuenta corriente, escasez del crédito al sector privado y aceleración de la inflación. ¿Se ha ahorrado lo suficiente para hacer frente a todos estos problemas? El tiempo lo dirá, pero aunque la región posiblemente no haya sido tan previsora, es justo reconocer que nadie esperaba una crisis de esta magnitud.
América Latina sufrirá la escasez del crédito al sector privado y el empeoramiento de su cuenta corriente, entre otros efectos, a causa de la crisis financiera. ¿Qué países de la región están mejor preparados para afrontar este temporal? Aquellos que hayan sabido ahorrar en época de bonanza.
¿Será recordada esta crisis por la magnitud de la caída del producto y el aumento del desempleo a escala global? Todo hace pensar que no será el caso, porque después de innumerables decisiones desacertadas y de ausencia de coordinación se ha recuperado el buen juicio, al menos entre varios de los actores principales. Era necesario tomar decisiones inéditas, con una fuerte intervención y recursos públicos, del estilo de las que se han adoptado. Más allá del conjunto extraordinario de medidas para resolver los problemas de liquidez, la posibilidad de que el sector público capitalice los bancos mediante la compra de sus acciones es clave. Si este paquete de ayuda, en la medida en que se ponga en marcha rápidamente y de forma global, no soluciona el problema, será difícil pensar en cómo se resolverá la crisis.
Suponiendo que el paquete de ayuda se implemente adecuadamente es muy probable que se evite el colapso de la economía mundial. Lo que no se podrá evitar es una recesión moderada en el mundo desarrollado -que puede ser más moderada con un cierto activismo fiscal. En ese contexto cabe preguntarse cual será el impacto en América Latina. En primer lugar, menor del que estamos acostumbrados a ver, como consecuencia de una mejor situación fiscal y de cuenta corriente. En segundo lugar, habrá impactos vía el canal real y el financiero. El canal real operará a vía un descenso de las exportaciones a los países más ricos (que afectará en especial a los productos industriales) y menos remesas de inmigrantes. Ambos factores tendrán un impacto mayor en México y América Central. Además, los menores precios de las materias primas, al menos respecto de los niveles del primer semestre de 2008, tendrán repercusiones negativas, sobre todo para los países de Suramérica.
Otro es el canal financiero. En un mundo en el que, en el mejor de los casos, se reducirá la incertidumbre, pero donde la volatilidad seguirá siendo considerable, los países de América Latina tendrán dificultades para financiarse. Aunque la región evite crisis financieras como las del pasado reciente, los Estados que no han sabido ahorrar en las épocas buenas son los que se encontrarán con más dificultades.
Sin embargo, quizá la situación financiera más complicada sea la del sector privado. Por un lado, la volatilidad afectará a las empresas latinoamericanas endeudadas en el exterior. A diferencia de lo que ocurra en el Norte, de la mano de las medidas adoptadas para intentar restablecer el crédito, el mercado de capitales de los países de la región no tendrá capacidad para financiar esas compañías. Por su parte, los bancos locales tendrán restringido su financiamiento y los extranjeros no van a dar prioridad a esta región en un contexto de relativa falta de liquidez. Por otro lado, las pequeñas y medianas empresas son las que más sufrirán el impacto, salvo que los gobiernos puedan establecer líneas especiales o que los bancos públicos (esos mismos que, desde el Norte, en su momento se insistió en que había que privatizar) puedan poner en funcionamiento paquetes específicos.
A esos impactos se le debe agregar que la devaluación operada en las monedas de la región puede agravar la aceleración inflacionaria asociada con el aumento del precio de los alimentos y de la energía de los últimos meses, aunque este problema posiblemente sea secundario en relación con la desaceleración del ritmo de crecimiento. En fin, un sector público con demasiadas demandas: aumento del precio de los alimentos, empeoramiento de la situación de la cuenta corriente, escasez del crédito al sector privado y aceleración de la inflación. ¿Se ha ahorrado lo suficiente para hacer frente a todos estos problemas? El tiempo lo dirá, pero aunque la región posiblemente no haya sido tan previsora, es justo reconocer que nadie esperaba una crisis de esta magnitud.
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