domingo, 15 de noviembre de 2009

EL RELEVO MINISTERIAL EN LA POLÍTICA COLOMBIANA DE SEGURIDAD Y DEFENSA: ¿NUEVA AGENDA?, ¿NUEVAS AMENAZAS?


Vicente Torrijos R.

Faltando sólo un año para que termine el segundo gobierno del presidente Álvaro Uribe, la renuncia del ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, quien se prepara para una eventual candidatura presidencial en Colombia, ha abierto el debate sobre la continuidad o cambio en la Política de Defensa y Seguridad Democrática (PDSD) que le toca decidir a su sucesor Gabriel Silva, justo cuando el país -y la región- viven un momento de alto contenido estratégico, especialmente en lo relacionado con la sostenibilidad de esa política, la consolidación de la ofensiva contra las organizaciones armadas ilegales tanto tradicionales como mutantes, la estabilidad transfronteriza y el clima intraorganizacional de las Fuerzas Armadas, afectado por una serie de investigaciones sobre conductas impropias.

Quizá como pocas veces antes durante los últimos siete años, el cargo de ministro de Defensa Nacional ha sido uno de los más emblemáticos e importantes. A fin de cuentas, a ese Ministerio le corresponde la gestión y orientación de la Política de Defensa y Seguridad Democrática (PDSD), una política que ha sido la bandera del programa del presidente Álvaro Uribe Vélez.[1] El período del último ministro, Juan Manuel Santos, coincidió con el comienzo de la cosecha de los esfuerzos acumulados desde el acceso al poder del presidente Uribe en 2002, sobre todo en materia de contención y neutralización de la amenaza que encarnan las organizaciones armadas ilegales.

Una serie de golpes estratégicos fueron asestados a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), al Ejército de Liberación Nacional (ELN) e, incluso, a las bandas criminales emergentes, tanto las que nunca se acogieron al proceso de negociación y reinserción como aquellas que mutaron para ponerse al servicio del narcotráfico o a las que se reciclaron poniéndose al servicio de cualquiera de las anteriores. Entre tales golpes estratégicos destaca la Operación Fénix, en la que se eliminó a uno de los principales miembros del Secretariado de las FARC, Raúl Reyes, en territorio ecuatoriano, y la memorable Operación Jaque que condujo al rescate de la ex candidata presidencial Íngrid Betancourt y 14 secuestrados -entre ellos varios militares y tres contratistas norteamericanos- que llevaban años sometidos a cautiverio por las FARC.

Cabe decir, sin embargo, que a pesar de estos impactantes logros, la PDSD también ha incurrido en costos que deben tenerse en cuenta en la medida en que asuntos como los "falsos positivos" (ejecuciones extrajudiciales), han revelado un fallo en la aplicación de algunos medios para obtener los fines establecidos. Al balance anterior hay que sumar, además, algunos retos de seguridad pendientes o cuestiones que pasaron a segundo plano por la priorización tajante que identificó al saliente ministro y entre los cuales cabe destacar el aumento de la sensación de inseguridad en algunas grandes ciudades durante los últimos años como consecuencia -entre otras razones- de las fuertes oleadas de desplazados por la violencia.

Con la salida del ministro Santos, cuidadosamente sincronizada con las dinámicas políticas internas -tanto en un probable escenario de nueva reelección de Uribe, como en uno sin ella-, la vacante generada en el cargo planteaba ya desde mayo del 2009 una serie de interrogantes relacionados no sólo con el perfil político-administrativo de su sucesor, Gabriel Silva Luján, sino con la agenda que éste deberá desarrollar y que, en principio, debe tener como horizonte temporal el 7 de agosto de 2010 cuando termina formalmente el segundo período presidencial de Álvaro Uribe.

El perfil del nuevo ministro

Una de las lecciones aprendidas con el paso del ministro Santos por el despacho de Defensa tiene que ver con el perfil que debe tener un cargo cardinal y por lo mismo controvertido, sobre todo en la actual etapa de evolución de la dinámica de seguridad y defensa nacionales, tanto en relación con las amenazas internas como externas.

Resulta importante señalar en ese sentido que, a pesar del corto horizonte temporal con el que cuenta inicialmente, el nuevo ministro, Gabriel Silva Luján, tendrá que dejar claro que goza de la mayor envergadura política posible. Tras haberse desempeñado como asesor presidencial con Cesar Gaviria, participado en la elaboración de políticas contra la violencia y el narcotráfico y representado a su país como embajador en EEUU se apartó de la vida pública para ejercer durante casi una década como presidente del influyente gremio cafetero. Sin embargo, una amplia corriente de opinión considera que en Colombia ya no se requiere un administrador o un gerente para el sector de Defensa, como en otros momentos, sino un verdadero equilibrista político, con suficiente liquidez personal y ascendiente sobre importantes sectores sociales y, sobre todo, con un capital político propio que le permita actuar como "fusible" en situaciones de crisis, sin desgastarse ni comprometer el capital político del Gobierno en su conjunto.

Al mismo tiempo, el nuevo ministro tendrá que exhibir una serie de herramientas personales, conceptuales y diplomáticas para la proyección internacional que hoy por hoy la gestión de ese despacho conlleva. La prioridad de los objetivos de la PDSD en la agenda colombiana ha llevado recurrentemente a tensiones diplomáticas con los países del entorno y a tensiones institucionales entre el ministerio de Defensa y la Cancillería debido a que en Colombia existe una Diplomacia de Defensa expansiva que tiende a abarcar todo y en función de la cual giran casi todos los aparatos del Estado. Una situación que reflejó esta tensión se presentó en marzo del 2009 cuando el saliente ministro Santos afirmó con respecto a la operación militar colombiana en territorio ecuatoriano desarrollada un año atrás, que "golpear a terroristas que sistemáticamente están atentando contra la población de un país, así estos no se encuentren dentro de su territorio, es un acto de legítima defensa y una doctrina cada vez más aceptada por el derecho internacional".[2] De inmediato, el ministro de Exteriores mostró su malestar por considerar abusiva la declaración en la medida en que ignoraba las funciones de cada cartera ministerial y, además, se apelaba a principios universales de manera acomodaticia.

Así que el nuevo equipo ministerial, empezando por el propio jefe de la Cartera, tendrá que mostrar elevadas capacidades negociadoras a escala internacional, no sólo para no crear tensiones interministeriales en Colombia, sino para prevenir tensiones adicionales en un vecindario turbulento, muy marcado por los altibajos (crisis-normalización-crisis) con gobiernos afiliados a la Alianza Bolivariana para las Américas -como Venezuela, Ecuador y Nicaragua- con los que no resultará fácil mantener buenas relaciones al mismo tiempo que se formulan denuncias y fijan posiciones contundentes en relación con los intereses de la defensa nacional. La gira de agosto de 2009 del presidente Uribe acompañado del ministro de Exteriores Jaime Bermúdez por varios países de la región para explicar el uso estadounidense de bases militares en territorio colombiano es un ejercicio de diplomacia pública que tanto los anteriores como el nuevo ministro deberán repetir en el futuro.

La agenda ministerial

El nuevo ministro de Defensa tendrá que concentrar sus energías (con independencia de los vaivenes políticos electorales) en, por lo menos, tres aspectos fundamentales:

(1) La sostenibilidad financiera de la PDSD, lo cual tiene que ver tanto con la búsqueda de fuentes propias y permanentes de financiamiento (por vía tributaria, por ejemplo), como con la gestión de recursos externos a mediano plazo (con el fin de dejarlos de una vez comprometidos hacia el futuro, y con independencia de la administración siguiente). De hecho, en este campo se espera que el Congreso norteamericano avance en la aprobación de recursos para el mantenimiento de las acciones que fortalecen la Política de Defensa puesto que, para 2010, se ha propuesto en el Senado la entrega de 509 millones de dólares, al tiempo que en la Cámara se habla de 520 millones adicionales.

Y aunque ya el Gobierno colombiano ha convertido el impuesto transitorio al patrimonio para garantizar la seguridad y la defensa en permanente a mediados de julio de 2009, y aunque el Congreso de EEUU ha aprobado ya las partidas correspondientes al Plan Colombia para este último tramo, no hay duda de que la sistematización del gasto en defensa, la orientación del gasto militar y el ordenamiento de cuentas durante el período de transición hacia el nuevo Gobierno (2010-2014) serán definitivos a la hora de establecer cuán lejos puede llegar la PDSD. A diferencia del período anterior, cuando la prioridad de la seguridad en la agenda del gasto era indiscutible y no hubo oposición alguna al establecimiento del "impuesto de guerra" de manera permanente ahora los ciudadanos sólo respaldarán ("relegitimarán") las inversiones en la PDSD si perciben un compromiso real en materia de rendición de cuentas y focalización de los recursos.

(2) La validación de la PDSD por su eficacia, justo en un momento de crítica aguda por parte de la oposición. Eso significa que, cualquiera que sea el escenario que a la postre se configure, la PDSD del presidente Uribe ocupará un lugar protagónico en el debate electoral de 2010 y, por lo tanto, estará sometida a un bombardeo permanente de interrogantes y dudas orientado, principalmente, a cuestionar su pertinencia y la profundidad del impacto que, realmente, ha podido generar en las condiciones de seguridad del país. Tal impacto podría evaluarse en el debate electoral por medio del análisis de los logros por alcanzar expuestos en los dos planes de desarrollo del Gobierno Uribe: "Hacia un Estado comunitario" y "Estado comunitario: desarrollo para todos", referentes, principalmente, al fortalecimiento de los aparatos de seguridad estatales, la inclusión de minorías étnicas en los procesos democráticos y la implementación de un sistema judicial y penal que responda a las demandas de la población colombiana.

La campaña electoral convertirá a la PDSD en el instrumento para medir hasta dónde ha sido posible la depuración institucional en medio de enormes tensiones políticas generadas por los nexos de buena parte de la clase política con las organizaciones armadas ilegales (tanto de extrema derecha como de extrema izquierda) o por las elecciones que se avecinan para la renovación del Congreso colombiano. Por otra parte, y así como las precandidaturas oficialistas a la Presidencia basan su fortaleza en la continuidad de la PDSD, todas las fuerzas de oposición en Colombia basan su discurso, más que en la respuesta asumida por el Gobierno frente a la crisis económica global, en las disfunciones que la PDSD ha exhibido, sobre todo, en lo relacionado con la interceptación ilegal de conversaciones, los seguimientos ilegales a miembros de partidos políticos o las Altas Cortes, y las ejecuciones extrajudiciales promovidas por algunos oficiales de la Fuerza Pública para mejorar sus calificaciones personales en la lucha contra la subversión.

Con varios relatores de Naciones Unidas en territorio colombiano, y con evidentes condicionamientos en materia de derechos humanos para lograr la aprobación de los tratados de libre comercio (con los EEUU, la UE y Canadá), el Gobierno y su coalición hacen esfuerzos visibles por destacar la necesidad de convertir a la PDSD en una verdadera política de Estado que trascienda las tendencias partidistas, pero, al mismo tiempo, recibe un alud de presiones por reorientar sus procedimientos y mecanismos de acción.


(3) La liquidación definitiva de algunas fuentes de perturbación del clima de defensa, lo que se refiere, concretamente, a la superación de los escándalos desatados durante el último año por cuenta de asuntos como los llamados "falsos positivos" (las mencionadas ejecuciones extrajudiciales) y otras irregularidades, especialmente nocivas en materia de derechos humanos que se relacionan con demandas más amplias de la población. En efecto, el Gobierno ha tenido que sortear dificultades muy agudas con los pueblos indígenas, principalmente los ubicados al suroeste, que sometieron durante varios meses al propio presidente a un desgaste incesante y al sistema político a duras pruebas mediante el bloqueo de carreteras y poblaciones, o marchas sobre ciudades principales, incluyendo la propia capital de la República. Asimismo, en un clima social marcado por paros y protestas de diversos sectores clave en el funcionamiento del sistema social (desde transportadores a fiscales), la PDSD ha tenido que ir ajustándose a las necesidades propias de un país que se encuentra sometido a un complejo conflicto irregular e intraestatal que, por sus efectos, compromete en todo caso a varios países del hemisferio.

Los retos organizacionales

Además de los retos políticos señalados, el nuevo equipo ministerial encargado de gestionar el último año del programa vigente y de elaborar la transición a lo que será el nuevo esquema de Seguridad y Defensa en Colombia, tendrá que abordar una agenda intraorganizacional muy delicada, orientada a optimizar los recursos del sector de Defensa en diversos ámbitos altamente sensibles. En este sentido, cabe identificar al menos tres áreas en las que, durante esta fase de transición estratégica, resulta prioritaria la intervención del jefe de la cartera de Defensa, no sólo como orientador y responsable político, sino como administrador y gerente del sector (bajo la instrucción y orientación del presidente de la República, y con el apoyo y consejo del conjunto de altos oficiales de la Fuerza Pública).

En primer lugar, la consolidación del proceso de reforma a la educación y la formación de los miembros de la Fuerza Pública, con el fin de adecuarla a las nuevas condiciones políticas nacionales, regionales y globales, y especialmente para afrontar los desafíos inherentes al escenario "post victoria" y a las eventuales transformaciones y mutaciones de una amenaza que es al mismo tiempo interna y externa. En este sentido, se hace fundamental la cooperación con EEUU -que, si bien genera tensiones en el vecindario, resulta imprescindible para contener los nexos cada vez más evidentes entre la Alianza Bolivariana (ALBA) y las FARC-, se consolida efectivamente a través de acuerdos complementarios de cooperación para el uso de las bases militares colombianas de Malambo, Palanquero, Apiay, Tolemaida, Larandia y Bahía Málaga, con las que se cubre estratégicamente todo el arco orinoco-amazónico que se extiende desde las llanuras fronterizas con Venezuela hasta las montañas andinas de la frontera con Ecuador, pasando por las selvas que se comparten con Brasil y Perú.

Después, la profundización del proceso de mejoramiento técnico, tecnológico y logístico de la Fuerza Pública, mediante la continuación y escalamiento del proceso de modernización y adaptación de los recursos disponibles, teniendo presentes los nuevos desafíos que se derivan de las tendencias del entorno vecinal latinoamericano y de las adaptaciones y transformaciones que han experimentado las organizaciones armadas ilegales (FARC y ELN) y las bandas criminales emergentes (BACRIM) que, como las denominadas "Águilas Negras", son herederas de las antiguas autodefensas y, aunque de menor calado que las anteriores, gozan de un elevado potencial de crecimiento. En cualquier caso, el intercambio constante de información de inteligencia con EEUU, y el fortalecimiento de la inteligencia nacional por medio de la difusión de las estrategias utilizadas anteriormente para alcanzar éxitos como los obtenidos con la operación Jaque, permitirán un afianzamiento respecto de la habilidad para defender los intereses nacionales sin ceder a las amenazas provenientes del escenario hostil planteado por los países de la ya citada Alianza Bolivariana, es decir, Venezuela, Ecuador y Nicaragua, y sus conexiones con las guerrillas de izquierda a las que ya se aludió anteriormente.

Así las cosas, el elevado gasto militar, los avances propios en tecnología para la lucha contrainsurgente, la reorganización de algunos frentes de trabajo en materia de inteligencia estratégica, la adquisición de nuevos equipos y materiales, y el nivel de cooperación con agencias extranjeras y con gobiernos que facilitan la tarea antiterrorista, copan la atención cotidiana de un equipo que en medio de tantas agitaciones debe planear cuidadosamente las líneas maestras de actuación en materia de secuestros de personal de las Fuerzas Armadas, elevado número de víctimas de minas antipersona y la protección de una de las infraestructuras críticas más vulnerables del hemisferio.

En tercer lugar, el reto probablemente más importante será adaptar la estrategia organizacional a una amenaza asimétrica en constante mutación y que encuentra apoyos externos, diseñando e implementando una estrategia integral de anticipación tanto del Estado como de los miembros de la Fuerza Pública. Al operar en red, articulando actores no gubernamentales, pero también de naturaleza gubernamental, las agrupaciones antisistémicas sobreviven gracias al apoyo que reciben desde el exterior y la oxigenación política que les ofrecen diferentes colectivos sociales ideológicamente afines, todo ello en el marco de una refinada coreografía tendiente a convertir a las FARC y al ELN, concretamente, en los factores determinantes de la política colombiana (en la medida en que de ellos dependería la paz en Colombia si se inclinan por una opción dialogante, negociadora y reconciliadora). Ejemplo de esto fue la denuncia realizada por la inteligencia colombiana al encontrar nexos entre el ex ministro de Defensa ecuatoriano, Marcelo Larrea, y el ex colaborador del Gobierno José Ignacio Chauvín con las FARC, o los videos en que la propia comandancia guerrillera informa del apoyo económico a la campaña electoral del presidente Correa del Ecuador, o, por otra parte, la incautación de misiles tierra-aire que, vendidos por Suecia al Gobierno venezolano, les fueron incautados a las FARC en territorio colombiano.

La respuesta organizacional debe tener en cuenta que, además del apoyo recibido desde el exterior, tanto la amenaza asimétrica en Colombia como todas las organizaciones criminales asociadas a ella son altamente creativas, ingeniosas y adaptativas, de tal modo que seguirán siendo una amenaza renovada para la estabilidad democrática en el área. En tal sentido, las amenazas múltiples en Colombia han pasado a ser también multidimensionales (político-militares, internas-externas, gubernamentales-no gubernamentales, tradicionales-mutantes) y, gozando como gozan de los vínculos con el crimen organizado (y el narcotráfico), exigirán a la PDSD ajustes que vayan más allá del concepto de "consolidación" en el que se venía moviendo para pasar al de "anticipación" o "evolución" estratégica.

Conclusiones

En la delicada coyuntura conflictiva que vive Colombia, el nuevo equipo ministerial de Gabriel Silva -que atenderá la fase de transición estratégica hacia el nuevo Gobierno de 2010- tendrá que ajustar la Política de Defensa y Seguridad Democrática de acuerdo con una serie de exigencias entre las que se destacan su sostenibilidad financiera, su validación política en medio del debate electoral que se avecina, el saneamiento en relación con algunos episodios complejos que han amenazado recientemente la legitimidad adquirida y acumulada por los operadores de seguridad y defensa del Estado y la alta capacidad adaptativa o la mutación de las amenazas asimétricas.

Dicho de otro modo, eso significa, por un lado, la terminación del proceso de reforma de la educación militar, con el fin de generar una masa crítica de oficiales no sólo preparados para asumir sus responsabilidades en el campo de batalla, sino para desempeñar un papel social y político más intenso, menos fracturado y más integrado con la sociedad en su conjunto.

En segundo lugar, la adecuación de los recursos disponibles para afrontar no tanto el idealizado escenario "post victoria", sino la mutación de las amenazas y la emergencia de un escenario de defensa no necesariamente ofensivo pero sí claramente hostil en que las características internas o externas de la amenaza se funden.

Y por último, la implementación de una estrategia que cree condiciones óptimas (desde la prevención y la anticipación, pero también en términos reactivos), para la seguridad no sólo del Estado sino de los miembros de la Fuerza Pública frente a una eventual avalancha de demandas y denuncias, especialmente ante instancias internacionales, mediante las cuales las organizaciones armadas ilegales pretenderán compensar, en la tribuna de los medios y los estrados judiciales, su innegable debilitamiento militar.

Notas:

[1] Para la PDSD, véase http://www.presidencia.gov.co/seguridad_democratica.pdf.

[2] http://www.hacer.org/report/2009/03/opinion-soberania-vs-legitima-defensa.html.

EL CONFLICTO DE LA AMAZONÍA: BIODIVERSIDAD, COMUNIDADES NATIVAS Y DESARROLLO SOSTENIBLE


Luis Esteban González Manrique

En 2008, el gobierno de García aprobó la llamada “ley de la selva”, que habría facilitado presionar a las comunidades para que vendieran sus tierras a compañías petroleras. Los decretos, rechazados por todos los partidos del arco parlamentario con excepción del oficialista Partido Aprista, establecían que una comunidad indígena podía subdividir y vender su tierra si un 50% o más de sus miembros lo aprobaban en una votación, lo que reducía el umbral de aprobación fijado previamente (66%).

García argumentó que su propuesta permitiría a las comunidades disponer libremente de sus tierras, entrar en sociedades, subdividirlas y alquilarlas a fin de desarrollarlas. Pero los supuestos beneficiarios no quedaron convencidos. La Aidesep acusó al gobierno de conceder una patente de corso a las multinacionales para la depredación de los que reclama como sus territorios ancestrales y movilizó a sus bases en los departamentos del Amazonas, Loreto y Cuzco. Sus militantes bloquearon carreteras, ocuparon instalaciones de petróleo y gas y marcharon sobre las plantas hidroeléctricas y los depósitos de gas de Camisea.

Según el Ministerio de Medio Ambiente, a pesar de tener ya 12 millones de hectáreas tituladas, las pretensiones de los nativos se extienden a la intangibilidad de casi todos los territorios y la propiedad del subsuelo.

Según un estudio de la Universidad de Duke, firmado por Matt Finer y Clinton Jenkins, los bloques de petróleo y gas afectados se concentran en la parte de mayor biodiversidad de la Amazonía peruana, incluyendo algunos parques nacionales y territorios de pueblos en aislamiento voluntario. El estudio afirma que 64 de esos bloques cubren aproximadamente el 72% de la región amazónica del país (490.000 kilómetros cuadrados) y que las nuevas rutas de acceso a los yacimientos son la mayor amenaza para ellos al provocar deforestación, colonización, exceso en la caza y talado ilegal en áreas previamente remotas.

La derogación por el Congreso peruano en diciembre del año pasado de los decretos legislativos que habrían facilitado la compraventa de tierras indígenas, tras 10 días de acciones de protesta por más de 10.000 miembros de 65 organizaciones indígenas, fue el primer revés grave para la política de apertura comercial de la Amazonía del gobierno de García. Este año se aprobaron otros 10 decretos con el mismo objetivo, que desataron protestas aún mayores.

La Aidesep llamó a una acción de protesta nacional contra los decretos el pasado 31 de mayo, en la clausura en Puno de la IV Cumbre Continental de Pueblos Indígenas y Nacionalidades de Abya-Yala, que atrajo a 7.000 delegados de pueblos indígenas de todo el hemisferio.

Abya-Yala es un término kuna que significa “tierra floreciente” y ha sido adoptado por las organizaciones indígenas hemisféricas como una designación alternativa del término América. En Puno se acordó un levantamiento nacional por la derogatoria de las concesiones para el 7 de julio y la formación de un nuevo partido político indígena que representará el “Proyecto Político Perú Plurinacional”.

Poco después de la cumbre indígena, comenzaron las protestas, que interrumpieron el transporte público a Machu Pichu, bloquearon carreteras en diversas zonas del país y ocuparon instalaciones de petróleo y gas, dejándolas sin combustible para generar electricidad.

El entonces primer ministro, Yehude Simon, admitió que el gobierno pensó ingenuamente que los planes de desarrollo de la Amazonía se podían hacer desde la capital sin una comunicación debida. Los nativos sostuvieron que la decena de decretos legislativos atentaban contra su derecho a ser consultados sobre sus tierras, contenido en el convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo sobre Pueblos Indígenas y Tribales y la declaración de la ONU sobre Pueblos Indígenas, ambos suscritos por Perú.

El departamento de Amazonas, donde se produjeron los choques, tiene 465.000 habitantes y produce el 0,65% del PIB. La pobreza alcanza al 59,7% de la población, una de las tasas más altas del país. El departamento de Amazonas tiene, además, la peor tasa de deforestación, 35.500 hectáreas anuales de promedio, duplicando la de Ucayali y el triple de Madre de Dios.

Sólo en los años 90, en Amazonas de talaron y quemaron 355.000 hectáreas, mientras que en la vecina Región San Martín, 27.600. Las cifras muestran la gran migración de colonos a la región dedicados a la tala ilegal.

El actual nivel de organización de las comunidades nativas, hace que sin su consentimiento los planes de cualquier gobierno sean inviables. En diciembre de 2008, la Comisión Multipartidaria del Congreso sostuvo que todos los decretos eran inconstitucionales porque vulneraban los convenios internacionales firmados por Perú. El decreto legislativo 1.090, hoy ya derogado, constituía en la práctica una nueva ley de flora y fauna silvestre que ampliaba la frontera agrícola para facilitar el cultivo de biocombustibles y suponía una amenaza a la integridad de la propiedad de las comunidades indígenas.

Según Foro Ecológico Peruano (FEP), la principal ONG ecologista del país, el decreto 1.090 supone en la práctica que un 60% de los bosques primarios del país, que suman 45 millones de hectáreas, perderían la denominación de patrimonio forestal que los protege para ser pasados al régimen agrario y ser vendidos.

La aprobación de García ha caído, tras los choques de Bagua, hasta el 21%, según una encuesta de Ipsos-Apoyo. Una abrumadora mayoría de los entrevistados (92%) apoya la causa de las comunidades indígenas de Amazonas, considerando que el gobierno se equivocó al no consultar con ellas antes de aprobar los decretos presidenciales abriendo el área a la inversión extranjera. La mayor parte de los entrevistados (57%) culpa a García por la matanza.

Lo que convenció a García de que existe una campaña internacional para desacreditarlo y desestabilizar su gobierno fue la casi instantánea credibilidad dada en el exterior a las afirmaciones de que había tenido lugar una masacre de manifestantes indígenas en Bagua. La acusación fue repetida por asociaciones indígenas del exterior, ONG, bloggers en Internet y altos funcionarios del gobierno de Venezuela, Bolivia y Ecuador.

El gobierno se ha mantenido en su recuento de 34 muertos (24 policías y nueve civiles) y más de 155 civiles y 24 policías heridos. Aidesep, por su parte, ha hecho circular la versión de que la policía habría tratado de ocultar el número de indígenas muertos, tirando los cuerpos al río Marañón y a tumbas masivas, y que algunos cuerpos fueron incinerados.

Pero la oficina del Defensor del Pueblo, representantes de la Iglesia y periodistas independientes no han hallado ninguna evidencia de cuerpos en el río ni de fosas comunes. El relator especial de la ONU para los derechos de los pueblos indígenas, James Anaya, dijo después de visitar el área que no había hallado pruebas de elementos de genocidio o del intento de exterminar un pueblo como tal. Sin embargo, la Asociación Pro Derechos Humanos de Perú (Aprodeh) informó haber identificado a 61 personas que se sabe que tomaron parte en las protestas en Bagua y que permanecen en paradero desconocido.

Un problema compartido

Los indígenas amazónicos representan sólo el 1% de la población peruana, pero habitan enclaves estratégicos dispersos en áreas selváticas, que suponen las dos terceras partes del territorio nacional, de 1,3 millones de kilómetros cuadrados. De un millón de indígenas de la cuenca amazónica, 300.000 están en Perú, cerca de 200.000 en Bolivia, 100.000 en Ecuador y 70.000 en Colombia, mientras que el resto están en Brasil, las Guayanas y Venezuela.

Las amenazas que comparten comprenden la deforestación, la contaminación de los ríos producida por los pesticidas utilizados en la agricultura intensiva y la violencia que prolifera en zonas remotas debido a la ausencia de autoridades públicas y el tráfico de drogas.

El narcotráfico tiene un grave impacto en los ecosistemas amazónicos. Según el FEP, para sembrar una hectárea de coca, la mayor parte de la cual se dedica a elaborar cocaína, se deforestan cuatro de bosque y estima que por esa razón la deforestación en los últimos 10 años habría alcanzado las 2,5 millones de hectáreas. Cada año esa cifra aumentaría entre 200.000 y 300.000 hectáreas.

En Brasil, las dos terceras partes de la Amazonía no tienen protección alguna. Durante los años 90, la deforestación podría haber representado entre el 10% y el 20% del CO2 liberado en la atmósfera. Cada año que pasa, se pierde un 2% de superficie. Un mayor número de carreteras en la región podría deforestar un 30%-40% de la cuenca para el año 2020, frente al 15% en que se ha reducido desde 1960. Un 85% de la tala ilegal se produce en torno a las carreteras.

En Brasil, con el 60% de los bosques tropicales mundiales, cada vez es más evidente el enfrentamiento entre los ecologistas y los llamados “desarrollistas”, que defienden el aumento de la actividad económica en la región amazónica. El gubernamental Programa de Aceleração do Crescimento (PAC) invertirá 240.000 millones de dólares en infraestructuras (carreteras, plantas hidroeléctricas y térmicas, gasoductos, ferrocarriles, obras de saneamiento básico y transporte urbano). Solo las 80 represas planificadas pueden inundar 12 millones de hectáreas, equivalente a la mitad del territorio británico.

La tala de bosques húmedos de la cuenca amazónica es responsable de la mitad de las emisiones de gases de efecto invernadero debidos a la deforestación, el 20% del total, según estimaciones de la World Wildlife Fund. Debido a ello, Brasil es ya el cuarto emisor mundial de gases de carbono.

En los últimos cinco años, el gobierno ha creado 62 nuevas reservas naturales. Actualmente, el área protegida por ley suma más de 280.000 kilómetros cuadrados, lo que sitúa a Brasil en el cuarto lugar en el ranking mundial de países con el mayor porcentaje de áreas protegidas en relación al territorio.

Pero no hay infraestructuras capaces de garantizar la efectiva protección de esas áreas. Hay sólo un agente federal por cada 2.800 kilómetros cuadrados, de modo que gran parte de las reservas naturales han sido ocupadas por campesinos sin tierras, taladores ilegales, granjeros y mineros.

La creciente demanda mundial de alimentos por algunas potencias emergentes como China ha aumentado exponencialmente las exportaciones de carne, granos y frutas brasileños. Las de carne se han multiplicado por cinco entre 1997 y 2003. Un 80% de ese aumento ha sido suministrado por granjas amazónicas, donde los rebaños de ganado se duplicaron en los años 90 hasta las 57 millones de cabezas, ocupando 340.000 kilómetros cuadrados de pastos.

Brasil es el segundo productor mundial de soja y su mayor exportador, al ser uno de los pocos cultivos que pueden crecer en los terrenos deforestados, lo que ha acelerado el proceso de su explotación comercial en Rondonia, Pará y Matto Grosso. El boom de la soja está produciendo lo que los expertos llaman “sabanización” de la floresta amazónica y de los humedales de Mato Grosso, el llamando cerrado, donde se concentra la producción de soja brasileña.

Según estimaciones de varias ONG medioambientales, la voraz demanda mundial de soja, dedicada en gran parte a la alimentación de ganado, está causando más deforestación que la tala, el ganado y la minería juntos. La soja, además, consume rápidamente los nutrientes del suelo y necesita cantidades enormes de fertilizantes, pesticidas y herbicidas que contaminan luego los ríos. La tasa de deforestación sigue muy de cerca los índices de materias primas agrícolas de la Chicago Board of Trade.

El último enfrentamiento en Brasil por razones de política medioambiental se produjo en torno a dos decretos presidenciales que los ecologistas afirman amenazan el ecosistema amazónico. Uno de los decretos otorga títulos sobre la tierra a ocupantes de tierras públicas que cubren un área de 67 millones de hectáreas, equivalente al tamaño de Francia, en la región amazónica.

Los ambientalistas se oponen al decreto afirmando que la decisión beneficia a personas que ocupan áreas de la selva ilegalmente. En la zona solo un 14% de la propiedad privada de la tierra está respaldada por títulos legales. El otro decreto crea normas más flexibles para la concesión de licencias medioambientales para la construcción de carreteras federales que crucen la selva tropical.

Los grupos de presión rurales sostienen, por su parte, que los decretos ayudarán a facilitar el control del gobierno para impedir conflictos y la tala indiscriminada. El ministro de Medio Ambiente, Carlos Minc, introdujo medidas para que la decisión final en relación a la concesión de títulos de tierras y licencias para carreteras quedase en manos de su cartera. Pero otros de sus colegas del gabinete descartaron esas modificaciones antes de enviar los decretos al Congreso, y Minc los acusó de “inmoralidad”. Lula ha prometido que de ahora en adelante coordinará personalmente los asuntos ambientales, dando a Minc un nivel de apoyo que Marina da Silva, su antecesora, nunca tuvo.

Lula quiere evitar cambiar a otro ministro de Medio Ambiente pocos meses antes de la conferencia de Copenhague. En la Amazonía brasileña viven 20 millones de personas y ningún gobierno podría condenarlos a la pobreza por salvar a los bosques. En el estado de Pará, por ejemplo, el 70% de la población depende de alguna manera de la explotación maderera.

El derecho a la consulta

Los indígenas de la Amazonía constituyen menos del 0,5% de los 186 millones de brasileños y los porcentajes son similares en Colombia, Venezuela, Perú y Bolivia, pero son un elemento esencial en la conservación de los bosques lluviosos porque la defensa de su hábitat natural es una de las razones de su existencia. Según decía Chico Mendes, el ecologista brasileño asesinado en 1988, “donde comienzan los territorios indígenas termina la deforestación”.

Las leyes nacionales de la mayoría de los países latinoamericanos reconocen a los pueblos indígenas derechos para la preservación de sus territorios tradicionales pero, en el momento de aprobar esos macroproyectos, los gobiernos y los tribunales se pronuncian casi invariablemente a favor de los “intereses superiores de la nación y su derecho al desarrollo”.

Las organizaciones indígenas están en primera línea de la resistencia contra la depredación medioambiental. Como sostiene el historiador británico John Hemming en su libro Tree of Rivers (2008), una historia del Amazonas desde el siglo XVI hasta la actualidad, las comunidades nativas son pequeñas democracias en las que se discute de todo, todo el tiempo; es decir, algo muy lejos de la imagen de poblaciones “manipulables” de la que hablan sus críticos.

Según Hemming “la tierra significa todo para los nativos: les provee de caza, pesca y cementa sus creencias, herencia e identidad tribal y, por ello, son un muro de contención contra la invasión destructora y la colonización agresiva de sectas religiosas, guerrillas, narcotraficantes y depredadores”.

La convención de derechos humanos interamericanos de la Organización de Estados Americanos reconoce que los pueblos indígenas tienen derechos a sus tierras y prohíbe el otorgamiento de concesiones para explotar recursos naturales en sus territorios sin su consentimiento libre, previo e informado.

Pero la creciente organización de esas comunidades está dando frutos. En Brasil hay 130 grupos de presión indígenas ayudados por 30 ONG medioambientalistas que han logrado que las reservas indígenas brasileñas cubran el 12% del territorio y el 23% de la Amazonía. En 1982 fue elegido al Congreso Federal Mario Juruna, un jefe de la etnia xavante, el único congresista indígena amazónico que ha tenido hasta ahora el país.

Conclusiones

En Ecuador, el presidente Rafael Correa es uno de los mayores defensores de una de las fórmulas más imaginativas para reducir las emisiones por la deforestación y la degradación: ha pedido a la comunidad internacional unos 5.200 millones de dólares para que Ecuador deje sus depósitos de petróleo sin explotar en la reserva de la biosfera y parque nacional de Yasuní, que puede contener 920 millones de barriles de crudo en una bolsa de hidrocarburos sobre la que se encuentra una de las zonas de mayor biodiversidad del mundo.

En ese esquema, Ecuador vendería certificados a gobiernos y empresas que les permitiría emitir gases invernadero en cantidades proporcionales al carbono dejado en el subsuelo y que se comercializarían en el European Energy Exchange de Leipzig (Alemania). El gobierno de Quito estima que el plan podría evitar la emisión de 410 millones de toneladas de dióxido de carbono.

Prevenir la deforestación a través de esquemas similares al planteado por Correa será un punto central de la agenda de la cumbre de Copenhague. Pero las medidas para prevenir la deforestación son difíciles de cuantificar. Tampoco está claro quién recibiría el dinero de los créditos: ¿los gobiernos, las poblaciones locales, las comunidades nativas o un fondo gestionado por organismos internacionales que financiaría la protección de parques nacionales, proyectos de energías alternativas y otras iniciativas medioambientales? Copenhague debería ofrecer una respuesta.

A LA SEGUNDA VA LA VENCIDA: ¿CHÁVEZ RUMBO A 2021?


Manuel Hidalgo

Antecedentes

En Venezuela, el tema de la reelección presidencial indefinida cobró importancia durante la campaña electoral de 2006. Antes de sancionarse la reciente enmienda, la Constitución sólo permitía una reelección inmediata. De ahí que el previsible triunfo de Hugo Chávez en las elecciones presidenciales de dicho año planteara muchas dudas e incertidumbres sobre la suerte del proyecto chavista a medio plazo, ya que el presidente no podía concurrir a las elecciones de 2012. Consciente de ello, no escondió su intención de convocar un referéndum a principios de 2010 para que los venezolanos se pronunciaran sobre su continuidad y la posibilidad de que pudiera reelegirse para un nuevo período. Incluso, a comienzos de 2006, había amenazado con proponer un referéndum en caso de que la oposición, imitando el comportamiento seguido en las elecciones parlamentarias de 2005, boicoteara los comicios presidenciales, lo que finalmente no sucedió. Después de su amplia victoria en las elecciones presidenciales –62,84% frente al 36,90% del candidato opositor– se dedicó a impulsar una reforma constitucional que, aunque proponía ciertos cambios radicales, tenía como eje fundamental la reelección presidencial indefinida.

Por un estrecho margen, los electores la rechazaron en de 2007. La derrota de la propuesta presidencial se debió básicamente a que muchos de los ciudadanos que le habían apoyado un año antes, en esta ocasión se quedaron en casa por razones diversas: no entender algunos de los cambios propuestos, no desear establecer el socialismo, rechazar la reelección o estar descontentos con la gestión chavista. Mientras la alianza chavista acudió dividida a la consulta, debido a diferencias internas en el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y entre éste y otras fuerzas que respaldan al presidente, los grupos opositores supieron aglutinarse y desplegar una campaña eficaz en la que el movimiento estudiantil afín jugó un papel destacado.

Después de la primera derrota del chavismo tras una década en el poder, se abrió un compás de espera, sobre éste y otros asuntos, debido a la celebración de elecciones regionales y locales en noviembre de 2008. Pocos días después de su realización, el presidente volvió a colocar con celeridad la cuestión de la reelección presidencial indefinida en el centro de la agenda política. Al menos dos factores deben tenerse en cuenta. Primero, el PSUVreafirmó su supremacía político-electoral (obtuvo el 53% de los votos, consiguiendo 17 gobernaciones de 22 en juego y 264 alcaldías de 326 en disputa). No obstante, la alianza opositora logró unos buenos resultados: ganó en cinco de los siete estados más poblados e importantes política y económicamente (Miranda, Carabobo, Nueva Esparta, Zulia y Táchira). Además, se hizo con el control de Maracaibo (la segunda ciudad más grande), la Alcaldía Mayor de Caracas, y retuvo tres de las alcaldías (de cinco) que componen la capital a las que sumó una cuarta, Sucre, municipio que contiene el barrio más grande de América Latina.

La oposición penetró en zonas populares que le parecían vedadas hasta fechas recientes. Sus victorias adquirían mayor significado político y simbólico al ser derrotados tres de los candidatos más representativos del chavismo(Diosdado Cabello, Aristóbulo Istúriz y Jessie Chacón). Los avances se realizaron en un contexto poco propicio ante el descarado ventajismo y desproporción de recursos a favor del oficialismo. En segundo lugar, se esperaba una situación económica delicada en 2009 debido a la abrupta caída de los precios del petróleo en otoño de 2008, por la crisis económica internacional. De ahí que Chávez se apresurara, al celebrarse en 2010 unas importantes elecciones legislativas. En suma, cuanto más se postergara el asunto, menos probabilidades tenía de lograr que los votantes respaldaran su propuesta. Aún así, la apuesta era arriesgada porque la opinión pública no le era favorable al respecto.

Procedimiento y aprobación de la enmienda constitucional

Se utilizó el procedimiento de enmienda dada la imposibilidad de recurrir a una reforma constitucional. Los electores habían rechazado una en 2007 y, según la Constitución (artículo 345), no podía presentarse una nueva en el mismo período legislativo a la Asamblea Nacional (AN). Una lectura excesivamente literal de la Carta Magna, pareciera que no acorde con su espíritu, llevó a los chavistasa defender que la enmienda no alteraba la estructura fundamental del Estado ni entraba en contradicción con lo dispuesto para la reforma, al ser procedimientos diferentes. Tampoco cerraban la puerta a presentar la enmienda tantas veces como quisieran, al no prohibirlo el texto constitucional. Por otro lado, aunque algunas críticas enfatizaban que la enmienda era contraria al gobierno alternativo –uno de los principios fundamentales constitucionales–, el oficialismo argumentaba que la reelección indefinida no lo impedía: los ciudadanos decidirían en las urnas quienes querían que fuesen sus representantes. Si bien la propuesta en sí no era antidemocrática, hay serias dudas sobre su constitucionalidad. Y como se ha puesto de manifiesto en otros países latinoamericanos, la reelección indefinida dificulta los cambios en el poder.

La iniciativa partió del presidente. Aunque pocos días después de las elecciones regionales algún cargo electo del chavismo se manifestó a favor de una enmienda para permitir la reelección indefinida, Chávez, haciendo gala de una concepción del poder muy contraria a la “democracia protagónica y participativa” que pregona, autorizo a sus seguidores, el 30 de noviembre, a poner en marcha la maquinaria para activar dicha propuesta: “Yo les doy mi autorización al PSUV y al pueblo venezolano para que inicien el debate y las acciones para lograr la enmienda constitucional y la reelección como presidente de la república”. El temor a que una iniciativa popular fuese demasiado lenta –requiere el 15% de los ciudadanos inscritos en el Registro Civil y Electoral– hizo que Chávez le encargase a la Asamblea Nacional la activación del procedimiento, dado lo factible y rápido que resultaba esta vía: se requiere el respaldo del 30% de los diputados, un porcentaje muy fácil de obtener debido a que el oficialismo controla la Asamblea desde las elecciones de 2005.

La discusión y aprobación de la enmienda se realizó en menos de un mes. La primera discusión se realizó el 18 de diciembre. El PSUV y las fuerzas aliadas, Patria Para Todos (PPT) y Partido Comunista de Venezuela (PCV), apoyaron la reelección indefinida del presidente, no sin algunas críticas. El PPT exigía la reelección continua para todos los cargos de elección popular. El partido de izquierdas Por la Democracia Social (Podemos) votó en contra por entender que los ciudadanos ya se habían manifestado en el referéndum de 2007. Esta fuerza política integraba la alianza chavista desde 2004, pero se pasó a la oposición por diferencias sobre la forma y el fondo de algunas medidas, como la reforma constitucional. También algún diputado votó en contra y varios se abstuvieron. No obstante, la propuesta salió adelante con el apoyo de una abrumadora mayoría. Con el fin de proyectar una imagen de mayor respaldo social, el chavismo presentó más de 4.700.000 firmas que avalaban la enmienda de cinco artículos de la Constitución.

La sorpresa fue que después de las Navidades se produjo un acontecimiento importante que iba a tener una incidencia notable en la suerte de la enmienda: el presidente propuso extender la reelección indefinida a todos los cargos de elección popular. Chávez había sido sensible a los argumentos de aliados como el PPT, a voces de su entorno y, cómo no, a las encuestas. En 2007, uno de los factores que influyó en la deficiente campaña a favor del “Sí” fue que algunos partidos aliados al naciente PSUV y ciertos gobernadores y alcaldes no se habían comprometido con la defensa de la reforma por falta de incentivos: la reelección atañía sólo al presidente. Éste no quiso volver a repetir el error, cuando muchas encuestas le eran desfavorables. Ampliar la reelección facilitaba cohesionar a los suyos, ganar más apoyos entre la población y enfrentarse a algunos sectores que le acusaban de querer perpetuarse en el poder. La nueva propuesta consiguió el respaldo mayoritario de los diputados en segunda discusión (14 de enero de 2009). Para escenificar el respaldo social, los chavistas recogieron 1.600.000 firmas adicionales. En total, más de 6.000.000, aunque no se produjo verificación alguna. Por otro lado, conviene subrayar la redacción confusa de la pregunta, en unos términos que permitían colegir que votando “Sí” se ampliaban los derechos políticos del elector. Ahí, el oficialismo jugó hábilmente sus cartas.

La campaña y las encuestas

Lacampaña electoral oficial apenas duró un mes, si bien extra-oficialmente los chavistas se pusieron en marcha a los pocos días de concluidas las elecciones regionales y locales. Partidarios y detractores se organizaron en dos bloques para defender su propuesta. Para el chavismo, el “Sí” obedecía a la necesidad de mantener y profundizar los logros del proyecto y enfatizaban que la enmienda ampliaba los derechos políticos y que serían los electores los encargados de decidir quiénes y por cuánto tiempo estarían en el poder. Como señalaba uno de los carteles de la propaganda oficialista: “Que sea el pueblo el que ponga y quite gobiernos ¡votemos por el sí! Por su parte, el Bloque del “No”, que agrupaba a un amplio y variado grupo de partidos opositores, defendió no sólo que la enmienda era inconstitucional y antidemocrática, sino que la reelección impedía la alternancia y, por consiguiente, abría la puerta a (malos) gobiernos con claros incentivos para abusar de los resortes del poder y utilizar de modo más discrecional si cabe los recursos del estado.

Deben destacarse otros aspectos. Primero, una campaña muy desequilibrada y un órgano electoral parcializado. Continuando la tendencia de las últimas campañas electorales, el chavismodispuso sin apenas limitaciones de los recursos del Estado. Movilizó masivamente a los empleados públicos, recurriendo a incentivos o a la coacción, inducida o real. También desplegó propaganda política en muchos organismos públicos. El uso de lo público como un auténtico instrumento partidista mostró el alto grado de patrimonialización del Estado alcanzado en la actual etapa. Por su parte, la oposición acudió con las arcas casi vacías tras el esfuerzo de las elecciones de noviembre. Respecto a las actuaciones del Consejo Nacional Electoral (CNE) puede destacarse su sesgo a favor del gobierno. A diferencia de lo sucedido en 2007, no otorgó esta vez financiación a los defensores de una y otra opción –la Constitución prohíbe la financiación pública de campañas, pero el CNE entendió en 2007 que era posible otorgar fondos para un referéndum, al no ser propiamente una elección–. Y si bien algunas de sus decisiones buscaron generar confianza –en particular lo referente a los aspectos organizativos el día del referéndum y las auditorías de las máquinas de votación–, otras, por el contrario, mostraron su sujeción al ejecutivo, como puso de manifiesto la celeridad con la que preparó el referéndum, incluso antes de que se hubiese aprobado formalmente la enmienda. La anuencia ante el ventajismo del oficialismo, su negativa a abrir el registro electoral para que nuevos votantes pudiesen inscribirse o la extensión del horario de votación hasta las 18 horas son otros ejemplos. La normativa electoral establece que las mesas de votación deben cerrarse a las cuatro de la tarde a menos que haya electores sin votar en la cola –la Constitución establece, además, que dicha normativa debe modificarse al menos seis meses antes de una elección–.

En tercer lugar debe mencionarse la polarización de la mayoría de los medios de comunicación. Si bien algunos canales de televisión privados (Venevisión, Televen), periódicos (Últimas Noticias) y emisoras de radio (Unión Radio) fueron proclives a un mayor equilibrio, el resto, en función de su titularidad, pública o privada, dieron una mayor cobertura a noticias y eventos a favor o en contra de la reelección indefinida. Finalmente, conviene subrayar ciertos aspectos de las estrategias de ambos bloques. El chavismo utilizó eficazmente la maquinaria del PSUV, mediante la movilización de más de 14.000 “batallones”, a la que hay que sumar las acciones de los partidos aliados. La estrategia de la defensa de la enmienda pasó por distintas etapas en las que Chávez cargó contra la oposición: “la oposición nos va a quitar todas las misiones y todo lo que hemos logrado”.

En la última fase de la campaña, el presidente recurrió, como en otras ocasiones, a la emotividad, buscó la proximidad con sus bases de apoyo y dirigió su artillería a la movilización de los chavistas abstencionistas. Los partidos de oposición no tuvieron cintura para reaccionar ante las acusaciones que lanzaban cual dardos envenenados los partidarios del “Sí”. Incluso tardaron demasiado tiempo en delinear su estrategia y movilizar a sus partidarios. Además, cedieron gran parte del protagonismo al movimiento estudiantil próximo, algunas de cuyas acciones fueron duramente reprimidas por las fuerzas de seguridad. Quizá el comportamiento de los dirigentes opositores obedeció, en gran parte, al cansancio acumulado tras las últimas elecciones, la escasez de recursos y las dificultades de reaccionar en poco tiempo ante la propuesta. Incluso pudo pesar su confianza en repetir el éxito obtenido en 2007 recurriendo a la movilización estudiantil cuando la situación política era otra.

Respecto a la opinión pública, varias encuestas mostraban desde diciembre de 2006 que la mayoría de los ciudadanos rechazaban la reelección indefinida –los porcentajes se ubican en torno al 60%-70%–. Sin embargo, tras la lectura positiva que le dieron las fuerzas chavistasa dicha cuestión, a partir de diciembre de 2008, algunas encuestadoras comenzaron a reflejar en sus estudios cambios de tendencias y un incremento sustancial de la intención de voto a favor de la propuesta presidencial. Ahora bien, no es fácil sacar conclusiones claras debido a que las empresas demoscópicas también parecen ser presa de la polarización. Los estudios de opinión mostraron resultados dispares y, en ocasiones muy amplios, a favor de una opción u otra. De las que proyectaban un triunfo del “Sí” semanas antes del referéndum –por ejemplo, Datanálisis, GIS XII e IVAD–, sólo la tercera se aproximó al resultado final en la diferencia de puntos a favor de la propuesta que ganó, no tanto en los porcentajes finales que dio (47,5% frente al 39,5%). En todo caso, en lo que sí coincidían la gran mayoría de los estudios era la popularidad del presidente, por encima del 50%.

Los resultados

El “Sí” obtuvo el 54,86% (6.319.636 votos) frente al 45,13% del “No” (5.198.006). La abstención se situó en el 30,08%, 14 puntos menos que en el referéndum constitucional de 2007 y cuatro puntos por debajo de las elecciones regionales y locales de 2008. De la alta tasa de participación se benefició el chavismo, aunque no logró la meta fijada de 7.000.000 alcanzada en las elecciones presidenciales de 2006 (7.300.080 votos). No obstante, aumentó su votación de modo significativo respecto a los procesos electorales de 2007 y 2008. Por su parte, la oposición alcanzó su mayor votación en unos comicios al conseguir unos 800.000 votos más que en el referéndum de 2007.

No es fácil comparar los resultados recientes con otras elecciones, debido a las distintas coyunturas, tipo de comicios y lo que había en juego. Si comparamos los datos de 2009 con el referéndum constitucional de 2007, se observa que el incremento significativo de la participación se decantó mayormente del lado chavista aunque ambos bloques aumentaran su votación: cerca del 45% incrementó el oficialismo frente al 15% de la oposición. Asimismo, varios estados de la zona centro-norte, fronterizos con Colombia (Miranda, Nueva Esparta, Táchira, Zulia y Mérida), fueron bastiones opositores al votar “No” en ambos referendos. Por el contrario, otros estados importantes, como Anzoátegui y Carabobo, se decantaron en esta ocasión por el “Sí”, lo que muestra las dificultades de hacer lecturas excesivamente simples del comportamiento electoral de los venezolanos. En suma, en el referéndum de 2009, el chavismoganó en 19 estados (16 en 2007) frente a los cinco obtenidos por la oposición (ocho en 2007).

Varios factores contribuyen a explicar el triunfo del “Sí”. En primer lugar, el liderazgo y carisma de Chávez. Diez años después de llegar al poder sigue teniendo una gran popularidad. Segundo, la buena organización y la elevada movilización de los chavistas, que contrasta con lo sucedido en 2007: maquinaria no tan eficaz y desunión de la alianza oficialista. Tercero, la estrategia y la campaña fueron efectivas. Chávez planteó la cuestión con presteza, cogiendo desprevenida a una oposición exhausta y sin fondos. Asimismo, la enmienda se presentó en sentido positivo –ampliación de derechos políticos– y se buscó en algunos momentos de la campaña generar dudas o temor entre los electores en caso de que ganara el “No”. Frente a ello, la oposición no supo contrarrestar los ataques ni proponer alternativas claras al mensaje oficialista. Deben tenerse en cuenta varios aspectos adicionales. Los elevados ingresos petroleros recibidos en los últimos años le han permitido al ejecutivo impulsar la actividad económica y aplicar ciertas medidas sociales que, más allá de sus problemas y limitaciones, han mejorado la situación de los sectores populares. Parte del ingreso se ha utilizado de modo profuso en la extensión de las prácticas clientelares, algo más visible en zonas del interior. Por último, y no menos importante, el uso y abuso de los recursos del Estado y la movilización de funcionarios le granjearon un número de votos nada despreciable.

Conclusiones

La ratificación por la mayoría de los venezolanos de la enmienda que permite la reelección indefinida de los cargos de elección popular muestra la alta popularidad de la que sigue gozando Hugo Chávez, quien aprovecha cada cita electoral para convertirla en un plebiscito. La victoria refuerza el control del presidente sobre el heterogéneo movimiento chavista e incrementa sus poderes en un sistema ya de por sí hiper-presidencialista, en el que no existe división de poderes, la rendición de cuentas es baja y la calidad de las elecciones se ha deteriorado notablemente. La reelección continua crea los incentivos para que aparezca una casta política en los distintos niveles de gobierno. Por otro lado, aunque se comprueba que el chavismo requiere de un líder carismático, también se ha puesto de manifiesto la necesidad de Chávez de apoyarse en una amplia variedad de fuerzas, no sólo del PSUV, en momentos críticos. Si bien los lazos afectivos entre el líder de la “revolución” y sus seguidores son clave para explicar su triunfo, no menos significativos son algunas políticas, las prácticas clientelares y el uso abusivo de los recursos del Estado. Los resultados revelan la progresiva división del país en dos bloques, con una oposición que, aunque ha realizado importantes esfuerzos y avances en los últimos tres años, todavía está muy fragmentada y carece de un liderazgo y un proyecto de cambio con los que poder alcanzar el poder. Las próximas elecciones de concejales y juntas parroquiales y las trascendentales elecciones legislativas de 2010 servirán para comprobar la evolución de la correlación de fuerzas de cara a las elecciones presidenciales de 2012.

Chávez ya se ha postulado como candidato para dichas elecciones. Si descartamos un escenario plenamente autoritario, aquél tiene a día hoy muchas posibilidades de volver a ganar y quizá mantenerse en el poder al menos hasta 2021, como en más de una ocasión ha manifestado. No obstante, quedan todavía cuatro años en los que pueden suceder muchas cosas. En particular, a corto plazo la situación es compleja: restricciones fiscales, debido a la fuerte caída del ingreso petrolero, y empeoramiento de las condiciones socioeconómicas. Dichos factores aunados a otros como la ineficacia, la improvisación, el burocratismo y la discontinuidad administrativa conspiran en contra de su popularidad y las posibilidades de radicalizar más su proyecto. Sin embargo, el ejecutivo ha optado por esto último. ¿Por qué? El presidente ha entendido los resultados como un espaldarazo a su propuesta socialista. Cuenta para ello con cierto margen de maniobra, dado que dispone de elevados fondos. El avance de la crisis económica podría desbaratar sus planes y echar al traste con sus deseos de mantenerse en el poder más allá de 2012. De ahí que, nuevamente, haya actuado con celeridad. Además de adoptar algunas medidas, infraestructuras y aparato productivo agrícola, ha realizado cambios en el gabinete ministerial.

La reorganización del ejecutivo pudiera interpretarse, en parte, como una respuesta al creciente impacto de la crisis económica y los requerimientos de una administración eficaz. Pero hay dudas de que Venezuela vaya a sortear mucho mejor los problemas sin haberse renovado a fondo el equipo económico. Quizá, en una primera fase, se pretenda controlar el gasto. Ahora bien, no parece claro que eso se vaya a producir con la fusión y desaparición de varios ministerios. De hecho, las modificaciones apuntan más hacia la concentración y la centralización del poder. En particular, el hecho de que el vicepresidente asuma también la cartera de Defensa es probable que obedezca al interés de Chávez de tener mayor control sobre la institución castrense. Otros cambios muestran la desconfianza presidencial hacia su entorno político y el ascenso de la línea “dura” en una etapa en la pudiera aumentar el malestar en la sociedad. Es probable que las recientes decisiones se complementen con el desarrollo de una agenda legislativa que permita dar soporte legal al proceso de transformaciones y con un papel más activo del PSUV como agente de transformación social. Sin embargo, a menos que aumenten sustancialmente los precios del crudo en los próximos meses, los problemas y tensiones se agravarán, poniendo a prueba el liderazgo presidencial en tiempos de escasez. De presentarse tal escenario, la oposición podría sacar partido. Sin embargo, como señalamos, tiene una ardua tarea por delante ante sus debilidades para erigirse como alternativa. Además, necesita mostrar su eficacia en gobernaciones y alcaldías en condiciones poco favorables debido a la arremetida de Chávez en contra de la descentralización después de las últimas elecciones regionales y locales.

Notas:


[1] Véase Manuel Hidalgo, “‘Por ahí no, mi Comandante’: freno en el referéndum al ‘Socialismo del Siglo XXI’”, ARI nº 3/2008, Real Instituto Elcano, http://www.realinstitutoelcano.org/wps/portal/rielcano/contenido?WCM_GLOBAL_CONTEXT=/Elcano_es/Zonas_es/America+Latina/ARI3-2008.

martes, 23 de junio de 2009

LA REGIÓN SEGÚN BRASIL


Solange Monteiro y Rodrigo Lara S.


Brasil comienza a aceptar su destino de liderazgo regional en América Latina. Pero todavía busca el enfoque.

Una vez electo, Obama recibió a Lula, no a Calderón. Brasil al mismo tiempo se reúne con India, China y Rusia, países con un enorme potencial de crecimiento del producto, mientras que Europa, Japón y Estados Unidos tienen un modesto potencial de crecimiento en el corto plazo. Es evidente que Brasil, ni en el norte ni en Asia, puede definir la balanza del poder si se vuelca a uno u otro lado, y por eso su importancia y su aumento en el poder de negociación en el mundo. Los países de latinoamérica son fundamentales en esa política de crecimiento a futuro de Brasil, China tiene su zona de influencia en Asia, Estados unidos en Norteamérica, dudo que vayan a desperdiciar su propia zona de influencia para seguir creciendo. Es probable que encuentren la forma de liderar al continente, tienen todo para hacerlo.

"¡¿Cómo nosotros vamos a crear empleo fuera de Brasil?! ¡¡Eso no es justo, tenemos que proteger nuestra industria!!". La declaración realizada por un grupo de industriales brasileños hace 11 años sacó chispas. Iba dirigida a José Botafogo Gonçalves, el entonces ministro de Industria y Comercio de Brasil, durante un encuentro que terminó en controversia. Hoy seguramente Botafogo se ríe de la anécdota y del cambio de escenario: en 2008, las empresas brasileñas destinaron US$ 20.000 millones de inversión directa en el exterior. "Brasil tuvo que cambiar su estrategia de crecimiento y hoy cuenta con un grupo importante de transnacionales", dice.

Lo más interesante de eso es que dichas compañías también pasaron a mirar a Latinoamérica de manera distinta. Hoy buscan destinos más allá del tradicional mercado argentino, que todavía concentra la mayor parte de las inversiones y del comercio, por un tema objetivo de tamaño.

Ahora hay mucho más de todo: los brasileños no sólo compran frigoríficos en Argentina y campos sojeros en Uruguay, Paraguay y Bolivia; también, minas en Perú, campos petroleros en Venezuela y Argentina; plantas carboníferas y siderúrgicas en Colombia (de la mano de Gerdau con US$ 500 millones este 2009, Votorantim y MPX); y cadenas de estaciones de servicio en Chile. Eso sin olvidar que un fondo de inversiones brasileño es la viga central detrás de McDonald's Latinoamérica y que sus empresas de tecnología ponen bandera en los mayores mercados de la región.

Si bien la tendencia se ralentizará este año, "cuando la crisis sea superada, no hay duda de que Brasil continuará siendo un jugador muy importante en la región", dice Roberto Teixeira da Costa, ex-presidente del Consejo de Empresarios de América Latina (Ceal). "No por bondad, sino porque la economía brasileña lo requiere". Hecho que, según el economista, también es resultado de una diplomacia empresarial. "Antes, los empresarios actuaban sólo a través de la cancillería. Ahora, a pesar de no abandonar los mecanismos de presión del gobierno, ya parten a negociar directamente".

Esa nueva mirada del empresariado brasileño calza con los planes gubernamentales de Brasil de reforzar su influencia en la región, ya que muestra la fortaleza del país no con palabras, sino desde un punto de vista muy pragmático. "Los artífices reales de ese liderazgo son la producción, la industria. Brasil será cada vez más respetado como líder cuanto más logra ampliar mercados y vender productos, tecnología", dice Christian Lohbauer, ex-gerente de negocios internacionales de la federación de industrias paulista (Fiesp).

Ése sería un apoyo indudable a la estrategia de la diplomacia de la administración de Lula da Silva, que se focaliza en la defensa de la integración regional, si no fuese por un detalle: que ésta es el blanco de la artillería de parte del sector privado, el cual, desde el surgimiento de los primeros problemas entre el gobierno boliviano y Petrobras, viene cuestionando duramente la acción de la cancillería.

Y entre la visión integracionista y solidaria del gobierno y los argumentos de los empresarios, la sociedad es víctima de un particular estrabismo que le impide trascender una visión fragmentada entre tímidas experiencias personales de un viaje o partido de fútbol, y la batalla política reflejada en los medios. "El brasileño promedio no se percibe como latinoamericano y no sabe mucho del resto de la región", dice Ricardo Schiffini Dellaméa, consultor de la asociación de fomento empresarial Sebrae de Paraná. "Hay afinidad con Argentina; envidiamos a Chile, pero nos parece un modelo de desarrollo incopiable. Pero no hay una referencia clara del todo."

Soft power

Uno de los ingredientes incuestionables de un candidato a líder es el carisma, compuesto en su mayoría por el poder de inspirar. Y, en ese test, el presidente Lula tiene nota 10. Desde 2005, el mandatario es el líder latinoamericano mejor evaluado en la encuesta de Latinobarómetro. Condiciones necesarias, pero no suficientes, son tener un líder popular y el desperezarse de la economía de Brasil. Pero al mismo tiempo, todo esto coincide con la emergencia de los nacionalismos de izquierda de Ecuador y Venezuela, la refundación del sistema político de Bolivia, el primer movimiento de reforma en Paraguay en casi un siglo y el intento de rediseño económico de Argentina. Eso, sumado a los históricos desencuentros comerciales con México, la otra potencia regional, complica la vida de cualquiera que quiera asumir posiciones de liderazgo. Así, el resultado de la sumatoria de ambas circunstancias es percibido como estancamiento por quienes ven en Brasil una delicadeza que sería el disfraz de la irresolución.

"Brasil quiere ser líder, aunque el éxito que está teniendo en ello es cuestionable", dice -quien apoya el último enfoque- Jorge Castañeda, ex canciller de México, dedicado hoy al análisis político hemisférico desde la Universidad de Nueva York. La razón que esgrime Castañeda, y en la que coinciden muchos analistas, es simple: Brasil no quiere ver a ningún país como enemigo o adversario, no quiere pagar los costos del liderazgo. "Y, si aspiras a ser líder, tienes que tomar partido; no puedes ser miembro del Consejo de Seguridad de la ONU si te vas a abstener en cada votación."

En Itamaraty, como se conoce al palacio en Brasília que hace de sede de la cancillería brasileña, se entiende que estas críticas son resultado de la incomprensión de una política exterior que, en vez de confrontar abiertamente, prefiere la paciencia estratégica, "Brasil siempre va a privilegiar el soft power", dice Fernando Gabeira, actual diputado del Partido Verde. Se trata de usar como fuerza de seducción políticas de cooperación económica y presencia cultural antes que las amenazas. "Pienso que a través de este tipo de política, tenemos condiciones para evitar muchas de las dificultades que surgen cuando un país crece económicamente y pasa a tener un papel más poderoso en la región", dice el legislador.

Uno de los articuladores principales de este soft power brasileño es el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES), enorme institución estatal que ha servido para financiar proyectos empresariales e industriales que sustenten los intereses del país a largo plazo. Su campo de acción se ha extendido en la última década a la política internacional, impulsando la idea de crear empresas "campeonas" en varias industrias. Un ejemplo reciente es el financiamiento, anunciado hace pocos días, de la central hidroeléctrica Chihuidos I, en Neuquén, la Patagonia argentina, donde la entidad aportará US$ 400 millones de los US$ 1.100 millones que costará la represa de 478 MW sobre el río Agrio. Los países más beneficiados por su acción en la última década han sido Argentina (US$ 1.550 millones), República Dominicana (US$ 748 millones), Ecuador (US$ 693 millones), Venezuela (US$ 503 millones) y Chile (US$ 323 millones).

En el ámbito de fortalecimiento de empresas, se destacan los aportes directos en capital para fusiones como las de las alimentarias Sadia con Perdigão, para llevarlas a escala planetaria y puedan moverse sin rivales. "Lula vio con mucha admiración cómo el gobierno español empujó la creación de grandes corporaciones y el efecto que eso tuvo en el desarrollo empresarial", dice un alto funcionario que trabajó en el Ministerio de Desarrollo y Planeamiento del primer mandato de Lula.

Las inversiones no son la única vía por la que las empresas incrementan su importancia en las economías de los países de la región. El efecto en el comercio internacional es tanto o más importante. El intercambio de exportaciones e importaciones con Colombia alcanzó a US$ 3.000 millones en 2008, con México, a unos US$ 8.000 millones y con Argentina, US$ 30.000 millones. Conclusión: Brasil y sus casi 190 millones de habitantes serán cada vez más importantes como origen o destino de la actividad económica de los países de la región.

Más enfoque

No obstante, todos ésos son considerados pasos recientes. Con la excepción de Argentina, país con el que tiene un historial de acercamiento -y peleas comerciales-, con el resto de la región no hubo mayor planificación. "Hoy nuestros intereses son más explícitos, pero con una fórmula desordenada", dice Botafogo, criticando la opción del gobierno de querer interactuar con todo el continente.

Una señal de eso, según él, es el proceso acelerado de apertura de embajadas. Por ejemplo, en casi todos los países del Caribe, cosa que casi ningún país del mundo ha realizado. "Los intereses estarían mejor estructurados si Brasil se concentrase en el Mercosur. La política de expandir horizontalmente ese activismo, a pesar de no ser equivocado, me parece ineficaz".

Pero si hay cierta carencia de estrategia clara dentro del gobierno, también es necesario relativizar dicha mirada netamente comercial. Eso porque no es para toda industria que el mercado latinoamericano luce interesante. Algunos consideran la brecha de tamaño e institucionalización de las compañías entre Brasil y el resto de la región como un desincentivo creciente y casi mortal. Un importante empresario, que pide reserva de identidad, lo describe de esta manera: "En su mayoría, desde el punto de vista de la profesionalidad y organización de las empresas, en términos de ambiente de negocios, el resto de los países están muy detrás de Brasil".

Marco Stefanini, titular de Stefanini, una empresa de TI que comenzó a aventurarse en América Latina en 1996, y que acaba de inaugurar su segunda fábrica de software en México, explica que una dificultad universal en la región es "un ambiente tributario complejo", debido al cual muchos empresarios brasileños "no creen que vale la pena el esfuerzo" de invertir en sus vecinos. "Sienten que es mejor ir a EE.UU. de una vez".

Desde la óptica de su empresa, mirando país por país, "Argentina se deterioró (respecto de una década atrás); Chile continúa más o menos con el mismo perfil: estable, bien organizado, pequeño; Perú mejora como oportunidad de negocios; Venezuela, no es preciso ni hablar, es una calamidad: con cada noticia queda peor; y Colombia es lo inverso: antiguamente estaba fuera de nuestros planes y hoy entendemos que vale la pena invertir. Finalmente, México -en líneas generales- es una buena operación. Es el mejor país de América Latina después de Brasil. Este año está sufriendo con la crisis, pero todos entendemos que tiene un tamaño de mercado razonable".

A diferencia de Europa, donde siglos de odios binacionales, alianzas bélicas y traiciones han convertido en un objetivo explícito crear una identidad europea, en la región se dificulta mucho reconocer al "otro" como un par. "En América Latina, no tenemos muchos motivos para odiarnos, sin embargo, no tenemos conciencia para juntarnos y mejorar la calidad de vida de nuestros pueblos. Estamos condenados por la ignorancia", dice Schiffini Dellaméa, de SEBRAE. "Es absurdo: tengo un pasaporte que dice 'Ciudadano del Mercosur', sin embargo, no ha cambiado nada los trámites para ingresar a los países vecinos".

Adiós sovietismo

En cambio, un "activo" en este surgimiento de Brasil reside en que los brasileños valoran la estrategia de su país de evitar tomar acciones y decisiones que puedan hacerlo aparecer con una vocación imperial. "Brasil no tiene este 'espíritu imperialista' por ideología como sí lo tiene EE.UU.", dice Schiffini Dellaméa. "Lo que hay son intereses económicos que, por cuestiones de escala, acaban por influenciar la realidad de los vecinos".

Para el analista argentino Juan Toklatián, de la Universidad San Andrés, en Buenos Aires, a lo anterior se suma que "décadas atrás y hasta principios de los 90, veía a un Brasil soviético: tenía la capacidad de decir 'no' en temas regionales, pero muy poca capacidad de iniciativa y de propuesta", dice el argentino. "Hoy Brasil es el iniciador de propuestas. Algunas fracasan. Otras, para que prosperen va a pasar mucho tiempo, pero ya el cambio de actitud es un logro del país".

De hecho un embajador de un país latinoamericano en Brasília alaba la manera que Brasil ha llevado a cabo su política regional y su negativa a romper lazos con sus vecinos, menos con Venezuela. "Lula ha cumplido un rol fundamental, aunque fuera del alcance de los medios, por moderar las posiciones extremas de algunos presidentes". Ello a pesar de que Hugo Chávez ha perturbado seriamente los intereses de Brasil en algunos ámbitos específicos.

"Hay que pensar que hoy es natural que se den más conflictos, porque nuestras relaciones eran escasas y conforme crecen dan margen a más discusiones", dice Botafogo. ¿Estamos frente a un apogeo desordenado que, precisamente, por ello no durará? No necesariamente. Si Brasil mejora y potencia su sintonía fina diplomática y logra inspirar a los latinoamericanos con su prosperidad y creatividad, tal vez el siglo XXI sea "el siglo de Brasil" en el sur del Hemisferio Occidental.

NUEVAS IZQUIERDAS Y DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA


Francisco Panizza

Cerca del 60% de los habitantes de América Latina viven hoy bajo gobiernos de izquierda o de centroizquierda (en adelante referidos genéricamente como “la izquierda”). Se puede objetar que antes de dar cifras debe especificarse qué se entiende por izquierda y por centroizquierda; pero, aunque la objeción es válida, no es el propósito de este trabajo entrar en un debate teórico sobre qué significa el término “izquierda”. Baste decir que, para los objetivos de este artículo, no consideramos muy útil el hecho de definir a la izquierda en términos de un conjunto de valores ahistóricos o transhistóricos divorciados de los contextos específicos y las prácticas políticas que los transforman y les dan sentido. En América Latina, el contexto que da sentido al crecimiento político de la izquierda es la crisis del Consenso de Washington que, por razones expuestas más adelante, llegó a sus límites entre 1997 y 2002. También está claro que la izquierda latinoamericana presenta muchas caras diferentes y éstas no son triviales cuando se consideran los desafíos que estos gobiernos enfrentan en el presente y deben enfrentar en el futuro.

Si es posible concordar con que la izquierda está en ascenso en América Latina, sin entrar en un debate teórico sobre el significado del término, no lo es, sin embargo, ignorar que la llegada al Gobierno de partidos y movimientos de izquierda y de centroizquierda ofrece un número de paradojas e interrogantes. Entre las muchas paradojas que se podrían analizar en relación con la ola de gobiernos de izquierda, destacaríamos que, pese el giro electoral a la izquierda de la región, no hay evidencia de que el electorado de América Latina se haya decantado hacia a la izquierda de manera significativa. Los interrogantes tienen que ver con la relación entre los gobiernos de izquierda y la democracia, y sobre todo con los desafíos futuros que estos gobiernos deben enfrentar para preservar y profundizar la democracia. Para intentar desentrañar la paradoja y contestar los interrogantes, este artículo discute las raíces, contextos y desafíos políticos de los gobiernos de izquierda en América Latina. En cuanto a las raíces del ascenso de la izquierda al Gobierno, se destacan tres elementos explicativos: i) procesos de acumulación política bajo la democracia; ii) el juego Gobierno-oposición; y iii) la relación entre política e instituciones. En relación con el contexto en que estos gobiernos actúan, se analizan las tensiones entre diversas lógicas de representación política y sus implicaciones para la democracia; finalmente, en cuanto a los desafíos de futuro, se discuten las condiciones bajo las cuales las tensiones entre las diversas lógicas de representación política pueden o no contribuir a la profundización de la democracia en la región.

Las raíces del ascenso al gobierno de la izquierda en América latina

Para analizar las raíces del ascenso al Gobierno de partidos y movimientos de izquierda en América Latina empezamos por señalar lo obvio. En todos los casos estos grupos han llegado al Gobierno a través de procesos electorales. Pero destacar lo obvio no es necesariamente decir algo trivial. Históricamente, la izquierda fue escéptica sobre las elecciones como camino de llegada al Gobierno y, más aún, respecto a las elecciones como llegada a lo que, con una ambigüedad cargada de connotaciones políticas, llamaba (y todavía hoy algunos llaman) “llegar al poder”, para distinguirlo de simplemente llegar al Gobierno. Segundo, con la históricamente marcada excepción de Salvador Allende en Chile en 1971, los partidos y candidatos de izquierda no fueron particularmente exitosos en ganar elecciones. En parte eso se debió a que en el siglo pasado, en muchos países de la región, partidos y movimientos de izquierda estuvieron proscriptos y sus líderes en prisión o en el exilio durante largos períodos de tiempo. Pero es importante recordar también que, desde el punto de vista histórico, la izquierda tuvo una presencia política considerable en muchos países de la región aunque sus posibilidades de crecimiento fueron bloqueadas por la presencia de movimientos populistas, o nacional populares, que eran percibidos como una barrera y aun como un antídoto contra el crecimiento de la izquierda. El caso del peronismo en Argentina es ilustrativo de esta situación.

Tampoco es trivial destacar, como se señalaba en la sección anterior, que si bien partidos de izquierda han ganado varias elecciones en los últimos años, el electorado de América Latina no parece ser demasiado de izquierdas. De acuerdo a la encuestas del Latinobarómetro, correspondientes al año 2006, en una escala de 0 a 10, donde 0 es la extrema izquierda y 10 la extrema derecha, el promedio de la región en su conjunto se encuentra en el 5,4 de la escala, es decir en el centro político. Siempre de acuerdo al Latinobarómetro, la izquierda es más débil que la derecha en la región. No hay ningún país que tenga más de un 34% (Uruguay) de votantes que se autoubiquen en la izquierda. El caso de Venezuela es especialmente significativo, ya que el promedio de identificación política en la escala derecha-izquierda en ese país es de 5,5%, es decir, un electorado ligeramente más a la derecha del centro de la media latinoamericana.

¿Cómo se explica entonces el hecho de que candidatos de izquierda hayan ganado las elecciones en países en que como máximo tan sólo alrededor de un tercio de los electores se identifican como de izquierda? La pregunta es todavía más pertinente teniendo en cuenta que en casi todos los casos, los porcentajes de votos por candidatos presidenciales de izquierda fueron significativamente mayores que el de votantes que se identifican como de izquierda. Hay tres explicaciones para esta paradoja, las cuales no son alternativas, sino complementarias.

La primera tiene que ver con procesos de acumulación y desacumulación política en democracia. América Latina vive hoy el ciclo más largo de gobiernos democráticos de su historia, y a lo largo de este ciclo las curvas de acumulación política de los partidos de centroizquierda y de centroderecha han seguido trayectorias opuestas. La llegada de partidos de izquierda al Gobierno se da hacia finales del siglo XX y comienzos del presente, es decir, tras casi dos décadas de gobiernos de derecha y centroderecha. La única excepción a la hegemonía del centroderecha hasta el fin de la década de los noventa es los gobiernos de la Concertación por la Democracia en Chile. En los comienzos de la actual ola de democratización, que coincidió aproximadamente con el derrumbe del bloque socialista, la izquierda estaba en crisis en la región. No es este el lugar para entrar en detalles sobre las razones de esta crisis, que fue tanto política como ideológica. Pero la crisis, que fue real y profunda, estuvo lejos de significar el total derrumbe de la izquierda en la región, y su impacto hizo subestimar en qué medida la democracia le dio a los partidos de izquierda la oportunidad de recomponer fuerzas.

Veamos cuáles son las condiciones que hicieron posible el renacimiento de la izquierda. Es común la observación de que los sistemas de partidos son institucionalmente débiles en América Latina. Pero esta observación oculta la realidad de que, aun cuando eran electoralmente relativamente débiles, en muchos países de la región los partidos de izquierda eran y continúan siendo organizativa y comparativamente fuertes, con acumulaciones simbólicas significativas, una base social de apoyo minoritaria, pero consecuente, y arraigos sociales sólidos en los sindicatos y otras organizaciones de la sociedad civil. En el lenguaje del fútbol rioplatense, esto le dio a la izquierda histórica una considerable capacidad de aguante. A ello se les sumaron los años de estabilidad democrática que contribuyeron a la institucionalización de la izquierda. El acceso al Parlamento ha dado a los partidos de izquierda espacios políticos importantes para proyectar su imagen y la oportunidad de mezclar discursos de oposición radical con el juego pragmático de alianzas y compromisos parlamentarios. El acceso a gobiernos municipales y estaduales les permitió hacer aprendizajes políticos, mostrar competencias y manejar recursos estatales para expandir sus bases de apoyo. Tales han sido los casos del Partido de los Trabajadores en Brasil, el Frente Amplio en Uruguay, el Partido de la Revolución Democrática en México y el FSLN en Nicaragua. También ha sido el caso del Peronismo en Argentina a través de todos sus virajes ideológicos.

En contraste, los partidos de derecha y de centroderecha sufrieron un proceso de relativa desacumulación y desgaste. Estos partidos gozaban en muchos países de apoyos importantes en los sectores populares, pero estos apoyos funcionaban en bases diferentes a la de los partidos de izquierda. Como consecuencia de los cambios sociales y las crisis económicas de las últimas décadas del siglo XX, los partidos de derecha y de centroderecha fueron perdiendo su electorado cautivo y sus bases rurales tradicionales. El control del Estado dio a los partidos de derecha acceso a importantes recursos para las prácticas clientelares, pero las reformas en el papel del Estado fueron progresivamente limitando los recursos disponibles para el clientelismo de masas. El clientelismo siguió existiendo, pero cada vez más limitado a un clientelismo de cuadros por parte de aparatos políticos que colonizaban el Estado pero que distribuían relativamente poco a sus bases clientelares populares. En la primera mitad de la década de los noventa, estos partidos obtuvieron éxitos electorales importantes según una alianza entre sectores empresariales y sectores populares, cementada en el éxito de estos gobiernos en bajar drásticamente la inflación y la promoción de reformas de mercado. Pero cuando los efectos de la caída de la inflación en los sectores populares se dio por descontado y el modelo neoliberal no generó el crecimiento económico y los empleos prometidos, el apoyo a los partidos que habían promovido las reformas de mercado se vio significativamente limitado a los sectores que tienen los recursos económicos y educacionales necesarios para beneficiarse de la economía globalizada.

La segunda explicación sobre el éxito electoral de la izquierda es que el determinante del viraje a la izquierda no ha sido tanto el clivaje derecha/izquierda sino el de Gobierno/oposición. A lo largo de los años noventa en muchos países de la región los partidos de izquierda y de centroizquierda fueron la principal oposición a los gobiernos de centroderecha que impulsaron las reformas de mercado. Se debe ser muy cuidadoso en establecer relaciones causales entre ciclos políticos y económicos, sobre todo cuando se están manejando datos agregados que ignoran las variaciones nacionales y las mediaciones que hace la política sobre eventos económicos. Pero no es posible ignorar que el ciclo de victorias electorales de la izquierda comienza con la llamada “media década perdida” de América Latina, entre los años 1998 y 2003, en la cual el PIB por habitante se estanca y suben nuevamente los índices de pobreza. En este sentido, puede argumentarse que más que votar por programas de izquierda el electorado votó por cambios de Gobierno.

En qué medida el cambio de Gobierno significaba un voto por un cambio radical en el modelo de desarrollo vigente varió significativamente según el país. Pero entre los que votaron por el cambio de Gobierno, un número importante de votantes no se identificaba como de izquierdas, lo cual condicionó las estrategias políticoelectorales de la izquierda. Para la oposición de izquierda, que había usado los ataques al llamado modelo neoliberal como un parche que le permitió sobrellevar sus propias falencias ideológicas, la coyuntura económica le sirvió para darle resonancia electoral a sus promesas de cambio. Pero prometer el cambio no significa que los partidos de izquierda hayan llegado al Gobierno con un modelo alternativo de cambio, ni que ese cambio fuera necesariamente del tipo y de la dimensión del que las bases sociales de la izquierda anticipaban o que la izquierda había postulado históricamente. Igualmente significativo, para la hipótesis de que el suceso electoral de la izquierda está fuertemente relacionado con el clivaje Gobierno/oposición, es que entre los años 2004 y 2007, cuando la economía de América Latina retoma un fuerte crecimiento económico, los candidatos oficialistas de los más diversos colores políticos ganan la mayoría de las elecciones. Este ha sido el caso de candidatos tan diversos como Hugo Chávez en Venezuela, Michelle Bachelet en Chile, Lula da Silva en Perú, Álvaro Uribe en Colombia, Felipe Calderón en México y Cristina Kirchner en Argentina. En otras palabras, tanto cuando era oposición como cuando accedió al Gobierno, la izquierda ha estado navegando a favor de la corriente de los ciclos económicos.

La tercera explicación para el éxito electoral de la izquierda tiene que ver con la relación entre política e instituciones. En ella los triunfos electorales de ciertos candidatos de izquierda, particularmente de Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador, se deben menos a sus posiciones ideológicas que a su carácter de candidatos antisistémicos en países que atraviesan crisis de representación. Votar por candidatos antisistémicos no es lo mismo que votar por candidatos de izquierda. Cualquier lector medianamente informado sobre la realidad latinoamericana inferirá que estamos hablando de casos de populismo. No entraremos aquí en la polémica sobre la definición de populismo o sobre la pertinencia de calificar a estos líderes como populistas. Lo que se destacará es que América Latina tiene una larga tradición de apoyo popular a líderes antisistémicos y que estos líderes han sido históricamente de orientaciones politico-ideológicas muy diferentes. Si miramos la historia reciente de América Latina, nos encontramos en que candidatos antisistémicos como Alberto Fujimori en Perú y Fernando Collor de Mello en Brasil no eran de izquierdas sino neoliberales. El hecho de que los candidatos antisistémicos del siglo XXI sean de izquierda (y opino que lo son, pese a las objeciones de algunos de sus críticos de izquierda) tiene relación con que “el sistema” de comienzos de la década de los noventa tenía características políticas y económicas muy diferentes de las del “sistema” de comienzos del presente siglo.

Por último, si las acumulaciones políticas bajo la democracia, el juego Gobierno/oposición y el apoyo a candidatos antisistémicos explican las victorias electorales de la izquierda, aún cuando solo una minoría del electorado se identifica como de izquierda, las mismas variables son también importantes para entender las diferencias entre la izquierda: en aquellos países en que la izquierda ha llegado al Gobierno a partir de procesos de institucionalización política que le permitieron hacer acumulaciones progresivas, estos gobiernos son muy diferentes de aquellos en que la llegada de la izquierda al Gobierno es el resultado de una crisis de representación.

El contexto de los gobiernos de izquierda: democracia y representación política

Ya se ha vuelto tradicional dividir los gobiernos de izquierda en América Latina en socialdemócratas y populistas. Esta clasificación puede ser válida como punto de partida, pero las clasificaciones no son verdaderas o falsas, sino más o menos útiles, y uno de los problemas que enfrenta la división entre populistas y socialdemócratas es que da pocos criterios para entender las diferencias internas dentro de cada categoría. Por ejemplo, una característica típica del populismo es el liderazgo personalista, pero, ¿puede decirse que Evo Morales es un líder personalista de la misma manera que lo es Hugo Chávez en Venezuela? En relación con la socialdemocracia, una característica clave son sus vínculos con las organizaciones sindicales y otros movimientos sociales. Pero la relación entre Gobierno y sindicatos es muy diferente en Chile, Brasil y Uruguay; los tres gobiernos que son comúnmente considerados como ejemplos de socialdemocracia en América Latina. Como una forma de superar estos problemas, es posible redefinir la división entre socialdemócratas y populistas de forma que permita no sólo distinguir entre ambos sino también entre variaciones de socialdemocracia y populismo. Para ello se toma en cuenta, como criterio definitorio, las diversas lógicas representativas que hacen parte de las prácticas democráticas, y cómo las mismas se combinan en las socialdemocracias y los populismos latinoamericanos.

¿Cómo se pueden clasificar las lógicas representativas de la democracia? El principio básico de la democracia es el ejercicio de la soberanía popular. Pero dado que en las sociedades modernas el pueblo no puede ejercer esa soberanía directamente, ésta es mediada por complejas relaciones de representación que responden a diferentes lógicas de representación política. Para los efectos de este análisis, se propone clasificar estas lógicas en tres: partidistas, societalistas y personalistas. Lo que define y diferencia estas lógicas es saber quiénes son los actores clave en la relación de representación y los márgenes de autonomía que los mismos tienen con relación a otros actores en la toma de decisiones políticas. Estas lógicas están presentes en diferente grado y combinaciones en toda sociedad democrática y, a nuestro juicio, sirven para entender mejor las similitudes y diferencias entre los gobiernos de izquierda en la región. Es preciso enfatizar que el análisis de estas lógicas debe hacerse de forma dinámica, y que para estos efectos es tan importante determinar la lógica predominante como las formas que éstas combinan y acotan mutuamente en la práctica.

La lógica partidista es característica de sistemas políticos con grados altos de institucionalización política. Como su nombre indica, considera a las instituciones políticas, especialmente al Parlamento y los partidos políticos, como los agentes privilegiados de la representación política. Aunque abierta a los juegos de intereses pluralistas, esta lógica hace una fuerte distinción entre actores políticos y sociales, y considera a los primeros como los únicos capaces de generar intereses generalizables. De acuerdo con este criterio, los actores políticos actúan con un alto grado de autonomía, con relación a sus representados, y toman sus decisiones según criterios de racionalidad política por encima de los intereses sociales. Esta es la lógica dominante de la democracia liberal. Pero el monopolio partidista de la representación puede ocasionar serios problemas para la democracia. Como parte de un modelo altamente institucionalizado, esta lógica puede derivar en intentos de asegurar su continuidad en el tiempo mediante la colonización de las instituciones públicas (Estado, Parlamento, regímenes electorales, financiación de campañas electorales) por parte de los partidos políticos que hacen difícil la incorporación de nuevos actores al sistema político. Producto del alto grado de autonomía de los representantes y de la captura de las instituciones por quienes las controlan, son la degeneración de la representación política en “partidocracias” o “tecnocracias” y el divorcio entre la legalidad y la legitimidad de las instituciones representativas.

La lógica de representación societalista pone su énfasis en la sociedad civil como el locus privilegiado de la democracia. Considera que la voluntad general sólo puede formarse genuinamente a partir de la participación directa y de la deliberación de los actores sociales. De acuerdo con ella, los partidos políticos no deben tener el monopolio de la representación política, sino que esta debe ser compartida con actores sociales. Mientras que en la lógica institucional los representantes políticos gozan de un alto grado de autonomía con relación a sus representados, de acuerdo con la lógica societalista los representantes deben tener un margen de autonomía estrictamente limitado y la relación de representación se entiende más como la de portavoces de la sociedad que como actores autónomos. Esta lógica forma parte de la tradición democrática desde los tiempos de De Tocqueville. Pero al igual que la lógica partidista, la lógica societalista llevada a sus extremos presenta serios problemas para la democracia. La politización de las relaciones sociales pone en cuestión la distinción entre el espacio público y el privado, arriesgando los márgenes de autonomía no sólo de los actores públicos sino también de los privados. El predominio de actores sociales en las decisiones públicas lleva al corporativismo y a la falta de representación de los que no tienen recursos o capacidad organizativa. En su extremo, esta lógica deriva en la sospecha de la política, especialmente de las mediaciones institucionales. Pero si se niega la política y las mediaciones institucionales, la voluntad general se transforma en la voluntad de todos y la sociedad civil en pretorianismo de masas.

De las diversas lógicas de representación política, la lógica de la representación personalista ha sido la menos analizada en los estudios sobre la democracia. Teóricos de la democracia liberal han visto el personalismo como una amenaza a la democracia basada en el juego de las instituciones. Pero la representación personalista ha sido siempre parte de la tradición democrática, y con el impacto de los medios de comunicación de masas en las campañas políticas, su papel se ha visto aumentado. La lógica de representación personalista privilegia el liderazgo como la forma característica de la representación. Así, nos recuerda que la política no se reduce a seguir las reglas de juego institucionales o a la resolución tecnocrática de los problemas sociales, que tampoco se reduce a procesos de toma de decisiones racionales, sino que tiene componentes afectivos e identitarios que le dan sentido. El líder político asume la representación del pueblo al interpretar sus demandas y sus intereses, a veces difusos, y el hecho de constituirse en el sujeto de procesos de identificación política. A diferencia de la representación societalista, el liderazgo personalista reivindica la voluntad política como clave para promover el interés general. El liderazgo personalista tiene un papel democrático en la creación de imaginarios colectivos y en el rescate de la política de las jaulas de hierro burocráticas y tecnocráticas. También puede cumplir un papel importante en dar voz a los excluidos del orden político, así como en la denuncia de los arreglos partidocráticos que limitan el ejercicio de la representación popular. Pero la lógica de la representación personalista también presenta amenazas para la democracia. Los liderazgos personales desprovistos de límites institucionales y societales son erráticos y poco confiables. Son también difícilmente compatibles con principios de igualdad ciudadana y democracia deliberativa. Llevados al extremo, los personalismos devienen autocracias o tiranías con apoyo popular.

La clasificación de regímenes políticos puede hacerse en función de diversos criterios, tanto económicos como políticos. Es posible sugerir que, desde el punto de vista de las lógicas de representación política, los “regímenes socialdemócratas” se caracterizan por una combinación de las lógicas partidista y societalista, mientras que el populismo se caracteriza por el predominio de la lógica personalista. La socialdemocracia privilegia la forma partidaria de la representación y actúa dentro de las instituciones representativas de la democracia liberal. Pero, a diferencia de los regímenes liberales, en los regímenes socialdemócratas el Gobierno mantiene vínculos privilegiados con el movimiento sindical y otras organizaciones de la sociedad civil, los cuales, a su vez, establecen fuertes vínculos representativos con el Estado y los partidos socialdemócratas. Se puede argumentar que esta es una visión anacrónica de la socialdemocracia, que se relaciona con la época dorada de la socialdemocracia europea, ya que la socialdemocracia de Tercera Vía moderna tiene pocos anclajes sociales. Si bien esto es cierto, la distinción todavía es válida para distinguir diferentes modelos socialdemócratas en Europa y, como se analiza más abajo, también en América Latina.

Por su parte, en el populismo predomina la lógica de representación personalista. Esto no equivale a decir que todos los personalismos son necesariamente populistas ni que el populismo se agota en el personalismo, pero sí que el personalismo es una característica constitutiva del populismo. Dos razones justifican esta caracterización. En primer lugar, las prácticas populistas son fuertemente anti-institucionales, con un discurso anti-statu quo, que denuncia las instituciones y partidos dominantes. En segundo lugar, el populismo supone una relación directa entre el líder y el pueblo soberano por encima de los arreglos institucionales vigentes. En esta relación, la figura del líder funciona como punto nodal de unificación simbólica de sectores sociales subalternos identificados en la figura del líder.

Aunque las diversas lógicas de representación política no son referentes exclusivos de la izquierda, estas han formado parte de su proceso de acumulación política bajo la democracia. Históricamente, las izquierdas latinoamericanas se han constituido según el predomino de diversas lógicas representativas. En Brasil, Chile, Uruguay y México partidos de izquierda fuertes y bien organizados han sido los principales agentes del crecimiento de la izquierda. En Bolivia, y en menor medida en Ecuador, la izquierda se ha manifestado principalmente a través de los movimientos sociales, mientras que en Venezuela el liderazgo de Hugo Chávez ha sido y continúa siendo decisivo en el surgimiento y profundización del llamado socialismo del siglo XXI. ¿Qué sucede cuando la izquierda llega al Gobierno? Como ya se ha señalado, en todo Gobierno democrático se mantienen vigentes una combinación de las tres lógicas de representación política. Es posible entonces clasificar los diversos gobiernos de izquierda en la región de acuerdo con el grado en el cual estas lógicas están presentes en sus prácticas representativas. La tabla 1 muestra un intento provisional e imperfecto de clasificación en términos de la vigencia alta, media o baja de cada una de estas lógicas.

Todos los gobiernos caracterizados usualmente como socialdemócratas (Brasil, Chile y Uruguay) tienen grados altos de representación partidista. Pero en cada uno de estos gobiernos la lógica partidista se combina de forma diferente con las otras lógicas de representación política. Así, el Gobierno de Uruguay combina una fuerte lógica de representación partidista con un alto grado de representación societalista, dado que los sindicatos tienen una considerable influencia institucional en la política laboral y un también considerable poder de veto en un amplio conjunto de políticas públicas. En contraste, el Gobierno chileno se caracteriza por un alto grado de representación partidista combinado con un grado bajo de representación societalista. Esto no significa negar la existencia de organizaciones sociales en Chile, sino destacar el amplio margen de autonomía que tienen los partidos de la Concertación para tomar decisiones de gobierno. Finalmente, el caso de Brasil ilustra la importancia del análisis dinámico de las relaciones de representación. En Brasil, el Partido de los Trabajadores (PT) surgió a partir del movimiento sindical y se construyó con fuertes arraigos en los sindicatos y las organizaciones de la sociedad civil. En este proceso, el liderazgo personal de Luiz Inácio Lula da Silva fue particularmente importante, pero este estaba claramente enmarcado en la estructura partidaria del PT. Sin embargo, desde su acceso al Gobierno, el PT, sin romper completamente sus lazos sociales, se ha distanciado de sus bases sindicales y de la sociedad civil, actuando fundamentalmente basándose en una lógica de maquinarias político partidarias centrada en el juego de alianzas y apoyos parlamentarios. Entretanto, como se vio en ocasión de los escándalos de corrupción de los años 2005 y 2006 y en las elecciones del año 2006, el liderazgo personal del presidente Lula ha ganado un margen de autonomía considerable sobre el PT: la identificación directa entre el presidente-candidato y los sectores populares se convirtió en una de sus mayores cartas de triunfo electoral.

Tomando como base las variaciones y combinaciones en las lógicas de representación política esbozadas en el párrafo anterior, es posible hacer algunas distinciones significativas entre los llamados gobiernos socialdemócratas de la región. Dada la combinación de una fuerte lógica de representación partidista con una igualmente fuerte representación societalista, desde el punto de vista de la representación política, Uruguay estaría más cerca del modelo socialdemócrata que los otros gobiernos. En el caso de Chile, considerado como un modelo de socialdemocracia en la región, sería en todo caso un Gobierno de Tercera Vía o incluso un liberalismo social más que una socialdemocracia típica. El caso de Brasil se diferencia del de Chile y Uruguay por la combinación de la lógica partidista con un importante liderazgo personal del presidente Lula. Este liderazgo actúa dentro de un marco institucional muy diferente a la de los liderazgos de tipo populista, pero no por ello deja de introducir elementos de identificación populista en la política brasilera. Esto se mostró claramente cuando, enfrentado a acusaciones de corrupción en su Gobierno, el presidente Lula se defendió afirmando que estas acusaciones eran parte de una conspiración de las élites brasileñas contra un presidente de origen popular.

Analicemos ahora los llamados regímenes populistas. Como es de esperar, todos los gobiernos considerados populistas tienen altos grados de representación personalista y bajos grados de representación institucional. Sin embargo, también exhiben grados diversos de representación societalista. En nuestra clasificación, Bolivia se caracteriza por el grado más alto de representación societalista y Venezuela por el grado más bajo, mientras Ecuador se mantiene en un grado medio. Esta clasificación debe tomarse con algunas reservas y, sobre todo, interpretarla dentro de procesos dinámicos y no congelados en el tiempo. Se puede objetar que el Gobierno Venezolano ha establecido un conjunto muy importante de instancias participativas, hecho que haría del Gobierno venezolano un régimen altamente societalista. Sin descartar totalmente este argumento, cuya dilucidación ha sido objeto de estudios empíricos que han llegado a conclusiones contradictorias, es posible argumentar que la mayoría de estas organizaciones fueron creadas por el chavismo y que, como tal, carecen de verdadera autonomía en relación con el Gobierno. Por otra parte, Chávez surge en la política desde el ámbito militar y no del social, y ha ejercido un liderazgo de fuerte tono personalista al definir el rumbo de la revolución bolivariana. En contraste, en Bolivia, Morales surge desde el movimiento sindical; su partido, el MAS, se organiza desde los sindicatos y la autonomía de su Gobierno está fuertemente acotada por la presión de los movimientos sociales que constituyen su base de apoyo.

El caso de Ecuador es el más difícil de clasificar, por su novedad, y debe entenderse en un contexto rápidamente cambiante. La representación política en Ecuador funcionó en un marco de debilidad institucional que generó una partidocracia que le quitó legitimidad a su lógica representativa. Paralelamente, fueron surgiendo movimientos sociales, como las organizaciones indígenas, que contribuyeron a la deslegitimación del sistema con sus movilizaciones callejeras. Pero estos movimientos carecen de la centralidad y capacidad de organización en el ámbito nacional de los movimientos sociales bolivianos. El surgimiento de Rafael Correa como el ganador de las elecciones presidenciales en las que no presentó candidatos al Congreso, le ha dado al dirigente un fuerte espacio de liderazgo personalista.

Desde entonces, Correa ha usado ese espacio para ganar márgenes de autonomía política y para debilitar a la partidocracia ecuatoriana. Pero dada la fragmentación de poder que caracteriza a Ecuador, es difícil anticipar que Correa pueda llegar a ejercer en Ecuador el mismo tipo de liderazgo personalista que ha ejercido Chávez en Venezuela. Finalmente, el caso de Argentina nos muestra también la dinámica cambiante de la representación política. Después de la crisis del año 2001, los partidos políticos argentinos entraron en una profunda crisis. A partir de su victoria electoral en 2003, obtenida con el apoyo de apenas poco más de una quinta parte de los ciudadanos, el presidente Néstor Kirchner emprendió uno de los procesos de construcción de liderazgo personal más exitosos de la historia argentina, basado en el control discrecional de los recursos públicos, la reactivación de los aliados sociales del peronismo y la cooptación de líderes provinciales de otras fuerzas políticas. El éxito de la estrategia kirchneriana se materializó en el triunfo electoral de su esposa, Cristina Fernández, en las elecciones presidenciales de octubre 2007. Si embargo, errores estratégicos del nuevo Gobierno, principalmente en un polarizante enfrentamiento con los productores agrícolas, sumado al deterioro de la situación económica en 2008, han erosionado fuertemente la popularidad de la presidenta y se han abierto espacios para una oposición más sistemática a su Gobierno. Queda por ver, sin embargo, si este nuevo juego político debe darse a partir de una precomposición del sistema de partidos o debe continuar siendo una disputa entre liderazgos políticos con débiles arraigos partidarios afuera del justicialismo en alianzas inestables con fuerzas provinciales.

Al igual que en los gobiernos socialdemócratas, el juego de las diversas lógicas en el interior de los regímenes populistas permite establecer importantes diferencias internas entre ellos. El liderazgo de Chávez no es el mismo que el de Morales que, a su vez, no es el mismo que el de Correa. La diferencia entre ellos está en la relación entre sus liderazgos y los anclajes sociales que los limitan y condicionan. Estas diferencias se ponen de manifiesto no sólo en el grado de autonomía que disfrutan estos líderes, sino también en las posibilidades de institucionalización de los respectivos gobiernos.

Izquierda y representación democrática: los desafíos futuros

Cualquier proyecto de izquierda tiene que hacerse en democracia y tiene que tener como objetivo la profundización de la democracia. El análisis de las lógicas de representación política en los gobiernos de izquierda latinoamericanos nos permite ir más allá de la dicotomía simple y, a veces, simplista entre populistas y socialdemócratas sin abandonarla totalmente. ¿Pero, cuáles son las implicaciones de esta clasificación más compleja para la democracia en la región? En la sección anterior se argumentó que cada una de estas lógicas tiene un papel legítimo en la democracia. En una relación de tensión y complementación mutua, estas lógicas constituyen relaciones de representación que se complementan y controlan mutuamente y contribuyen a la calidad de la democracia. No puede haber cambio sin visiones de futuro, y los líderes son, a menudo, los portavoces más efectivos de esas visiones. Líderes políticos populares también dan voz a los que no tienen representantes institucionales. Los partidos son canales necesarios para la generalización de la representación política y la negociación de intereses generalizables. Las organizaciones sociales son actores indispensables para canalizar demandas sociales y controlar que los actores políticos rindan cuentas de sus actos.

Pero, como ya se discutió en la sección anterior, los monopolios representativos pueden convertirse en obstáculos e incluso en amenazas para la democracia. Así, por ejemplo, en Chile, el predominio de la representación partidista ha dado como resultado una percepción de la política como dominada por las élites políticas y tecnocráticas del Estado, lo cual ha traído como consecuencia niveles considerables de alienación política y la falta de mecanismos adecuados de canalización de demandas sociales. En Brasil, donde la representación partidista funciona en un marco institucional muy diferente al chileno, la partidocracia a la brasileña ha dado como resultado la institucionalización de la corrupción y la colonización del aparato estatal por las clientelas políticas. En contraste, el dominio de la lógica societalista en Bolivia reproduce las fragmentaciones sociales, paraliza la acción gubernativa y amenaza la propia integridad del Estado boliviano. Y en Venezuela, el liderazgo personalista de Chávez ha llevado a una concentración de recursos de poder discrecionales en el Ejecutivo que pone en cuestión la existencia de mecanismos adecuados de control democrático.

¿Cómo evitar estos peligros para la democracia? La clave está, en nuestra opinión, en integrar estas lógicas en un proyecto de cambio democrático centrado en instituciones que combinen un balance adecuado de las diferentes lógicas representativas. En ciertas versiones de la izquierda, esto se ha codificado como darle prioridad a la llamada democracia participativa, basada en actores sociales, sobre la democracia representativa, centrada en actores políticos. Pero esta es una forma errónea de plantear alternativas. En primer lugar, la dicotomía no es entre participación y representación, sino entre formas alternativas de representación. En segundo lugar, la democracia participativa no es una alternativa a la democracia liberal, sino su suplemento. Fuera de los marcos institucionales de la democracia representativa, las formas participativas presentan problemas conocidos de representatividad, sobrerepresentación de ciertos intereses y captura por grupos o líderes políticos. Estudios de instituciones participativas en el ámbito local muestran que las mismas funcionan mejor donde existen instituciones representativas fuertes. Del mismo modo, los actores sociales y las instituciones representativas fuertes son condiciones para el ejercicio de liderazgo democrático.

Esto presenta a los gobiernos de izquierda latinoamericanos con una tarea común que, al mismo tiempo, requiere ser implementada de manera diferente en cada país. Los principios de la construcción democrática en un marco de democracia representativa son los mismos para todos los países, pero las prioridades para la “democratización de la democracia” varían de acuerdo con el juego de las diferentes lógicas representativas en cada país. No existe ninguna garantía de que los diversos proyectos de cambio político representados por las diversas variantes de la izquierda en América Latina hayan de lograr este objetivo, y hay buenas razones para temer que en algunos casos puedan resultar verdaderos retrocesos. Pero no se debe olvidar que, como se recuerda en la primera sección de esta ponencia, la llegada de la izquierda al Gobierno en América Latina es producto de más de dos décadas de acumulaciones en democracia y que esas acumulaciones no son fácilmente desechables.