Marta Lagos y Daniel Zovatto
La ruta de la integración
Así como el advenimiento de la democracia ha supuesto la igualdad de las personas dentro de los pueblos, la globalización ha traído consigo la demanda de igualdad entre los países. El reconocimiento universal de la igualdad y la autodeterminación de los pueblos es algo relativamente nuevo en el concierto de las naciones.
No cabe duda de que la guerra de Irak marcará un antes y un después, como uno de los últimos intentos de una potencia, o alianza de potencias, de imponer su estilo de vida en otra parte del mundo. Hoy, los países ricos tienen el compromiso de ayudar a los que se encuentran en vías de desarrollo, a los más pobres. Asimismo, los cada día más amplios tratados internacionales reconocen la igualdad de los derechos de los pueblos y, de manera progresiva, las grandes potencias los aceptan y cumplen. Ello no significa que las desigualdades entre los pueblos no sean aún enormes y que no quede un largo camino por recorrer, sobre todo en lo que respecta a los grandes privilegios que ostentan los países más ricos en el comercio global; aún subsisten importantes barreras para que ingresen a éstos los productos de los más pobres. Un estudio reciente realizado en los países del primer mundo y publicado por The Financial Times revela hasta dónde los ciudadanos temen que la competencia con el mundo y la globalización los perjudique, quedando en evidencia las barreras y sus consecuencias.
Pese a los esfuerzos emprendidos desde la década de 1950, América Latina no ha logrado avanzar en la creación de vínculos duraderos. En efecto, ya desde hace mucho diversos estudios han mostrado las iniciativas de integración latinoamericana. En un informe publicado en Revista Nueva Sociedad (núm. 113, mayo-junio de 1991, pp. 60-65), Gert Rosenthal identificó tres etapas en este proceso de integración: la voluntarista, de la década de los cincuenta a la primera mitad de la de los setenta; la revisionista, de la segunda mitad de los setenta hacia finales de los ochenta, y la pragmática, cuyos parámetros centrales empezaron a advertirse a partir de los últimos años de los ochenta e inicios de los noventa. Ello en cuanto a América Latina. En cambio, a Europa sólo le llevó tres décadas para consolidar la alianza más poderosa de la historia que en un principio creó, a partir de seis países unidos por un motivo específico, una comunidad de naciones para reforzar acuerdos comerciales y que llegó a fundar lo que hoy es la Unión Europea, con una moneda en común. ¿Por qué Europa logró progresar tanto y en un periodo tan corto, mientras que América Latina se ha estancado? Este estancamiento no puede atribuirse meramente a guerras o conflictos entre países, ya que es difícil encontrar una región donde se hayan producido más guerras que en Europa, donde los enfrentamientos culminaron en la Segunda Guerra Mundial. ¿Es, acaso, la magnitud y la intensidad de las guerras lo que llevó a los pueblos europeos a su mayor periodo de paz y prosperidad en los últimos 60 años?
América Latina no ha padecido directamente esas conflagraciones, pero sí ha pasado por guerras civiles, dictaduras largas y opresoras, y condiciones de hambre y pobreza que han marcado su desarrollo político y económico todavía a finales del siglo XX. Hace 29 años comienza el proceso de transición que trae de vuelta la democracia a los países latinoamericanos, excepto Cuba. Se instala la democracia y permanece a pesar de las necesidades insatisfechas y las expectativas incumplidas. Latinobarómetro (LB) observa rigidez en el apoyo a este sistema de gobierno (informes de 1995 a 2006), que no se desmantela pese a los malos augurios de muchos dirigentes y analistas de la región, y a pesar de los escuálidos avances en la lucha contra las desigualdades en muchos países latinoamericanos.
Con más de 500 millones de habitantes, y por primera vez con un crecimiento sostenido durante un cuatrienio, América Latina empieza a ser un continente de oportunidades comerciales. La pregunta que surge es por qué, en estas circunstancias, el proceso de integración pasa por un mal momento.
Los datos recién publicados en el informe de LB-CAF, Oportunidades de cooperación regional: integración y energía (LB 2006), ponen de relieve tanto mitos como realidades presentes en el proceso de la integración latinoamericana, que aclaran algunas interrogantes.
Sin amistad
El secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, manifestó en abril de 2007 en Santiago de Chile al presentar esos datos que, en efecto, "no es necesario" que los pueblos sean amigos para integrarse; no se puede culpar a los grados de amistad por el retraso en los procesos de integración. En los albores de su proceso integrador, entre los pueblos de Europa no había una relación amistosa, pero la iniciaron a partir de su voluntad de integrarse. En América Latina los pueblos tampoco son amigos en el presente; es más, el grado de amistad entre los países de la región parece haberse debilitado durante el proceso de consolidación democrática.
En primer lugar, se constatan mayores grados de amistad entre países que geográficamente están más distantes que entre aquéllos que comparten fronteras. En segundo, observamos que su amistad es mayor con los más grandes. Por lo tanto, el tamaño y la ubicación de un país son indicadores de la simpatía que se tiene por él. En tercer lugar, comprobamos que en lo que va de esta década la manifestación de amistad o simpatía se torna más volátil; es decir, el orden y los componentes de los países que figuran en la lista cambian de un año al otro.
En la medición de 2006 disminuye el número de países más amigos, a diferencia de la de 1998 (cuando se realizó por primera vez). En aquel entonces Brasil, Venezuela, Argentina, México, Colombia, Chile y Perú obtuvieron esa calificación. Hoy sólo aparecen Brasil y Venezuela en primer lugar; Argentina en el segundo; Cuba en el tercero y México en el cuarto. Colombia, Perú y Chile ya no figuran en la categoría.
Por último, cabe indicar que la cantidad de gente que cree que los países son amigos es minoritaria (27%). La mayoría declara no saber cuál es el país amigo.
Esto revela los bajos índices de interacción y conocimiento en una zona que sufre de bajos niveles de infraestructura; a diferencia de Europa que, en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, desarrolló una gran red de intercomunicación ferroviaria y de autopistas. Allí los canales de comunicación permitieron la integración mediante la interacción individual de los pueblos.
En América Latina, la deficiente interacción/interconexión regional se ve afectada, además y sobre todo, por sus altas tasas de pobreza que, junto a otras consecuencias, produce una ola de emigración entre los países fronterizos, como un nuevo fenómeno de las desigualdades. Los bajos niveles de amistad se manifiestan también como indicadores de pobreza y de desigualdad entre los pueblos.
Asimismo, se observa que en nuestra región no se practican políticas destinadas a limar las asperezas heredadas de los conflictos pasados, a diferencia de Europa, que desarrolló políticas de interacción para promover el acercamiento y el conocimiento entre sus pueblos. Más aún, tampoco existen políticas específicas de emigración, que ocurre de manera espontánea, y cada país exhibe una reacción ad hoc.
A nadie debe sorprender que la emigración genere los mayores impulsos de integración y de amistad; ella trae consigo el conocimiento de las tradiciones de los pueblos que emigran: su comida, su música y otros productos culturales.
Actitud favorable a la integración económica
En la presente década, la inmensa mayoría de los pueblos latinoamericanos tiene una actitud de apoyo consistente y permanente hacia la inversión extranjera y la integración económica.
En preguntas específicas sobre los contenidos de la integración, la actitud de la mayoría es positiva. La disposición entre países hacia la movilidad laboral (75%), de capitales (73%) y de bienes y servicios (71%) muestra una gran apertura hacia el exterior, que no va aparejada con políticas proactivas de cada cual.
El impacto que la gente percibe que la integración puede tener en sus vidas es también mayoritariamente positivo; más de la mitad de los pueblos de la región ve un impacto positivo sobre los productos, la tecnología, las oportunidades de trabajo, etcétera.
La imagen de las potencias
La imagen de las potencias mundiales en América Latina es también mayoritariamente positiva, así como la disposición de sus ciudadanos hacia una apertura al mundo.
Existe una importante percepción de amistad entre América Latina y las demás regiones. Estados Unidos conserva su lugar como mejor amigo de América Latina, pese a haber disminuido su presencia de 32 a 25%. España se sitúa en segundo lugar, con un aumento de 6 a 8%. Japón aparece en tercer lugar con 3%. Al mismo tiempo, aumenta el número de quienes no responden a esta pregunta (de 22 a 33%), indicando que en América Latina existe la percepción de que en la actualidad se cuenta con menos amigos que hace ocho años. Estados Unidos (con 15%) se identifica también como el país menos amigo de la región, seguido de Cuba, Venezuela, Chile y Argentina. Como bien sabemos, los negativos de imagen siempre acompañan a los positivos. ¿América Latina se ha quedado sola, sin amigos dentro y fuera de la región? ¿Nos ha invadido la soledad, como señaló Octavio Paz?
No hay que confundirse con respecto a la opinión sobre Estados Unidos, que se ha mantenido en toda la década en niveles altos. Su mejor momento se situó en 2001 (ataques terroristas del 11-S) con 73% y el peor en 2003, con 60%. La mejor opinión de los Estados Unidos la tienen los dominicanos y los panameños (con 93 y 90%, respectivamente) y la peor los venezolanos y los argentinos (con 30 y 20%, respectivamente). Muchas veces se confunde la opinión sobre ese país con el juicio político acerca de sus gobiernos. Está claro que los datos muestran un impacto de sus acontecimientos políticos en la opinión de los latinoamericanos, pero es relativamente bajo; en total pierde sólo 7 puntos antes de los ataques, y 13 puntos en total en el periodo medido. Los acontecimientos de esta década no han cambiado sustancialmente las opiniones positivas hacia ese país. Lo contrario ocurrió con la opinión de las élites latinoamericanas. La imagen de Estados Unidos es robusta y resiste los vaivenes de la historia mucho más de lo que les gusta a quienes fijan las agendas o a los analistas políticos. Podría decirse que es bastante inelástica ante los errores de los gobiernos de esa potencia. En ello influye, por cierto, la cautivadora imagen del sueño americano, que vive en la mente de la gran mayoría de los habitantes de la región.
Por otra parte, la imagen de Estados Unidos muestra una fuerte segmentación geográfica en la región. Éste alcanza su mejor imagen en las naciones centroamericanas y Colombia, mientras la peor se encuentra en el Cono Sur. Panamá y El Salvador tienen una opinión neta (opinión negativa menos opinión positiva) más positiva, con 57 y 48%, respectivamente, mientras Venezuela y Argentina muestran una imagen neta más negativa, con -45 y -34%, respectivamente. Cabe señalar que sólo en Venezuela, Argentina, México, Bolivia y Brasil la imagen neta de Estados Unidos es negativa; en Uruguay registra cero mientras que en los 12 países restantes es positiva. El promedio regional tiene una imagen neta positiva de 10 por ciento.
En el análisis por país encontramos niveles de opinión positiva -- históricos según el desarrollo de las relaciones de cada nación latinoamericana con Estados Unidos -- que han sido impactados por las políticas locales hacia esa nación en particular y que no son objeto de este artículo. Un análisis singularizado concluiría que la desclasificación de información sobre las políticas aprobadas por Estados Unidos hacia algunos países de la región ha tenido más impacto en ellos que todo lo sucedido en lo que va de esta década.
Por eso mismo, los latinoamericanos prefieren a Estados Unidos como inversionista -- el primer lugar, con 24% de las preferencias -- , seguido por España con 8% y Japón con 7 por ciento.
Experiencia ante los conflictos
Los problemas empiezan a surgir cuando se desmenuzan las actitudes hacia temas específicos en los que los pueblos tienen larga experiencia. En América Latina, los recursos naturales han ido adquiriendo una importancia cada vez mayor, sobre todo debido al aumento significativo de sus precios. Pero ello también ha generado, sobre todo en relación con los recursos energéticos (petróleo y gas), que éstos se consideren desde una doble perspectiva: como una oportunidad para avanzar en materia de integración regional (similar al modelo europeo que arrancó hace 50 años sobre la matriz energética del carbón y del acero) y como una peligrosa fuente de conflictos entre los países de la región. Se observa así cómo las confianzas y actitudes positivas disminuyen a menos de la mitad cuando se consulta sobre la seguridad del suministro energético.
En efecto, los datos de LB de 2006 muestran una confianza limitada en los países exportadores de energía, que fluctúan entre 47% (la mayor) de Venezuela, a la que siguen México con 46%, Bolivia y Argentina con 42%, y Ecuador (la menor) con 40%. Pero, sin duda, el dato más relevante sobre este tema indica que 76% de los entrevistados manifiesta preocupación de que la competencia por la energía pueda conducir a mayores conflictos, inclusive a guerras entre los países de la región, más que a fortalecer la cooperación entre ellos.
En suma, no se han superado los viejos conflictos y los que están en ciernes, que traen consigo la escasez de suministros energéticos, hacen que las posibilidades de integración se retrasen y se hagan más difíciles.
Camino propio o solución conjunta
En el contexto descrito, no deja de llamar la atención que uno de cada tres latinoamericanos quiera encontrar una solución propia sin buscar acuerdos en conjunto.
Mientras 62% de los países prefiere buscar soluciones de conjunto a sus problemas, un nada despreciable 27% prefiere hacerlo individualmente. Argentina (74%) es el más proclive a buscar soluciones de conjunto. Chile, en el otro extremo, registra el porcentaje más bajo (54%), cosa que quizás refleja el autoaislamiento que durante los últimos años ha mantenido en el ámbito latinoamericano.
Sin embargo, la búsqueda del camino propio no es exclusiva de Chile. Bolivia registra el porcentaje más alto por esta preferencia con 38%, seguido por Ecuador, con 35%, Chile con 34% y México y Guatemala con 32 por ciento.
Como ya se señaló, una disposición positiva hacia los componentes de la integración económica no es suficiente para que la población se incline a la integración. Se requiere una capacidad de conducción que lleve a la opinión pública por el camino de los acuerdos para alcanzar esas metas. No es posible concretar esas disposiciones positivas sin acuerdos. En síntesis, no se alcanzan por la vía del camino propio.
La relación entre los países
Para continuar perfilando la complejidad de la opinión pública sin que nadie se equivoque al creer que actitudes y opiniones puedan conformar un conjunto coherente y correcto de expectativas y conocimientos, hay que observar la percepción que se tiene de la relación entre los países latinoamericanos.
Durante muchos años, la percepción de las buenas relaciones que cada uno cree mantener con los demás es muy alta, y no ha variado entre 1997 y 2006 pese a algunas fluctuaciones.
Consideraciones finales
La opinión de la ciudadanía sobre la integración latinoamericana oscila entre las ilusiones de prosperidad y la reticencia y desconfianza hacia sus propios vecinos, en un marco político que carece del liderazgo necesario para transitar por la vía de los acuerdos.
La desconfianza -- problema central de la región ampliamente notificado en los informes de LB desde 1995 -- afecta a las relaciones interpersonales, a las instituciones y a las posibilidades de integración. No en vano América Latina es la región más desconfiada del planeta, según los barómetros de opinión. Dicha desconfianza, junto con los débiles lazos de amistad y la falta de políticas públicas destinadas a limar las asperezas históricas, arrojan luces que permiten entender por qué la integración latinoamericana, pese a su discurso grandilocuente, apenas ha avanzado en los últimos 50 años. Al mismo tiempo, se enfrentan desafíos históricos y nuevos, arraigados en los valores de nuestra cultura y en las condiciones socioeconómicas de cada país, agravados por la coyuntura.
Sólo por citar un ejemplo: hasta el día de hoy, más que motor de integración, cooperación y amistad entre los pueblos (como en el caso europeo), la matriz energética ha despertado en la ciudadanía desconfianza, inseguridad y la preocupación de que genere mayores conflictos, a diferencia de Europa, donde fue uno de los elementos que condujo a la necesaria cooperación.
Por todo ello existe el riesgo considerable y real de que, al ver frustrados sus intentos de buscar soluciones conjuntas, los países latinoamericanos opten de manera gradual por encontrar respuestas individuales a sus problemas, condenando así a la región y a ellos mismos a volverse cada día más irrelevantes en el actual proceso de globalización.
Las altas expectativas de la población sobre la integración que muestran estos datos no son congruentes con las desconfianzas existentes en la región, ni tampoco con las opiniones de las élites que mandan los procesos. En otras palabras, la integración aparece como una ilusión de la opinión pública, por lo que los mismos pueblos no se dan cuenta que no basta con considerar que sería positiva, sino que cambian las actitudes básicas entre unos y otros. Las élites no hacen sino magnificar muchas veces estas inconsistencias que hacen impracticable la integración.
Desde el punto de vista de los procesos de consolidación de la democracia, parecería que las transformaciones culturales requeridas para ello en la región son las mismas que las necesarias para consolidar los procesos de integración.
La ruta de la integración
Así como el advenimiento de la democracia ha supuesto la igualdad de las personas dentro de los pueblos, la globalización ha traído consigo la demanda de igualdad entre los países. El reconocimiento universal de la igualdad y la autodeterminación de los pueblos es algo relativamente nuevo en el concierto de las naciones.
No cabe duda de que la guerra de Irak marcará un antes y un después, como uno de los últimos intentos de una potencia, o alianza de potencias, de imponer su estilo de vida en otra parte del mundo. Hoy, los países ricos tienen el compromiso de ayudar a los que se encuentran en vías de desarrollo, a los más pobres. Asimismo, los cada día más amplios tratados internacionales reconocen la igualdad de los derechos de los pueblos y, de manera progresiva, las grandes potencias los aceptan y cumplen. Ello no significa que las desigualdades entre los pueblos no sean aún enormes y que no quede un largo camino por recorrer, sobre todo en lo que respecta a los grandes privilegios que ostentan los países más ricos en el comercio global; aún subsisten importantes barreras para que ingresen a éstos los productos de los más pobres. Un estudio reciente realizado en los países del primer mundo y publicado por The Financial Times revela hasta dónde los ciudadanos temen que la competencia con el mundo y la globalización los perjudique, quedando en evidencia las barreras y sus consecuencias.
Pese a los esfuerzos emprendidos desde la década de 1950, América Latina no ha logrado avanzar en la creación de vínculos duraderos. En efecto, ya desde hace mucho diversos estudios han mostrado las iniciativas de integración latinoamericana. En un informe publicado en Revista Nueva Sociedad (núm. 113, mayo-junio de 1991, pp. 60-65), Gert Rosenthal identificó tres etapas en este proceso de integración: la voluntarista, de la década de los cincuenta a la primera mitad de la de los setenta; la revisionista, de la segunda mitad de los setenta hacia finales de los ochenta, y la pragmática, cuyos parámetros centrales empezaron a advertirse a partir de los últimos años de los ochenta e inicios de los noventa. Ello en cuanto a América Latina. En cambio, a Europa sólo le llevó tres décadas para consolidar la alianza más poderosa de la historia que en un principio creó, a partir de seis países unidos por un motivo específico, una comunidad de naciones para reforzar acuerdos comerciales y que llegó a fundar lo que hoy es la Unión Europea, con una moneda en común. ¿Por qué Europa logró progresar tanto y en un periodo tan corto, mientras que América Latina se ha estancado? Este estancamiento no puede atribuirse meramente a guerras o conflictos entre países, ya que es difícil encontrar una región donde se hayan producido más guerras que en Europa, donde los enfrentamientos culminaron en la Segunda Guerra Mundial. ¿Es, acaso, la magnitud y la intensidad de las guerras lo que llevó a los pueblos europeos a su mayor periodo de paz y prosperidad en los últimos 60 años?
América Latina no ha padecido directamente esas conflagraciones, pero sí ha pasado por guerras civiles, dictaduras largas y opresoras, y condiciones de hambre y pobreza que han marcado su desarrollo político y económico todavía a finales del siglo XX. Hace 29 años comienza el proceso de transición que trae de vuelta la democracia a los países latinoamericanos, excepto Cuba. Se instala la democracia y permanece a pesar de las necesidades insatisfechas y las expectativas incumplidas. Latinobarómetro (LB) observa rigidez en el apoyo a este sistema de gobierno (informes de 1995 a 2006), que no se desmantela pese a los malos augurios de muchos dirigentes y analistas de la región, y a pesar de los escuálidos avances en la lucha contra las desigualdades en muchos países latinoamericanos.
Con más de 500 millones de habitantes, y por primera vez con un crecimiento sostenido durante un cuatrienio, América Latina empieza a ser un continente de oportunidades comerciales. La pregunta que surge es por qué, en estas circunstancias, el proceso de integración pasa por un mal momento.
Los datos recién publicados en el informe de LB-CAF, Oportunidades de cooperación regional: integración y energía (LB 2006), ponen de relieve tanto mitos como realidades presentes en el proceso de la integración latinoamericana, que aclaran algunas interrogantes.
Sin amistad
El secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, manifestó en abril de 2007 en Santiago de Chile al presentar esos datos que, en efecto, "no es necesario" que los pueblos sean amigos para integrarse; no se puede culpar a los grados de amistad por el retraso en los procesos de integración. En los albores de su proceso integrador, entre los pueblos de Europa no había una relación amistosa, pero la iniciaron a partir de su voluntad de integrarse. En América Latina los pueblos tampoco son amigos en el presente; es más, el grado de amistad entre los países de la región parece haberse debilitado durante el proceso de consolidación democrática.
En primer lugar, se constatan mayores grados de amistad entre países que geográficamente están más distantes que entre aquéllos que comparten fronteras. En segundo, observamos que su amistad es mayor con los más grandes. Por lo tanto, el tamaño y la ubicación de un país son indicadores de la simpatía que se tiene por él. En tercer lugar, comprobamos que en lo que va de esta década la manifestación de amistad o simpatía se torna más volátil; es decir, el orden y los componentes de los países que figuran en la lista cambian de un año al otro.
En la medición de 2006 disminuye el número de países más amigos, a diferencia de la de 1998 (cuando se realizó por primera vez). En aquel entonces Brasil, Venezuela, Argentina, México, Colombia, Chile y Perú obtuvieron esa calificación. Hoy sólo aparecen Brasil y Venezuela en primer lugar; Argentina en el segundo; Cuba en el tercero y México en el cuarto. Colombia, Perú y Chile ya no figuran en la categoría.
Por último, cabe indicar que la cantidad de gente que cree que los países son amigos es minoritaria (27%). La mayoría declara no saber cuál es el país amigo.
Esto revela los bajos índices de interacción y conocimiento en una zona que sufre de bajos niveles de infraestructura; a diferencia de Europa que, en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, desarrolló una gran red de intercomunicación ferroviaria y de autopistas. Allí los canales de comunicación permitieron la integración mediante la interacción individual de los pueblos.
En América Latina, la deficiente interacción/interconexión regional se ve afectada, además y sobre todo, por sus altas tasas de pobreza que, junto a otras consecuencias, produce una ola de emigración entre los países fronterizos, como un nuevo fenómeno de las desigualdades. Los bajos niveles de amistad se manifiestan también como indicadores de pobreza y de desigualdad entre los pueblos.
Asimismo, se observa que en nuestra región no se practican políticas destinadas a limar las asperezas heredadas de los conflictos pasados, a diferencia de Europa, que desarrolló políticas de interacción para promover el acercamiento y el conocimiento entre sus pueblos. Más aún, tampoco existen políticas específicas de emigración, que ocurre de manera espontánea, y cada país exhibe una reacción ad hoc.
A nadie debe sorprender que la emigración genere los mayores impulsos de integración y de amistad; ella trae consigo el conocimiento de las tradiciones de los pueblos que emigran: su comida, su música y otros productos culturales.
Actitud favorable a la integración económica
En la presente década, la inmensa mayoría de los pueblos latinoamericanos tiene una actitud de apoyo consistente y permanente hacia la inversión extranjera y la integración económica.
En preguntas específicas sobre los contenidos de la integración, la actitud de la mayoría es positiva. La disposición entre países hacia la movilidad laboral (75%), de capitales (73%) y de bienes y servicios (71%) muestra una gran apertura hacia el exterior, que no va aparejada con políticas proactivas de cada cual.
El impacto que la gente percibe que la integración puede tener en sus vidas es también mayoritariamente positivo; más de la mitad de los pueblos de la región ve un impacto positivo sobre los productos, la tecnología, las oportunidades de trabajo, etcétera.
La imagen de las potencias
La imagen de las potencias mundiales en América Latina es también mayoritariamente positiva, así como la disposición de sus ciudadanos hacia una apertura al mundo.
Existe una importante percepción de amistad entre América Latina y las demás regiones. Estados Unidos conserva su lugar como mejor amigo de América Latina, pese a haber disminuido su presencia de 32 a 25%. España se sitúa en segundo lugar, con un aumento de 6 a 8%. Japón aparece en tercer lugar con 3%. Al mismo tiempo, aumenta el número de quienes no responden a esta pregunta (de 22 a 33%), indicando que en América Latina existe la percepción de que en la actualidad se cuenta con menos amigos que hace ocho años. Estados Unidos (con 15%) se identifica también como el país menos amigo de la región, seguido de Cuba, Venezuela, Chile y Argentina. Como bien sabemos, los negativos de imagen siempre acompañan a los positivos. ¿América Latina se ha quedado sola, sin amigos dentro y fuera de la región? ¿Nos ha invadido la soledad, como señaló Octavio Paz?
No hay que confundirse con respecto a la opinión sobre Estados Unidos, que se ha mantenido en toda la década en niveles altos. Su mejor momento se situó en 2001 (ataques terroristas del 11-S) con 73% y el peor en 2003, con 60%. La mejor opinión de los Estados Unidos la tienen los dominicanos y los panameños (con 93 y 90%, respectivamente) y la peor los venezolanos y los argentinos (con 30 y 20%, respectivamente). Muchas veces se confunde la opinión sobre ese país con el juicio político acerca de sus gobiernos. Está claro que los datos muestran un impacto de sus acontecimientos políticos en la opinión de los latinoamericanos, pero es relativamente bajo; en total pierde sólo 7 puntos antes de los ataques, y 13 puntos en total en el periodo medido. Los acontecimientos de esta década no han cambiado sustancialmente las opiniones positivas hacia ese país. Lo contrario ocurrió con la opinión de las élites latinoamericanas. La imagen de Estados Unidos es robusta y resiste los vaivenes de la historia mucho más de lo que les gusta a quienes fijan las agendas o a los analistas políticos. Podría decirse que es bastante inelástica ante los errores de los gobiernos de esa potencia. En ello influye, por cierto, la cautivadora imagen del sueño americano, que vive en la mente de la gran mayoría de los habitantes de la región.
Por otra parte, la imagen de Estados Unidos muestra una fuerte segmentación geográfica en la región. Éste alcanza su mejor imagen en las naciones centroamericanas y Colombia, mientras la peor se encuentra en el Cono Sur. Panamá y El Salvador tienen una opinión neta (opinión negativa menos opinión positiva) más positiva, con 57 y 48%, respectivamente, mientras Venezuela y Argentina muestran una imagen neta más negativa, con -45 y -34%, respectivamente. Cabe señalar que sólo en Venezuela, Argentina, México, Bolivia y Brasil la imagen neta de Estados Unidos es negativa; en Uruguay registra cero mientras que en los 12 países restantes es positiva. El promedio regional tiene una imagen neta positiva de 10 por ciento.
En el análisis por país encontramos niveles de opinión positiva -- históricos según el desarrollo de las relaciones de cada nación latinoamericana con Estados Unidos -- que han sido impactados por las políticas locales hacia esa nación en particular y que no son objeto de este artículo. Un análisis singularizado concluiría que la desclasificación de información sobre las políticas aprobadas por Estados Unidos hacia algunos países de la región ha tenido más impacto en ellos que todo lo sucedido en lo que va de esta década.
Por eso mismo, los latinoamericanos prefieren a Estados Unidos como inversionista -- el primer lugar, con 24% de las preferencias -- , seguido por España con 8% y Japón con 7 por ciento.
Experiencia ante los conflictos
Los problemas empiezan a surgir cuando se desmenuzan las actitudes hacia temas específicos en los que los pueblos tienen larga experiencia. En América Latina, los recursos naturales han ido adquiriendo una importancia cada vez mayor, sobre todo debido al aumento significativo de sus precios. Pero ello también ha generado, sobre todo en relación con los recursos energéticos (petróleo y gas), que éstos se consideren desde una doble perspectiva: como una oportunidad para avanzar en materia de integración regional (similar al modelo europeo que arrancó hace 50 años sobre la matriz energética del carbón y del acero) y como una peligrosa fuente de conflictos entre los países de la región. Se observa así cómo las confianzas y actitudes positivas disminuyen a menos de la mitad cuando se consulta sobre la seguridad del suministro energético.
En efecto, los datos de LB de 2006 muestran una confianza limitada en los países exportadores de energía, que fluctúan entre 47% (la mayor) de Venezuela, a la que siguen México con 46%, Bolivia y Argentina con 42%, y Ecuador (la menor) con 40%. Pero, sin duda, el dato más relevante sobre este tema indica que 76% de los entrevistados manifiesta preocupación de que la competencia por la energía pueda conducir a mayores conflictos, inclusive a guerras entre los países de la región, más que a fortalecer la cooperación entre ellos.
En suma, no se han superado los viejos conflictos y los que están en ciernes, que traen consigo la escasez de suministros energéticos, hacen que las posibilidades de integración se retrasen y se hagan más difíciles.
Camino propio o solución conjunta
En el contexto descrito, no deja de llamar la atención que uno de cada tres latinoamericanos quiera encontrar una solución propia sin buscar acuerdos en conjunto.
Mientras 62% de los países prefiere buscar soluciones de conjunto a sus problemas, un nada despreciable 27% prefiere hacerlo individualmente. Argentina (74%) es el más proclive a buscar soluciones de conjunto. Chile, en el otro extremo, registra el porcentaje más bajo (54%), cosa que quizás refleja el autoaislamiento que durante los últimos años ha mantenido en el ámbito latinoamericano.
Sin embargo, la búsqueda del camino propio no es exclusiva de Chile. Bolivia registra el porcentaje más alto por esta preferencia con 38%, seguido por Ecuador, con 35%, Chile con 34% y México y Guatemala con 32 por ciento.
Como ya se señaló, una disposición positiva hacia los componentes de la integración económica no es suficiente para que la población se incline a la integración. Se requiere una capacidad de conducción que lleve a la opinión pública por el camino de los acuerdos para alcanzar esas metas. No es posible concretar esas disposiciones positivas sin acuerdos. En síntesis, no se alcanzan por la vía del camino propio.
La relación entre los países
Para continuar perfilando la complejidad de la opinión pública sin que nadie se equivoque al creer que actitudes y opiniones puedan conformar un conjunto coherente y correcto de expectativas y conocimientos, hay que observar la percepción que se tiene de la relación entre los países latinoamericanos.
Durante muchos años, la percepción de las buenas relaciones que cada uno cree mantener con los demás es muy alta, y no ha variado entre 1997 y 2006 pese a algunas fluctuaciones.
Consideraciones finales
La opinión de la ciudadanía sobre la integración latinoamericana oscila entre las ilusiones de prosperidad y la reticencia y desconfianza hacia sus propios vecinos, en un marco político que carece del liderazgo necesario para transitar por la vía de los acuerdos.
La desconfianza -- problema central de la región ampliamente notificado en los informes de LB desde 1995 -- afecta a las relaciones interpersonales, a las instituciones y a las posibilidades de integración. No en vano América Latina es la región más desconfiada del planeta, según los barómetros de opinión. Dicha desconfianza, junto con los débiles lazos de amistad y la falta de políticas públicas destinadas a limar las asperezas históricas, arrojan luces que permiten entender por qué la integración latinoamericana, pese a su discurso grandilocuente, apenas ha avanzado en los últimos 50 años. Al mismo tiempo, se enfrentan desafíos históricos y nuevos, arraigados en los valores de nuestra cultura y en las condiciones socioeconómicas de cada país, agravados por la coyuntura.
Sólo por citar un ejemplo: hasta el día de hoy, más que motor de integración, cooperación y amistad entre los pueblos (como en el caso europeo), la matriz energética ha despertado en la ciudadanía desconfianza, inseguridad y la preocupación de que genere mayores conflictos, a diferencia de Europa, donde fue uno de los elementos que condujo a la necesaria cooperación.
Por todo ello existe el riesgo considerable y real de que, al ver frustrados sus intentos de buscar soluciones conjuntas, los países latinoamericanos opten de manera gradual por encontrar respuestas individuales a sus problemas, condenando así a la región y a ellos mismos a volverse cada día más irrelevantes en el actual proceso de globalización.
Las altas expectativas de la población sobre la integración que muestran estos datos no son congruentes con las desconfianzas existentes en la región, ni tampoco con las opiniones de las élites que mandan los procesos. En otras palabras, la integración aparece como una ilusión de la opinión pública, por lo que los mismos pueblos no se dan cuenta que no basta con considerar que sería positiva, sino que cambian las actitudes básicas entre unos y otros. Las élites no hacen sino magnificar muchas veces estas inconsistencias que hacen impracticable la integración.
Desde el punto de vista de los procesos de consolidación de la democracia, parecería que las transformaciones culturales requeridas para ello en la región son las mismas que las necesarias para consolidar los procesos de integración.
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